Reino Unido
Wotan en pelotas
Agustín Blanco Bazán

Bien saben los estudiosos
de la tetralogía wagneriana que la narrativa fundamental no comienza con
Alberich robándose el oro del Rhin, sino con Wotan arrancando una rama del
fresno del mundo, un árbol tan primigénio como el manzano de Adan y Eva. Basta
arrancar una manzana de este o una rama de aquel y … ¡zas!, ya está cometido el
pecado original contra el orden natural que nos preservaba de zafarranchos como
el Juicio Final, o la destrucción de los dioses germánicos y su Walhalla.
En su nueva puesta para
la ENO (ya hizo otra hace muchos años para el Covent Garden) Richard Jones se
decidió por esa alternativa tan común hoy día de comenzar con una acción
escénica muda antes de que arranque la orquesta, con un fresno de robusto
follaje verde al fondo, hasta que Wotan, nuestro Adán wagneriano, se infiltra
desde la derecha en pelotas y con paso de troglodita acarreando una enorme
rama. Y luego reaparece en la izquierda, con un taparrabos y paso un poco más
humano pero siempre acarreando la misma rama, ya casi marchita. En la tercera
aparición ya es casi un CEO, con su rama totalmente muerta y transformada en la
lanza representativa de ese poder que solo ha podido lograr violentando el
sistema ecológico: el fresno es ahora un vegetal petrificado.
¡Y ahora sí que puede
entrar Wagner desde el fondo de un río que aquí es una escena vacía! Entre
ninfas en trajes de natación, un Alberich joven y desaliñado (como esos que
después de lograr nuestra confianza nos roban el teléfono móvil), se apodera
del simpático bebé robot dorado que luego veremos transformado en innumerables
lingotes. A diferencia de su anterior puesta, ubicada en un barrio de marcado
carácter de suburbio contemporáneo, personajes similarmente contemporáneos se
mueven en esta producción en una atmósfera vacua, sólo quebrada por unas
enormes esferas blancas colgadas y movibles, y de vez en cuando etéreas cintas
de luminosidad cambiante y bien sincronizada con la música.
Al comienzo de la entrada
de los dioses al Walhalla una lluvia de lentejuelas cae con un efecto
maravilloso ante la conminación de Froh que pone fin a la tormenta. Enseguida
Wotan y sus dioses desaparecen por la puerta de un enorme edificio de cemento
que luego nos muestra su interior, esta vez con todos ellos entrando y
preocupándose por cerrar las ventanas a las cuales golpean las ninfas desde
afuera pidiendo que les devuelvan su oro: como nunca vemos aquí a los dioses
atrapados en la inescapable fortaleza de su poder.
En materia de regie de personas Jones se manifiesta
aquí más sutil que en su puesta anterior que, por ejemplo, mostraba a Fricka
pegándole a su marido una patada en los testículos cuando le conminaba a
despertarse en el segundo cuadro. No faltan sin embargo algunos toques de
sutilísimo humor, como por ejemplo el tránsito durante el interludio entre el
segundo y tercer cuadro, de esos dioses envejecidos por la falta de las manzanas
de oro que les daba Freia. O esas tres niñas con mochila escolar, que luego de
curiosear en la escena van a despertar a su mamá, una Freia que se aparece en
pijama y desperezándose.
Toda esta originalidad no
obsta a una cuidada conformidad con las instrucciones wagnerianas básicas sin
las cuales el Oro del Rhin se hace incomprensible. Después de todo, aquí no
estamos en el Bayreuth contemporáneo sino en manos de un regisseur serio.
Después de su floja anticipación con La Walkiria, Jones parece haber vuelto a
los talentos que ya le conocemos con este Oro del Rhin.
¡Pena que la ENO no podrá
compartir este Anillo con el MET! Porque los cortes de presupuesto y la
incertidumbre de fechas para las dos obras restantes han arruinado esta
coproducción. De cualquier manera, se trata de una propuesta demasiada modesta
para el MET y sus ambiciones de espectacularidad. Pero esperemos que Jones
revise su Walkiria y podemos seguir gozando de este nuevo Anillo londinense.
Imposible juzgar
acertadamente a los cantantes con esta versión en inglés que imposibilita las
inflexiones necesarias para las rimas de consonantes. Al persistir con esta
ridiculez en un momento que los subtítulos no hacen necesario el lenguaje
local, la ENO sigue cavándose su propia fosa, ridiculizando esta acción
autodestructiva precisamente con el agregado de sobretítulos … en inglés.
De cualquier manera, John
Relyea logró exhibir su excelente timbre, cálido y cavernoso, y Leigh Melrose
transmitió aceptable expresividad como Alberich, lo mismo que John Findson
(Mime) y Frederick Ballentine (Loge). Firmes en canto legato y claridad de
timbre estuvieron la excelente Fricka de Madeleine Shaw y Katie Lowe como
Freia. Y con similar profesionalidad sortearon los indefinidos meandros de la
lengua inglesa los demás, entre los cuales James Creswell merece una mención
especial por su inquietante Faftner.
Concisa y sobria en
expresividad fue la dirección de Martyn Brabbins, al frente de una orquesta que
supo responder a la partitura con excelente capacidad de variación cromática.
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