España - Andalucía
Salud y la tragedia
Pedro Coco
Por segundo año consecutivo, el Teatro de la Maestranza decidió proponer, en su tradicional cuota anual de lírica española, un título de tintes andaluces que desencadena en tragedia fatal; y, si bien el año pasado se optó por uno, El gato montés, que ya se había disfrutado tiempo atrás en dos montajes diversos, en esta se tuvo la oportunidad de saldar cuentas con Manuel de Falla y presentarnos por primera vez una producción escénica de La vida breve. Esta procedía del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, estrenada varios años atrás y también montada en el Teatro de la Zarzuela en plena pandemia con un reparto muy similar.
Giancarlo del Monaco volvía así, a través de la reposición de Allex Aguilera,
al Maestranza, con una concepción escénica muy esencial del drama, al que, en
esencia, despojaba de folclorismos; sin referencias arquitectónicas a la
Granada del libreto, el vistoso vestuario y ciertos elementos escénicos, como
ese Cristo crucificado acompañado de nazarenos que cantaba a los novios en el
banquete, lo anclaba allí indiscutiblemente.
El trabajo con la protagonista, una entregada más allá de lo imaginable Ainhoa Arteta, fue asombroso, y el espectro de emociones por el que pasa Salud en esta propuesta del personaje es tan intenso que la soprano se rompió en los saludos finales, tras la fuerte catarsis vivida en la hora que dura la obra. Jugó inteligentemente con las dinámicas, y el instrumento, que está ya habituado al repertorio dramático, la acompañó en este viaje emocional traspasando con holgura el foso.
Lo mismo se puede decir de Alejandro Roy en el breve rol de Paco. La voz lidia bien con las notas más agudas, y se mostró seguro en el dúo con Salud. Los otros dos cantantes que cierran el cuarteto principal sirvieron bien de apoyo a las voces agudas, y sonaron rotundas las intervenciones de María Luisa Corbacho, sufrida abuela también en lo escénico, y Ruben Amoretti, un Saravaor muy cómodo en el registro más grave. Destacó asimismo la sólida voz de la fragua de Alejandro del Cerro, un lujo en este papel, muy lucido aquí por la belleza del timbre.
Y desde
el plano más popular, tanto el guitarrista Manuel Herrera como el cantaor
Sebastián Cruz convencieron por entrega, algo que podría aplicarse además al
cuerpo de baile preciso en la coreografía para ellos preparada por Nuria
Castejón.
Y por último, aunque no en importancia por lo impecable de su prestación, homogénea y empastada sonó la Sinfónica de Sevilla -algo que se puede trasladar por igual al siempre implicado coro- con un inspirado Lucas Macías, director que desde el foso consiguió un espléndido juego dinámico en las danzas y los momentos de mayor tensión inicial, sin perjudicar por ello a unas voces muy robustas por otra parte.
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