Francia
Fiesta belcantista: Deshayes y Rebeka en París
Francisco Leonarte

Deshayes y Rebeka, junto a Schrott,
protagonizaron la temporada pasada en el Teatro de los Campos-Elíseos, una
memorable Anna Bolena de Donizetti. Fue la ocasión para el público
parisino de reencontrarse con una intérprete muy querida, Karine Deshayes, cuya
línea de carrera no siempre ha parecido clara. Empezando con el barroco y luego
como mezzo rossiniana (le recordamos una musicalmente espléndida Donna del
Lago en Garnier en alternancia con Di Donato), pasó después a otros
repertorios menos evidentes, como Mahler (Canción de la Tierra en
Pleyel) y poco a poco el público parisino empezó a escucharla con menos
frecuencia.
Cuando volvió esta temporada pasada con Anna
Bolena, en el papel de Seymour, su voz parecía que había ganado en volumen,
perdido en flexibilidad (sus ornamentaciones no fueron realmente exactas) y que
su color había pasado de mezzo a soprano. En cualquier caso, dio una Seymour
estupenda por lo valiente y lo encarnada.
A los pocos meses daba otro recital en la
Philarmonie (de pésima acústica) esta vez directamente como soprano, acompañada
por una contralto. Deshayes no parecía estar en forma ni técnicamente ni
dramáticamente. No, el de la Philarmonie no fue un gran recital...
Así que teníamos cierta aprensión al entrar el
pasado marte en el Teatro de los Campos-Eliseos. Por suerte, Deshayes salió más
que airosa de todos los empeños. Es verdad que en la primera parte hubo alguna
que otra falta de claridad en su línea vocal. Alguna que otra nota grave que
desaparecía (sorprendente cuanto menos para una mezzo), alguna falta de fiato
que comprometía el brillo de un final de frase, alguna vacilación en el volumen
con forti intempestivos que no correspondían al texto ni a la música...
Donizetti estaba ahí, pero no con la suficiente naturalidad para que se
produjera el embeleso belcantista.
Eso sí, en la segunda parte... ay, en la
segunda parte yo no sé qué milagro se produjo, que Karin Deshayes estuvo de
nuevo a la altura de la más grandes. Su ‘Bel raghio lusinghier’, una de las
partituras más endiabladas del repertorio, fue de manual. Cierto, no partió
hacia graves ni hacia agudos estratosféricos como sí puedan haberlo hecho otras
colegas suyas, pero cada frase, cada serie de ornamentaciones (y son bastante
inacabables, esas ornamentaciones) fueron límpidas, corriendo las notas como
arroyuelos de plata, las variaciones (en las que evitó, como decimos, riesgos
innecesarios) sencillas pero efectivas, la voz siempre homogénea, el sentido
del personaje siempre presente... Volvía la gran Deshayes. En su dúo de Norma,
todas estas características, amén de una bonita mezza voce y una gran dulzura,
volvieron a estar presentes. Muy hermoso.
En su repertorio, Marina Rebeka tiene pocas
rivales hoy en día. La facilidad en la emisión, el volumen, el bonito color de
voz, la seguridad de sus agudos, la limpieza de sus graves, la buena capacidad
de ornamentación... Si añadimos una bastante buena inteligibilidad y la
inteligencia teatral, tenemos el retrato de una de las sopranos más estimadas y
estimables del momento. Mostró su buen dominio de la mezzavoce en un ‘Al dolce
guidami’ de Anna Bolena, emocionante. De buena factura también su ‘Casta
diva’ (aunque quien esto escribe ha de confesar que otra ‘Casta diva’, así, a
pelo, sin el recitativo previo y sin la cabaletta posterior, le parece un poco efectista
en un recital).
En los dúos, especialmente en el dúo de Anna
Bolena, pero también en el célebre ‘Mira o Norma’, las dos intérpretes
añadieron, a las cualidades citadas individualmente, una bonita comprenetación,
complicidad incluso, necesaria para todos estas muestras de solidaridad femenina
entre rivales tan típicas del repertorio belcantista. Dúos completados
con el bis de ‘Canzonetta sull'aria’ de Las bodas de Figaro de Mozart.
Tercera en concordia
Pero el éxito no hubiera sido posible -o no
tan redondo- si no hubiera habido una buena dirección de orquesta. Ahí estaba
Speranza Scapucci, cuyo buen hacer ya pudimos comprobar en su día en Capuletti
e Montechi de Bellini.
Al frente de la Orquesta de Cámara de París,
Scapucci mimó a las cantantes, les dejó la preeminencia sonora, sin dejar por
ello de cuidar los detalles orquestales.
Brilló especialmente en la obertura de Semiramide
(buen trabajo de trompas y maderas), haciendo cantar a la orquesta, dando
sentido a cada frase musical, y gestionando bien los equilibrios entre pupitres
y los crescendi. Una labor más que notable.
El público, entusiasta con las tres. Cuando además de buenos intérpretes hay complicidad entre ellos, da gusto.
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