Reportajes

China

Estados Unidos y China rumbo a una colisión (II)

Juan Carlos Tellechea
viernes, 31 de marzo de 2023
China vs USA © 2023 by SWP China vs USA © 2023 by SWP
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Tras la visita del presidente chino, Xi Jinping, a Moscú ha quedado más patente que nunca que la Rusia de Vladimir Putin, debilitada por las sanciones occidentales, necesita a China como mercado para sus exportaciones energéticas y como proveedor de bienes de consumo y tecnologías, como los chips informáticos. Para China, la asociación ofrece acceso a gas barato, tecnología militar y un aliado en su competencia estratégica a largo plazo con Estados Unidos.

La visita supone un desafío a Occidente, que hasta ahora ha intentado aislar a Putin y presentar a Rusia como un estado delincuente, con un presidente criminal de guerra. Como Xi no quiere compartir ese estatus de paria, pero además, por otro lado, no quiere verse envuelto en una guerra de sanciones con Estados Unidos y la Unión Europea, está procurando por todos los medios a su alcance presentarse como un pacificador.

El plan chino de 12 puntos para la paz en Ucrania prevé ceder territorios ocupados a Rusia, por lo tanto, las posibilidades de que sea aceptado por Kiev y sus socios occidentales son casi nulas. En este sentido, el plan de Pekín y la actitud (pour la galerie) respetuosa de Moscú no son más que una maniobra diplomática sin base real.

La presencia de Xi Xinping en Moscú es una clara señal, no solo para Occidente, sino también para las élite rusas, de que Putin cuenta con un apoyo fiable. Pekín no puede permitir que el régimen de Putin sea derrocado, y menos aún un proceso de democratización del país. Los chinos están conscientes de que, en tal caso, se quedarían solos ante Occidente y perderían a su único aliado en el Consejo de Seguridad de la ONU y en el club de Estados con armas nucleares.

Occidente intenta ahora cercar a China, por un lado, e infligir por otro una derrota a Rusia en Ucrania. Al mismo tiempo procura impedir que China suministre armas a Rusia, pero a ciencia cierta todavía no sabe cómo conseguirlo.

Etapas del deterioro de las relaciones

Bajo la presidencia de Barack Obama, Washington intentó inicialmente eliminar los elementos tensos de la relación bilateral. Entre ellos figuraban el déficit comercial estadounidense con China, el espionaje masivo a Estados Unidos en el ciberespacio o las actividades de Pekín en el Mar de China Meridional, analiza en su estudio la Fundación Ciencia y Política (SWP), que asesora al gobierno y al parlamento de Alemania.

En la medida de lo posible, hay que profundizar en la cooperación con la República Popular, sostienen los investigadores y politólogos de la SWP, el profesor Dr Hanns W. Maull, la Dra Angela Stanzel y el Dr Johannes Thimm.

 La primera cumbre entre Obama y el líder Xi Jinping en junio de 2013 en Sunnylands, California -un encuentro informal en un ambiente distendido- parecía prometedora. Los optimistas esperaban un giro fundamental en las relaciones bilaterales y compararon la reunión con la de Richard Nixon y Mao Zedong en 1977. Los dos presidentes acordaron desarrollar "un nuevo tipo de relación de gran potencia" en pie de igualdad.

Uno de los objetivos de la cumbre era reducir la "desconfianza estratégica" entre ambas potencias y fomentar la confianza. A ello debían contribuir un acuerdo sobre autolimitación en las respectivas actividades cibernéticas y el apoyo conjunto a una iniciativa correspondiente de las Naciones Unidas. Ambos se decidieron durante la primera visita oficial de Estado de Xi a Washington en septiembre de 2015. China contuvo entonces las actividades cibernéticas en Estados Unidos durante unos dieciocho meses; después, se registró allí otra oleada de ataques con una intensidad y sistema nuevos. Desde la perspectiva china, los ciberataques de Estados Unidos -por ejemplo, a la empresa de telecomunicaciones Huawei- no eran adecuados para crear confianza.

Islas y arrecifes

Otro motivo de la creciente decepción de la Administración Obama fueron las actividades de China en el mar de China Meridional. En septiembre de 2013, la República Popular inició un amplio programa de recuperación de tierras en islas y arrecifes que reclama. A mediados de 2015, la superficie de estas entidades deshabitadas se había ampliado en unas 800 hectáreas, más que la superficie total de medidas similares de todos los demás Estados ribereños juntos. Posteriormente, las islas ampliadas artificialmente se mejoraron con infraestructuras civiles y militares, en contra de las promesas personales de Xi a Obama, con el fin de apuntalar la reclamación de China de grandes partes de todo el mar de China Meridional, que no está cubierta por el derecho internacional.

Desde la perspectiva de China, estas actividades no representaban más que el ejercicio de derechos soberanos en el Mar de China Meridional, que consideraba parte de su territorio marítimo. Al mismo tiempo, Pekín las consideraba contramedidas legítimas contra una estrategia estadounidense que -según el entendimiento chino- pretendía impedir que la República Popular se convirtiera en una potencia mundial. Según esta estrategia, el país debía ser contenido y constreñido sistemáticamente por la presencia militar estadounidense en la región y una red de alianzas militares.

El gobierno estadounidense consideró que la militarización del mar de la China Meridional por parte de Pekín era un abuso de confianza. En respuesta, realineó su política en Asia-Pacífico. Elementos centrales de este "pivote hacia Asia" fueron el refuerzo de la presencia militar estadounidense en el Pacífico, la intensificación de la cooperación militar y diplomática con los aliados regionales, incluidos sobre todo Japón y Australia, así como con India, y la adhesión de Washington a un ambicioso proyecto de libre comercio, la Asociación Transpacífica (TPP). Además, desde octubre de 2015, Estados Unidos ha enviado en repetidas ocasiones buques de guerra en operaciones de "libertad de navegación" (FONOP, por sus siglas en inglés) al mar de China Meridional. El Gobierno de Pekín calificó estas operaciones de actos de agresión militar. Con el cambio de rumbo de la política estadounidense en Asia-Pacífico, vio confirmados sus temores de que Washington perseguía una estrategia de cerco contra China.

La reorientación de la política estadounidense hacia China, que el presidente Obama había iniciado en un contexto de "desconfianza estratégica", continuó bajo su sucesor Donald Trump. Esto exacerbó aún más las tensiones entre ambos Estados. La escalada afectó a la competencia geopolítica en toda la región Indo-Pacífica, a las relaciones comerciales y económicas bilaterales y a las violaciones de derechos humanos y abusos en el ciberespacio por parte de China. Sin embargo, la administración Trump se retiró de proyectos multilaterales para contener a China como el TPP; en su lugar, se basó en medidas unilaterales. Por ejemplo, aumentó el número de FONOP e impuso una amplia gama de sanciones económicas a China. De este modo, la administración Trump centró sus acciones y negociaciones con China en el déficit comercial bilateral, al tiempo que apuntaba a los aliados y no lograba forjar coaliciones contra Pekín. Además, Washington inició una campaña ideológica que tildaba a China de tiranía comunista contra la que el "mundo libre" liderado por Estados Unidos debe defenderse ("El mundo libre debe triunfar sobre esta tiranía").

También en la política hacia China del presidente Joe Biden, la República Popular fue clasificada principalmente como un rival estratégico. La nueva administración tomó el relevo de su predecesora en la valoración escéptica de China y sus objetivos de política exterior, pero, a diferencia de la orientación unilateralista de la administración Trump, apostó por la cooperación con los aliados -y también con la propia China en ámbitos como la política climática o de no proliferación, en los que Washington y Pekín perseguían objetivos similares o, al menos, compatibles. Los esfuerzos de EEUU y sus aliados por adoptar posiciones comunes frente a China dieron sus frutos en las declaraciones adoptadas por la cumbre del G7 y la OTAN en la primavera de 2022.

Desde la perspectiva de la República Popular, estos diferentes enfoques de las últimas administraciones estadounidenses sólo representaban variaciones sobre un mismo tema. El leitmotiv constante de la política estadounidense hacia China es, por tanto, socavar la pretensión de poder del PCCh.

La política estadounidense hacia China

Imagen de sí mismo y percepción de su papel: Estados Unidos no se aparta de su posición de liderazgo. En Estados Unidos, el ascenso de China se percibe como un desafío fundamental al orden mundial y a su propia posición en él. Esta percepción es el resultado de una concepción históricamente cultivada del papel de Estados Unidos como líder mundial que está anclada en el discurso y muy extendida entre las élites de la política exterior. Según esta concepción, el país es el garante del "orden basado en normas" o del "orden internacional liberal", que es bueno no sólo para los propios Estados Unidos, sino para el mundo en su conjunto. En el discurso, no se suele distinguir entre los intereses estadounidenses y los objetivos universalistas.

En este contexto, el discurso no suele distinguir entre los intereses estadounidenses y los objetivos universalistas. Bajo esta concepción del papel de Estados Unidos subyace una identidad nacional específica, denominada en la investigación "excepcionalidad estadounidense", cuyas raíces se remontan a la época anterior a la independencia. Una misión histórica y una política exterior basada en la moral se derivan del mito fundacional de una república basada en valores liberales y en la rebelión contra la opresión. Tras la Segunda Guerra Mundial, Washington creó un sistema multilateral de normas y organizaciones internacionales que contribuyó tanto a la institucionalización de las prioridades estadounidenses como a la estabilización de la política internacional. A pesar de la confrontación del bloque con numerosas guerras indirectas en países del Sur global, el modelo resultó exitoso desde la perspectiva de EEUU, que no vio razón alguna para distanciarse del concepto de estabilidad hegemónica tras el fin de la Unión Soviética.

Con su autoimagen excepcionalista y el éxito de la Pax Americana, EEUU justifica también su estatus de potencia de Asia-Pacífico cuyas relaciones de alianza sirven para mantener el equilibrio en Asia. Este papel como garante de la seguridad de sus aliados -explícitamente sobre todo para Japón y Corea del Sur, algo menos explícitamente (palabra clave "ambigüedad estratégica") también para Taiwán- es en gran medida indiscutible en EE.UU. y también es bien acogido por los gobiernos de los respectivos Estados socios.

Como presidente, Trump rompió radicalmente con el enfoque tradicional liberal-internacionalista. Fue un síntoma del declive del consenso sobre un rumbo de hegemonía liberal, así como un acelerador de la crisis de la gobernanza global estadounidense. No obstante, siguen siendo minoritarias las voces del establishment del país que sostienen que EEUU debería abandonar su pretensión de liderazgo.

Percepción de China en EEUU

En los últimos años, las élites y el público estadounidense en general han llegado a creer que China representa una amenaza para los intereses y la seguridad nacional de Estados Unidos. El planteamiento de abrir el sistema chino mediante estrechas relaciones económicas se considera un fracaso; de hecho, se dice que, en primer lugar, ha puesto a China en situación de alcanzar a EE UU.

Las élites de la política exterior

En el Congreso estadounidense hay consenso en que esta amenaza sólo puede contrarrestarse con fuerza económica y militar. Tanto republicanos como demócratas adoptan cada vez más una postura de confrontación con China. Ningún partido quiere exponerse a acusaciones de debilidad.

En el verano de 2022, por ejemplo, varios congresistas republicanos apoyaron la polémica visita a Taiwán de la demócrata Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes. El republicano Kevin McCarthy, que la sucedió en el cargo a principios de 2023, también tiene intención de visitar Taiwán. Se volvieron a conceder mayorías bipartidistas a la Ley CHIPS y de Ciencia, un proyecto de ley para hacer a Estados Unidos más competitivo frente a China en el sector de la alta tecnología, incluso mediante subvenciones a los fabricantes de semiconductores.

China como rival y amenaza: esta narrativa es cada vez más frecuente en la comunidad estratégica estadounidense. Los asesores de Biden comparten, en general, la percepción de China como el mayor desafío geopolítico a medio plazo. La Estrategia de Seguridad Nacional de la actual administración estadounidense afirma que la República Popular es "el único competidor que pretende remodelar el orden internacional y que, cada vez más, cuenta con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para avanzar en esa agenda". El secretario de Estado, Antony Blinken, califica a China como el desafío más serio a largo plazo para el orden internacional.

La postura de la administración se inscribe en un discurso más amplio entre la élite de la política exterior de Washington. En la comunidad estratégica, formada por numerosas instituciones de investigación y grupos de reflexión, se observa que, a pesar de la gran variedad de voces sobre la relación sino-estadounidense, la narrativa de China como rival y amenaza está ganando cada vez más terreno.

Como mucho en el tono, pero difícilmente en el fondo, los análisis de los gabinetes estratégicos conservadores o afiliados a los republicanos (como el American Enterprise Institute o la Heritage Foundation) difieren de los de instituciones más asociadas a los demócratas (como el Center for a New American Security o el Center for American Progress). La Brookings Institution, el Council on Foreign Relations y la RAND Corporation, que se proclaman apartidistas, también se mueven dentro de esta corriente dominante de la política china.

Sólo el libertario Cato Institute y el relativamente nuevo Quincy Institute for Responsible Statecraft adoptan una postura fundamentalmente distinta. Los autores del Cato destacan los efectos positivos del libre comercio con China para la economía estadounidense. La crítica del Quincy Institute (QI) al enfoque predominante es algo más amplia y general. La página del Programa de Asia Oriental del Instituto afirma:

China desafía los intereses de Estados Unidos en algunas áreas importantes, al tiempo que ofrece una oportunidad de cooperación en otras, sobre todo en la lucha contra el caos climático. El QI se opone a la tendencia de Washington a exagerar la amenaza que supone una China en ascenso. En lugar de intentar en vano mantener el dominio militar en Asia Oriental, el QI desarrolla conceptos y vías para que Estados Unidos busque un equilibrio de poder estable en la región basado en un compromiso diplomático y económico más profundo.

El Instituto Quincy está financiado por donantes y fundaciones de un amplio espectro político que incluye a la conservadora-libertaria Fundación Charles Koch, así como a la liberal de izquierdas Open Society Foundations.

La opinión pública estadounidense

La opinión pública estadounidense también considera ahora a China como un desafío para la seguridad. Entre febrero de 2020 y febrero de 2021, según las encuestas de Gallup, el número de ciudadanos estadounidenses que perciben al país como el "mayor enemigo" de Estados Unidos se duplicó, pasando del 22% al 45%. El 63% ve el poder económico de la República Popular como una amenaza crítica, lo que supone un aumento de 17 puntos porcentuales en dos años. Según una encuesta realizada en 2020 por el Chicago Council on Global Affairs, el 55% considera a China una amenaza crítica, y otro 40% una amenaza "no crítica pero aún significativa". Tanto entre las élites como entre el público en general, la percepción de la amenaza es mayor entre los republicanos que entre los demócratas, y más elevada entre los líderes republicanos.

Dos discursos en particular han contribuido al deterioro de la imagen de China entre la opinión pública estadounidense. La primera se basa en la percepción de que el auge económico del país se ha producido a expensas del empleo en Estados Unidos. Muchos culpan a China de recortar puestos de trabajo estadounidenses, especialmente en el sector manufacturero, al trasladar la producción a Asia. En este contexto, las críticas tradicionales al libre comercio desde la izquierda están convergiendo con un nuevo populismo que Donald Trump ha afianzado en el Partido Republicano. La imagen de China aprovechándose de EEUU fue un factor importante en la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de 2016.

La segunda narrativa culpa a Pekín de la pandemia del Covid 19. Como país de origen de Corona, China gestionó la epidemia de forma poco transparente, especialmente en las primeras semanas tras el brote, lo que dificultó la lucha eficaz contra la propagación del virus. Trump influyó en la percepción del público estadounidense al culpar a China exclusivamente de Covid-19 durante el año de campaña electoral de 2020, probablemente para distraer la atención de sus propios fracasos en la gestión de la pandemia. Como consecuencia de las declaraciones del presidente, que se refería constantemente al "virus chino", el número de ataques racistas contra miembros de minorías asiáticas se disparó en Estados Unidos. El secretario de Estado de Biden, Blinken, se vio obligado a condenar los ataques racistas contra asiáticos en su discurso político sobre China de mayo de 2022.54

Intereses organizados: El sector privado

Gran parte de la comunidad empresarial estadounidense no quiere renunciar a los rentables negocios con China. Tras los años de Trump, esperaban una normalización de las relaciones comerciales. Sin embargo, todas las empresas que operan en China se ven obligadas a adaptarse a las condiciones del país. Para Apple, actualmente la empresa más valiosa del mundo, la República Popular es a la vez un importante centro de producción y un mercado lucrativo. Apple almacena los datos de los clientes chinos en servidores situados en el propio país, donde no están a salvo del acceso de las autoridades, y aplica las exigencias de censura de Pekín en su propia App Store.  El gobierno chino consigue en repetidas ocasiones impedir que las empresas estadounidenses critiquen a la República Popular amenazándolas con la exclusión del mercado.

Aunque la mayoría de las empresas prefieren que el comercio con China sea lo menos restrictivo posible, determinados sectores se benefician de medidas proteccionistas como aranceles protectores y subvenciones nacionales. Los aranceles a la importación, por ejemplo, ayudan a la industria siderúrgica estadounidense, y los fabricantes de semiconductores pueden contar con subvenciones en virtud de la Ley CHIPS y de Ciencia. La competencia con China también es instrumentalizada por algunas empresas para evitar regulaciones impopulares en Estados Unidos. Las grandes empresas tecnológicas estadounidenses, cada vez más en el punto de mira de las autoridades y del Congreso debido a su poder de mercado, intentan evitar las medidas antimonopolio con el argumento de que una regulación más estricta perjudicaría la competencia con China por la supremacía tecnológica.

La percepción estadounidense del conflicto

El punto de partida de muchos análisis estadounidenses es la valoración de que EE.UU. ha sido demasiado blando con China durante las dos últimas décadas. En particular, la esperanza de que la integración de China en el comercio mundial llevaría también a la liberalización social ha resultado falsa. En su lugar, China ha explotado la buena voluntad de EE.UU. para poder desafiar a Estados Unidos.

A diferencia de la Administración Trump, la Administración Biden reconoce que la coordinación y la cooperación con China son necesarias para hacer frente a los problemas transnacionales y globales. Los ámbitos políticos mencionados con frecuencia son la lucha contra el cambio climático, la política sanitaria, el control de armamentos y el mantenimiento de la estabilidad en los mercados financieros internacionales. Más allá de éstas, sin embargo, la relación entre Washington y Pekín está cada vez más determinada por la competencia político-poder.

La creciente securitización de la competencia

Desde la perspectiva estadounidense, la competencia con China tiene dimensiones económicas, militares y tecnológicas estrechamente interrelacionadas.

Desde el punto de vista estadounidense, la competencia con China tiene dimensiones económicas, militares y tecnológicas estrechamente interrelacionadas. En las relaciones económicas, las críticas estadounidenses se centran en las prácticas que distorsionan la competencia. Por ejemplo, el modelo chino de capitalismo de Estado permite a sus propias empresas, con la aprobación o incluso la ayuda activa del Estado, hacer caso omiso de la protección de la propiedad intelectual y, por tanto, de las tecnologías apropiadas. Además, las empresas estatales están subvencionadas; mediante precios bajos pueden obligar a los competidores internacionales a abandonar el mercado, como ocurrió, por ejemplo, en el sector fotovoltaico.

En el contexto del desarrollo económico y del gasto militar de Pekín, la superioridad técnica es cada vez más importante en la carrera armamentística entre Estados Unidos y China. También aquí la República Popular se está poniendo al día. Los autores de un análisis para el Belfer Center for Science and International Affairs de la Universidad de Harvard concluyen que la era de la supremacía estadounidense ha terminado irremediablemente.

En la competición, la investigación sobre las tecnologías del futuro ocupa un lugar destacado, porque se consideran la base tanto de una economía competitiva como de la superioridad militar. Entre ellas se encuentran la expansión de una infraestructura de datos de alta velocidad (5G), la computación cuántica, la producción de semiconductores, la inteligencia artificial, la biotecnología y la energía verde.

La autocensura estadounidense en el deporte y el espectáculo

En 1996, dos estudios cinematográficos provocaron la ira de las autoridades chinas. Las películas en cuestión eran Kundun y Siete años en el Tíbet, ambas sobre la vida del Dalai Lama. Desde entonces, Hollywood ha evitado los temas que pudieran irritar a Pekín. Sin embargo, el ejemplo de la película de 2022 Top Gun: Maverick demuestra que los estudios estadounidenses tienen que tener cada vez más en cuenta las protestas que se producen en su propio país contra este tipo de autocensura. En la película original de 1986 Top Gun, el piloto Maverick, interpretado por Tom Cruise, llevaba una bandera de Taiwán en su chaqueta. En la secuela, al principio no se veía. Después de que la empresa china Tencent, que estaba implicada en un principio, renunciara a financiar la película, se volvió a insertar la bandera.

El trato con China también es un problema en el deporte. En 2019, un directivo del equipo de baloncesto Houston Rockets criticó en Twitter las acciones de Pekín en Hong Kong. Como consecuencia, la cadena estatal china CCTV dejó de retransmitir partidos de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA). La NBA estimó las pérdidas resultantes en 400 millones de dólares estadounidenses. En 2021, el jugador de baloncesto Enes Kanter, de los Boston Celtics, atacó en Twitter la política de Xi Jinping en el Tíbet; además, durante varios partidos llevó zapatillas con lemas sobre temas como el Tíbet, los uigures y Taiwán. Los proveedores chinos suspendieron las retransmisiones de los partidos de los Celtics, y Kanter apenas jugó después. Los partidos de la NBA vuelven a emitirse en la televisión china desde marzo de 2022. Los atletas se guardan las críticas, también para no perder sus contratos con los patrocinadores.

Dado que las innovaciones relevantes en EE.UU. son producidas en gran parte por universidades e instituciones de investigación privadas, éstas también se ven cada vez más atrapadas en el conflicto sino-estadounidense. Como parte de la "Iniciativa China" introducida por la administración Trump para combatir las amenazas a la seguridad procedentes de China, la Oficina Federal de Investigación (FBI) emprendió acciones penales contra académicos a los que acusaba de ocultar contactos con instituciones chinas. Los académicos de origen chino se sintieron expuestos a la sospecha general. Como consecuencia, cada vez son más los que se trasladan a China. En respuesta a los casos fallidos y a las acusaciones de discriminación, el Departamento de Justicia, bajo la presidencia de Biden, endureció los requisitos para las investigaciones penales. No obstante, persiste una gran incertidumbre entre el grupo de afectados.

Democracia frente a autocracia

El antagonismo entre Estados Unidos como democracia y la China autoritaria, que pretende controlar todos los aspectos de la vida de su pueblo, ha cobrado relevancia bajo la administración Biden y ha enturbiado aún más las relaciones bilaterales. La represión contra los disidentes y las minorías ha aumentado enormemente en la República Popular, al tiempo que Pekín ha ignorado la autonomía de Hong Kong y centralizado todo el poder de decisión en la persona de Xi Jinping. Estas tendencias fomentan la percepción estadounidense de que China no es solo una clásica rivalidad entre grandes potencias, sino un conflicto sistémico. Es probable que esta opinión reciba un mayor impulso por el hecho de que Pekín se haya negado hasta ahora a condenar la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania.

Mientras que el presidente Trump ha ignorado en gran medida la situación de los derechos humanos en China, la administración Biden ha sido muy dura en sus críticas. Funcionarios de la Administración, como el secretario de Estado Blinken, han descrito el trato que reciben los uigures como un "genocidio cultural". Declaratoriamente, Biden hizo inicialmente de la defensa de la democracia en todo el mundo frente a las tendencias autoritarias una piedra angular de su política exterior, como quedó claro en la Cumbre para la Democracia celebrada en diciembre de 2021. Entretanto, la Estrategia de Seguridad Nacional dejó claro que EEUU también cooperará con países no democráticos si están interesados en un orden estable basado en normas.

Condiciones para la aceptación del ascenso de China

En última instancia, en el discurso estadounidense sigue sin responderse la pregunta de en qué condiciones se estaría dispuesto a aceptar que China alcance a Estados Unidos o incluso lo sustituya como potencia hegemónica mundial. Más allá de la cuestión de los derechos humanos, el factor decisivo es qué intenciones se atribuyen a Pekín para el futuro orden mundial. Mientras domine la opinión de que China alberga intenciones revisionistas, EEUU hará todo lo que esté en su mano para impedir el ascenso de la República Popular. Esto exacerba el dilema de seguridad entre las dos potencias. Otras interpretaciones de las intenciones de China son claramente minoritarias en el discurso actual. La Estrategia de Seguridad Nacional afirma:

[Rusia y China] han llegado a la conclusión de que el éxito de un orden internacional libre y abierto basado en normas supone una amenaza para sus regímenes e inhibe sus ambiciones. De distintas maneras, ahora tratan de cambiar el orden internacional para crear un mundo propicio a su tipo de autocracia altamente personalizada y represiva.

La concepción excepcionalista que Estados Unidos tiene de su papel también sugiere que tendría problemas con cualquier competidor que desafiara la hegemonía estadounidense. Esto también se ve respaldado por la experiencia de la década de 1980, cuando las élites estadounidenses reaccionaron en parte con una alarma similar ante la posibilidad de que el democrático y pacifista Japón pudiera superar económicamente a Estados Unidos.

Estructuras de la política exterior y procesos de toma de decisiones en EEUU

En EEUU, el presidente determina las directrices de la política exterior. Al mismo tiempo, el poder ejecutivo dispone de diversos instrumentos diplomáticos, de defensa y de política comercial en sus relaciones con China. Además del Departamento de Estado, el Departamento de Defensa y el Asesor de Seguridad Nacional, el Departamento de Comercio y el Representante de Comercio de EEUU, en particular, desempeñan un papel central en la formulación de la estrategia estadounidense respecto a China, debido a la interdependencia económica.

Los miembros del Congreso tienen predilección por la "política exterior al margen", como demostró la visita de Nancy Pelosi a Taiwán en el verano de 2022.

El Congreso limita el margen de maniobra del ejecutivo principalmente a través de la legislación presupuestaria. Pero también da forma al debate político celebrando audiencias, aprobando resoluciones y cultivando sus propias relaciones con el exterior. Hasta qué punto sus miembros pueden influir en las relaciones entre Estados Unidos y China con su propia agenda quedó demostrado con la visita de Nancy Pelosi a Taiwán a principios de agosto de 2022. Aunque es una de las aliadas más importantes del presidente Biden como presidenta del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, impulsó el viaje en contra de su consejo, creando así una tensión considerable con Pekín. China respondió con maniobras militares y sanciones contra Taiwán. Los miembros del Congreso elegidos independientemente del poder ejecutivo tienen ciertamente una predilección por la "política exterior al margen", lo que dificulta un planteamiento estratégico coherente.

El Congreso es también el vehículo a través del cual la opinión pública y los intereses organizados hacen oír su voz. Sin embargo, la influencia de la población en general sobre la política china de Washington es bastante limitada, ya que la mayoría de las decisiones electorales no se toman en función de cuestiones de política exterior. Sin embargo, con su creciente proteccionismo, la política estadounidense responde sin duda a un estado de ánimo percibido en casa. A su vez, los congresistas son cualquier cosa menos inmunes a las preocupaciones de los grupos de interés y los grupos de presión, ya que tienen una enorme necesidad de donaciones para la campaña. Las representaciones empresariales especialmente bien dotadas financiera y organizativamente, como la Cámara de Comercio de Estados Unidos, tienen tradicionalmente un fuerte acceso a los miembros del Congreso. Sin duda, la securitización de la política hacia China y las crecientes reservas sobre un rumbo comercial liberal están haciendo que la influencia del lobby empresarial disminuya. No obstante, es probable que se le siga escuchando cuando se trate de dar forma a medidas como aranceles, prohibiciones a la exportación y sanciones.

Estrategias e instrumentos estadounidenses: Desacoplamiento y contención

Tras una fase inicial caracterizada por la continuidad, la administración Biden está creando hechos que apuntan a un mayor endurecimiento de la política estadounidense hacia China. En contraste con el accionismo más bien impulsivo de la administración Trump, las diversas medidas lanzadas en 2022 están confluyendo para formar una estrategia coherente.

La Ley CHIPS y la Ley de Ciencia

En agosto de 2022, el Congreso aprobó la Ley CHIPS y de Ciencia; señala el regreso de EE.UU. a una política industrial estatal activa. Esto también es una respuesta a la iniciativa "Made in China 2025" de Pekín. El objetivo del paquete legislativo es aumentar la competitividad estadounidense en el sector de la alta tecnología. El primer elemento, la Ley CHIPS, incluye la provisión de 52.700 millones de dólares estadounidenses para promover la producción de chips informáticos en Estados Unidos. De esta cantidad, 39.000 millones de dólares se destinan a animar a los fabricantes de chips informáticos a ampliar la producción nacional mediante incentivos financieros como subvenciones, préstamos, garantías de crédito y desgravaciones fiscales. La investigación y el desarrollo, así como la formación en los campos correspondientes, se fomentarán con 13.200 millones de dólares. Los fabricantes de semiconductores como Intel, TSMC y Samsung ya han anunciado que establecerán nuevas plantas en Estados Unidos.

El segundo elemento del paquete, la Ley de Investigación y Desarrollo, Competencia e Innovación, prevé otros 170.000 millones de dólares para investigación y desarrollo en campos relevantes. Entre ellos figuran la inteligencia artificial (IA), los semiconductores, la computación cuántica, la robótica, la tecnología de las comunicaciones, la biotecnología y la energía verde. También se fomentará la educación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas para satisfacer la necesidad de la industria de alta tecnología de contar con personal cualificado entre la población nacional. La ley tiene tres efectos previstos. En primer lugar, se pretende mejorar la resistencia del sector tecnológico estadounidense frente a la escasez de oferta; en segundo lugar, en línea con el enfoque de "Política Exterior para la Clase Media", se pretende reforzar la industria nacional mediante puestos de trabajo atractivos, y en tercer lugar, se pretende aumentar la competitividad tecnológica frente a China. En este sentido, la Ley CHIPS y de Ciencia recibió apoyo bipartidista.81

Nuevos controles a la exportación de semiconductores avanzados

El 21 de octubre de 2022, la administración Biden anunció nuevos controles a la exportación de ciertos tipos de chips informáticos. Tras un largo e infructuoso esfuerzo por impedir que los chips procedentes de Estados Unidos se utilizaran para tecnología militar china, el gobierno estadounidense introdujo requisitos de licencia para la exportación de algunos semiconductores. Los chips más avanzados, que tienen grandes capacidades de cálculo y altas tasas de intercambio de datos y son adecuados para conectar en red procesadores en superordenadores para sofisticados modelos de inteligencia artificial, se ven especialmente afectados. Los controles son exhaustivos: afectan a los propios chips, pero también al software, los componentes y las máquinas que son necesarios para el desarrollo de nuevos chips. Se trata de tecnología que China no podrá producir fácilmente por sí misma en los próximos años. Aunque las medidas se dirigen a los chips más modernos, especialmente adecuados para el desarrollo de la inteligencia artificial, cabe esperar consecuencias imprevistas debido al uso versátil de los semiconductores y a la complejidad de las especificaciones. Las exportaciones europeas de los productos en cuestión también requieren autorización porque se basan en propiedad intelectual de EE.UU.

Desvinculación y contención

Con la Ley CHIPS y los controles a la exportación de semiconductores, la administración Biden da cuerpo a dos conceptos hasta ahora principalmente teóricos: Desacoplamiento y Contención. Dado que se considera que el planteamiento de provocar un cambio en la política de Pekín mediante relaciones estrechas e intercambios económicos ha fracasado, ha habido controversia sobre hasta dónde llegar para desvincular la economía estadounidense de la china. Esto incluye la cuestión de hasta qué punto impedir activamente el progreso tecnológico de China y el consiguiente ascenso económico del país.

En un extremo del espectro están quienes creen que el actual modus vivendi pone a Estados Unidos en desventaja y acelera su sustitución como primera economía por China. Derek Scissors, del neoconservador American Enterprise Institute, por ejemplo, aboga por una desvinculación parcial, ya que ni los incentivos comerciales ni las medidas punitivas han cambiado la política china.

Entre las medidas propuestas figuran el control de las importaciones de productos procedentes de China cuya producción haya sido posible gracias al robo de propiedad intelectual o a subvenciones, así como controles más estrictos de la transferencia de tecnologías sensibles. Asimismo, se recomienda que las cadenas de suministro de bienes relevantes para la política de seguridad lleguen a EEUU a través de subvenciones y que se limiten más estrictamente las inversiones estadounidenses en la República Popular, ya sean directas o en forma de inversiones de capital.

Por el contrario, representantes de institutos orientados a los negocios sostienen que el libre comercio y la cooperación económica tendrían efectos positivos para ambas partes. Carl Bergsten, del Instituto Peterson de Economía Internacional, aboga por mantener un sistema económico y comercial abierto e interdependiente. Pide una política de "cooperación competitiva condicional" entre Estados Unidos y China y advierte contra las tendencias proteccionistas.

Con la combinación de controles a la exportación y subvenciones a la producción nacional, la administración Biden ha dado un paso importante hacia la desvinculación. Al mismo tiempo, es un intento de contener el desarrollo de capacidades militares por parte de China. El término contención fue una piedra angular de la estrategia estadounidense en el conflicto Este-Oeste; describía el objetivo de limitar la influencia soviética en otros Estados. En relación con la China actual, el objetivo es evitar que terceros países se conviertan en chantajeables mediante la dependencia económica unilateral de la República Popular o que emulen el modelo de desarrollo chino con su autoritarismo. Al mismo tiempo, se trata de impedir que China supere el poderío militar estadounidense con la ayuda de las modernas tecnologías occidentales. El control de las exportaciones contribuye a esto último. Como el término "contención" da la impresión de que en general se quiere frenar el desarrollo de China, el gobierno estadounidense lo evita. En su lugar, subraya que no se trata de negar a la República Popular el crecimiento económico o el lugar que le corresponde en el orden internacional. Pero las últimas medidas de Washington se interpretan de este modo, al menos por parte de China.

Mientras que los Estados asiáticos quieren desmantelar las barreras comerciales, a Estados Unidos le preocupa proteger los puestos de trabajo nacionales.

La Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense subraya que quiere evitar la formación de un nuevo bloque y no obligar a otros Estados a elegir bando. Muchos de ellos tendrían interés en un orden basado en normas, abierto y estable, independientemente de su tipo de régimen. Esta afirmación tiene en cuenta tres cosas. En primer lugar, no todos los Estados de Asia Oriental y Sudoriental son democráticos, y plantear la rivalidad entre Estados Unidos y China como una oposición entre democracia y autocracia no ayuda a vincular más estrechamente a los gobiernos regionales con Estados Unidos. 

En segundo lugar, incluso los aliados democráticos de Estados Unidos -como Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur- están tan entrelazados económicamente con China que renunciar al comercio con el país no es una opción para ellos. Y en tercer lugar, Washington no está dispuesto actualmente a conceder a los Estados asiáticos un mejor acceso al mercado estadounidense mediante acuerdos de libre comercio, que podrían reducir su dependencia de China y permitir a Estados Unidos establecer sus propias normas en materia de tecnología, legislación laboral y protección del medio ambiente. Las exigencias de la parte asiática de desmantelar las barreras comerciales entran en tensión con los esfuerzos estadounidenses por proteger el empleo nacional en el marco de la "Política Exterior para la Clase Media". 

A pesar de las distintas valoraciones dentro de la Administración, los planteamientos proteccionistas dominan en ella, porque muchos emplazamientos industriales se encuentran en Estados indecisos que son especialmente importantes para los resultados electorales. Para compensar el estancamiento en el desmantelamiento de las barreras comerciales frente a los Estados asiáticos, el Gobierno estadounidense está intentando avanzar en la cooperación a través de un Marco Económico Indo-Pacífico. Se centra en ámbitos como la tecnología digital, las cadenas de suministro, la política climática, las infraestructuras y las normas laborales.

Las condiciones internas de la política exterior

Los analistas estadounidenses subrayan la importancia de las condiciones políticas internas a la hora de competir con éxito con China. En este contexto, la política exterior empieza "en casa" en dos aspectos. El primer aspecto se refiere a la capacidad del sistema político para resolver problemas. En los últimos tiempos, la gestión de los agravios se ha visto a menudo bloqueada porque, por un lado, en Estados Unidos existen instituciones diseñadas para el compromiso y, por otro, la fuerte polarización partidista impide las concesiones necesarias. Incluso tareas habituales como aprobar el presupuesto, elegir funcionarios o participar en acuerdos internacionales se ven afectadas por la guerra de trincheras ideológicas. El resultado es un retraso en las reformas.

En segundo lugar, desde el punto de vista de la política exterior, también se plantea la cuestión de hasta qué punto la democracia estadounidense está a la altura de los ideales que ella misma proclama. Las dudas al respecto surgen, por ejemplo, por la enorme desigualdad social del país, la persistente discriminación estructural de las minorías y las injusticias en la aplicación de la ley. Además, a menudo hay decisiones políticas que no reflejan la posición mayoritaria. Esto se debe al papel de la financiación poco transparente de las campañas, a los sesgos inherentes a la representación de los votantes y a un Tribunal Supremo cada vez más descaradamente político. 

Estas dificultades dañan la reputación de Estados Unidos en el extranjero y reducen la ventaja de poder blando de la que goza en la competencia sistémica con China. La pérdida de confianza en los procesos democráticos ha alcanzado en Estados Unidos un nivel que amenaza la estabilidad del sistema constitucional, advierten los observadores. La negativa de Donald Trump a reconocer su derrota electoral y permitir un traspaso pacífico del poder ha llevado a muchos representantes y votantes del Partido Republicano a cuestionar por completo la integridad de las elecciones. Al mismo tiempo, este bando está tratando de asegurarse sus propias mayorías mediante métodos que contradicen los ideales democráticos.

Pocas perspectivas de cambio de rumbo

Las posiciones actuales de los partidos y la dinámica descrita en el establishment de Washington no sugieren que bajo el liderazgo republicano se produzca un gran cambio en el curso fundamental de la política estadounidense hacia China. Poco probable, pero concebible, sería un cambio de rumbo bajo un presidente que ponga en práctica el aislacionismo, tal y como lo articulan en parte Trump y sus simpatizantes en el Congreso, de forma más consistente que en el pasado.94 Sin pretensiones de liderazgo global o de hacer cumplir los derechos humanos, un presidente así podría llegar a un tipo de consenso mínimo nacionalista-proteccionista. Las consecuencias para Estados Unidos y el mundo serían incalculables.

La percepción estadounidense de Europa

La actual administración estadounidense es muy consciente de la necesidad de contar con aliados en su lucha competitiva con China. Un foro central para la cooperación transatlántica es el Consejo de Comercio y Tecnología, creado bajo el mandato de Biden y en el que Washington y la UE debaten principalmente cuestiones de política comercial y tecnológica. Aunque oficialmente se subraya que el organismo no está dirigido contra China, la estrecha coordinación en cuestiones como las normas o las cadenas de suministro debe considerarse claramente en el contexto de la rivalidad sino-estadounidense.

Washington es consciente de que Alemania tiene una voz importante en la UE como nación económica más fuerte. Al mismo tiempo, existe un pronunciado escepticismo por parte estadounidense sobre si Alemania evalúa correctamente los riesgos derivados de la dependencia de su economía de exportación del mercado chino. Por este motivo, los intentos de Berlín de promover un enfoque más moderado hacia China también son recibidos con desconfianza en Estados Unidos. 

El comportamiento del gobierno alemán se percibe, en el mejor de los casos, como una adhesión ingenua al planteamiento del "cambio a través del comercio" y, en el peor, como el predominio de los intereses económicos a corto plazo sobre consideraciones de principio o estratégicas. En el pasado reciente ha habido varias ocasiones para que se produjeran las correspondientes irritaciones en la relación entre EE.UU. y Alemania y la Unión Europea. En diciembre de 2020, por ejemplo, la UE concluyó las negociaciones con China sobre un Acuerdo Global de Inversiones poco antes de que Biden asumiera el cargo, y en noviembre de 2022 la canciller alemana viajó a Pekín de forma puramente bilateral -sin representantes de la UE ni de otros Estados miembros y como primera jefa de gobierno occidental tras la confirmación de Xi Jinping en el Congreso del PCCh.

La política de China hacia Estados Unidos

Autoimagen y percepción del papel: el sueño chino. La visión china del mundo es históricamente sinocéntrica, mientras que al mismo tiempo el país sufre la percepción de haber sido privado de su pretendido papel central en el mundo. Desde las Guerras del Opio del siglo XIX y la posterior humillación por parte del imperialismo occidental, China se ha visto a sí misma en un papel de víctima. Tras la fundación de la República Popular en 1949, fue la política estadounidense de contención a la que se enfrentó el país bajo su nuevo liderazgo comunista. Hasta el día de hoy, esta narrativa victimista sirve al PCCh para justificar la necesidad de China de recuperar su antigua fuerza. En 1978, Pekín proclamó la "política exterior independiente de paz" (duli zizhu de heping duiwai zhengce), que existe oficialmente hasta hoy. 

Según esta concepción, la República Popular está dispuesta a cooperar con todo el mundo en política exterior. Esto la diferencia del pensamiento de "suma cero" (linghe) en el que se basa el sistema de alianzas estadounidense. Aquí ya se manifiesta la idea de un orden multipolar, en el que el dominio estadounidense se ve equilibrado por otras potencias. Según Weggel, en la década de 1980 la idea de que "la reducción de la influencia de las dos superpotencias fomentaría una saludable multipolaridad [...] empezó a correr como un hilo rojo por el mundo de las ideas de política exterior".95 El punto de partida de las ideas chinas sobre el orden internacional es, pues, su propia pretensión de ser una potencia mundial y, por tanto, de tener que superar la posición hegemónica global de EE UU -y hasta 1990 también de la Unión Soviética-.

Las alianzas no forman parte de la visión china del mundo. Los líderes del PCCh interpretan tradicionalmente de forma negativa los sistemas de alianzas dirigidos contra otros. La OTAN, por ejemplo, es una "reliquia de la Guerra Fría" (lengzhan chanwu) en la jerga de Pekín, ya que su único propósito es contener a los Estados amenazadores y expansionistas. Esto explica que la República Popular no esté dispuesta -al menos formalmente- a conseguir aliados firmes. Según el PCCh, China "no tiene alianzas, sólo amigos"; las "amistades", sin embargo, sólo sirven en beneficio propio y no se basan en conceptos comunes de valores y orden. Incluso el acercamiento entre Washington y Pekín a principios de la década de 1970, iniciado por el experto en política exterior estadounidense Henry Kissinger, se produjo (por ambas partes) sobre un trasfondo puramente geopolítico; desde el punto de vista chino, sólo jugaban un papel sus propios intereses de seguridad, los aspectos ideológicos eran secundarios.

Ser paciente ha sido la máxima de la política exterior china desde Deng Xiaoping, según su famosa cita: "Ejercer la moderación hasta que llegue el momento oportuno" (tao guang yang hui). Según esta máxima, China debería concentrarse en su propio desarrollo antes de poder, con una prosperidad cada vez mayor, cambiar el orden mundial existente según sus propios intereses. Aunque China y Estados Unidos lograron ampliar su cooperación económica y ponerse de acuerdo en principio sobre preocupaciones comunes, la relación mutua siguió marcada por la incomprensión y la desconfianza. Según Shambaugh, las relaciones de Pekín estaban moldeadas por la perspectiva del "bello imperialista", que incluía ciclos de amistad y enemistad.

La toma de posesión de Xi Jinping como líder del partido y del Estado en 2012/13 marcó el inicio de una nueva etapa para el papel de China en la política mundial. Así lo representan sus famosas palabras sobre el "sueño chino", que en esencia propagan el "retorno" de China a una posición dominante en Asia Oriental y a la posición de potencia mundial respetada. Xi se apartó así de la máxima de moderación de Deng. En su opinión, el ascenso de China también le daba derecho a un nuevo estatus como actor global, más allá de la anterior noción de "potencia parcial", según la cual China aún no tenía la influencia propia de una potencia mundial. El concepto del "ascenso pacífico de China" (zhongguo heping jueqi) fue formulado en 2003 por el entonces presidente Hu Jintao para contrarrestar la preocupación internacional por el aumento de poder del país.

Percepción de EE UU en China

Incluso antes de que Xi asumiera el cargo, el discurso de la política exterior china (al igual que el estadounidense) estaba cada vez más marcado por la cuestión de la intensificación del conflicto entre la primera potencia mundial y su competidor. A más tardar desde la crisis financiera mundial de 2008, Pekín consideraba inevitable el declive de EEUU y el ascenso de China como potencia mundial. Según esta interpretación, fueron las peculiaridades del capitalismo de Estado chino las que protegieron en gran medida al país del "contagio" de la crisis. Esto se consideró una prueba de la superioridad del "socialismo con características chinas" y de que China estaba (re)evolucionando hacia el capitalismo de Estado. El partidario de la línea dura Yan Xuetong, en su artículo del New York Times "How China Can Defeat America" (Cómo China puede derrotar a Estados Unidos), abogaba ya en 2011 por un papel más destacado del país en la escena mundial, también en rivalidad con Estados Unidos.

 Durante una visita a EE.UU. en 2012, Xi, entonces futuro presidente, habló de un "nuevo tipo de relaciones de gran potencia en el siglo XXI". En 2014, Xi amplió esta idea de un orden mundial con China y EE.UU. en el centro para incluir el concepto de "diplomacia de grandes potencias con carácter chino" (zhongguo tese daguo waijiao), que aspira a que las "relaciones entre grandes potencias" sean más ventajosas para China.

En China, la narrativa dominante es la del declive de Occidente y la hegemonía estadounidense.

Según este enfoque, las relaciones entre grandes potencias son cooperativas siempre que ambas partes respeten los intereses nacionales básicos de la otra. En el caso de China, éstos son 

  1. el mantenimiento del poder del Partido Comunista, es decir, la estabilidad del sistema político, 
  2. la integridad territorial de China, incluidos Taiwán, Hong Kong, etc., incluso cuando sea objeto de disputa internacional, y 
  3. la continuación de su propio desarrollo económico y social por la vía socialista. 

Bajo el mandato de Xi, salvaguardar estos intereses fundamentales se ha convertido en un principio de hierro de la política exterior china, junto con la expectativa de que EE.UU. los reconozca. Desde el punto de vista de China, las diferencias entre las dos grandes potencias no excluyen la cooperación y los objetivos comunes, pero Pekín deja igualmente claro que una cooperación más estrecha no debe ir en detrimento de los intereses fundamentales chinos. La República Popular parece decidida a definir sus intereses de forma cada vez más exhaustiva. Así, también resulta cada vez más difícil separar el conflicto de la cooperación.

Según la opinión predominante en la clase política china actual, las relaciones sino-estadounidenses se están desarrollando en el plano de las potencias mundiales, en el que los propios Estados Unidos adquieren cada vez más influencia. La narrativa dominante es que el declive de la hegemonía estadounidense es el punto de partida de la propia política exterior china. Al mismo tiempo, existe una percepción de amenaza hacia Estados Unidos, fomentada aún más por el autoaislamiento de China durante la pandemia de Corona. En las cámaras de eco chinas, la política exterior y de seguridad estadounidense está relacionada con su propio país en todos los aspectos y siempre se ve como un intento de contener el ascenso de la República Popular.

La percepción china del conflicto

Desde la perspectiva china, la República Popular se encuentra en un conflicto sistémico con Estados Unidos y el resto de Occidente. Ante todo, Pekín quiere demostrar que la ideología del PCCh, el "socialismo a la china", ofrece la forma de gobierno más exitosa para China. Esto no significa necesariamente (hasta ahora) que exista una estrategia china a gran escala para destruir las democracias o exportar la forma autocrática de gobierno a todo el mundo. Sin embargo, la percepción de China de verse amenazada por Estados Unidos y sus aliados no deja de aumentar en el conflicto. Esto aumenta la necesidad de Pekín de defender la reivindicación de poder y la ideología del PCCh.

Competencia y superioridad sistémica

La presencia militar estadounidense en Asia es un elemento central en la percepción china del conflicto, ya que desempeña un papel clave en la percepción de Pekín del entorno de seguridad como una amenaza. La visión de Xi de un ejército fuerte -como parte de su "sueño chino"- también debe verse en relación con el deseo de ser militarmente superior a EE.UU., al menos en su propia periferia. La prioridad del ejército chino es, por tanto, ampliar constantemente sus capacidades en la defensa activa del espacio marítimo (Asia Oriental y Pacífico). La percepción china de la fortaleza de sus propias fuerzas armadas lograda hasta ahora parece coincidir con la valoración estadounidense. Un análisis de 2021 de la Escuela de Guerra Naval de Estados Unidos afirma:

Los dirigentes chinos reconocen tanto los notables progresos realizados en la modernización del ejército chino como las importantes debilidades persistentes. Los analistas chinos están de acuerdo con sus homólogos estadounidenses en que las capacidades chinas son mucho más impresionantes inmediatamente en alta mar que en lugares más distantes.

China no sólo entiende que debe ser capaz de resistir en este conflicto desde el punto de vista militar, sino también en todos los demás sectores en los que Estados Unidos parece superior a la República Popular. Algunos expertos chinos, al igual que los observadores estadounidenses, ven el verdadero campo de batalla de la rivalidad entre grandes potencias en el ámbito de las tecnologías modernas. China está intentando ser el líder del mercado y establecer nuevos estándares en campos como la inteligencia artificial y la digitalización (incluida la tecnología 5G) o en tecnologías que pueden utilizarse militarmente (como las armas hipersónicas). China está impulsando el desarrollo de sus propias capacidades, especialmente en lo que concierne a su seguridad nacional, por ejemplo en investigación básica y tecnologías fundamentales como los semiconductores y los nuevos materiales utilizados en el sector aeroespacial o la biomedicina, entre otros. La presión estadounidense sobre determinadas empresas chinas como Huawei y la preocupación por obtener cada vez menos acceso a la tecnología estadounidense también están animando a Pekín a ser más independiente y competitiva lo antes posible.

Por tanto, la independencia tecnológica y económica, así como la superioridad en sectores clave, se han convertido en la prioridad del PCCh. Por último, el ascenso de China como potencia económica mundial ha consolidado en Pekín la creencia de que sus indudablemente enormes logros económicos se deben al sistema autoritario del país. Así, el conflicto comercial con Estados Unidos se entiende (también) en China como un conflicto sistémico. En consecuencia, los dirigentes chinos se ven presionados a conseguir éxitos económicos para poder demostrar en el futuro la especial fortaleza de su propio sistema.

El conflicto ideológico

Xi Jinping parece percibir cada vez más a Estados Unidos y a Occidente en general como una amenaza ideológica para China. Desde su llegada al poder en 2013, ha intentado reducir la influencia occidental, y sobre todo estadounidense, en la República Popular en todos los ámbitos. Xi rechaza las ideas occidentales y, en su lugar, impulsa con vehemencia el adoctrinamiento de la sociedad china tanto por la ideología comunista como por la suya propia ("El pensamiento de Xi Jinping"). La política exterior china también se está volviendo más ideológica, como demuestran dos ejemplos destacados.

La primera se refiere a la relación con Rusia. Moscú y Pekín están unidos ante todo por su visión de EE.UU. como adversario y del modelo democrático liberal de sociedad comprometida con los principios de libertad, igualdad y autodeterminación individual. Mientras Xi abogaba por un "nuevo tipo de relaciones de gran potencia" con EEUU tras su toma de posesión, describía a Rusia como el "socio estratégico más importante" de China. Hoy, según Pekín, esta asociación es "mejor que una alianza". Ideológicamente, China, junto con Rusia, parece estar preparándose para el hecho de que el orden político mundial avanza hacia bloques rivales.

En el segundo caso, la cuestión es cómo tratar a Taiwán. Esta cuestión plantea actualmente el mayor riesgo de seguridad y escalada entre China y Estados Unidos. Xi quiere unir Taiwán a China continental antes de que finalice su mandato y, como muy tarde, en 2049. Para ese año, la visión de Xi es "restaurar" el estatus de gran potencia de China. Hasta ahora, no se ha retractado del objetivo oficial de Pekín de lograr una "reunificación pacífica". Por tanto, cabe suponer que los dirigentes de Pekín quieren evitar una invasión militar, al menos mientras crean que pueden incorporar la isla por otros medios. Los medios apropiados incluyen los crecientes intentos de intimidación militar de la República Popular, así como sus esfuerzos por aislar política y económicamente a Taiwán. Pekín debe considerar y considerará también los costes económicos y los riesgos políticos de una invasión.

La cuestión es si China seguirá teniendo una orientación tan pragmática (o por cuánto tiempo). Al fin y al cabo, según Xi, el "sueño chino" sólo podrá hacerse realidad si Taiwán forma parte de la República Popular a mediados de siglo. Así pues, parece que en última instancia antepone la acción ideológica al pragmatismo. Desde el punto de vista de Pekín, cuanto mayor sea el apoyo que Washington dé a la isla, mayores serán las tensiones chino-estadounidenses en torno a la cuestión de Taiwán. En China crece la preocupación por la posibilidad de que EEUU conceda un nuevo estatus a Taiwán. Prueba de ello son las advertencias de Pekín a la dirección norteamericana -y también a países como Alemania- para que no cruce ninguna "línea roja", cuyo principio es que Taiwán debe seguir formando parte de China. Yan Xuetong señaló en un artículo de mayo de 2022 sobre la postura de Pekín en la guerra de Ucrania que China no apoyaría activamente la invasión rusa (que tampoco condena públicamente). Sólo una cosa podría empujar a China agresivamente al lado de Rusia, dijo Yan, y es que "Estados Unidos apoyara militarmente una declaración de independencia de Taiwán".

La política exterior china: estructuras de toma de decisiones e influencias

En la cúspide de la estructura de toma de decisiones de la política exterior china se encuentra el Comité Permanente del Politburó del PCCh, que se sitúa por encima de las instituciones gubernamentales. Debido a su gran número de miembros, el PCCh también está expuesto a las influencias de grupos y sectores que no pertenecen a la élite del poder; sin embargo, según Schmidt, "en modo de crisis -es decir, en caso de percepción de amenazas, alta presión decisoria con información insuficiente, así como tensiones en ámbitos estratégicos de la política exterior (relaciones con grandes potencias, Taiwán)- [...] los procedimientos de toma de decisiones siguen estando muy centralizados y dominados por líderes individuales o un estrecho círculo decisorio". Como escribe Schmidt, los dirigentes chinos "ocultan deliberadamente lo que ocurre en el círculo más íntimo de dirigentes cuando se trata de decisiones de política exterior, los medios de comunicación no pueden informar sobre ello, no existen entrevistas a los implicados en asuntos internos".

El régimen unipersonal de Xi Jinping

Con Xi, el papel del PCCh se extiende aún más a la administración. En lugar de separar el Estado del partido, reforzó el dominio del partido sobre el Estado nada más asumir el cargo. En el proceso, la cúpula militar también se subordinó a la cúpula del partido (o ambas se pusieron en una misma mano), como ya ocurría antes de 1949, es decir, en el estado de guerra. Nösselt et al. afirman: 

Los componentes clave de la reforma, como el diseño de alto nivel (dingceng sheji), el ascenso de algunos de los (pequeños) grupos de liderazgo a comisiones y la consagración del papel de liderazgo del partido en la constitución estatal revisada en marzo de 2018, señalan que el Partido Comunista Chino está avanzando una vez más hacia una mayor penetración y control de la esfera estatal. 

Los grupos de liderazgo mencionados permiten al alto nivel ejercer un control directo sobre importantes áreas políticas. "Controles y equilibrios", en la medida en que alguna vez existieron en el sentido de control mutuo entre los órganos constitucionales y los que están en el poder (aquí: el partido), se convirtieron así bajo Xi en mucho más que un mero "control" por parte del partido frente al aparato del Estado.

A esto se añade la centralización de la toma de decisiones políticas en la persona de Xi. Además de sus cargos como presidente, presidente del partido y comandante en jefe de las tropas, también preside varios pequeños grupos importantes de liderazgo. El límite constitucional de diez años para los mandatos presidenciales se suprimió en 2018, y durante el XX Congreso del Partido, en otoño de 2022, Xi se hizo confirmar como secretario general por otros cinco años. La campaña anticorrupción a gran escala que Pekín lleva a cabo desde finales de 2012 sirve, entre otras cosas, para restar poder a los oponentes políticos. Desde ese mismo año, Xi ha llenado todos los altos cargos con sus aliados políticos más cercanos. A la hora de ocupar altos cargos, la lealtad y la ideología parecen contar más que la competencia. Esto también quedó ilustrado en el pasado Congreso. A pesar de la norma de edad existente según la cual los cuadros del partido se jubilan a los 68 años, Xi aseguró puestos en el Politburó a dos de sus leales compañeros: el ideólogo jefe Wang Huning y el ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi. Al mismo tiempo, se sabe oficialmente que el primer ministro Li Keqiang dejará el cargo en 2023, uno de los pocos políticos de alto nivel que siguen defendiendo la "reforma y apertura" (antiguo lema de Pekín). Li Qiang, que se había hecho famoso por su desastroso liderazgo durante el bloqueo de la pandemia de Shanghai, fue elegido como su sucesor. Además, Xi consiguió anclar su ideología y su papel de líder a largo plazo en la Constitución.

No sólo la vertical de poder del partido, sino también el poder personal de Xi se ha ampliado hasta tal punto que ya no parece que el partido o los militares le impongan restricciones. Por lo tanto, cada vez es más difícil entender cómo Xi y los dirigentes del PCCh toman sus decisiones y qué influye en ellas. Además, si nadie en el cada vez más reducido círculo de confidentes de Xi se atreve a criticarle abiertamente, esto podría conducir a decisiones desastrosamente equivocadas.

La influencia de las élites sobre Xi

Dentro de China, la clase política -formada por altos funcionarios, académicos, etc.- no establece necesariamente la línea del partido, pero siempre ha contribuido a darle forma. Esa influencia parece casi inexistente bajo Xi. La forma de investigar y enseñar viene dictada por el partido, y apenas hay espacio para el debate abierto entre los intelectuales chinos. Los académicos disidentes son a menudo calumniados en los medios de comunicación dirigidos por el partido y se arriesgan a la ruina profesional. Cada vez más académicos chinos, incluida especialmente la corriente principal de intelectuales de izquierdas, se están volviendo en contra de las ideas inspiradas en Occidente y propagan en su lugar la visión del mundo de Xi. El resurgimiento de las ideas autoritarias y del estatismo antioccidental en China también se ha visto alimentado por la crisis de las democracias. Éstas están en declive, dicen, mientras China prospera.

También parece haber reservas sobre la política estadounidense de Xi Jinping en círculos de alto rango.

El discurso de política exterior en la República Popular está cada vez más marcado por la narrativa del partido según la cual Estados Unidos intenta por todos los medios contener el ascenso de China y el poder del PCCh. No obstante, algunas señales sutiles procedentes del interior del país indican que la política de Xi hacia Estados Unidos suscita reservas en los círculos de alto rango. Los artículos de opinión de destacados intelectuales chinos han sido cada vez más críticos desde 2020. Por ejemplo, Yuan Peng, director de un think tank afiliado al Ministerio de Seguridad del Estado, advirtió de que China aún no es lo bastante poderosa para crear un mundo bipolar. Para alcanzar los objetivos de Xi para 2049, dijo, China debe "liberar su pensamiento y buscar la verdad a través de los hechos". Según Yuan, el mantra chino "Occidente desciende y Oriente asciende" (dong sheng xi jiang) no tiene que ver con "el ascenso de China y el declive de Estados Unidos". Se trata más bien de una especie de impulso y tendencia, ya que el mundo no occidental, representado por China, está de hecho ascendiendo y desarrollándose, mientras que el mundo occidental, representado por Estados Unidos, atraviesa una crisis institucional muy grave.

Estas contribuciones podrían entenderse como una indicación de que algunos responsables políticos en China consideran que las señales que Pekín envía a Estados Unidos con ciertas narrativas son demasiado negativas y, por tanto, buscan tonos más matizados. En 2020, Dai Xu, un general del Ejército Popular de Liberación considerado uno de los más destacados partidarios de la línea dura en los círculos militares, ya expresó una opinión igualmente apaciguadora. Abogó por que China hiciera balance de sus debilidades relativas en comparación con Estados Unidos y actuara en consecuencia.

La relación entre el partido (línea) y la opinión aparente de la clase política sobre la actual guerra de Ucrania es interesante. La retórica oficial de Pekín se ha vuelto cada vez más estridente en el transcurso de la guerra. Por ejemplo, ha dicho que Estados Unidos y la OTAN no sólo son responsables de la invasión rusa, sino que están echando leña al fuego deliberadamente. Al mismo tiempo, hay artículos de opinión de intelectuales chinos que sugieren que la guerra de Rusia no cuenta con el apoyo de todos los pensadores destacados del país. Una voz resumió que la política de Pekín hacia Moscú no la hacen precisamente los expertos en Rusia.

La opinión pública china

Bajo Xi Jinping, los dirigentes del PC utilizan tecnologías muy desarrolladas para controlar al máximo la formación de la opinión en la esfera pública china y aislarla del mundo exterior. En consecuencia, las fuentes sobre la opinión pública en China se han vuelto más difíciles en los últimos años, al menos cuando van más allá de la línea del partido. Como afirma un estudio de SWP de 2020, hay que tener en cuenta que 

las declaraciones oficiales y la representación en los medios de comunicación oficiales están fuertemente controladas, las publicaciones académicas, a su vez, o bien están sujetas a la autocensura o bien pretenden transmitir determinados mensajes políticos a la otra parte. 

Los debates en los medios de comunicación social del país pueden proporcionar ocasionalmente (siempre que no sean borrados inmediatamente por los censores) una visión del estado de ánimo de la sociedad china; al mismo tiempo, es más fácil conocer las opiniones de los chinos que trabajan o estudian en el extranjero.

Dado que la sociedad china tiene cada vez menos acceso a las fuentes internacionales de información, los debates sobre cuestiones de política exterior se desarrollan cada vez más según la narrativa predeterminada del PCCh. En particular, se suprime la difusión pública de críticas al Estado chino desde el extranjero. No en vano, la sociedad civil está cada vez más aislada del mundo exterior. Las encuestas muestran, por ejemplo, que la población china valora la imagen internacional de su país mucho más positivamente de lo que es en realidad. La cuestión es si esta percepción errónea es compartida por los dirigentes de Pekín; después de todo, el autoengaño no es infrecuente en los regímenes cerrados. En cualquier caso, es probable que el PCCh sea menos vulnerable ante la opinión pública a los riesgos de las maniobras de política exterior y de seguridad. Como muestran las encuestas disponibles, la mayoría de la población ve con buenos ojos una apariencia más segura de sí misma de China (como nueva potencia mundial) frente a Estados Unidos (como vieja potencia mundial). Así, los dirigentes corren el riesgo de dejar de ser capaces de captar el creciente nacionalismo del país mediante un aislamiento, una "reeducación", un adoctrinamiento y una movilización cada vez mayores de su propia sociedad. Además, ya no existen "frenos y contrapesos" en la relación entre el partido y la opinión pública.

Estrategias e instrumentos de la política exterior china

La República Popular no sólo exige participar en el orden mundial existente, sino también transformarlo, lo que debería permitir legitimar y hacer valer sus propios valores e intereses nacionales. En la actualidad, según Godehardt, Pekín se preocupa sobre todo por "establecer una mayor compatibilidad entre el cambiante orden mundial y el Estado unipartidista chino". China utiliza estratégicamente instrumentos de política (económica) para ampliar su influencia, lo que, a su entender, se hace a expensas de la supremacía estadounidense.

Instrumentos de política exterior

Los instrumentos de política exterior más destacados del PCCh en los últimos tiempos ya han dado a China más peso en el orden mundial existente. Entre ellos se incluye una política estratégica de personal que instrumentaliza las organizaciones internacionales.120 A través de su presencia, por ejemplo, en las Naciones Unidas (ONU) o en la Organización Mundial de la Salud (OMS), China puede ejercer influencia en ámbitos políticos tradicionales y cambiar las relaciones de poder normativas a su favor. Así, por ejemplo, la labor del Consejo de Derechos Humanos de la ONU o -como ahora en la pandemia- de la OMS se ve severamente restringida por Pekín. La República Popular también utiliza su influencia para moldear y dominar estratégicamente la narrativa normativa.

Con Xi Jinping, China demuestra voluntad de liderazgo. Quiere ofrecer una "solución china a los problemas mundiales", como dijo Xi en 2016, ejemplificada por el "modelo China" o la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). Pero Pekín también presenta su propia política exterior como un modelo para otros países, y como una alternativa al orden internacional liderado por Washington. Al menos en Asia, China ya está asumiendo el papel de potencia reguladora, por ejemplo en el seno de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) o con la fundación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII). Recientemente, Pekín ha ofrecido otros dos modelos alternativos: una "iniciativa de desarrollo global" (2021), que en su núcleo prevé el establecimiento de una "comunidad de desarrollo global de destino", y una "iniciativa de seguridad global", que Xi anunció en abril de 2022.

Por último, China busca apoyo o lealtad internacional y para ello forja alianzas informales y "asociaciones estratégicas". De estas últimas, ya hay más de 50, incluida una que ahora se basa realmente en la proximidad estratégica de intereses, y en parte también en la identidad de intereses: a saber, lo que Pekín denominó ya en 2011 la "asociación estratégica integral de coordinación" con Rusia. En cambio, a pesar de la estrecha cooperación, ni la "asociación estratégica de todo tiempo" de China con Pakistán ni su alianza de 1961 con Corea del Norte (la única formal de la República Popular) deben considerarse alianzas en las que realmente se desarrollarían estrategias conjuntas.

Instrumentos de política económica: desacoplamiento selectivo

Desde que Xi asumió el poder, Pekín ha perseguido una transformación de la política económica china en la dirección de la autonomía económica nacional. El instrumento más importante para lograr este objetivo es la estrategia de "doble circulación", que se presentó en una reunión del Comité Permanente del Politburó en mayo de 2020. El objetivo es apoyar el enorme mercado interno de China, fortalecer la demanda interna y construir sólidas cadenas de suministro, distribución y consumo en el país para que éste sea menos vulnerable a la presión económica externa. Hay que mejorar las capacidades nacionales, especialmente a través de la innovación, la tecnología y la ciencia, para que la República Popular sea independiente de los productos extranjeros de alta tecnología. Por otra parte, China sigue apostando por la "circulación exterior", es decir, por la apertura y el fortalecimiento de su propia economía a través del comercio y la inversión extranjeros.

En un conflicto militar por Taiwán, China quiere ser menos sensible a las sanciones de lo que fue Rusia en la guerra de Ucrania.

En vista de las interdependencias económicas mundiales, Pekín aún no se hace ilusiones de que China pueda "desacoplarse" totalmente a corto o medio plazo. Incluso con una progresiva "circulación interna", esto parece poco realista. El alto nivel de interdependencia económica entre la República Popular y EE.UU. es probablemente una de las principales razones por las que los dirigentes chinos no tienen interés en dejar que el conflicto con Washington se agrave por el momento e intentan mantenerlo bajo control a pesar de todas las provocaciones. A largo plazo, sin embargo, la República Popular podría desvincularse parcialmente del sistema financiero y económico internacional, al menos en la medida en que pueda perseguir sus aspiraciones partidistas y geoestratégicas sin grandes riesgos y costes económicos. Por ejemplo, China está intentando independizarse del sistema financiero internacional SWIFT, un objetivo del que, sin embargo, el país aún está lejos. Estos esfuerzos indican que Pekín quiere protegerse adecuadamente ante un "caso Taiwán". En caso de un conflicto militar por la isla, no quiere verse tan afectado por las sanciones occidentales como lo está actualmente Rusia en su guerra contra Ucrania.

Las condiciones internas de la política exterior

Cuanto más vinculadas están las decisiones de política interior y exterior de Pekín al poder del PCCh y de Xi Jinping, más debe atenerse el partido a que el rumbo que ha marcado es siempre el correcto. Con ello, los dirigentes del partido parecen especular con que las capacidades de China seguirán creciendo y no se verán afectadas por crisis económicas o políticas. Asimismo, es probable que apuesten por que un sistema mundial centrado en China sería más representativo que uno centrado en Estados Unidos. Sin embargo, esta visión optimista se ha visto empañada, especialmente en 2022. El ralentizado crecimiento económico del país, la guerra de Ucrania y, por último, el desarrollo de la pandemia en China, que a finales de noviembre provocó protestas inusualmente violentas en todo el país contra la política gubernamental de cero covacunas, han planteado nuevos retos al PCCh.

El crecimiento como fuente de legitimidad para gobernar

Las políticas económicas de Xi indican que para él el objetivo no es la "reforma y apertura", sino el gobierno del Partido Comunista. Por ejemplo, Pekín introdujo nuevas restricciones en el sector inmobiliario, tomó medidas enérgicas contra empresas estatales muy endeudadas (como el promotor inmobiliario Evergrande) e impuso duras sanciones a gigantes tecnológicos nacionales (incluido el operador de comercio electrónico Alibaba) por "comportamiento anticompetitivo". Tales medidas ilustran que los dirigentes del PK están cada vez más dispuestos a aceptar pérdidas y riesgos económicos para cimentar su control en todos los ámbitos. Sin embargo, a finales de 2021, las intervenciones de la política del partido en los sectores inmobiliario y tecnológico provocaron el desplome de las bolsas chinas.

Al mismo tiempo, la economía de la República Popular se ha visto lastrada por el curso de la pandemia de Corona desde principios de 2022, que debió coger por sorpresa a los dirigentes. En respuesta a los brotes del virus, las autoridades locales aplicaron la política de "cero covida" establecida por los dirigentes del PK. Las medidas, a veces drásticas, hicieron que el consumo y la producción se vieran afectados y que se interrumpieran las cadenas de suministro mundiales. La invasión rusa de Ucrania también trajo consigo una gran incertidumbre para el crecimiento económico de China. Las sanciones occidentales repercutieron notablemente en el sistema económico y financiero internacional, entre otras cosas por la subida de los precios de las materias primas. Dingding Chen, fundador de un think tank chino, habló de crisis en las empresas chinas en una entrevista a finales de marzo de 2022.

La influencia de los reformistas y de los grupos de interés (en parte bastante corruptos), que insisten en una mayor apertura del país, es cada vez mayor. Según su lógica, la política económica de Xi también puede verse como un contraproyecto del concepto de "cambio a través del comercio". En consecuencia, se trata de retirarse de una interdependencia y una coevolución potencialmente contaminantes en favor de una mayor autosuficiencia. La pandemia del Covid 19 no ha hecho sino fomentar el autoaislamiento del país. La prosperidad económica sigue siendo una fuente de legitimidad para gobernar, pero los dirigentes chinos parecen considerar ahora que el partido es lo bastante fuerte como para dejar de lado el crecimiento y la justicia social como factores legitimadores en favor del nacionalismo y de una política exterior ofensiva.

La política exterior como fuente de legitimidad para gobernar

Incluso en el contexto de este cambio en la legitimación del gobierno, el prestigio de la política exterior es cada vez más importante para Pekín. Por ello, las disputas existentes entre China y EEUU (como única potencia en pie de igualdad) seguirán ganando en importancia, incluido el caso de Taiwán. La volatilidad de la disputa sobre la isla quedó demostrada con la demostración de fuerza militar sin precedentes que hizo Pekín en agosto de 2022 en respuesta a la visita de la líder estadounidense Nancy Pelosi a Taipei. Aunque China no intensificó la crisis, el escenario se ha acercado a que Xi tenga que legitimar su gobierno mediante una reunificación forzosa de Taiwán con el continente. En China, parte de la clase política, así como la opinión pública, se mostraron decepcionados con las limitadas medidas adoptadas contra Taiwán, lo que sugiere que Xi bien podría contar con apoyo interno para una escalada en la cuestión.

Mientras tanto, la amistad con Rusia puede dañar la posición de China en el mundo y la propia reputación de Xi. Si el socio estratégico Moscú no sale victorioso de la guerra de Ucrania o actúa de forma impredecible, esto también podría plantear riesgos económicos y de seguridad para el propio ascenso de China.

La tendencia actual de la política exterior china plantea un riesgo particular en el conflicto de grandes potencias con Estados Unidos. Dado que Pekín interpreta el deterioro de las relaciones sino-estadounidenses únicamente como el resultado de la política estadounidense de contención, cada vez hay menos margen para configurar la relación de forma cooperativa. Es poco probable que la República Popular se acerque a la postura de Washington en relación con la guerra de Ucrania. Aparte de sus lazos más o menos fuertes con Rusia, una condena de la guerra desde el punto de vista de Pekín no mejoraría significativamente las relaciones con Estados Unidos, que de todos modos no abandonaría su curso de contención hacia China.

La percepción de Europa en China

Desde el punto de vista chino, Estados Unidos intenta dominar a la UE en el contexto de la rivalidad entre grandes potencias y situarla, junto con otros aliados, en un bloque contra China. En consecuencia, Pekín mira con recelo los nuevos planteamientos estratégicos de la política exterior y de seguridad de la UE y de Alemania, por ejemplo en relación con el Indo-Pacífico. Pero también es muy consciente de que en capitales europeas como Berlín se insiste constantemente en que el creciente compromiso en la región no va dirigido contra China. Desde la perspectiva china, por tanto, Estados Unidos sólo está teniendo éxito parcialmente en la construcción de bloques. Un redactor del Global Times chino interpretó la visita del canciller Olaf Scholz a Pekín el 4 de noviembre de 2022, por ejemplo, como "un claro rechazo del intento estadounidense de abrir una brecha entre China, Alemania y Europa". Lo que Scholz dijo in situ sobre temas como el desacoplamiento o la formación de bloques fue "el rechazo más firme hasta la fecha" de la política estadounidense hacia China por parte de un líder occidental. Tales interpretaciones muestran que, por parte china, las decisiones políticas en Europa se cuestionan principalmente en términos de si los europeos se están alejando de Estados Unidos y acercándose a China.

A pesar de su menguante influencia sobre los responsables políticos chinos, Alemania y Europa siguen teniendo oportunidades limitadas de influir en Pekín. El XX Congreso del Partido dejó claro que los dirigentes chinos se centran en la independencia económica y la competencia tecnológica. Para lograrlo, China debe promover áreas como la ciencia y la tecnología en particular, y esto sólo se conseguirá mediante el intercambio internacional. En vista de las actuales restricciones en EEUU, la cooperación con Europa se ha hecho más necesaria para China. De este modo, Alemania y Europa siguen teniendo influencia e influencia para (re)abrir el país económica y políticamente en la medida de lo posible y mantener la interdependencia mutua. Sin embargo, Alemania y Europa también deben ser más conscientes de que China no desempeñará el papel de actor responsable en la escena mundial en el sentido europeo.

Conclusiones y recomendaciones para la acción

El futuro de la relación entre Estados Unidos y China es de suma importancia para el desarrollo del orden internacional y, por tanto, también para la política exterior y de seguridad alemana y europea por tres razones. En primer lugar, existen riesgos de escalada en esta relación, hasta llegar incluso a una guerra mundial, que deben contenerse. En segundo lugar, estas dos potencias mundiales determinan esencialmente cómo se configura la cooperación internacional en contextos regionales y funcionales de crisis y orden. Cuando Washington y Pekín consiguen ponerse de acuerdo sobre un enfoque común, mejoran las posibilidades de un amplio acuerdo internacional. Por el contrario, las tensiones bilaterales pueden obstaculizar o incluso bloquear la cooperación internacional si uno de los dos países utiliza su poder de veto, como ocurre, por ejemplo, en el control de armas nucleares. En tercer y último lugar, la política exterior alemana y europea se verá sometida en repetidas ocasiones a presiones para que se posicione y apoye a uno de los dos bandos; al mismo tiempo, Alemania y Europa se enfrentan al reto de influir en la relación entre EE.UU. y China en un sentido desescalador, si es necesario, o en el sentido de una mayor cooperación internacional.

Nuestro análisis de las relaciones entre Estados Unidos y China sugiere que las posibilidades de que Alemania y la UE ejerzan una influencia directa sobre las políticas de Washington o Pekín son limitadas. Esto es especialmente cierto en el caso de los procesos de toma de decisiones de política exterior de China. Pero incluso el sistema más abierto y pluralista de Estados Unidos sólo puede verse influido por actores externos a costa de grandes esfuerzos, y no sin una acción conjunta con otros países, así como con los aliados internos estadounidenses. El requisito más importante para influir con éxito en ambas potencias mundiales es que Europa adquiera el poder de negociación y la capacidad de influir en los acontecimientos que necesita para perseguir unos objetivos estratégicos claros. Siempre que exista la amenaza de una peligrosa escalada entre Estados Unidos y China, el diálogo diplomático debería desencadenar un replanteamiento y posibilitar compromisos de negociación. Por otro lado, se trata de comunicar las propias posiciones de forma clara, inequívoca y uniforme para evitar malentendidos. Las oportunidades indirectas de influencia surgen a través de coaliciones multilaterales con Estados afines y, en el caso de EEUU, mediante la cooperación con socios del propio país. Además, los riesgos mencionados también exigen que los responsables políticos alemanes y europeos redoblen sus esfuerzos y cooperen más estrechamente con terceros para compensar los déficits de Estados Unidos y China a la hora de hacer frente a los desafíos globales y de proporcionar bienes públicos globales.

Alemania y la UE están entrelazadas de muchas maneras en el conflicto entre Estados Unidos y China. Por ello, deben aclarar una y otra vez cómo pueden cooperar con uno u otro bando -o con ambos- o mantenerse firmes frente a las presiones. El consenso común de valores de las democracias liberales es de gran importancia como base para la cooperación internacional. Mientras Estados Unidos actúe como una democracia liberal, los lazos transatlánticos (así como los que mantiene con otras democracias liberales) constituyen un importante marco de cooperación; establecen una calidad de cooperación propia que resulta inconcebible con la República Popular China. Pero incluso dentro de esta comunidad de seguridad pluralista de democracias liberales, las relaciones de poder y las dependencias unilaterales desempeñan un papel; los cambios políticos internos fundamentales en EEUU, que no pueden descartarse, podrían afectar al cemento especial de la comunidad de valores. Al mismo tiempo, en el contexto de la gobernanza internacional, Europa es el único actor importante con una orientación sistemáticamente multilateralista.

Rivalidad sistémica, competencia y asociación

Un resultado importante de nuestro estudio es que el conflicto entre Estados Unidos y China tiene dos dimensiones analíticamente claramente diferenciables. Por un lado, se trata de un conflicto de grandes potencias en el que dos Estados compiten por la supremacía internacional. Por otro lado, se trata de la competencia entre dos diseños normativos diferentes para configurar la sociedad: cada uno de ellos se refiere a su propio sistema político, pero también tienen consecuencias de gran alcance para las relaciones interestatales y el orden internacional. El primer concepto se basa en la idea de libertad y dignidad del individuo, el otro construye la nación como una comunidad de destino representada por el líder político y que debe someterse a sus ideas. En un caso, los derechos fundamentales, el Estado de Derecho y el pluralismo resultan en el plano interno, y en el internacional, a su vez, un multilateralismo liberal-democrático basado en el derecho internacional. El diseño contrario son órdenes de gobierno autoritarios o totalitarios caracterizados por el adoctrinamiento, la disciplina, el control y la subyugación violenta en el ámbito interno y, a su vez, zonas de influencia exclusivas, una voluntad limitada de cooperar e integrarse ("soberanía") y la supremacía del poder sobre el derecho en las relaciones interestatales.

La segunda dimensión del antagonismo estadounidense-chino es fundamental para la actuación alemana y europea en este conflicto. Ante la rivalidad de las grandes potencias, sólo cabe afirmar lo mejor posible la autonomía y la soberanía europeas. Incluso en el caso más favorable, el resultado no sería otra gran potencia como Estados Unidos, China o Rusia, sino a lo sumo una gran potencia de otro tipo, otro polo de la política mundial cuyas bases de poder y opciones de actuación difieren de las de otras potencias. Como gran potencia multilateralista, la UE está comprometida con un orden internacional que funcione según los principios y normas democráticos liberales, con la interdependencia y los mercados abiertos, con la asociación, la cooperación y la competencia pacífica.

En la práctica de las relaciones entre China y Occidente, la asociación, la competencia pacífica y la rivalidad sistémica -los tres aspectos en los que la UE ha basado su estrategia para China- están estrechamente entrelazados. Incluso frente a un desafío tan obviamente global y supremamente significativo como la pandemia de SRAS-CoV-2, las grandes potencias actuaron unas contra otras en lugar de como socios en la provisión de bienes públicos globales. Junto a la asociación surgió la competencia por los mercados y la rivalidad entre los respectivos órdenes políticos.

En su cooperación con China, pero también con Estados Unidos, Alemania y Europa ya no pueden permitirse ignorar las realidades de la rivalidad sistémica y las implicaciones político-políticas de la asociación y la competencia. La guerra de Ucrania debería haber concienciado de que la interdependencia también implica vulnerabilidad, que debe limitarse políticamente. Alemania y la Unión Europea deberían crear estructuras e instrumentos políticos que permitan examinar la cooperación económica, científica y cultural en busca de posibles vulnerabilidades, pero también de potenciales de influencia. Para ello, también deberían buscar la cooperación con Estados afines como Gran Bretaña, Japón, Canadá o Australia.

Unidad transatlántica y solidaridad global de las democracias

La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto la importancia de la unidad de la alianza transatlántica frente a Rusia. Es igualmente importante que la UE y EE.UU. se mantengan unidos en el conflicto con China. La competición de grandes potencias entre China y Estados Unidos se entrelaza con el conflicto sistémico de la República Popular frente a una comunidad transatlántica en la que se comparten valores democráticos y existen intereses comunes. El respaldo de Pekín a la invasión rusa de Ucrania sugiere que la rivalidad sistémica entre China y Estados Unidos podría desembocar algún día en un escenario similar en la región Indo-Pacífica. Los dirigentes chinos han seguido atentamente la respuesta unida y decisiva de Occidente a la guerra de agresión de Moscú y extraerán lecciones de ella para su propia estrategia en Asia Oriental. El comportamiento de China en la guerra de Ucrania indica entre quiénes se librarán las disputas geopolíticas del futuro. Por un lado, existe un pacto de grandes potencias autoritarias o totalitarias en Eurasia, que incluye a China y Rusia, así como a sus socios; por otro lado, están EEUU y sus aliados, que se sitúan en ambos flancos del continente euroasiático (cf. mapa). Así pues, ya no es la comunidad transatlántica, sino la red de EE.UU. y sus aliados en Europa y Asia, el marco central de la cooperación institucionalizada contra Rusia y China. Esto quedó tan claro en las dos últimas cumbres del G7 como en la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio de 2022, a la que también asistieron como invitados los jefes de Estado y de Gobierno de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

Estados Unidos y Europa

En el contexto de las relaciones entre Estados Unidos y China, existen tres problemas clave en la relación transatlántica: Primero, la política estadounidense hacia China está cada vez más dominada por la rivalidad entre las dos grandes potencias. Esto es así con independencia de la mayoría política partidista en EE.UU., es decir, probablemente también en caso de victoria electoral republicana en las elecciones presidenciales y al Congreso de 2024. Sólo es probable que esto cambie si se producen trastornos internos y sociales tan graves en el país que EE.UU. deje de asumir su anterior papel de liderazgo internacional.

La actual administración estadounidense del Presidente Biden intenta evitar una confrontación excesiva con China y limitar los riesgos de enfrentamiento. También busca decididamente la solidaridad con sus aliados y favorece una política basada en formatos multilaterales y organizaciones internacionales. El "punto de inflexión" de las relaciones internacionales favorece la unidad de Occidente. Ante la nueva calidad de la amenaza exterior que supone la guerra de Rusia en Ucrania, los viejos antagonismos podrían superarse (como la disputa sobre el objetivo del 2% para el gasto en defensa de los miembros de la OTAN) o pasar a un segundo plano (como los desacuerdos sobre la protección de datos). La sangre fría de la agresión de Moscú y la constatación de su propia vulnerabilidad debido a la escasez de suministros, especialmente de energía, causaron conmoción en Alemania y Europa. Al mismo tiempo, esto agudizó la visión de los riesgos de la dependencia económica de China, que son aún mayores en el caso de Alemania que respecto a Rusia.

Por otra parte, las sanciones impuestas a Rusia dificultan el ajuste de las relaciones comerciales con China. Si el mercado de exportación ruso desaparece, el chino adquiere mayor importancia. Además, es de temer que la securitización de cada vez más ámbitos políticos tensione la relación de Estados Unidos con sus socios de Europa y Asia. EEUU exigirá solidaridad a sus aliados y también planteará incómodas demandas a Alemania. En respuesta, será necesario forjar coaliciones lo más amplias posible de Estados con ideas afines y también encontrar aliados en los propios EE.UU. para un rumbo menos confrontacional. Con respecto a China, será importante articular objetivos estratégicos claros y perseguirlos de forma coherente. La voluntad fundamental de cooperar no debe ocultar los peligros que existen en las relaciones con la República Popular.

Segundo, el concepto de "coexistencia pacífica" como competencia de diferentes sistemas por debajo del umbral de la guerra podría ofrecer puntos de partida para configurar las estrategias de política exterior de Estados Unidos y China de forma que se minimicen los riesgos de confrontación. Pero los múltiples desafíos a nivel global y regional hacen necesario seguir desarrollando la estrategia desde la coexistencia a la coevolución. El objetivo debe ser que las dos potencias se adapten la una a la otra y a la creciente necesidad de actuar para hacer frente a los problemas globales. En la actualidad, ni EEUU ni China ven factible reorientar sus políticas exteriores de forma tan fundamentalmente coordinada. Que ningún otro Estado -o al menos ningún Estado no democrático- pueda superar a EEUU es una condición inaceptable para China.

Tercero, el futuro de la democracia estadounidense sigue siendo incierto. En esta situación, debería hacerse todo lo posible desde el exterior para fortalecer aquellas fuerzas en EEUU que defienden la preservación de la democracia y el orden internacional liberal. Para ello, deben intensificarse los esfuerzos para seguir desarrollando la división del trabajo entre EE.UU. y sus aliados; la parte europea está llamada a asumir más tareas y responsabilidades en el reparto transatlántico de la carga.

Las relaciones de poder también desempeñan un papel importante en las relaciones de asociación con EEUU. La influencia presupone poder, sea cual sea su base. En este sentido, Europa debería buscar cada vez más la cooperación con Estados afines de Asia y Oceanía, que -a pesar de su posicionamiento fundamental en el campo de las democracias occidentales- tampoco quieren elegir entre EE.UU. y China cuando se trata de decisiones políticas concretas, y que al mismo tiempo se preocupan por ejercer una influencia moderadora sobre la actitud estadounidense hacia la República Popular. Para ello, proponemos el establecimiento de un formato conjunto 10+10 de ministros de Asuntos Exteriores y Defensa dentro del emergente "G10", en el que los Estados del G7 cooperen con Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur. En primer lugar, estos Estados podrían coordinar entre sí su política hacia China para reforzar colectivamente su propia posición negociadora frente a la presión de Pekín; en segundo lugar, podrían planificar conjuntamente cómo mejorar la división del trabajo entre Estados Unidos y sus aliados democráticos; y en tercer lugar, con un G10, Estados Unidos se integraría aún más fuertemente en un grupo de Estados que podría tener un efecto mitigador sobre la política china de Washington y aumentar gradualmente la aceptación estadounidense del ascenso económico de China. Además, esto reforzaría la posición negociadora de Alemania y Europa frente a China, así como frente a Estados Unidos, y crearía una red de reserva en caso de que Estados Unidos dejara de estar disponible como aliado democrático.

China y Europa

El mercado chino es y sigue siendo de gran importancia para muchas empresas alemanas y europeas. A Alemania y a Europa no les interesa una desvinculación económica general de la República Popular; además, la cooperación con China es indispensable para poder hacer frente a diversos retos globales como la protección del clima, el control de pandemias o el desarme. Sin embargo, Alemania y Europa deben aprender no sólo a perseguir intereses económicos particulares en su intercambio con China, sino también a considerar las implicaciones geopolíticas de sus relaciones. La cuestión es cómo afectará la cooperación con Pekín a la posición de Europa en el mundo a largo plazo.

Los intereses chinos -también con respecto a Europa- se guían principalmente por asegurar el poder del régimen en el interior y expandir su poder en el exterior. La base de los intereses geoestratégicos de Alemania y Europa sólo pueden ser los valores, las normas y los conceptos de orden europeos. Para ello es necesario defender acciones que se rijan por normas y sean conformes con el derecho internacional. Al hacerlo, debe quedar siempre claro que no se trata de oponerse al ascenso de China en la política mundial ni siquiera de allanar el camino para un cambio de sistema en el país. Se trata únicamente de las violaciones de las normas por parte de Pekín y, en consecuencia, de comprometer a China a comportarse como una "parte interesada responsable", como un miembro responsable de la comunidad de Estados.

Para ello, deben explorarse con Pekín nuevos modelos de cooperación que permitan una colaboración más eficaz, por ejemplo en cuestiones económicas, problemas globales y el compromiso en el marco de las organizaciones internacionales. Para ello, Alemania debe tomarse siempre muy en serio a sí misma las normas internacionales, es decir, practicar lo que predica a China. Debe evitarse el doble rasero y, con ello, la pérdida de su propia credibilidad. Al mismo tiempo, Alemania y Europa deben prepararse para la eventualidad de que Pekín cruce líneas rojas, en cuyo caso habría que interrumpir la cooperación con el país, aunque ello supusiera elevados costes. La base de las relaciones alemanas y europeas con China siempre ha sido la premisa de que un cambio en el statu quo entre la República Popular y Taiwán, es decir, su unificación, sólo puede lograrse pacíficamente y con el consentimiento de una mayoría democrática en la isla. La política exterior y de seguridad alemana y europea también tiene la responsabilidad de reducir el riesgo de escalada en esta cuestión. En caso de que Pekín intente someter a Taiwán por la fuerza, esto tendría consecuencias de gran alcance para la seguridad en la región y para el orden internacional.

Las sanciones contra el régimen chino pueden ser un medio adecuado para ejercer la solidaridad con los aliados que, como Australia y Corea del Sur, son objeto de medidas subversivas o intimidatorias por parte de China. Alemania y Europa tendrían que contar con las contrasanciones de Pekín en tales casos, que podrían perjudicar las posiciones de mercado alemanas y europeas en China. Sin embargo, los costes y riesgos de tales medidas deben sopesarse con los objetivos y valores primordiales y elementales de la política alemana y europea.

El requisito previo para ello es una estrategia conjunta claramente formulada frente a la República Popular, como la que el Gobierno alemán está desarrollando actualmente para Alemania (el borrador que se ha dado a conocer desde entonces parece prometedor en este sentido). Sólo con una estrategia vinculante es posible evaluar globalmente la relación con China y configurarla en el sentido de los propios objetivos. En este sentido, tendría sentido contar con comités de dirección política, tanto a nivel nacional como europeo, en los que se registraran y coordinaran todos los hilos de las relaciones bilaterales. Concretamente, proponemos que la formulación de la política de Alemania y Europa hacia China se confíe a un grupo de dirección que garantice un rumbo estratégico a largo plazo. Este órgano, en el que deberían estar representados todos los ministerios responsables de aspectos concretos de las relaciones bilaterales, debería ubicarse en la Cancillería (de forma análoga al Consejo Federal de Seguridad) o, a nivel europeo, en la Comisión de la UE.

La responsabilidad de Alemania: Conclusiones para la política exterior de Berlín

El giro proclamado por el gobierno alemán debe aplicarse con determinación en todas sus implicaciones. Sólo así es posible afirmarse en la lucha de las grandes potencias y preservar un orden internacional que se corresponda con los valores básicos liberal-democráticos. En detalle, de nuestro análisis extraemos las siguientes conclusiones:

Alemania debe evaluar de forma realista su posición en política exterior. La creencia en el cambio a través del comercio y el diálogo, cultivada durante mucho tiempo por la política exterior de Berlín hacia Rusia, ha desencadenado una profunda desconfianza en los países socios de Europa del Este. Allí surgió la preocupación de que Alemania pudiera estar dispuesta a sacrificar los intereses de Ucrania y de sus socios orientales de la OTAN en aras de sus propias buenas relaciones (comerciales) con Rusia. Las relaciones de Alemania con China suscitan reservas similares.

Alemania necesita conocer y comprender mejor y con mayor imparcialidad a sus socios (como Estados Unidos) y adversarios (como Rusia y China). Se trata de una cuestión de conocimiento y hace necesario, entre otras cosas, llegar a un acuerdo sobre las políticas de Alemania en relación con América, Rusia y China de las dos últimas décadas. El Bundestag también debería ocuparse de las cuestiones relevantes.

La fuerza de Alemania reside en su capacidad para movilizar a socios afines. Como potencia intermedia, puede luchar por un multilateralismo concéntrico, en cuyo centro debería estar un G7 ampliado a un G10 como formato decisivo de coordinación y dirección. Los pilares tradicionales de las instituciones de la UE y la OTAN permanecerían intactos. Taiwán debería estar estrechamente vinculado a dicho G10, respetando al mismo tiempo el principio de una sola China.

En la medida en que Alemania contribuye a reforzar la seguridad y la estabilidad de Europa en el entorno geopolítico (Europa Oriental, Mediterráneo Meridional, África), también contribuye a la seguridad garantizada por Estados Unidos en el Indo-Pacífico. Para aumentar su propia capacidad de actuación, se acordaron mayores inversiones en la Bundeswehr y una mayor contribución alemana a la alianza occidental en el sentido de un mejor reparto de las cargas. Ahora es importante dar los pasos correspondientes con rapidez y eficacia. Sin embargo, en función de sus capacidades, Alemania y la UE también deberían contribuir más eficazmente a la seguridad y a la preservación del orden internacional basado en normas en el Indo-Pacífico.

La fortaleza económica de Alemania y su papel como potencia comercial le confieren una influencia especial en el marco de la política económica exterior de la UE. En favor del multilateralismo comercial, Alemania debería trabajar para reforzar la OMC y permitir que la UE se adhiera a la Asociación Transpacífica Amplia y Progresista (CPTPP), a la que se han unido once Estados de Asia-Pacífico. El Consejo Transatlántico de Comercio y Tecnología, en el que Estados Unidos y la UE coordinan su política comercial y tecnológica frente a China, debería ampliarse e institucionalizarse en el espíritu del G10 incluyendo a los socios de Asia-Pacífico.

Como potencia media multilateralista, Alemania puede configurar el entorno de China contribuyendo a reforzar, defender y reformar el orden liberal mediante asociaciones internacionales. Esto puede hacerse, por ejemplo, en el contexto de la reforma de los mecanismos de toma de decisiones de la ONU, ocupando puestos de liderazgo en organizaciones internacionales o defendiendo los principios liberales en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Para ello, Alemania y la UE deben apoyar eficazmente a los países en desarrollo y emergentes haciéndoles ofertas atractivas en materia de desarrollo de infraestructuras y protección del clima.

La eficacia del multilateralismo liberal-democrático viene determinada en gran medida por el alcance y la profundidad de la solidaridad practicada en la confrontación con sus antípodas más importantes, China y Rusia. Este tipo de solidaridad, a diferencia de su variante meramente retórica, conlleva autocontención y costes y, por tanto, también cuestiones políticamente delicadas de reparto de cargas. Proponemos la creación de un fondo de solidaridad en el marco del G-10 que sirva de instrumento común contra las sanciones económicas chinas. Al mismo tiempo, sugerimos la celebración de reuniones periódicas de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa en el G10. En este formato podrían coordinarse las estrategias frente a Rusia y China.

Posible evolución del gasto en armamento de EE.UU. y China

La rapidez con la que ha aumentado el gasto armamentístico de China desde la década de 1990 se hace evidente cuando se compara la evolución real con las previsiones realizadas por la RAND Corporation en 2005. En aquel momento, el think tank estadounidense publicó una estimación de cuánto se rearmaría el país en 2025, pero se quedaba muy por debajo del crecimiento real del poder militar chino.130 El estudio subestimaba drásticamente el potencial de crecimiento de la República Popular en estas dos décadas.

¿Cómo podría evolucionar el gasto en defensa de China en relación con el de Estados Unidos en el futuro? Los siguientes cálculos parten del supuesto de que se mantendrán las tensiones en la relación sino-estadounidense. Las proyecciones incluyen sólo dos parámetros: Suposiciones sobre la evolución de la producción económica de los dos países (medida en términos de PIB) y sobre la participación porcentual del gasto en defensa en el PIB.

Evolución del PIB hasta 2050

Para EE.UU., consideramos concebible una tasa media de crecimiento anual de entre cero y el 2,5% hasta 2050. La senda de crecimiento más favorable se basa en el supuesto de que unas reformas políticas de gran calado permitirán a la sociedad estadounidense desarrollar su fuerza innovadora y beneficiarse de una situación demográfica positiva. Fijamos una tasa de crecimiento anual del 1,5% como tasa media, un valor que se basa en las proyecciones a largo plazo existentes, por ejemplo las de PwC a partir de 2017 o las de la OCDE a partir de 2021.131 Esta senda de desarrollo se corresponde, por tanto, con las previsiones habituales.

Nuestro tercer escenario asume que EE.UU. no logrará remediar sus déficits políticos. En la segunda mitad del período hasta 2050, los daños del cambio climático mundial, así como la disfuncionalidad interna, consumirían las ganancias de crecimiento de la primera mitad, lo que daría lugar a un crecimiento cero. En el caso de la República Popular, suponemos un crecimiento más lento del PIB. Esto se apoya en el rápido envejecimiento de la sociedad china y en la disminución del potencial de desarrollo convergente, pero también en las consecuencias del cambio climático. A su vez, es probable que la trayectoria política que tome el país desempeñe un papel importante. Si se produce una reorientación liberal, ello podría generar impulsos adicionales de crecimiento. Por lo tanto, parece plausible un límite superior de crecimiento medio del 5%, una senda de desarrollo medio del 3% y un límite inferior con una tasa del 1%, aunque también en este caso los problemas tenderían a hacerse patentes en la segunda mitad del período.

Evolución de los gastos militares en porcentaje del PIB

En el caso de EE.UU., se parte del supuesto de que el gasto futuro en defensa como porcentaje del PIB debería estar más o menos en línea con los niveles pasados desde el cambio de siglo; en este sentido, estimamos un porcentaje del 4% (era del 3,5% en 2021). Un aumento por encima del 4% es improbable dada la deuda nacional estadounidense. Por otra parte, parece plausible que la cuota disminuya, dados los problemas de la sociedad estadounidense y del presupuesto nacional. Por lo tanto, nuestra hipótesis alternativa asume un valor medio del 3 por ciento. En el caso de China, la cuota de armamento en el PIB se estima entre el 1,3 por ciento (IISS) y el 1,7 por ciento (SIPRI) para la última década. Nuestros cálculos se basan en las dos hipótesis alternativas del 2 por ciento y el 3 por ciento. Estos valores más altos suponen que las tensiones con Estados Unidos siguen aumentando y que las tasas de crecimiento de China disminuyen, lo que paradójicamente debería aumentar, en lugar de disminuir, la fijación de los dirigentes del PCCh en las cuestiones de seguridad. Los resultados de estos cálculos se resumen en el Gráfico 5 (p. 47). Los escenarios indican que, dependiendo de los supuestos, el gasto en defensa de China puede ser significativamente mayor que el de Estados Unidos en 2050.

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