España - Galicia
No hay bochorno mediterráneo que por Brahms no venga
Alfredo López-Vivié Palencia

Regreso de Paul Daniel como director invitado, apenas cuatro meses después de dejar la dirección artística de la Real Filharmonía de Galicia. Y presentación en la temporada de abono de la orquesta de dos jóvenes solistas, la sarda Silvia Careddu a la flauta y el salmantino Juan Carlos
al piano. Y regreso también de muchos jóvenes entre el público, sin duda debido a la presencia de esos solistas.Tenían motivos sobrados para venir porque se trata de dos músicos espléndidos: Careddu es capaz de todas las potencias y todos los matices sin perder jamás la redondez propia de la flauta; Fernández Nieto es un pianista de toque preciso y elegante que sabe el papel que ha de jugar en cada momento en la siempre complicada tarea de mezclar su instrumento con una orquesta.
Lástima que ambos tuvieran que lucir esas virtudes en una obra como el Concierto de la Malvarrosa, que
Calores aparte, la interpretación fue impecable: los solistas lo habían preparado a conciencia, y los deberes de la orquesta eran más bien facilones. El público lo agradeció sonoramente (ya lo había hecho durante la ejecución, con la intervención por triplicado de un mismo teléfono móvil, cuyo dueño o dueña debe de tener un club de fans incansable). Careddu y Fernández Nieto correspondieron -y esta vez sí fue un auténtico placer escucharles- con una pieza, cuya autoría -Francis Poulenc- me chivó un buen y sabio amigo.
Todo esto tuvo una ventaja evidente: la pieza de García Abril requirió poco tiempo de ensayo, y Paul Daniel pudo trabajar a fondo la Sinfonía en Do menor de Brahms. Y se notó; vaya si se notó. Confieso que no me lo esperaba del maestro inglés, pero dio una versión a la altura de lo mejor que puede hacer la Real Filharmonía, que es mucho. Tiempos firmes (salvo una cierta morosidad al final del primer movimiento y del tercero), equilibrio y claridad de las texturas orquestales (la madera siempre audible y metal muy presente pero sin apabullar, reservando la máxima potencia para el coral que constituye el clímax del último movimiento), impulso en el discurso para no arrastrar el célebre tema del Finale, y tensión brahmsiana para que el primer Allegro -felizmente sin repetición- transmitiese su grandiosidad y para que la introducción del último tiempo sonase con la inquietud requerida.
La Real Filharmonía –convenientemente reforzada- rindió como en sus grandes noches, exhibiendo un sonido grande y bien empastado. Me gustaría destacar no sólo el buen hacer del concertino James Dahlgren y del primer trompa Jordi Ortega, sino sobre todo el del timbalero José Vicente Faus, cuyo protagonismo en esta obra es el de un verdadero solista. La mejor prueba de todo ello estuvo en la ovación del público, pero también en el silencio atento que mantuvo a lo largo de toda la sinfonía, incluidas las pausas entre movimientos.
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