Francia
Ópera de ParísGozosa 'Creación' de Haydn
Francisco Leonarte

En la segunda mitad del siglo XVIII, las
églogas pastoriles tan de moda en el XVI y XVII, dan paso, vía los escritos y
los gustos de Rousseau, a un amor por la Naturaleza, real o inventada. En las
moradas de financieros y aristócratas empiezan a proliferar jardines a la
inglesa, grutas, neveras, lecherías, y hasta pueblos enteros como la famosa Aldea
de la Reina en Versalles (el más antiguo precedente de parque temático a la
Disneyland que servidor de ustedes conozca ...) . Quedan para los menos
pudientes, las telas y papeles pintados de Jouy, con sus escenas campestres,
que hoy en día todavía se siguen editando. El primer romanticismo recogerá a su
manera -tal vez algo más atormentada- este mismo amor por la Naturaleza, con
los escritos de Madame de Staël, los cuadros de Caspar Friedrich o la Sinfonía
nº6 llamada Pastoral, de Beethoven.
La Creación, de
Haydn, con su descripciones maravilladas de la Naturaleza, bien puede
encuadrarse dentro de este vasto movimiento. Aunque sin olvidar el sentido
religioso. Y es que el punto de partida del oratorio de Haydn es otro oratorio,
El Mesías, de Haendel, cuya popularidad había constatado el propio Haydn
en su viaje a Inglaterra.
Haydn crea así una obra a la vez antigua, con
la mirada vuelta al oratorio haendeliano y sus fugas, a la vez muy de su tiempo,
con esos pasajes imitativos tan del gusto del público dieciochesco (pájaros que
cantan, que vuelan, reptiles que rampan, tormentas que estallan, y hasta el Caos
primigenio), y a la vez profundamente innovadora por su estructura que
combina los números cerrados con los recitativos acompañados en una suerte de todo
musical que no está lejos de la influencia de Gluck y que será el objetivo
de todos los compositores del ópera del siglo XIX.
Interpretación brillante
Es esta una obra que en París no se ejecuta
con frecuencia, o no con la frecuencia que la calidad de la obra merece. Aparte
de la introducción, describiendo el Caos primigenio -a menudo citada como
ejemplo de tonalidad difuminada- y sobre todo el delicioso dúo entre Adán y Eva
-cuyo texto no puede sino hacernos sonreír- pocos fragmentos han alcanzado una
auténtica popularidad.
Con que, puestos a presentarla, valía la pena
poner toda la carne en el asador. Y así
lo entendieron Radio France y el Théâtre des Champs-Elysées, reuniendo unos
conjuntos de renombre, un director en carrera ascendente, y unos solistas que
son especialistas en la música de cámara y el oratorio.
El Coro de Radio France se encuentra, en
efecto, entre lo mejorcito de los grandes coros parisinos. Y volvió a demostrarlo.
Empastado y potente, Y bien controlado en los pasajes fugados. Brillantez y
soltura.
La Orquesta Nacional de Francia tampoco tiene
nada que demostrar. No se trata de una orquesta históricamente informada
(aunque, eso sí, se llamó a un clavecinista y no a un pianista), y eso le dio a
la interpretación una brillantez a la que empezamos a no estar acostumbrados en
las obras anteriores al romanticismo. Podríamos hablar, evocando las
intervenciones de cada pupitre, de una suerte de evidencia, tanta fue su
soltura y el dominio de los respectivos instrumentos (notables las trompas, las
muy solicitadas flautas, o el oboe y hasta el contrafagot).
Y a su vez, Orozco-Estrada, atento a cada
entrada, y sobre todo a las del cuarteto solista, destacó más por la brillantez
que por la sutileza. Entendámonos: nunca cayó en el ruidismo, y cumplió con la
diversidad que la misma partitura encierra. En ese sentido, hay que insitir, su
trabajo fue acertadísimo. No hubo sin embargo en su interpretación pasajes etéreos
ni filigranas delicadas. Tal vez porque no consideró que en la partitura las
haya. Tampoco descubrió mundos nuevos. Pero sí dio una versión pulida, diversa
y reluciente de todos y cada uno de los números sin por ello perder la unidad
estilística. Es mucho.
Tres magníficos solistas
En cuanto Mathias Goerner abre la boca, todo
calla. Por parafrasear a la Metro-Goldwynn-Mayer, «hay en su voz más armónicos
que estrellas en el firmamento». Lástima que tenga tendencia a mirar
constamemente su partitura, de suerte que el sonido es emitido hacia abajo y
puede perderse en ciertas notas a pesar de su notable volumen. Si no fuera por
los susodichos armónicos que hacen que su voz llegue a todas partes, podría
haber habido problemas. Pero además hay tal unidad de color en la voz -de
timbre muy hermoso tanto en el registro agudo como en el grave-, y tal inteligencia
del texto -no en vano es uno de los liederistas más renombrados de su
generación- que cada una de sus intervenciones es puro deleite.
Allan Clayton dio esta misma temporada una
espléndida interpretación del personaje central de Peter Grimes de
Britten en la Ópera de París. Y se presentó con ese pequeño aspecto un punto
desaliñado, de barba generosa, que le habíamos visto ya en escena. Y se presentó
sobre todo con la misma voz de volumen importante, de fraseo límpido, de
inteligibilidad a prueba de balas, de facilidad en la emisión. Y con la misma
inteligencia de interpretación. Un disfrute.
Y para redondearlo todo, una cantante que
servidor de ustedes no conocía pero cuyo nombre retendré a partir de ahora,
Nikolla Hillebrand, de voz jugosa como melocotón en su punto perfecto, de
coloraturas evidentes (de esas que a la escucha parecen fáciles de hacer
aunque sean endiabladas), con un buen volumen y un encanto todavía más
importante.
De suerte que, cantase quien cantase, todo era
disfrutar.
Señalemos también que, en su ingrato cometido,
pues interviene apenas en el último número como cuarta voz, Marie-George
Monet cumplió con creces.
Y colorín colorado...
La sala estaba llena a un 95% -el público
parisino nunca dejará de sorprenderme- para un oratorio de Haydn sin grandes
estrellas de ringo-rango y sin figuras hipermediatizadas como Lezneva, De Sa o compañía.
Y todos aplaudimos con entusiasmo.
Prueba de que no siempre son los nombres más conocidos los que dan las mayores satisfacciones. ¿No ?
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