Francia

Ópera de París

Gozosa 'Creación' de Haydn

Francisco Leonarte
martes, 25 de abril de 2023
Monumento a Joseph Haydn en Viena © Creative Commons Monumento a Joseph Haydn en Viena © Creative Commons
París, jueves, 20 de abril de 2023. Théâtre des Champs-Elysées. Die Schöpfung (La Creación) Hob.XXI:2. Poema de Gottfried van Swietten inspirado por Paradise Lost de John Milton. Música de Joseph Haydn. Con Nikola Hillebrand (soprano), Allan Clayton (tenor), Marie-George Monet (contralto), y Matthias Goerne (barítono). Chœur de Radio France (director del coro, Lionel Sow). Orchestre National de France. Dirección musical, Andrés Orozco-Estrada
0,0003369

En la segunda mitad del siglo XVIII, las églogas pastoriles tan de moda en el XVI y XVII, dan paso, vía los escritos y los gustos de Rousseau, a un amor por la Naturaleza, real o inventada. En las moradas de financieros y aristócratas empiezan a proliferar jardines a la inglesa, grutas, neveras, lecherías, y hasta pueblos enteros como la famosa Aldea de la Reina en Versalles (el más antiguo precedente de parque temático a la Disneyland que servidor de ustedes conozca ...) . Quedan para los menos pudientes, las telas y papeles pintados de Jouy, con sus escenas campestres, que hoy en día todavía se siguen editando. El primer romanticismo recogerá a su manera -tal vez algo más atormentada- este mismo amor por la Naturaleza, con los escritos de Madame de Staël, los cuadros de Caspar Friedrich o la Sinfonía nº6 llamada Pastoral, de Beethoven.

La Creación, de Haydn, con su descripciones maravilladas de la Naturaleza, bien puede encuadrarse dentro de este vasto movimiento. Aunque sin olvidar el sentido religioso. Y es que el punto de partida del oratorio de Haydn es otro oratorio, El Mesías, de Haendel, cuya popularidad había constatado el propio Haydn en su viaje a Inglaterra.

Haydn crea así una obra a la vez antigua, con la mirada vuelta al oratorio haendeliano y sus fugas, a la vez muy de su tiempo, con esos pasajes imitativos tan del gusto del público dieciochesco (pájaros que cantan, que vuelan, reptiles que rampan, tormentas que estallan, y hasta el Caos primigenio), y a la vez profundamente innovadora por su estructura que combina los números cerrados con los recitativos acompañados en una suerte de todo musical que no está lejos de la influencia de Gluck y que será el objetivo de todos los compositores del ópera del siglo XIX.

Interpretación brillante

Es esta una obra que en París no se ejecuta con frecuencia, o no con la frecuencia que la calidad de la obra merece. Aparte de la introducción, describiendo el Caos primigenio -a menudo citada como ejemplo de tonalidad difuminada- y sobre todo el delicioso dúo entre Adán y Eva -cuyo texto no puede sino hacernos sonreír- pocos fragmentos han alcanzado una auténtica popularidad.

Con que, puestos a presentarla, valía la pena poner toda la carne en el asador. Y así lo entendieron Radio France y el Théâtre des Champs-Elysées, reuniendo unos conjuntos de renombre, un director en carrera ascendente, y unos solistas que son especialistas en la música de cámara y el oratorio.

El Coro de Radio France se encuentra, en efecto, entre lo mejorcito de los grandes coros parisinos. Y volvió a demostrarlo. Empastado y potente, Y bien controlado en los pasajes fugados. Brillantez y soltura.

La Orquesta Nacional de Francia tampoco tiene nada que demostrar. No se trata de una orquesta históricamente informada (aunque, eso sí, se llamó a un clavecinista y no a un pianista), y eso le dio a la interpretación una brillantez a la que empezamos a no estar acostumbrados en las obras anteriores al romanticismo. Podríamos hablar, evocando las intervenciones de cada pupitre, de una suerte de evidencia, tanta fue su soltura y el dominio de los respectivos instrumentos (notables las trompas, las muy solicitadas flautas, o el oboe y hasta el contrafagot).

Y a su vez, Orozco-Estrada, atento a cada entrada, y sobre todo a las del cuarteto solista, destacó más por la brillantez que por la sutileza. Entendámonos: nunca cayó en el ruidismo, y cumplió con la diversidad que la misma partitura encierra. En ese sentido, hay que insitir, su trabajo fue acertadísimo. No hubo sin embargo en su interpretación pasajes etéreos ni filigranas delicadas. Tal vez porque no consideró que en la partitura las haya. Tampoco descubrió mundos nuevos. Pero sí dio una versión pulida, diversa y reluciente de todos y cada uno de los números sin por ello perder la unidad estilística. Es mucho.

Tres magníficos solistas

En cuanto Mathias Goerner abre la boca, todo calla. Por parafrasear a la Metro-Goldwynn-Mayer, «hay en su voz más armónicos que estrellas en el firmamento». Lástima que tenga tendencia a mirar constamemente su partitura, de suerte que el sonido es emitido hacia abajo y puede perderse en ciertas notas a pesar de su notable volumen. Si no fuera por los susodichos armónicos que hacen que su voz llegue a todas partes, podría haber habido problemas. Pero además hay tal unidad de color en la voz -de timbre muy hermoso tanto en el registro agudo como en el grave-, y tal inteligencia del texto -no en vano es uno de los liederistas más renombrados de su generación- que cada una de sus intervenciones es puro deleite.

Allan Clayton dio esta misma temporada una espléndida interpretación del personaje central de Peter Grimes de Britten en la Ópera de París. Y se presentó con ese pequeño aspecto un punto desaliñado, de barba generosa, que le habíamos visto ya en escena. Y se presentó sobre todo con la misma voz de volumen importante, de fraseo límpido, de inteligibilidad a prueba de balas, de facilidad en la emisión. Y con la misma inteligencia de interpretación. Un disfrute.

Y para redondearlo todo, una cantante que servidor de ustedes no conocía pero cuyo nombre retendré a partir de ahora, Nikolla Hillebrand, de voz jugosa como melocotón en su punto perfecto, de coloraturas evidentes (de esas que a la escucha parecen fáciles de hacer aunque sean endiabladas), con un buen volumen y un encanto todavía más importante.

De suerte que, cantase quien cantase, todo era disfrutar.

Señalemos también que, en su ingrato cometido, pues interviene apenas en el último número como cuarta voz, Marie-George Monet cumplió con creces.

Y colorín colorado...

La sala estaba llena a un 95% -el público parisino nunca dejará de sorprenderme- para un oratorio de Haydn sin grandes estrellas de ringo-rango y sin figuras hipermediatizadas como Lezneva, De Sa o compañía.

Y todos aplaudimos con entusiasmo.

Prueba de que no siempre son los nombres más conocidos los que dan las mayores satisfacciones. ¿No ? 

Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.