Francia
Ópera de ParísUna Carmen de ni fu ni fa
Francisco Leonarte

Hay tantas representaciones de Carmen
en el mundo (y más todavía en Francia, donde sin ir más lejos, en París, ha
habido dos series de representaciones esta misma temporada en Opera Bastille),
que ya puestos a representarla ‘de nuevo’ al menos ha de valer la pena.
Máxime cuando quien la presenta es la institución que la encargó y la estrenó.
En vez de echar la carne en el asador y poner todo de su lado para que las
funciones de Carmen en Opera-Comique sean inolvidables, la casa ha
preferido montar una Carmen no-muy-cara y un poco del montón. Vamos, de esas
que cuando uno sale tiene ganas de decir «ni fu ni fa».
Cantantes de pasables a inaguantable
A Gaëlle Arquez la escuchamos recientemente en
Bastille en este mismo papel, y en su día señalamos que su voz resultaba
demasiado pequeña para Bastille, pensando sin embargo que sería una Carmen
excelente en Opera-Comique dada las condiciones de la sala. Nos equivocamos.
Cierto, puede frasear y dar muchos más matices
que en Bastille. Su aria del tercer acto, la del presagio de muerte, fue
cantada ayer con excelente legato, buena inteligibilidad, buen fraseo, buena
calidad canora, todo más en intimismo que en voluntad de impresionar. Y
funcionó. Pero cuando se trata de dar agudos potentes y 'asertivos' (no
hay muchos en la partitura, pero los hay), no tiene más remedio que pasar de
puntillas. Cuando se trata de graves, tampoco salen las cuentas. Arquez tiene
unos graves ligeros, de mezzo (que no contralto) barroca, cumple con la nota,
pero de ahí a hacer que pase la orquesta o que tenga contundencia, hay un
trecho. Y todos sus parlamentos los hace con voz de pecho, sin casi matices
actorales ni cambios en la actitud.
Resulta pues un personaje un tanto monocorde y
además sin real contundencia. No impresiona por la sutileza de la encarnación
ni tampoco por su bravura. Canta bien. Pero no impresiona. Y es que creo que ha
abordado el papel siendo demasiado joven. Arquez, a quien tanto hemos admirado
como Iphigénie de Gluck, Hélène de Offenbach o Ruggiero de Haendel, no da todavía
para cantar Carmen. Siento decirlo.
Vayamos con otra verdad todavía más
desagradable de decir: 'el caso Antoun’. Tres veces he escuchado a
Frédéric Antoun, y las tres he salido con la misma impresión: a este muchacho
(o este caballero, porque ya no es una 'joven promesa’) lo han engañado.
Alguien le ha dicho que ya estaba listo para cantar, pero no. Dificultad en
todas las notas de pasaje, voz engolada, emisión complicada... Cuando se trata
de una nota comprometida, o la cubre demasiado, o la abre demasiado, o se le
escapa un vibrato demoledor o la da completamente destimbrada. Es un
sufrimiento permanente para él y para el oyente. Mira que me sabe mal hablar
mal de un cantante, pero es que no hay por dónde agarrarlo. Destroza todo
personaje que toca. Y el público no tiene por qué aguantarlo. Lo ideal sería
que se retirara durante equis tiempo, hiciera tabula rasa, desaprendiera lo que
sea menester, y volviera a empezar con una técnica sana. Porque esto es un vivosinvivirenmí
que no hay quien lo aguante.
En esta ocasión, antes del tercer acto,
anunciaron por megafonía que se hallaba indispuesto y que, a pesar de todo,
cantaría hasta el final de la función (más nos hubiera valido que lo
reemplazaran, pero bueno). Lo cierto es que no noté diferencia abismal entre su
canto 'indispuesto' y su canto 'sin indisponer' (como en Lakmé la
temporada pasada, por ejemplo...). Insisto, siento de verdad tener que decirlo,
pero hay que decirlo : Frédéric Antoun, hoy por hoy, no debería cantar, y
menos papeles importantes en teatros importantes. Está haciéndo un flaco favor
al público, a su propia reputación y a su propia voz.
Encontrar un buen Escamillo es bastante más
difícil de lo que parece. De hecho tampoco esta vez lo hemos encontrado en la
persona de Jean-Fernand Setti. Tiene planta, tiene una voz que no está mal,
pero no tiene ni el agudo fácil ni el grave cómodo para un papel, insisto, que
es bastante más difícil de lo que parece. Cumple -y gustó mucho al público,
aunque del público ya hablaremos- da el personaje (aunque, seamos sinceros,
como personaje Escamillo no tiene mucho que rascar) y punto.
De nuevo pues, se llevó el gato al agua
Micaela. Un papel 'caramelito'. Elbenita Kajtazi tiene bonita voz,
facilidad en la emisión, y se siente bastante cómoda con su particela. Ya es
mucho. Sobre todo comparándola con sus compañeros de reparto.
Otra decepción fue la Frasquita de Norma
Nahoun. Frasquita es un papel en principio secundario pero que está muy
presente. Y ha de tener gracia para abordar su particella. Norma Nahoun tiene
una voz fresca, vale. Pero Frasquita, que en principio es la única soprano del
reparto, también ha de tener buenos agudos para 'redondear' varios finales
escritos por Bizet. No fue el caso. Todos sus agudos fueron calantes. Estoy
seguro de que debe de haber más sopranos que puedan con el papel, agudos
incluídos. No entiendo que una casa como Opera-Comique no la haya encontrado. A
menos que se trate de una indisposición de estreno : nada es imposible...
Aliénor Feix, encarnando a Mercedes, cumplió con creces. Voz agradable, gracia para cantar. Cumplieron también François Lis como Zuñiga, y Jean-Christophe Lanièce como Moralès.
Mención aparte merecen Paco García y
especialmente Matthieu Walendzik. No se trata de voces impresionantes, ni
tampoco sus papeles lo requieren. Pero sí de intérpretes con ese algo de
frescura y de estilo ligero que parecían entroncar en línea directa con la
tradición de la ópera-comique, la opereta y aún el cabaret, ese estilo francés
de los «fantaisistes» cuyo espíritu en su día no debió de distar mucho del
espíritu de los actores cómicos y tenores graciosos en la tradición zarzuelera.
Así, el quinteto del segundo acto tuvo toda la gracia cómica, todo el charme opera-comique que Bizet y Meilhac y Halévy deseaban.
Orquesta y dirección históricamente
informadas
La orquesta, dirigida por Louis Langrée, dio
muchos detalles que en versiones canónicas habían podido pasar desapercibidos.
Y es que, además, Langrée intenta recuperar la que sería la versión 'primigenia',
la estrenada en la Opéra-Comique (aunque servidor ha de confesar que sigue
echando de menos la versión de Guiraud, pero eso es otro cantar...).
Contó para ello con la estupenda Orchestre des
Champs-Elysées, que es de las ‘históricamente informadas’. Una sección
de cuerda relativamente reducida (apenas tres contrabajos y cinco violonchelos,
para que se hagan ustedes una idea), con lo cual las maderas y las trompas
cobran un mayor importancia en el conjunto, y es más fácil para los cantantes
sobreponerse a la masa orquestal.
Hablando de las maderas, quizá haya que
señalar un preludio del tercer acto (uno de los momentos más hermosos de la
partitura) bastante banal, con un flautista que parecía correr y buscar su
soplo (a pesar de que en el resto de la velada estuvo muy bien). Un momento
desaprovechado también escénicamente, con un Antoun que vagaba entre bultos de
viaje, sin poesía ninguna: más hubiera valido para eso que se ejecutara el
preludio a telón cerrado, que es como lo pensó Bizet...
Clarinete, fagot y oboe no desaprovecharon sus
momentos de lucimiento, y mostraron su bonito sonido y su dominio del estilo
francés.
Por lo demás, fue la de Langrée una dirección
más nerviosa que elegiaca (de ahí tal vez la ‘banalidad’ del preludio
del tercer acto), pero siempre clara y sin cubrir a los cantantes (en la sala
de la Opera-Comique es difícil cubrirlos, pero no imposible)
Recorrido histórico
La puesta en escena de Homoki nos propuso algo
así como un paseo desde 1875 (momento del estreno de la obra de Bizet/Meilhac y
Halévy) hasta nuestros días. Y aún en nuestros días, se siguen cometiendo
asesinatos domésticos, en su gran mayoría de mujeres por hombres.
La cosa empieza como si un joven actual, al
leer la partitura, se metiera en la piel del personaje, transportándose a la
Francia de mil ochocientos setenta y pico (recurso un pelín fantástico que el
director de escena ha de ir abandonando poco a poco porque en realidad no lleva
a ninguna parte).
Lo cierto es que, a pesar del recurso
fantástico tipo «viaje en el tiempo», y a pesar de transformar a los soldados
en meros espectadores del XIX, el argumento se lee en escena con facilidad, y
alguien que no conoce la obra puede entenderla paso a paso. Por los tiempos que
corren, eso es un mérito.
El recurso de «espectadores del 1875 en vez de
soldados» permite también resaltar el machismo imperante en la época -y
perfectamente aceptado- así como todo lo que, para el mismo público, la obra de
Bizet/Mérimée podía evocar. De suerte que las cigarreras se convierten en
trabajadoras de prostíbulo, y Carmen no es sino una pensionista de burdel con
un toque español. Es decir, tan española como pudo serlo en más o menos la
misma época la famosa Lola Montez (la bailarina y cortesana irlandesa amante
del rey de Baviera), o tan española como balinesa fue la neerlandesa Mata-Hari.
De hecho, un gran telón de mal gusto
prostibulario permite acentuar el lado teatral del asunto. De suerte que el
público que viene buscando «la Carmen de toda la vida» queda satisfecho
merced a trajes perfectamente adecuados a la tradición para cada protagonista
(el traje de torero de Escamillo es perfectamente inverosímil para la
situación, pero es lo que el público tradicional espera). Y el público que
busca «algo nuevo» se encuentra con una versión meta-histórica que no deja de
tener su interés. Puesta en escena astuta, la de Homoki.
En el tercer acto ya no estamos en 1875 sino
hacia 1940, permitiendo evocar en la imaginación colectiva francesa otro
momento mítico, el de la Ocupación, el paso entre la zona ocupada y la zona
libre, etc. De nuevo nos hace pensar en que el machismo persisitía en esa
época, y de nuevo tenemos bonitos trajes de época, de esos que le
resultan indispensables a una buena parte del público operístico.
Finalmente, el acto IV sucede en una España
actual en que todo es fiesta (el sentido de la fiesta español es el nuevo
tópico en la imaginación francesa, con películas como Auberge espagnole,
de Cédric Klapisch), aunque aquello más parezca
una fiesta de Nochevieja que una retransmisión de corrida de toros.
Y también en la actualidad, fuera ya de
todo contexto espacial, sigue habiendo asesinatos de mujeres por maridos o
ex-maridos...
Es decir, una puesta en escena con algún
punto que pueda ser irritante, pero que no está construida contra o paralelamente
a la obra original, sino que intenta ahondar en lo propuesto por
Bizet/Merimée/Meilhac y Halévy. Podrá gustar más o menos, pero es inteligente y
respetuosa.
Gran éxito de público
Como de costumbre en Opera-Comique, y más
tratándose de Carmen que es la ópera más popular en Francia y puede que en el
mundo (con varias ‘canciones del verano’, de esas que todos conocemos
aun sin saber quién las ha escrito, como el coro del Acto IV, el Toreador, o la
famosísima Habanera de Bizet-Iradier), el público era muy familiar, con gente
que no viene todos los días a la ópera, niños, familias, grupos de amigas...
Y como la orquesta sonaba muy bien, y los
cantantes cantaron todas las notas, y los trajes eran muy vistosos, y había
muchas cosas en grana y oro, y se entendía bien lo que pasaba en el escenario,
y además estabamos en uno de los teatros más bonitos de París (y puede que de
Europa), allí todo el mundo salió encantado y tarareando.
Porque cuando se va a un espectáculo, uno tiene ganas de pasárselo bien. Y hay que salir, 'habiéndoselo pasado bien’. Y (¿qué quieren que les diga?) si así es, el espectáculo ha cumplido su función para toda esa franja del público. Otra cosa es lo que servidor de ustedes piense de lo que ha visto y ha escuchado...
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