Reino Unido
Dos grandes violinistas, dos talentosos directores de orquesta
Agustín Blanco Bazán
Antes de partir para los ensayos en Glyndebourne, la Filarmónica de Londres cerró su temporada londinense con dos conciertos que sirvieron para la presentación de violinistas extraordinarios junto a batutas descollantes.
En la primera de estas veladas, el 30 de abril, Julian Rachlin brindó un Concierto para violín nº 1 de Shostakovich con una antológica combinación de sutileza y tensión. En el primer movimiento exploró el 'Nocturno' con un lirismo a la vez recatado e intenso, apoyado por Mäkelä con una atmosfera orquestal a la vez oxigenada y de un espectral expresionismo. En el 'Scherzo', solista y orquesta se entregaron a un virtuosismo exento de grandilocuencia y concentrado en una sobriedad punzante de contraste y color. La 'Passacaglia' fue de un Moderato tranquilo e implacable al amparo del cual los maderas y los metales bajos frasearon sin urgencia y con claridad casi barroca, antes que Rachlin se entregara a una modélica ejecución de esa prolongadísima cadenza que jamás sonó repetitiva o ansiosa por llegar al final. Tal fue la concentración y parsimonia de este solista extraordinario.
Similarmente genial estuvo Alina Ibragimova en el segundo programa, el 6 de mayo, esta vez con el Concierto para violín de Mendelssohn que Edward Gardner guió con una claridad y distanciamiento mas bien clasicista, estilísticamente mas cerca de Mozart que de Beethoven. Su maestría para desarrollar los tres movimientos sin solución de continuidad permitió evitar esos aplausos después del primer movimiento hoy tan característicos de un público cada vez más desconcentrado. Fue precisamente gracias a la costura de los tres movimientos y la falta de aplausos que la obra alcanzó su inigualable mezcla de riqueza cromática y robustez orquestal. Y entre, sobre, y en contraste con las texturas intervino Ibragimova con una antológica espontaneidad. Sus ataques fueron seguros y afirmativos, pero jamás precipitados o malogrados por ese sobre énfasis con que muchos violinistas tratan de impresionar a la audiencia.
El resto de la primera velada consistió en una cuidadosa y brillante exposición de contrastes de percusión, arcos y vientos en la hiperextendida (37 minutos) y repetitiva Segunda sinfonía de Thomas Larcher, un talento contemporáneo que me pareció más preocupado por los efectos sonoros que por la unidad de narrativa orquestal. Mäkelä completó su actuación con el Adagio de la Décima e inconclusa sinfonía de Mahler, que dirigió con buena expresividad y cuidado para no arrastrar la elegía exposición de las cuerdas iniciada por las violas. El coral en la menor fue conmovedoramente expuesto antes de ser interrumpido por la demoledora disonancia que precede una coda que sonó como debe hacerlo: inquieta pero afirmativa.
Con su concierto incómodamente ubicado el día de la coronación de Carlos III, no quedó mas remedio a Edward Gardner que incluir algo alusivo a esta ocasión. “Pero se está escuchando tanto en estos días el himno nacional que en mi caso opté por esta encantadora suite de Michael Tippett…” Se refería a la pieza escrita por este comunista, que fue a la cárcel por negarse a ir a la guerra, con ocasión del nacimiento del entonces príncipe Carlos. Con típica galantería inglesa, la BBC le pidió a este talentoso rebelde que escribiera algo para transmitir exactamente al día siguiente del parto regio y Tippett aceptó, tal vez para no parecer demasiado anti-establishment. La pieza, compuesta por cinco movimientos (Intrada, Berceuse, Procession and Dance, Carol y Finale) es a la vez simple y radiante, y conmovedoramente evocativa de aquella época en que una Britania sufrida y vapuleada por la guerra y el comienzo del fin del imperio quería abrirse a un mundo del cual ahora ha decidido separarse con un desesperado y obsoleto tradicionalismo. Cuando Carlos nació, la monarquía era fresca y auspiciosa. ¡Qué contraste, el de esta Suite, con la pompa burda y tristeza actual de aquel niño homenajeado por Tippett hace 74 años!
La ejecución de la Misa Glagolítica de Janacek puso el broche de oro a este fin de temporada, con los metales de la Filarmónica en competencia con la vibrante intervención del órgano del Royal Festival Hall. El tenor (Toby Spencer) y la soprano (Sara Jakubiak) lucharon y triunfaron con sus incomodas tesituras, mientras que la mezzo (Madeleine Shaw) y el bajo (Toby Spence) parecieron mas cómodos con las de ellos. El coro, sólidamente preparado transitó un 'Credo' cuya tensión Gardner supo mantener con variedad de matices cromáticos y de tiempo. En los extremos: beatíficamente danzante salió el 'Gloria' encabezado por la soprano, aunque tal vez hubiera sido mejor aquí una voz mas lírica y menos pesada; y magníficamente concertado el 'Sanctus' en su mezcla de tranquila exposición sinfónico coral y panteística agilidad final. Luego del preciso y arrollador solo de órgano a cargo Catherine Edwards, la orquesta se precipitó en un 'Postludio' exhilarante y vertiginoso. Fue así que la sala pareció transformarse en la maravillosa catedral imaginada por Janacek en Luhacovice “donde fuimos tan felices” [carta del compositor a su inalcanzable musa, Kamilla Stösslosová]
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