España - Madrid
Metastasio in China
Xoán M. Carreira
El estreno en 1987 de Nixon in China fue un acontecimiento en la historia reciente de la ópera. Por vez primera en muchas décadas una ópera nueva se convertía en un bestseller.
Tras el estreno muchas casas de ópera se interesaron por su representación y Nixon in China se publicó en cd y vídeo de distribución internacional, lo cual en el caso de España provocó la ira de los comentaristas más puritanos, entre los que destacó especialmente el compositor y hermeneuta musical Nixon en China , quien colocó junto a La Traviata en su personal altar de fobias operísticas.
Si repasamos la hemerografía y bibliografía de los últimos treinta y cinco años de Nixon en China, comprobaremos que la perspectiva de los comentaristas es la atención a los procedimientos y apenas han prestado atención a la dramaturgia o a las técnicas narrativas.
Esto mismo ha sucedido en las semanas previas al estreno español de Nixon in China en los que hemos leído y escuchado las especulaciones más variopintas sobre el minimalismo musical, la incorporación de la música popular urbana a la ópera, o sobre las tradiciones musicales América versus Europa, todas ellas focalizadas desde el punto de vista moral y entendidas como sistemas de creencias, como religión, incluso como sectarismo retroalimentado por la tóxica división entre buenos y malos, entre salvados y condenados.
El caso es que nada hay de novedoso en los procedimientos musicales de Nixon in China. Ni es la primera ópera minimalista, ni mucho menos la primera ópera en la que los elementos de 'baja cultura' se combinan con los de 'alta cultura'. Pensemos si no en el tenor de Rigoletto, cuya parte no tiene ningún aria: el Ducca sólo canta cancioncillas vulgares lindantes con lo obsceno.
Por último, que no lo último, Nixon in China no es la primera ópera política en la segunda mitad del siglo XX, pues desde el estreno de Diálogo de Carmelitas en 1957 las tres décadas siguientes hasta Nixon in China han conocido el estreno de numerosas óperas de contenido e intención indisimuladamente política.
Llegado a este punto, ¿dónde 'reside la novedad' de Nixon in China y por qué este título se ha convertido en un paradigma del teatro musical tras la caída del Muro de Berlín? Lo único innovador de esta ópera es que se trata de una ópera 'seria' -es decir, está protagonizada por dioses, semidioses y héroes mitológicos-, cuyo argumento gira en torno a los conflictos de honor, deber, y amor mediatizados por la ambición de poder. Exactamente igual que en los libretos de Metastasio.
, y (el director escénico del estreno) acudieron al museo de la historia de la ópera e hicieron una fascinante apropiación de los modelos de y y lo trasplantaron a un episodio mítico de la reciente historia de la geopolítica -la visita de Nixon a China- que es tratada como una anécdota cerrada, sin precedentes y sin consecuentes, exactamente igual que sucedía en las óperas serias del siglo XVIII.
La producción de John Fulljames y Dick Bird
Desde esta perspectiva carecen de sentido muchas de las consideraciones que hemos leído en la prensa española y en el propio programa de mano del Teatro Real acerca de la ausencia en la ópera de cualquier alusión a las consecuencias de esta visita.
Y mi reproche de falta de comprensión del sentido narrativo de Nixon en China se puede extender a la producción de John Fulljames y Dick Bird, protagonizada por los archivos de la documentación pública, discreta y secreta de la histórica visita, y la constante proyección de imágenes de la misma.
Los protagonistas de Nixon in China no son reales, son míticos, del mismo modo que lo son Jupiter, Venus, Medea, Hércules, Cleopatra o Tito en la óperas serias del XVIII.
Nixon in China es una fábula mitológica en la que interactúan dos dioses, Nixon y Mao, dos semidiosas, Pat Nixon y Chiang Ch’ing, y dos héroes, Chou En-Lai y Kissinger. Al igual que en el modelo clásico, cada uno de ellos tiene sus recitativos, pequeños duetos, etc. y cuando cantan sus grandes arias se retiran de escena cerrando el número. En estas arias se utilizan los procedimientos y recursos musicales más idóneos para retratar la personalidad y estado de ánimo de los protagonistas, los cuales ocasionalmente se mezclan con el mundo de los mortales.
Esta estrategia narrativa explica la llamativa diferencia entre los tres actos y hace necesaria la brillante obertura de Nixon in China. Las virtudes y los defectos de los seis protagonistas son expuestos con claridad y sin ser juzgados moralmente, trátese del narcisismo de Mao y Nixon, la soberbia de Madame Mao, la lujuria de Kissinger, los conflictos éticos de Chou En-Lai o la ingenuidad buenista de Pat Nixon. Nada hay en el libreto que prejuzgue sobre la bondad o maldad de sus actuaciones, si bien la elección de los códigos retóricos elegidos por Adams para cada uno de ellos es probable que lleve a muchos espectadores a sentir ternura por Pat Nixon y les invite a no fiarse de Chiang Ch’ing. O que Chou En-Lai despierte en nosotros, simples mortales, una sensación de empatía similar a la que sentimos por el Tito mozartiano, en el cual está parcialmente inspirado Chou En-Lai.
Al margen de estas discrepancias puntuales, disfruté de las soluciones aportadas por John Fulljames en las escenas colectivas, especialmente en las interpolaciones narrativas, como el sueño de Kissinger durante la interpretación del ballet El destacamento de la mujer roja (estas interpolaciones son también una característica de la ópera seria y tienen una función similar a la de las novelas cortas en El Quijote).
El coro del Teatro Real, los figurantes y los bailarines demostraron su competencia con momentos brillantes. No acabó de convencerme la coreografía, si bien reconozco que mi opinión está mediatizada por mi propia experiencia como espectador de la coreografía original de El destacamento de la mujer roja en la época de su estreno europeo y un par de décadas después.
Olivia Lee-Gunderman conoce bien la obra, la entiende y tiene su propia concepción sobre la misma. Diferencia claramente cuándo el foso es una banda sonora de la acción y cuándo ha de acompañar a los cantantes, labor concertadora de Lee-Gunderman realiza con elegancia y finura. No es ningún secreto que la orquesta del Teatro Real sigue teniendo serias limitaciones y estas quedaron de manifiesto en una obra de orquestación tan sutil y compleja como Nixon en China. Al igual que Alberto Zedda, Lee-Gunderman maquilla estas limitaciones con direccionalidad, energía y seguridad. En estas circunstancias es esencial que los errores puntuales se perciban cuando la atención del espectador ya está puesta en otro momento, y esto sólo se consigue con un buen trabajo de ensayo y sentido de la autoridad. Esperamos disfrutar de una nueva visita de Lee-Gunderman.
La elección del elenco vocal fue afortunada. Sarah Tynan (Pat Nixon) y Audrey Luna (Chiang Ch’ing, Madame Tse-Tung) mostraron su adecuación actoral y vocal a sus respectivos roles consiguiendo que su caracterización interpretativa superase incluso la conseguida por el espléndido equipo técnico del Teatro Real (caracterización, maquilladoras, etc.). No es fácil este logro pues sus roles exigen un comportamiento acorde con sus respectivas imágenes públicas, sea a través de las coloraturas de Chiang Ch'ing o de la aparente ingenuidad melódica de Pat Nixon.
Algo parecido sucede con Leigh Melrose (Richard Nixon) y Alfred Kim (Mao Tse-Tung), con la diferencia de que en estos casos la imagen pública es un fiel reflejo del superego de los propios personajes. Me impresionó especialmente la capacidad de Alfred Kim para trasmitir el perfil autorreferencial y mecánico del anciano Mao.
A priori Kissinger y Chou En-Lai son los catalizadores de la acción, pero resultan ser unos catalizadores de mediana eficacia por la baja capacidad reactiva de Nixon y Mao. Sus propias personalidades son tan distintas que dificultan el entendimiento. La creación del extrovertido Henry Kissinger por parte de Borja Quiza fue brillante y se mostró totalmente desinhibido en los divertidos momentos en que se muestra al público la característica golfería de Kissinger, reflejada también en la interpretación vocal de Quiza. En el otro plato de la balanza el sobrio Jacques Imbrailo acertó en la creación de un Chou En-Lai introspectivo, prudente, racional y plenamente consciente y atormentado por sus contradicciones.
El público premió a los seis con una ecuánime y generosa ovación y, como es previsible a tenor del discurso narrativo, empatizó con Pat Nixon y Chou En-Lai.
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