Alemania
Klavier-Festival RuhrLiederabend: desgarradoramente bello y conmovedor.
Juan Carlos Tellechea
Una velada de Lieder con el grandioso barítono Matthias Goerne es un exquisito viaje al infinito. Esta tarde se presentó en el Klavier-Festival Ruhr con el sensible pianista Alexander Schmalcz, con quien trabaja desde hace muchos años, y fue largamente ovacionado al final del recital.
Schmalcz sustituyó a último momento a Markus Hinterhäuser, intendente (director general) del Festival de Salzburgo, quien por circunstancias ajenas a su voluntad no pudo asistir.
No hubo ni intervalos ni aclamaciones entremedias. La dramaturgia exigía no interrumpir o quebrar esa atmósfera intimista que se iba creando poco a poco. El oído nutre el alma y las doradas corrientes de sonido de Matthias Franz Schubert (cuya música mucho admira), con poemas de Ludwig Rellstab y textos de Heinrich Heine, así como con varias canciones escogidas, de Robert Schumann, con versos de Nikolaus Lenau (op 90/4, 90/5 y 90/6), Friedrich Rückert (op 101/4) y Titus Ullrich (op 107/1).
Goerne tiene una voz sonora, pero sobre todo poderosa, que llenaba la sala en el mejor sentido de la palabra. El canto era un vaivén y un oleaje, un deslizamiento, una flotación, un flujo constante; con su mano izquierda, el cantante de 56 años trazaba arcos agógicos, líneas melódicas y oleadas dinámicas; declamaba con furor esos poemas. Su vibrato al principio fue deslumbrante; otro tanto la agilidad de su barítono de azogue, que podría crecer hasta la fuerza operística.
El pianista
A su lado, Alexander
Los acompañantes de Lied, en el contexto de sus oscurecidos mundos de servilismo hipersensible al más mínimo detalle, tienden a menudo a una sobrearticulación histérica. No es el caso de Schmalcz; todo es una cuestión de naturalidad en él, un vaivén compartido y libre, sonar y relatar.
En esta música, en esta voz de Matthias Goerne con este delicado acompañamiento de piano, palpable, discreto pero siempre presente de Alexander Schmalcz, a uno le gustaría levitar y llegar a la eternidad. Los dos están tan brillantemente compenetrados que parecen ser una sola respiración, un solo pensamiento, un solo sentimiento.
Guardia
Goerne pertenece desde hace tiempo a la pequeña guardia de cantantes de Lied que continúan la tradición de un Dietrich Fischer-Dieskau y una Elisabeth Schwarzkopf, algunos de sus profesores. El programa de esta tarde fue muy bien pensado e inusual. Los Lieder de Schubert y Schumann exigen una mirada interior melancólica, pero también los más finos matices de sonido que hacen justicia a la diversidad de estas canciones románticas en todos sus aspectos.
Matthias Goerne mezcla las composiciones, las subordina a una escenificación programática. Canciones de Schubert se alternan con las de Schumann y la relación entre ambos compositores se hace aún más evidente. Así construyó Goerne esta velada de Lieder, cantando sin descanso durante 90 minutos, para mantener una tensión permanente en la platea.
El cantante tiene un abanico de posibilidades expresivas increíblemente amplio, de modo que encontró el estado de ánimo que quería para cada canción. Desde el embriagador piano hasta el sonido pleno del barítono, desde el legato perfecto en el registro medio hasta las profundidades del bajo, todo estaba ahí. Goerne utilizó su técnica para la expresión casi exagerada con la que dotó a este recital.
Impresionante
También se oyeron giros inusuales, como cuando en el impresionante Der Doppelgänger, de Schubert con texto de Heinrich Heine, lanzó casi a lo último un estridente ''Da steht auch ein Mensch und starrt in die Höhe, / und ringt die Hände vor Schmerzensgewalt; (…)" (También hay un Hombre de pie y mirando hacia arriba, / y retorciéndose las manos de dolor), algo así como un grito, una acusación, donde uno está más acostumbrado a que se retire esta última palabra.
Así mezcló Liebesbotschaft de Schubert (poesía de Rellstab) con las canciones en parte sombrías de Schumann. Lo hizo especialmente bien en Herzeleid, con versos de Ullrich, donde la voz ligeramente velada de Goerne creó una elocuente expresión de tristeza. Con Am Meer (Junto al mar), de Schubert (Heine) o Der schwere Abend (La pesada noche), de Schumann (Lenau), Goerne se iba aproximando a la conclusión del recital casi desafiante, como en una recriminación al destino.
Palomas mensajeras
En el bis Die Taubenpost (El correo de palomas), de Schubert (con texto de Johann Gabriel Seidl) se reconcilió entonces con amplios arcos melódicos que expresaban realmente la melancolía mencionada en la canción.
Fue un concierto fascinante en su estructura dramatúrgica, maravillosamente interpretado, pero que a veces roza también lo exagerado, por no decir lo amanerado. Dicho esto, sin formular una crítica, sino una observación, porque Matthias Goerne tiene el mérito de hacer justicia al arte sin concesiones.
Así como en el Lied Einsamkeit (Soledad), de Schumann (con versos de Nikolaus Lenau): '
Wildverwachs'ne dunkle Fichten,
Leise klagt die Quelle fort;
Herz, das ist der rechte Ort
Für dein schmerzliches Verzichten!
Grauer Vogel in den Zweigen,
Einsam deine Klage singt,
und auf deine Frage bringt Antwort nicht des Waldes Schweigen (…)
Traducción libre:
Oscuros abetos crecen salvajes,
La fuente se lamenta suavemente lejos;
Corazón, ese es el lugar correcto.
¡Para tu dolorosa renuncia!
Pájaro gris en las ramas,
solitario tu lamento canta,
y a tu pregunta la respuesta no trae el silencio del bosque (…)
Limpidez
Probablemente sea este uno de los lemas de su vida: su soledad, su canción, su amor, su corazón. Hay que decir que aquí en la sala Robert Schumann de Düsseldorf, de excelente acústica, se encuentra como en casa, regio como siempre, con la poética de Schubert, dominando este lenguaje como pocos hoy en día. Los espectadores quedaron cautivados por los infinitos colores de este timbre tan seductor, sus tonos tenorizantes con ralentizaciones mágicas del más bello efecto, y sus impresionantes notas graves, cercanas a la voz del bajo. La limpidez de la línea vocal, los contrastes emocionales tan consustanciales al universo schubertiano, están presentes en el mejor de los sentidos en esta subyugante interpretación de los Lieder con piano.
Todo resultó desgarradoramente bello, conmovedor. Fue un disfrute máximo y apasionante. El público, ahora espontáneamente de pie en la sala, necesitó algo de tiempo para recuperarse y pisar de nuevo la Tierra, pero al final, estallaron las ovaciones y efusivas exclamaciones de aprobación para dos artistas que reconciliaron a sus oyentes con la infinitud del universo.
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