Obituario
In memoriam Daniza Mastilovic
Jorge Binaghi
Esta mañana me desperté con la noticia de su fallecimiento [Daniza Mastilović, Negotin, Yugoslavia, 1933; Dreieich, Hessen, Alemania, 15 de julio de 2023]. Había perdido de vista su carrera hace tiempo, pero creo que su nombre (conocido y respetado en varios países) merece al menos un breve recuerdo. La escuché y vi en dos países. Primero, en el mío natal, Argentina, donde cantó en tres temporadas tres de sus roles más frecuentes.
En el Teatro Colón debutó en 1970 con el tremendo rol de la
Tintorera de La mujer sin sombra de
Strauss, que había tenido un resonante éxito dos años antes y con la misma
protagonista, la incomparable Ingrid Bjöner. Entonces el endiablado personaje
de la mujer de Barak había sido uno de los grandes triunfos de la inolvidable
(aunque hoy olvidada, me temo) Gladys Kuchta. Siempre con la impresionante
dirección de Ferdinand Leitner y la estupenda puesta en escena de Ernst
Poettgen, y con la misma temible Nodriza (Grace Hoffman) Mastilovic salió
airosa de la comparación: si como actriz y en el fraseo era más convencional e
incisiva que Kuchta vocalmente estaba a su par por la extensión, su centro y
grave poderosos.
Lo mismo puede decirse de su Elektra straussiana de 1975,
cuya antecesora había sido también Kuchta, dirigida por Leopold Hager, junto a
Roberta Knie en Crisótemis y Hoffman como Clitemnestra. Poco antes la había
visto en el Covent Garden de Londres (mi primera ópera allí) dedicada a la
memoria de otra gran Elektra apenas fallecida, Amy Shuard, que también dejara
su marca en el Colón, aunque no en este rol. La dirigía Colin Davis y con ella
cantaban Berit Lindholm, Kerstin Meyer y Ragnar Ulfung entre otros nombres
prestigiosos. Indudablemente fue su papel más exitoso y repetido que cantó
también en el Met en el mismo año nada menos que junto a Astrid Varnay como
Clitemnestra y repitió tres años más tarde dirigida por Erich Leinsdorf y con
la Chrysotemis de Eva Marton.
Su otro repertorio frecuente estaba formado, obviamente como
sucedía entonces, con roles de dramática o spinto del repertorio italiano,
sobre todo la protagonista de Turandot y
la terrible Abigaille de Nabucco, papeles
que cantó también en Verona. Seguramente no brillaba de la misma manera, y en
el Colón fue ese su único ‘tropiezo’ en 1972 junto a Cornell McNeil, Bonaldo
Giaiotti y dirigidos por Fernando Previtali. Ni por técnica ni por estilo ni
por articulación parecía pertenecer al mundo de Verdi y pese a su volumen y
potencia (y sobre todo a que no remató la abrumadora cabaletta con el agudo
esperado) no convenció. No sé qué ocurriría hoy, aunque creo que aquel juicio
fue certero, viendo quiénes se atreven con la parte (recordemos las críticas de
entonces a Birgit Nilsson en algunas de las veces en que cantaba sus amadas
Tosca, Aída o Lady Macbeth).
Fue muy apreciada en el mundo lírico germánico (Austria y Alemania) aunque creo que en ningún momento se la llegó a considerar una ‘grande’. Tal vez se era demasiado estricto.
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