España - Cataluña
Un verdadero recital
Jorge Binaghi
Se ve cada vez más que la calidad no es suficiente para
lograr un lleno, aunque por suerte había mucho público, pero menos que el día
anterior, cuando los resultados eran inversamente proporcionales (no sólo
desapareció parte del público sino de la crítica nacional). Y eso que al final,
en vez de la medalla del Liceu del día anterior (estaban las tres autoridades
máximas del Teatro que en este caso brillaron por su ausencia), se presentó un
libro llamado The Opera Cooks, recetas de cocina en presencia de los propios
autores y de Damrau que nos hizo probar su especialidad, el ‘Krautstrudel’
(interesante, aunque no demasiado para mi paladar).
En realidad, por la configuración y los resultados
generales del programa, aunque no todo haya estado a la misma altura, habría
debido ser este el concierto de inauguración, pero como se sabe la moda y la
novedad influyen en todos los sectores.
Tuvimos -por empezar- no un programa ‘monográfico’ y
uniforme o unilateral, sino con autores, épocas, estilos y lenguas diferentes.
Como afuera del recinto hay unas fotos gigantes de Victoria de los Ángeles en
homenaje al centenario de su nacimiento (habrá un concierto dedicado a ella por
Núria Rial al que desdichadamente no podré acudir) habrá que decir también que
su idea y sus programas de un concierto de canto se aproximaban mucho más a este
(no del todo porque la ópera, si figuraba, lo hacía en uno de los bises, y no
siempre).
Empezaré por donde se suele acabar, que es el
acompañante. No vengo yo a descubrir ahora que Deutsch sea uno de los grandes
acompañantes actuales. Pero mientras es ‘normal’ (no tiene nada de eso, pero
pasemos) escucharle portentosos alemanes, rusos o franceses en la canción de
cámara e incluso en la opereta, no es para nada frecuente que ejecute más de un
par de composiciones operísticas y de las más conocidas. Aquí lo hizo con
Gounod, Donizetti, Chaicovski, Verdi y Bellini. Quitemos al ruso porque se sabe
bien cómo acompaña sus canciones. Algunos Verdi se le han escuchado, pero
ninguno al nivel de lo que significó la gran introducción al aria de Felipe II
en Don Carlos (que fue lo que dio
sentido a la inclusión de la pieza) o la de la ‘Casta diva’ belliniana. Si
Gounod y Donizetti fueron igualmente ejemplares aunque tal vez menos ‘vistosos’
o ‘evidentes’, no estaba en absoluto preparado para una página larga (no la
mejor de la ópera, pero sí ilustrativa de los problemas de su libreto) como es
el dúo inicial de Elvira y Giorgio en I
Puritani.
Imagino que Deutsch no ha estudiado la ópera (ni la
página) en profundidad ya que será siempre una rareza en el caso de que la
vuelva a hacer, pero para marcar su clase hay que señalar unos ‘simples’
acordes en el ‘non è sogno’ de ambos intérpretes que fue de un sentido teatral
y urgencia dramática como nunca había oído en una orquesta. Al final de la
primera parte (concluyó con este número) un par de liceístas ‘de los que saben’
se acercó al piano a ver si era el mismo de la noche anterior. Pues claro que
sí.
Y ahora los cantantes. El matrimonio en la vida real
Damrau-Testé suele hacer conciertos. El bajo despertó mi admiración muy pronto,
cuando era un notable intérprete del barroco: luego decidió abordar el repertorio
lírico romántico y ahí los resultados, con ser suficientes, no fueron nunca
espectaculares, aunque sí correctos y obviamente mejores en el repertorio
francés que en el italiano u otros.
Lo que es extraño es que su primera intervención (‘La vie
antérieure’ de Duparc) fuera la más aburrida, sin problemas vocales pero sin
ningún interés. Seguramente porque nunca ha sido -ni será- un cantante de
cámara. Lo demostró en su siguiente intervención, la mejor de todas, la hoy
prácticamente desaparecida La reine de Saba
(de la que cantó el recitativo y cavatina de Solimán, ‘Sous les pieds d’une
femme’) y en la que sólo se echó a faltar un grave conclusivo más redondo y
sonoro. Lo mismo, con más monotonía en el fraseo y en los graves finales
ocurrió con el aria de Gremin de Eugenio
Onegin, en la que pareció dominar bien el ruso. Su versión del aria de Don Carlos (correctamente en francés) no
fue mala, pero resultó insuficiente vocalmente. Mejor le salió la gran escena
de Alvise Badoero en La Gioconda de
Ponchielli, que, eso sí, careció de unidad.
En el programa estaba anunciado en el tramo final ‘Oh,
what a beautiful Mornin’ del protagonista de Oklahoma, pero quedó en letra muerta. Por último su actuación en el
dúo de I Puritani (para mí una
repetición de lo que había visto y oído en Madrid en el Real) lo mostró por
debajo de aquel recuerdo con la emisión muy engolada y un timbre más apagado.
Por el contrario Damrau recreó su Elvira mejor si cabe
que en esa oportunidad, en particular por los acentos y la gestualidad. Es costumbre
hoy entre los entendidos decir que ya no tiene sus famosos sobreagudos y,
corolario, se halla en declive. Pedir que una coloratura dure exactamente igual
(o sea, a cambio de ardides que sólo aceptan los fans) es bastante imposible.
Es casi seguro que ya no los posee, pero para lo que hizo no los necesitó ni
poco ni mucho. Y en todo caso su timbre sonó con más cuerpo, más ‘lírico’ y
personalmente me sobran los dedos de una mano para recordar uno tan bello en la
cantilena de Anna Bolena (‘Al dolce
guidami’, probablemente el momento más maravilloso de esa ópera) o en la ‘Casta
diva’.
Por supuesto que no es una soprano dramática de agilidad
y se le ha criticado seguramente con justicia su incursión en los Donizetti (no
así en el Bellini), y por tanto hizo bien en no cantar ni recitativos ni
cabalette. Los trinos, ornamentos, el legato y el control de la respiración y
la expresividad fueron ejemplares.
Pero como Damrau sí es una cantante completa ahí
estuvieron los dos Duparc del inicio (nada fáciles, ‘L’invitation au voyage’ y
la ‘Chanson triste’), los dos Strauss (‘Ständchen’ -tal vez algo sobreactuado-
y ‘Wiegenlied’), los dos rusos (el muy poco conocido Vlasov de ‘La fuente del
patio en Bachtchisaray’, y el conocidísimo Rachmaninov de ‘Aguas primaverales),
y luego … Cantó como sólo ella puede el aria de la opereta berlinesa de Lincke
(Frau Luna, de la que salió el
‘himno’ de Berlín, ‘Berliner Luft’)’Schlösser, die im Monde liegen’) y,
siguiendo en la parte final dos músicos norteamericanos: del aún en vida Brad
Ross ‘How sad no one waltzes anymore’ -y claro, bailó-, pero más y con más
causa y pasión bailó en la famosísima ‘I could have danced all night’ de My fair lady, de Loewe (y no, no dio el
‘do’ al final como la Nilsson. Pocas, si alguna (no lo sé), además de la
Nilsson, lo han hecho y en tal caso con tanta pasmosa facilidad… Después de
todo se trata de un musical, ¿o no?).
En los bises Testé cantó una ‘Vecchia zimarra’ que
reflejaba bien el estado del abrigo de Colline, mientras que Damrau decidió cantar
en un razonable castellano ‘Tu pupila es azul’ de Turina sobre texto de Bécquer,
que no escuchaba justamente desde Victoria de los Ángeles. Seguro que no fue
algo hecho a propósito, pero quizá por eso tiene más mérito. Me pareció que las
sonrisas de las fotos de afuera estaban algo más pronunciadas. Ilusión óptica
sería.
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