España - Cataluña
Grandes expectativas a base de agudos
Jorge Binaghi

Hace diez años presencié aquí mismo ‘el’ recital que yo
elegiría de todo lo que he visto y oído en este Festival (ópera incluida). Fue
una velada gloriosa de Piotr Beczala. Es sabido el amor que el Festival del
Castell de Peralada tiene por esta cuerda tan (demasiado a veces) apreciada y
‘rara’. Esta edición ha sido reducida por los trabajos en el auditorio
principal, pero ha coincidido con el inicio de un festival más breve en Pascua
al que por razones diversas no pude acudir. En ese momento debutó, para
clausurarlo, el joven, talentoso y tan reclamado hoy Freddie De Tommaso.
Ahora volvió a venir, pero para inaugurar el Festival de
verano. Todo un honor (aunque no sé si a tan corta distancia era necesario
repetir). Cuando, jovencísimo, ganó el primer premio del Concurso Viñas en
2018, fue una de las raras ocasiones en que me pareció bien la decisión, aunque
había carencia de medias voces y de flexibilidad. Ahora, con veintinueve años,
presentó un programa de esos que cortan el aliento, y que recordaba discos
‘antiguos’ de Richard Tucker y Carlo Bergonzi, ambos de dilatada carrera y el
segundo barítono antes que tenor (hay otros que por otros motivos terminan de
barítonos habiendo sido tenores). Las medias voces empiezan a estar, pero la
flexibilidad no. Y el cantante parece sobre todo empeñado (es en parte lógico)
en hacer notar la lozanía de su registro agudo y la consistencia de su centro y
grave.
A veces hace pensar en Mario Del Monaco, pero ni este
habría presentado un programa semejante. Por empezar, porque algunas de las
arias no le iban para nada. De Verdi el gran Mario grabó más que cantó algunos
roles, y otros (sobre todo de la primera época) no los frecuentó (cuando lo
hizo, como con Ernani los resultados
fueron tan ‘exaltantes’ como polémicos). Grabó un Rigoletto y Trovatore muy
polémicos y, como él mismo decía, desarrolló ‘su’ técnica para ‘su’ voz.
Tal vez estemos ante un caso parecido, con reservas.
Parece ser que era la primera vez que cantaba las romanzas de Verdi (la
presencia de la partitura así lo hace suponer), pero aunque más breves siempre
requieren lo que el autor pretendía. Al margen de que, pendiente de las notas,
no se puede hablar de interpretación, justamente en una de ellas ‘In solitaria
stanza’ por dos veces el agudo sonó a grito. También se me dijo que era la
primera vez que cantaba la gran aria de Manrico (‘Ah sì, ben mio’). Tiene mucho
para trabajar, y no hablo ya de los imposibles trinos, sino de las oscilaciones
rítmicas en la primera estrofa. Curiosamente en ninguna de las arias a las que
suele seguir una cabaletta ejecutó una de estas. Pero, primera vez que oigo
algo así, tras el aria de Un ballo in
maschera (que Del Monaco cantó muy raramente) paró los aplausos para
agregar la famosa frase ‘Sì rivederti Amelia’, lo que ni es riguroso ni de
demasiado buen gusto, pero él terminó con un agudo rozagante.
Con estos mimbres no es de extrañar que lo mejor fueran
las arias de Il Corsaro (cualquiera
sea su valor artístico) y la de Aroldo.
Había comenzado con ‘La mia letizia infondere’ de I Lombardi. Es un
aria que eligen muchos de los tenores livianos cuando quieren empezar a probar
con Verdi, con resultados desiguales. Aquí parecía oír a un Otelo en ciernes
tratando de cantar Fenton. Los recitativos son otra cosa que debería trabajar
mucho, porque los de Luisa Miller, Ballo y Traviata son muy importantes y exigentes. Precisamente en el aria
de Alfredo llegados al ‘dal dì che disse vivere’ el intento de media voz fue
eso porque casi no se oyó, y el ‘io voglio a te fedel’ lo vio en algún ligero
apuro.
Llegados a los bises se acabó Verdi y apareció Puccini
con ‘E lucevan le stelle’ con todas las exageraciones del verismo de los años
cuarenta y cincuenta del siglo pasado (hace menos de un mes muchos de los
presentes rugieron con la interpretación de Beczala en el Liceu, que no sólo
era absolutamente distinta sino de una musicalidad intachable y no necesitaba
de ‘efectos’ para conmover). Y luego una canzonetta napolitana que estuvo bien
sin competir con ninguna de las interpretaciones de referencia de hoy y de
siempre. No he hablado de interpretación ni fraseo porque en todo el concierto
fue todo igual, superficialmente febril.
Actuó de acompañante Saint-Gil, que tiene también su
nombre. Aquí se escuchó a una pianista que parecía haber interiorizado los
tiempos de Toscanini en la introducción del aria de Traviata, pero en general en todo el concierto se apreció una
rapidez rayana en la precipitación, un fraseo mecánico y una pulsación
martilleante que no sé si ayudaron al tenor, pero no sirvieron a Verdi.
Para sus momentos en solitario eligió el vals que hizo famoso
Visconti cuando lo incluyó en su Gattopardo,
basado en los coros de Giovanna d’Arco,
pero que aquí parecía más bien una mazurca. No sé quién escribió en el programa
‘obertura’ de Macbeth, pero yo estaba
sorprendido porque no sabía que hubiera como en Aida una obertura alternativa al preludio que todos conocemos. Pero
no, era el conocido preludio (es cierto que últimamente se ha llamado
‘obertura’ a la de Un ballo in maschera
que tampoco lo es y tal vez próximamente oiremos hablar de oberturas de
Rigoletto o Traviata -aunque en esta última hay dos) que sonó con gran
superficialidad. Lo nuevo para un servidor fue la paráfrasis ‘de salón’ de
Joachim Raff sobre el concertante final del segundo acto del Trovatore, que sin duda fue muy de salón
y casi nada de Verdi. Para paráfrasis, mejor Liszt.
Espacio lleno y grandes y repetidos aplausos. En la
próxima temporada del Liceu el tenor cantará en su integridad Un ballo in maschera.
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