España - Cantabria
Como en un ballet
Maruxa Baliñas
Pertenezco a esa masa de gente que considera que Grigory Sokolov (Leningrado, 1950) es el mejor pianista del mundo. Por lo menos no se me ocurre ningún otro que siempre, sin excepción, me deje tan maravillada. Afortunadamente hay muchos buenos y buenas pianistas en el mundo y muchas ocasiones para disfrutar, y recuerdo una buena cantidad de conciertos de los que salí tan contenta como si hubiera escuchado a Sokolov. Pero al final siempre vuelvo a Sokolov, y nunca quedo decepcionada.
Como tampoco quedé decepcionada esta vez, aunque a priori no tenía muy claro el programa del concierto: ¡tanto Purcell al piano ...! Y sin embargo Sokolov lo consiguió una vez más. Ya no volveré a desconfiar de Purcell al piano incluso con el sentido tan 'romántico' que le da Sokolov a sus interpretaciones. Aunque cuando hablo de 'romanticismo' no hablo de sentimentalidad fácil, ni de rubatos chopinianos ni de brillanteces lisztianas, sino simplemente del pianista -el artista- como foco de atención y crisol de las emociones del público, incluso de esas que a menudo las personas no son capaces de verbalizar ni de sentir abiertamente.
Resulta curioso hablar de Sokolov como 'foco de atención' o como 'crisol' porque siempre -aunque ya lo hayas escuchado varias veces- llama la atención su aparente 'egocentrismo' o desinterés por el público. Pero a menudo pienso que no hay tal desinterés, que como le pasa a los tímidos patológicos o a bastantes 'tea' (trastorno del espectro autista), Sokolov es sumamente consciente de las emociones a su alrededor, simplemente no sabe cómo manejarlas y se enfrenta a ellas desde el teclado, su mejor medio para estar en el mundo. Pero Sokolov nos ve, nos percibe y sobre todo nos siente.
Y acaso algún lector se estará preguntando el porqué de esta introducción, pero es que este programa que actualmente está presentando Sokolov ha sido ya comentado por dos críticos de Mundoclasico.com: Juan Carlos Tellechea desde el Klavier-Festival Ruhr hace seis semanas y hace apenas unos días Joseba Lopezortega desde San Sebastián en un concierto celebrado sólo dos días antes de este en Santander.
Y ya ambos han destacado lo que para mí fue más caracteristico de este concierto: su revelador acercamiento a Purcell sin historicismos -no vivimos en el siglo XVII ni percibimos las cosas como entonces- y sin complejos; y el modo en que jugaba -casi como un niño maravillado- con los trinos, apoyaturas, retardos armónicos y demás ornamentaciones de Purcell y Mozart, distintas entre sí aparentemente, pero no tanto en el fondo. Escuchando a Sokolov 'trinar' me di cuenta de otra función de los trinos de la que se suele hablar mucho menos, la posibilidad de incerteza o inseguridad, la libertad armónica que producen, creando un mundo donde no hay líneas y colores claros sino unas nieblas o brumas que no siempre se aclaran con la victoria del sol y la luz.
Y en eso se parecieron las dos partes del concierto, que estrictamente hablando Sokolov planteó con una técnica de pulsación y pedalización distintas, y en cierto modo también la 'tercera'. Porque como suele pasar con Sokolov (y con los cantantes de ópera) la parte de las 'propinas' del concierto se constituyen en realidad en una tercera parte en extensión, dificultad, y entidad propia. Aunque Sokolov suele dar la sensación de estar 'improvisando' en estas propinas, están en realidad muy controladas y son siempre las mismas en esta gira, aunque el orden pueda variar: Jean-Philippe Rameau, "Les Sauvages", de las Nouvelles Suites de pièces de clavecin, "Tambourin", de la Suite en mi, Chopin, Preludio en re bemol mayor op 28/15 ''Regentropfen-Prélude“, Mazurka en la menor op 68/2, y Mazurka en fa menor op 63/2, y el Preludio en si bemol mayor op 23/2 de Serguei Rachmaninov.
En esta ocasión el concierto se estaba grabando para Deutsche Grammophon, con lo que Sokolov interpretó las seis obras en su totalidad, cosa que agradecí porque la última vez que escuché a Sokolov comenzó trece obras distintas y ninguna la terminó, sólo jugaba con lo que le parecía más interesante de ellas -una melodía, una modulación- y pasaba a otras, algo que no llegaba a crispante ... pero casi.
Lo más fascinante del recital, por lo menos para mí, fue la interpretación de Purcell, convirtiendo la ornamentación en algo tan natural que no era un 'añadido exterior' sino simplemente otro modo de pulsación, indefinido pero bellísimo. Se trató además de una indefinición tonal que contrastaba con la perfecta organización de las obras atendiendo a criterios tonales, empezando y terminando con sol mayor, al modo de la época (la Chacona en sol menor que finalizaba esta primera parte tuvo su último acorde en mayor), y moviéndose de pieza a pieza buscando modulaciones cercanas o cuando menos lógicas, de tal modo que a veces ya no era fácil distinguir cuando terminaba una obra y comenzaba la siguiente. En el caso de Mozart, la interpretación de Sokolov fue igualmente fascinante, pero acaso menos sorprendente porque hay grandes intérpretes de Mozart con visiones muy variadas y las comparaciones son inevitables. Y no se trata de que Sokolov pierda en la comparación sino que simplemente su Mozart es distinto.
Otro aspecto que me apetece destacar de Sokolov es el rígido entrenamiento de sus dedos, cada uno de los cuales es como un buen soldadito desfilando, excepto que el resultado se parece más a un ballet que a un desfile militar. Creo que los que nunca han estudiado piano, no se han fijado en el milagro que es la 'igualdad de los dedos', ese tema sobre el que se hacen ejercicios prácticamente desde que empiezas a estudiar un poco en serio. Porque los dedos no son iguales, cada uno tiene un tamaño, curvatura, fuerza, posición, de modo que el conseguir que 'bailen' juntos, que suenen en conjunto, es una difícil tarea que Sokolov domina como pocos pianistas. No se trata sólo de que el conjunto suene impecable, sino que cada momento individual es casi perfecto y desde ahí se construye ese dominio perfecto del teclado.
Es un detalle más entre los muchos que conforman la maravilla técnica que posee Sokolov, quien en todo caso no es Sokolov por su técnica sino por su musicalidad, su capacidad expresiva, su amor a la música, porque -como escribí hace dos años, aquí mismo en Santander- es "un hombre pegado a un piano". Y que además, desde el verano de 2022, Sokolov sea un pianista español, sólo puede llenarnos de orgullo por haber dado un refugio amable a un artista que lo necesita tanto.
Comentarios