Suiza
Dificultades encubiertas
Alfredo López-Vivié Palencia
(Washington, D.C., 1986) es un compositor comprometido con las reivindicaciones de la comunidad negra norteamericana, y en su catálogo se encuentran numerosas piezas relativas a esta temática. Como la que se escuchó esta noche, Four Black American Dances, encargo de la Sinfónica de Boston (y pagada por el Massachusetts Cultural Council –es decir, con dinero público-), quien la estrenó el pasado mes de febrero.
Según
el autor, las cuatro danzas reflejan diferentes tipos de reuniones sociales: “Ring
Shout” (celebración ritual de esclavos bailando en círculo), “Waltz” (los
negros no iban a ser menos que los blancos en los eventos elegantes), “Tap!”
(esto no requiere explicación), y “Holy Dance” (más que mero “gospel”, es una
muestra de la exuberancia de algunos servicios religiosos).
Se trata de un cuarto de hora de música irresistible. Escrita para gran orquesta (incluida una muy nutrida sección de percusión), y en un lenguaje más que accesible para el común de la melomanía, la obra subraya sobre todo el ambiente de festejo. Los metales soplan a pleno pulmón, la cuerda da saltos vertiginosos, y la percusión hace que uno no se pueda estar quieto en su asiento.
Por supuesto que Simon se
acuerda de
Jean-Yves
Desde mi privilegiada localidad tenía muy cerca el teclado, y desde ahí pude comprobar lo endiabladamente difícil que es esta obra, y por tanto el enorme mérito de Thibaudet para tocarla con esa soltura. Thibaudet no tiene un toque potente, pero se hace oir, y sobre todo tiene una agilidad pasmosa para recorrer su instrumento de un extremo al otro a velocidad imposible. Qué claridad y qué transparencia. Lo mismo con la orquesta, que le siguió al pie de la letra y al pie de la expresividad (ése es el secreto de Saint-Saëns, que consiste en escribir con la misma claridad que Mozart aunque en la partitura las notas se multipliquen por cien). Me quedo con el momento mágico del segundo movimiento en el que Thibaudet, con un muy inteligente juego de los pedales, da rienda suelta al episodio más poético y más exótico. El público lo recibió al grito de “Bravo!”, y Thibaudet se marcó una propina tan concentrada como contrastada: la célebre Pavana de Maurice Ravel.
Algo parecido sucede con Petrushka. Seguramente el lenguaje rompedor de La consagración de la primavera hace que el ballet anterior parezca mucho más fácil. Y no lo es. Por más que Stravinsky redujera la orquestación en la revisión de 1947 (cuyo único objetivo era asegurarse la prolongación de los derechos de autor), la obra sigue exigiendo una plantilla enorme y un virtuosismo extremo en todas las secciones de la orquesta.
Y aquí es donde se demuestra por qué en la Sinfónica
de Boston están tan contentos con Andris
El primer cuadro salió con la algarabía orquestal del mercado-carnaval que representa, que Nelsons consiguió con la mejor de las transparencias, a pesar de que la partitura ordena poderío en toda la orquesta. Pero qué bien le sienta esta obra a la Boston Symphony, en la que como buena formación americana prima la brillantez de sonido.
Las
escenas individuales de
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