Suiza

Tocar recto con pentagramas torcidos

Alfredo López-Vivié Palencia
martes, 5 de septiembre de 2023
Petrenko dirige Beethoven © 2023 by Manuela Jans/Lucerne Festival Petrenko dirige Beethoven © 2023 by Manuela Jans/Lucerne Festival
Lucerna, jueves, 31 de agosto de 2023. KKL Konzertsaal. Festival de Lucerna. Berliner Philharmoniker. Kirill Petrenko, director. Johannes Brahms: Variaciones sobre un tema de Haydn, op. 56a; Arnold Schoenberg: Variaciones para orquesta, op. 31; Ludwig van Beethoven: Sinfonía nº 8 en Fa mayor, op. 93. Ocupación: 100%
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Programa coherente el que ponen hoy en atriles la Filarmónica de Berlín y Kirill Petrenko. Las Variaciones de Brahms y de Schoenberg están emparentadas a través de muchas raíces comunes, que van desde la práctica de un género antiquísimo muy caro a los compositores hasta la admiración que Schoenberg sentía por Brahms. Y ambos admiraban a Beethoven, quien en su Octava Sinfonía consiguió una obra perfectamente concisa, como lo son las otras dos en cartel. En total sólo una hora de música; pero qué música, y qué interpretaciones.

Petrenko atinó con el “tempo giusto” para presentar el “Coral de San Antonio”, atribuido a Joseph Haydn (aunque parece ser que no es suyo), que -como buen coral- Brahms presenta en unas maderas que cantaron con solemnidad pero sin ensimismarse. El discurso siguió animado a lo largo de toda la obra, incluso en las variaciones más lentas, dichas con el mejor empaste sonoro; las variaciones rápidas (quinta y sexta, sobre todo) salieron contundentes -qué redondez sonora del cuarteto de trompas-; y Petrenko saboreó la construcción del Finale, igualmente sin pausa pero sin prisa, hasta una conclusión jubilosa (todo lo jubilosa que Brahms se permitía, claro está, con el triángulo presente pero discreto).

"¿Cuánto tiempo puede permanecer [Schoenberg] como profesor de composición en la Academia Estatal de Prusia, causando un daño impredecible a una juventud inocente y confiada? Por el amor de Dios, que le jubilen y le den una pensión". Esto publicaba Paul Schwers en la edición del Allgemeine Musikzeitung de Berlín del día 7 de diciembre de 1928, con motivo del estreno de las Variaciones para orquesta y el consiguiente escándalo que suscitó el evento. El caso es que esta noche había muchos jóvenes entre el público -alumnos de la Academia del Festival- deseosos de escuchar la obra. Tanto más cuanto que la orquesta que la iba a interpretar era la misma que la estrenó: no sé hasta qué punto Wilhelm Furtwängler -guardián de las esencias de la música alemana- estaba convencido de lo que hacía, pero Schoenberg tenía claro que de ninguna manera iba a estrenar su obra con la Filarmónica de Viena (“antes deberán retractarse de tantas afrentas”).

Las Variaciones ya no provocan ningún escándalo -al contrario, el público recibió la interpretación con una ovación cerrada-. Pero la obra -la primera exposición de la técnica dodecafónica en formato de gran orquesta- sigue siendo una cosa complicadísima, y sigue sonando rabiosamente moderna en lo técnico y en lo conceptual: “es cualquier cosa menos una broma”, decía el recientemente fallecido Richard Taruskin. En lo técnico, porque las exigencias de las partes son extremas, más en sus individualidades que en el conjunto de la orquesta (Schoenberg se lo advirtió a Furtwängler, quien a pesar de ello programó apenas tres ensayos). En lo conceptual, porque casi un siglo después el lenguaje empleado sigue siendo muy difícil de digerir.

Para mí escuchar esto hoy ha sido un (re)descubrimiento. La “pantonalidad” (así lo definía el autor) me sigue pareciendo un experimento de laboratorio tan meritorio como efímero, visto con la perspectiva del tiempo transcurrido (“una completa insensatez”, le escribió Anton Webern a Schoenberg). No obstante, me quedé maravillado por la concisión en la escritura: aquí no parece faltar ni sobrar nada, la concentración discursiva a lo largo de estos veinte minutos es innegociable, y el empleo de la enorme plantilla orquestal (particularmente de la percusión) se ejerce con una economía inteligentísima.

Además, la interpretación de Petrenko fue perfecta (afinidades estilísticas aparte, estas cosas se notan). En lo general, pulcritud en la ejecución y limpieza sonora sabiendo dónde está el protagonismo en cada momento -todos y cada uno de los primeros atriles dieron una exhibición-. En lo particular, por ejemplo, el conseguidísimo contraste tímbrico entre cuerda y metal en la introducción, o el sonido penetrante de la madera al presentar el “tema”; también el virtuosismo orquestal en la quinta variación; y, de nuevo, la sabia edificación del Finale, con Petrenko administrando las pausas entre peldaño y peldaño, porque aquí no hay suma de las partes, sino sucesión de ellas hasta llegar a la conclusión matemática.

Para interpretar la Octava Sinfonía de Beethoven, Petrenko redujo un poco la orquesta (pero sólo un poco: seis contrabajos), y se inclinó por un par de vice-concesiones historicistas: cornetas en lugar de trompetas (pero con pistones), y timbalería de parche pequeño aunque sin baquetas macizas. Lo cual en absoluto restó brillantez a la ejecución, porque el vibrato se empleó en su justa medida y el sonido resultante salió grande. Como grande fue el concepto: Petrenko no reniega del carácter desenfadado de la pieza, pero tampoco esconde sus momentos furiosos, como el ritmo obsesivo que impulsa el finale, o sobre todo el comienzo del desarrollo en el primer movimiento, con ese crescendo amenazador en la cuerda grave que desemboca en la explosión del tema principal también en la misma sección de la orquesta (genialidad del compositor y prueba de que esta sinfonía en absoluto es facilona).

El caso es que nunca había visto a Petrenko dirigir con tal expresión de felicidad, divirtiéndose con lo que estaba haciendo. Aunque a veces se quedaba quieto dejando que la orquesta tocase sola, no por ello dejó de ejercer su autoridad: los tiempos fueron todos ligeros, y el control fue absoluto. El arranque expresivo y expansivo (sin escatimar la repetición), la filigrana en que convirtió el “Allegretto”, el Minueto respirado a fondo en las trompas -por cierto, con el “continuo” del Trio tocado con un único violonchelo (lo he visto con todo el grupo, y también con uno solo y pizzicati en los demás: no sé quién está en lo cierto)-, y un final arrebatador con una orquesta entregada en el brío general y en la precisión de cada ataque. 

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