Argentina
El turco en el Grand Hotel
Gustavo Gabriel Otero
El turco en Italia de Rossini llegó a Buenos Aires tardíamente y
sólo luego del renacimiento de gran parte del repertorio del maestro de Pesaro
fruto del arte de María Callas y, posteriormente, de los esfuerzos
musicológicos centrados en la ciudad natal del músico. Así solamente subió a
escena en 1979 y 2000, totalizando sólo 12 funciones en el historial del Teatro
de la calle Libertad.
No añadimos ninguna novedad
indicando que es un título casi experimental, que su dramaturgia es avanzada
para la época, que hay teatro dentro del teatro, que Rossini tomó música
auto-prestada y que algunas partes no son de su pluma, que de ninguna manera es
una prolongación de La italiana en Argel,
que no hay dos turcos más distintos que Mustafá y Selim, como no hay
protagonistas femeninas más diversas que Isabella y Fiorilla, que hay disímiles
ediciones de la partitura, que por momentos hay un perfume en la música que
hace recortar a Mozart o Cimarosa y hasta preanunciar a Bellini y Donizetti, y
que la obra no forma parte del repertorio habitual.
Como expresamos Il turco in Italia es una obra poco
conocida por el público, de una duración musical aproximada de tres horas y que
por lo tanto necesita una puesta en escena de gran creatividad para mantener la
atención del público y mostrar esa rara mezcla de comicidad y drama que tiene
esta ópera. Esto fue logrado con creces por el equipo comandado por Pablo
Maritano en la dirección escénica secundado por Gonzalo Córdoba Estevez
(escenografía), Renata Schussheim (vestuario), Caetano Vilela (iluminación) y
Matías Otálora (diseño de vídeo). En esta puesta en escena la acción se ubica a
mediados del siglo pasado en un hotel de muy buen nivel de Nápoles. No hay atuendos
claramente turcos y no se ve el mar pero se está sin dudas en Nápoles. Hay
guiños al cine en la obertura con títulos al modo de una comedia italiana de
alrededor de 1950, proyección que luego muta en la visión de postales de
Nápoles de la misma época. En el inicio del segundo acto se proyecta el plano
del hotel y se muestras puntos en movimiento que significan a cada uno de los
protagonistas encontrándose o desencontrándose (buen trabajo de Matías Otálora).
Notable el diseño de la
escenografía de Gonzalo Córdoba Estevez complementado por una perfecta
construcción de los artesanos del Colón. Se trata de diversos lugares de un hotel
de lujo de esa época en dos planos: el del nivel del escenario y un primer
piso. Escenario giratorio mediante se logran los cambios para que las distintas
estancias sean el lugar de la acción y además mostrar otras situaciones que se
están desarrollando en paralelo. Así se ven la recepción con escaleras y hasta
un ascensor que funciona, una terraza con piscina, estatuas, pinos, reposeras y
faroles, una habitación con su baño y su vestidor, los pasillos, un salón
comedor con bar, la sala de masajes, la de sauna, la cocina o la humilde
habitación de Prosdocimo. Se da la sensación cinematográfica de poder ver
siempre el mismo lugar -el hotel- pero desde planos y ángulos diferentes.
De perfección los trajes del
estilo de la época diseñados por Renata Schussheim y muy buena la iluminación Caetano
Vilela creando el clima necesario a cada escena y cada cambio de locación.
Maritano convierte a Selim,
Fiorilla, Geronio y Don Narciso en pasajeros del hotel, Zaida, los gitanos y
los que parecen ser turcos participan en una reunión de adivinadores que tiene
lugar en el comedor del hotel, Prosdocimo es el conserje o gerente del establecimiento,
Albazar uno de los botones y parte del coro se lo caracteriza como turistas de
diferentes nacionalidades que están pernoctando en el albergue y otros
pertenecen al personal del hotel.
Pablo Maritano mueve los actores
con creatividad -tanto en forma individual como grupal-, sin tiempos muertos y
utilizando todos los espacios, en un magnífico trabajo que es parte fundamental
de la excelencia de la versión. Cada acción tiene que ver con la dramaturgia y
con el texto y por solo dar un ejemplo en el dúo del segundo acto cuando Selim
le ofrece a Geronio comprarle a su esposa éste le dice que hace calor: Maritano
ubica la escena en el sauna del hotel donde evidentemente hace calor y el turco
levanta el termostato para complicar a su rival.
El dinamismo de la acción estuvo
presente en todo momento, cada personaje fue recreado con precisión, no como
una simple engranaje y es de destacar que en los concertantes también se evitó
el estatismo, algo complicado tanto en lo escénico como en lo musical.
Jordi Bernàcer escogió la
edición crítica de Margaret Bent de la Fondazione Rossini y concertó con
conocimiento pleno de la partitura, tiempos ágiles, perfecta conjunción entre
el foso y la escena, logrando muy buena respuesta de la Orquesta Estable y
haciendo lucir la música de Rossini a la vez que a cada uno de los intérpretes.
Erwin Schrott fue un Selim de
rara perfección. El bajo-barítono hispano-uruguayo le otorgó al personaje su
extrovertida personalidad y su notable presencia escénica a la vez que su bello
color vocal, su amplio volumen y la perfecta intencionalidad que dio a cada
frase tanto en los recitativos como en los momentos plenamente cantados.
Demostró, nuevamente, que es uno de los principales cantantes de su cuerda a
nivel mundial.
Aunque el título de la obra hace
parecer que el protagonista es Selim, la realidad es que por presencia en el
escenario, trama argumental y compromiso vocal la verdadera protagonista es
Fiorilla. Debutante en nuestro medio, la soprano Irina Lungu compuso una
Fiorilla sin fisuras. Comprometida en lo actoral, creíble en lo escénico, y
perfecta en lo vocal. Pudo dar a cada momento el matiz justo que el rol
requiere que pasa de la indolencia o el aburrimiento inicial a mostrase desolada
y arrepentida casi al final pasando por una amplia gama de matices en los
cuales se muestra coqueta, pícara, seductora, simpática y un poco caprichosa.
Quizás el menor compromiso vocal
hace olvidar que se necesitan dos cantantes-actores de primera línea para los
roles de Geronio y Prosdocimo ya que son claves en la acción y en el ritmo de
la trama. Aquí fueron servidos con excelencia por Fabio Capitanucci y Germán
Alcántara. Marcando su debut en la Argentina el barítono Fabio Capitanucci
ofreció un Geronio de clara articulación, buen volumen y perfecta línea de
canto. Mientras que el argentino -radicado hace años en Europa- Germán
Alcántara volvió a demostrar su calidad vocal, su volumen, la perfecta
gradación de las intensidades y su perfecto histrionismo. Su personaje mueve
permanentemente los hilos de la acción y casi no deja de estar en escena en
ningún momento ya que cuando no canta muchas veces la puesta lo hace estar en
su cuarto -perfectamente visible- armando su obra teatral. Un gran trabajo de
Alcántara en todos los sentidos.
Santiago Ballerini en la
dificilísima parte de Don Narciso derrochó calidad de intérprete belcantista,
bello color vocal, timbre brillante y actuación más que convincente. Sin dudas
una carrera que avanza firme y decidida por los teatros del mundo del tenor
nacido en la Argentina.
Promisorio el debut de la joven
y ascendente mezzosoprano italiana Francesca Di Sauro. Zaida no es de ninguna
manera un personaje comprimario y aunque no tenga aria propia canta mucho
durante toda la obra. Su versatilidad actoral se combinó con un registro
parejo, de bellísimo color, una depurada línea de canto, y muy buen volumen.
Un verdadero lujo fue la
presencia de Santiago Martínez como Albazar un personaje comprimario que cuando
se abre el corte de su aria -como en este caso- necesita un intérprete de
calidad. Martínez ofreció muy buena actuación actoral a la par de color vocal
atrayente y gran prestación en su momento solista: ‘Ah, sarebbe troppo dolce’.
El Coro Estable con la guía
habitual de Miguel Martínez completó la excelencia canora de la noche.
En suma: un turco en el Grand
Hotel servido con excelencia y calidad.
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