Francia
Verdi en Rolls-Royce: La Orquesta de la Scala en París
Francisco Leonarte

Que la Orquesta y Coro de la Scala de Milán ofrezcan un programa dedicado a Verdi no parece el colmo de la originalidad. Pero es cierto que el público que llenaba el noventa por cien de la sala venía a eso: los grandes éxitos corales de Verdi interpretados por los cuerpos que con más prestigio representan la italianità en todo el mundo. Y allí estaban.
Así que la cosa empezó por donde debía empezar, por el primer gran éxito verdiano, Nabucco: resaltando los pequeños detalles orquestales, jugando con los silencios, fraseando con maestría, Chailly y su orquesta hicieron de la un poco tosca (aunque eficacísima, bien es verdad) partitura del primer Verdi, un modelo de sutileza que recordaba por momentos al mejor Donizetti, y por momentos parecía anticipar todo lo que serán después las grandes obras verdianas de madurez. Escuchamos después los dos grandes coros de la misma obra, “Gli arredi festivi” , que abre el primer acto y donde el coro mostró sobre todo potencia (“manda huebos” , me dirán algunos, “eran cien coristas, ya pueden tener potencia” ), y después el archi-super-celebérrimo “Va pensiero”, tratado por supuesto con algo más de delicadeza: aunque, sin ser una mala versión, si hablamos de melancolía y de ensoñación, hemos escuchado versiones más refinadas ...
De I Lombardi alla prima crocciata pudimos luego escuchar “Gerusalem” y “O signore dal tetto natio”, las páginas menos conocidas del programa, y de hecho las que menos sedujeron tal vez al público.
Pero pronto llegó el famoso “Si ridesti il lion di Castiglia”, a cargo sólo de las voces masculinas. Claro, aquí uno espera eso, que ruja el león que nos prometen los complotistas ... Pero no, nos faltó potencia coral, sentido del secreto, del riesgo, auténtica voluntad de venganza ... Sonó bonito. Punto.
Lástima que, tratándose de la versión italiana del Don Carlos, el coro no abordase el muy hermoso coro inicial del primer acto de la versión francesa, centrándose en el más conocido, el de la escena del auto de fe, que tanto debe al Prophète de Meyerbeer. De nuevo empaste en las cuerdas, seguridad en los agudos y potencia. Aunque tal vez se echase de menos algo más de contundencia en la cuerda grave masculina. Y más lástima todavía que, en vez de dar íntegro La peregrina, el ballet de la misma ópera, sólo pudieramos escuchar el número final. Cosas de presentar un programa más pendiente de “los grandes hits” que de la coherencia ...
Y así fuimos, de página en página, con una
orquesta elegante y pletórica, llena de bonitos detalles, y un coro empastado y
grande, pero no siempre expresivo -o tal vez no con la expresividad que quien
esto escribe le pediría a un coro para ciertas páginas- y al que -y eso fue lo
que más me sorprendió- no siempre se le entendía. Y eso que el italiano es de
las lenguas más fáciles de cantar.
Todo fragmentos bonitos, distraídos, en una
interpretación correcta, que hasta se puede calificar de buena, pero sin mayor
trascendencia ...
Esperaba que Macbeth traería tal vez el momento mágico de la tarde. Y si bien es cierto que el preludio sonó espléndido y el coro de brujas fue notable -luciéndose las mezzos con un sonido áspero y luego todas con agudos, de nuevo, muy seguros y contundentes- el esperado “Patria opressa”, una de las páginas corales más sentidas de Verdi, no sonó con auténtica intensidad. Como si, de nuevo, la preocupación fuera sólo el sonido bonito y no la expresividad.
Y tras el archiconocido coro de gitanos del Trovatore, con sus martillazos en la fragua, que tanto gusta siempre al público, la orquesta nos volvió locos con la obertura de La fuerza del destino que sonó como un vendaval, ¿y es que si no suena como un torbellino es que algo ha fallado, verdad?
Donde sí se lucieron tanto la orquesta como el coro fue en el famoso coro y marcha triunfal de Aida, de nuevo una página deudora de Meyerbeer. ¡Qué disfrute, escuchar esta marcha, pantomima y ballet, con tanta riqueza orquestal, con magníficos solistas en cada pupitre, con esa elegancia que sabe dar Chailly! Aquí volvimos a escuchar unos cuerpos estables superlativos.
Y superlativo fue también el bis: el pequeño coro final del prólogo de Simon Boccanegra, uno de esos finales emocionantísimos que sabía cocinar Verdi, con campanas y toda la pesca, en que coro y orquesta, bajo la batuta enérgica de Chailly, mostraron una alegría, una urgencia, que pusieron la sala patas arriba.
El público, que al parecer había recibido lo que le prometían, contentísimo con ese coro tan grande y todas esas páginas tan populares (temí incluso que terminaran incluyendo el brindis de La traviata a modo de bis...). El crítico, feliz de haber escuchado la obertura de Nabucco y la marcha y ballet de Aida con una elegancia y una precisión poco comunes por una orquesta y un director notabilísimos.
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