Reino Unido
Los siete egos de Marina Abramović
Agustín Blanco Bazán
Marina Abramović parece haberse apoderado de Londres este otoño. En la Royal Academy of Arts una exposición suya la muestra, vestida o desnuda, experimentando los límites de la vida y la muerte con fotos y videos varios, y hasta caminando por la Gran Muralla China. Todo ello siempre alrededor de su persona. Pero hay más, porque no conforme con esta constante auto-referencia que caracteriza su arte, ahora parece querer pasar de Marina a María (la Callas, claro está). En esto consiste su experimento escénico para la ENO en el London Coliseum y también en otros teatros de ópera europeos [leer reseñas en la Bayerische Staatsoper y en el Teatro del Liceu].
Ya no se trata sólo de presentarse ella misma como
heroína, como esa artista que según el programa de mano “al explorar sus
límites físicos y mentales … ha afrontado dolor, extenuación, y peligros en su
lucha por transformación física y emocional”. Ahora también transfiere estas
emociones a la celebérrima cantante de ópera. El resultado es un espectáculo
ambicioso, técnicamente logrado en su combinación de videos y fragmentos
musicales pero discutible en su contenido y su dramaturgia.
El telón abre con Marina Callas en su lecho de muerte. La partitura introductoria de Martko Nicokijevic suena premonitoria y grandilocuente, con alguno que otro efectismo serial unido a ecos hollywoodenses. Y enseguida pasan, obedientemente y una por una, las más destacadas sopranos locales con aire servicial y vestidas como mucamas (todas ellas son una proyección de la famosa Bruna que sirvió a la Callas en el final), para evocar como fantasmas las heroínas que hicieron famosa a la moribunda.
Cada aria está precedida por la música de clichés
pseudo-contemporáneos de Nicokijevic y con la enorme voz en off de Abramović
recitándonos textos como los siguientes: “Soy una llama que tiembla en un
candelabro solitario” (Violetta), “No es peligroso saltar, no es peligroso
caer. El peligro es sólo cuando aterrizas” (Tosca), “Cuando Otello llegó estaba
preparada” (Ave Maria), “La mariposa es tu amante, visitándote” (Butterfly),
“Tu temeridad me fascina. Tu amor por la libertad refleja el mío” (Carmen),
“Cuando enloqueces, ya no eres más responsable por ti o los que te rodean
(Lucia), “Caminas hacia el fuego. Los primeros pasos son cálidos. Luego se pone
más caliente.”
Finalmente
y “con el corazón destrozado” Marina Callas se levanta de su cama, abre la
ventana para permitir la luz matutina y se va por un costado. Enseguida
aparecen las siete sopranos, esta vez mudas y obedientes para limpiar la
habitación y cubrirlo todo de negro. La verdadera voz de la Callas se escucha
en medio de este duelo mortuorio, mientras Abramović se nos presenta con traje
de resplandeciente de lamé dorado y avanza hasta el borde del proscenio. Siguió
la aprobación de un público obviamente cautivado por la diva que acaba de
resucitar a María Callas con una imponente presencia escénica y con un rostro de
ojos penetrantes innegablemente reminiscentes de Callas.
El espectáculo, que tiene un sugestivo juego de luces y cierta emoción atmosférica sería pasable sino fuera por esos vídeos que no hacen sino mostrar a Abramović constantemente en actitudes patéticamente extremistas frecuentemente fronterizas con el ridículo. En Lucia, la vemos enloquecida, haciendo pedazos todo lo que tiene a mano en un salón bastante finolis. Como Desdemona, su cara cubre la pantalla con serpientes alrededor de su cuello que como Otello, terminan estrangulándola. Para Carmen, Abramović se viste de torera (sí, con traje de luces y todo) para terminar acuchillada por esa sombra de macho que es Don José.
Muchos son los elogios que ha recibido este espectáculo que una comentarista en el programa de mano describe como un intento de representar “la permanente fascinación de María Callas.” Pero más bien pareciera exaltar la fascinación por el ego de Marina Abramović expuesto aquí con una obsesión tan repetitiva que termina siendo trivial.
Por supuesto que esto no es más que una opinión personal, y por ello recomiendo fervientemente al lector ir a ver este espectáculo cuando lo tenga a mano, o viajar a las casas de ópera que han aceptado representarlo en Europa. En mi caso creo que el verdadero arte, más que anclar en la persona del artista debe trascender hacia un significado que exceda la persona del interprete.
Así
ocurría con Callas y sus personajes. Su voz, tan discutible como incomparable,
y, según los que la vieron, su presencia escénica, inevitablemente llevaron a
la creación de un culto personal. Pero lo esencial era lo que más pasaba a través de ella. Este a través lo que nos interesa a quienes
vivimos buscando en la ópera, como en Shakespeare, una representación de
emociones de la vida real que vaya más allá de cualquier interprete, Callas o
no.
Bien
lo insinúa la famosa aria de Adriana
Lecouvreur: no sólo ella sino todos los interpretes sirven si finalmente
aceptan ser humildes sirvientes del “espíritu creador.” En este sentido, María
Callas era algo más que María Callas.
En comparación, Marina Abramović es sólo
Marina Abramović.
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