Francia
De quitarse el sombrero
Francisco Leonarte
Bueno, pues parece que la Titán de
Mahler la vamos a tener todos los años dos o tres veces. Obra hermosa, sin
duda, pero el repertorio sinfónico es vasto y escuchar siempre lo mismo llega a
ser cansino, ¿no? Eso sí, el Concierto para violín de Adams puede ser
interesante.
Allá pues que nos vamos a la bonita Casa de la
Radio, a orillas del Sena, cerca de la Estatua de la Libertad, en el muy
acomodado (y algo aburrido) distrito dieciséis de París.
Adams y Lamsma
Tras breve y eficaz presentación al micrófono
de Benjamin François (no olvidemos que se trata de un concierto retransmitido
en directo, escuchable de hecho en el podcast de Radio France durante un mes),
entran en escena el director, Jaap van Zweden, de traje chaqueta y camisa
negros, y la violinista, Simone Lamsma, con un vestido largo plateado y su
violín en la mano.
La cosa empieza como un vago remedo de obra de
Stravinsky en su última época. A pesar de la pericia de Lamsma que resuelve sin
problemas dificultad tras dificultad, no le encuentro la gracia al asunto... Y
poco a poco, Adams empieza a alternar y a superponer fórmulas repetitivas y
fórmulas tradicionales (desde la chacona barroca al concierto romántico pasando
por el mentado Stravinsky o las influencias lejanas de Schoenberg y Cage), crea
ambientes merced a los dos teclados eléctricos bien combinados con los
instrumentos de la orquesta tradicional, sazona sabrosamente con las
percusiones, y el auditor se va interesando.
Adams no inventa nada, pero sabe componer,
sabe crear un bonito producto que engancha, y al final, uno se halla
metido de hoz y coz en la obra, vibrando con los ritmos, las sorpresas, los
giros... Todo ello gracias también a las proezas técnicas que Adams le pide a
su solista.
Y en este caso Lamsma demuestra un dominio
epatante de su instrumento: increíble cómo maneja el forte y el piano, cómo se
ríe de las agilidades, la energía que pone en general en su interpretación -y
en particular en ese asombroso inicio del último movimiento, ese presto
endiablado- o cómo por el contrario sabe respirar y hacernos respirar, en la
preciosa cadenza que lo precede ... De quitarse el sombrero.
El público, entusiasta, pide un bis ... que no
viene. Se entiende, después de tal hazaña virtuosística hacen falta reposo y
buenos alimentos. Así que la intérprete se va a descansar y el público al
entreacto.
Y vino Mahler dirigido por van Zweden
Pues sí, otra vez Mahler, otra vez
la Titán. Parece que la imaginación de los programadores se limite al sota,
caballo y rey...
Así que quien esto escribe recibe a Jaap van
Zweden con más escepticismo que entusiasmo. Máxime cuando la última Titán
escuchada fue en la mágica versión de San François-Xavier Roth y su
orquesta Les Siècles (lean ustedes si les apetece la crónica en este mismo sitio).
Van Zweden hace una lectura muy distinta de la
de Roth. Pero también valiosa. En vez de sutilezas e introspección, el
neerlandés opta por la música pura. Asombra la claridad con que se escucha a
cada pupitre. ¡Y qué pupitres! No puedo disimular mi admiración ante la
Filarmónica de Radio Francia y cada uno de sus solistas, la facilidad y la
naturalidad con que oboe, clarinete, trompeta, arpa, trompa, tuba, contrabajo abordan
sus particellas. Sin olvidar el hermoso sonido de sus cuerdas.
Van Zweden resalta los detalles sin demorarse, sin embargo. De hecho su ländler suena casi brutal. Pero todo tiene sentido. Un sentido musical. No hay programa, no hay detrás una historia que entender : o al menos servidor de ustedes ni la halla ni la busca en la interpretación de van Zweden. Pero hay coherencia interna y emoción (mucha), emoción musical. Sobre todo en ese vals lento del cuarto movimiento en el que van Zweden, dando una una lección de rubato, conmueve hasta la médula ...
No es de extrañar que, tras el triunfal
estallido final, con las trompas de pie, el auditorio prorrumpa en bravos. Van
Zweden señala a los distintos solistas para que vayan recibiendo los aplausos
que les corresponden. Y una vez que toda la orquesta ha saludado, son los
profesores de la orquesta quienes aplauden a van Zweden. Es más, cuando éste
les pide que se pongan en pie para saludar, los instrumentistas se quedan
sentados (su forma de decirle al director «No, maestro, este aplauso es sólo
para usted»). Y sólo después de haber sido ovacionado van Zweden en solitario,
consienten los maestros de la orquesta en volver a ser aplaudidos por el
público.
Público que se vuelve contento a casa, con los
motivos de Mahler (una vez más) en la cabeza.
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