Italia
Muti y su Orquesta Cherubini
Agustín Blanco Bazán

“Si hubiera
estudiado en Viena, Berlín o Londres sería un músico diferente” comentó hace
muchos años el joven director napolitano a una revista francesa. “Pero en
realidad soy, cien por ciento, un director italiano.” Y nunca ha sido Muti más
italiano y más Maestro que en Ravena,
y con su orquesta, la por él creada
Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, que en el 2024 celebrará sus veinte años de
vida.
Así que
olvidémonos por un rato del Muti con los finolis de Salzburgo o Viena, y
observémoslo con su orquesta visitando cárceles y asilos de ancianos locales y
hasta supervisando la división de los instrumentistas en grupos de música de
cámara. O recorriendo mundos diferentes en proyectos como esas Vías de amistad que los han llevado a
ejecutar conciertos junto a músicos locales en Kenia, Irán o Jordania, entre
muchos otros lugares.
Dos principios emblemáticos definen la dedicación de este director octogenario a instrumentistas de entre 18 a 30 años. De acuerdo al primero de ellos, “la música no es sólo un mensaje estético sino también ético.” El segundo agrega que este mensaje debe ser “sin barreras”, como corresponde a la universalidad implícita en cualquier proclamación ética.
Este otoño, y como parte de la temporada estacional que tiene lugar todos los años en Ravena, Muti subió al podio del Teatro Alighieri para dirigir a la Cherubini en versiones de concierto de Norma y Nabucco. Sobre el proscenio y el foso cubierto se ubicó la orquesta, con el coro detrás y los cantantes solistas, también ellos jóvenes al comienzo de su carrera, en tarimas elevadas a los costados. Como ocurre cada vez más frecuentemente con versiones concertantes, el fondo fue ilustrado por sugestivos videos.
En Norma,
selvas y rocas naturales enmarcaron bustos de piedra alusivos a los feroces
encontronazos de Norma-Adalgisa-Pollione, con un cielo estrellado para Casta Diva y enrojecido por las llamas
durante el final. Y, predeciblemente, Nabucco fue ilustrado con leones asirios alados
y candelabros hebreos, con un formidable relámpago entre penumbras cuando el
protagonista tiene el tupé de declararse un dios.
Frente a esta
multitud de artistas aglomerados en un escenario de limitadas dimensiones, lo más
interesante fue ver cómo Muti desarrolló una interacción diferente a la de sus
conciertos con grandes orquestas. En la Musikverein y con la Filarmónica de
Viena, por ejemplo, Muti es más bien parco, como ocurre con cualquier gran
director al frente de una gran orquesta con la cual ha venido trabajando
asiduamente por décadas. Finalmente, el uno y la otra están ya “consagrados”
frente a una feligresía internacional que paga bien caro para admirarlos sin
mayor espíritu crítico. En Ravena, en cambio, el Maestro (en esta ciudad jamás es aludido por su nombre), es un
verdadero maestro concertatore que ilustra
las partituras con una actitud pedagógica precisa y hasta humorística.
El día anterior a
las dos funciones consecutivas aquí comentadas Nabucco fue ensayado de punta a punta por la mañana ante un
auditorio con alumnos de escuelas locales, y el Maestro se tomó tiempo para
preguntar quienes venían de un conservatorio y si habían alguna vez oído hablar
de Orlando de Lasso o Luca Marenzio. De Lasso nadie. De Marenzio algunos. “¿Y
de Gesualdo da Venosa han escuchado
algo? Aparte, claro, de que liquidó a su esposa?” En fin, dejémoslo así,
pareció decir el director con un ademán de risueña resignación. Algo muy suyo
en estos tiempos en que, él siempre insiste, ni la música se enseña como es
debido ni los gobiernos se preocupan porque así sea.
El ensayo de Norma que tuvo lugar esa misma tarde fue
más problemático, porque Muti, quien considera esta partitura mucho más difícil
que Nabucco, insistió en interrumpir
con indicaciones y cantar junto a los solistas. Sobre todo en los recitativos
que, en su opinión, son la médula del desarrollo dramático musical. “Parole … parole
… parole”, musitó en algún momento.
En la función del
día siguiente quien mejor respondió a este requerimiento fue la Adalgisa de
Paola Gardina, una mezzo de voz tal vez algo frágil para canto legato, pero enfática en fraseos espetados
con clarísima dicción. Mónica Conesa cantó una protagonista de voz bien apoyada
en sus trinos y su registro alto pero complicada por algunas estridencias y
notas guturales que atentaron contra una línea de canto pareja. Como Pollione, Klodjan Kaçani exhibió un atractivo timbre lírico y
Vittorio del Campo se encargó de Oroveso con voz algo nasal, pero de efectiva
resonancia.
Muti dio una lección de cómo
dirigir Bellini, con clarísimas instrucciones de batuta y de brazo izquierdo al
servicio de una interpretación cromáticamente luminosa y de énfasis urgente
pero nunca precipitado. No hubo una nota o instrumento que no se oyera
claramente a través de modélicos contrastes de ritmo y dinámicas. Y el lirismo
itálico meridional de las cantinelas bellinianas salió con una soltura nunca
sobre enfatizada.
En el Nabucco del día 17 el Maestro impuso una vena sinfónica diferente,
con color y densidad de texturas más introvertidas y de una expresividad
siempre brillante pero más densa, verdaderamente anticipatoria del ulterior
desarrollo verdiano.
Y los cantantes le respondieron
con similar expresividad, empezando por el protagonista a cargo de Serban
Vasile, un barítono de mordente y legato
que merecen ser apreciados en teatros internacionales. Lida Fridman fue una
Abigaille extraordinaria por la firmeza casi de contralto de su registro grave
y su emisión pareja y sin quiebre hasta agudos de seguro squillo. Evgeny Stavinski fue un bien impostado Zaccaria y Riccardo
Rados y Francesca Di Sauro convencieron sus timbres líricos como Ismaele y
Fenena.
El coro del teatro municipal de
Piacenza se exhibió en ambas veladas como un ejemplo de italianitá por su proyección abierta y envolvente, arrolladora en
el himno de guerra de Norma y, en
Nabucco, de un pathos tranquilo y penetrante en un Va pensiero que el Maestro marcó con apacible reflexividad. Nada de
grandilocuencias o patetismos, sino simplemente una canción, con algunos sforzandi de esperanza desfalleciente
pero aún viva. (¡Que obvia similitud con el coro de los prisioneros de Fidelio!).
Es de esperar que para febrero salgan
las noticias sobre el festival de primavera de Ravena 2024. Mientras tanto Muti
ha decidido invitar a su casa a la mismísima Filarmónica de Viena el 11 de mayo con un programa que
incluye la Sinfonía nº 35 de Mozart y la Novena de Schubert. Del resto se encargará la orquesta Cherubini que enseguida de los
Nabucco y Norma de Ravenna siguió a su Maestro al Teatro Verdi de Busetto
para una velada verdiana el 23 de diciembre. Por la mañana Muti reinauguró la estatua
restaurada de Verdi en la plaza contigua. La original había sido dedicada en
1913 por Arturo Toscanini, un maestro tan italiano como él.
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