España - Cataluña
Gran Teatre del LiceuUna nueva-vieja Carmen
Jorge Binaghi
Nueva
por el aspecto musical, vieja por el escénico. Nadie diría eso de una producción
de Bieito, pero fue la primera en la que se probó en ópera, pero como aquí todo
es ‘mítico’ y ‘legendario’ (sea la producción fastuosa y ‘tradicional’ de la
precedente Turandot de Núria Espert, o
sea esta) parece que ahora hay que alabarla mucho más que en el momento de su
estreno o primera reposición.
Indudablemente
se trata de un hombre de teatro que antepone sus ideas a las de la música y el
texto, y en este caso, incluso así hay momentos muy felices (el aprendiz de
torero que baila desnudo con la música del preludio del tercer acto aunque
seguramente ni a Bizet ni a sus libretistas se les hubiera pasado por la
cabeza) y otros que hoy parecen tan arqueológicos como la cabina telefónica
desde la que Carmen hace su entrada o el enorme toro de Osborne que preside el
acto tercero.
En
cuanto a los diversos usos de la bandera española, el machismo exacerbado de
los soldados (no hay otros civiles que los contrabandistas y, fugazmente, el
pueblo del cuarto acto) con una buena cantidad de comparsas y bailarines que
hacen toda clase de gestos obscenos mientras las cigarreras cantan, nos dicen
mucho del ‘pensamiento’ de Bieito (y hasta se podría estar de acuerdo), pero no
agregan mucho y sí desvían de la ópera llamada Carmen.
Como de
costumbre los movimientos (esta vez del coro de niños y de las cigarreras -fuma
una sola aunque cantan que lo hacen todas-) penalizan a los cantantes hasta que
logran sortear los obstáculos -los soldados- que se interponen entre el fondo
de la escena y el borde anterior del escenario desde donde terminan cantando
sentados.
Los
personajes están bien trabajados en general, y Micaela se beneficia, mientras
con Escamillo parece que se ha renunciado a hacer algo. La presencia de Lillas
Pastia desde el principio murmurando durante el preludio o la de la niña gitana
en los actos centrales (condenada a repetir el destino de las mayores, una de
las cuales finalmente se la lleva a la fuerza cuando intenta no seguir a los
contrabandistas) no parece agregar mucho, y el personaje de Morales adolece
tanto de ese machismo militar que incide en la prestación vocal de Marsol que
cantó a todo trapo sus frases (no debería aparecer luego del primer acto, pero
aquí lo hace en el segundo básicamente para obligar a Mercedes a hacerle una
felación).
Al menos
se ham amortizado con creces los gastos que en su origen haya podido ocasionar,
también por la coproducción con tres teatros de Italia (Palermo, Venecia y
Turín). No sugiero que la jubilen porque a saber qué nos asestan.
Pons
dirigió bien, mejor que en sus intentos en el repertorio italiano, pero no
tanto como en el alemán o centroeuropeo. Hubo pocos tiempos vertiginosos: el
inicio del preludio, la introducción y coro del cuarto acto (en la hojita
impresa que se reparte ahora cuando se había prometido que volvían los
programas de papel, que en cambio se encuentran en Internet parece que no hay
cuarto acto porque tras la pausa se anuncia el tercero, de casi una hora de
duración, pero sí hay un cuarto), algún desequilibrio con el escenario en favor
del foso en los finales segundo y tercero y, menos, en el final de la obra,
pero la orquesta sonó muy bien y acompañó. No hubo mucha personalidad o
expresividad, pero cumplió crecidamente.
Muy bien
el coro de niños y mejor aún el del Teatro, que decididamente ha mejorado con
Assante (una prórroga de contrato de la que alegrarse).
Los
actores se movieron, como he dicho, muy bien, incluso demasiado. Los cantantes,
salvo quizá Bou, que trazó un Zúñiga bueno en lo escénico pero pobre en lo
vocal, lo hicieron entre correcto y bien o incluso muy bien según sus
responsabilidades. Excelentes jefes de los contrabandistas Antem y Cosías,
buenas las amigas de Carmen: una Frasquita un tanto ácida en el agudo
(Habersham) y una Mercedes bien cantada y mejor actuada (Vila).
Como se
eligió la versión ‘original’ (o sea, prácticamente una sucesión de números
cantados interrumpidos por un par de frases o de palabras) no importó mucho que
sólo la protagonista fuera francesa de lengua materna, y ya se sabe que Spyres
tiene facilidad con los idiomas y una afinidad con el francés notable.
Margaine
estuvo bien (alguien en los saludos finales protestó, cosa que resulta
increíble en un público y teatro que ha aplaudido y aplaude prestaciones
realmente peores y de lejos). Mejor incluso que en Florencia, y con algún grito
injertado en la ‘Seguidilla’ y algún grave abierto y de pecho más algún momento
áspero, pero tiene un instrumento opulento -que además pareció aumentar en los
últimos actos- y bonito. Que no sea una gran actriz y que en cierto modo su
fraseo ‘desperdicie’ algunas frases no quita que sea hoy una de las
protagonistas más solicitadas -y con razón- de esta obra.
Seguramente
Spyres fue mucho más variado, estilístico y elegante en su canto, que sólo
pareció carecer de algo de fuerza en el final del tercer acto y en algunas
frases del cuarto, y su timbre (ideal para los baritenores rossinianos y los
tenores franceses de la primera parte del siglo XIX) no es bello, pero logró
una buena caracterización y especialmente como actor fue más que persuasivo en
el dúo final. No sé cuántas veces ha cantado la parte (el programa no dice nada
al respecto), pero creo que le sentará mejor que algunos papeles wagnerianos
que pronto abordará por primera vez.
Como
siempre es Micaela la que se lleva el gato al agua con su aria, y González
mereció los aplausos sobre todo gracias a sus magníficas notas filadas. En el
resto se mostró segura pero con un color más oscuro que la habitual soprano
lírica que aborda el personaje, y marcó bien que no era la tonta de capirote en
que casi siempre se transforma al personaje.
Orfila estuvo correcto, mejor en su entrada con el aria del toreador (si no hubiera intentado prolongar el agudo final habría resultado más satisfactorio) que en los actos siguientes donde la voz sonaba totalmente opaca.
El público (que ‘naturalmente’ aplaudió a mitad del preludio del primer acto, y eso que se supone que conoce bien la obra) aplaudió con cordialidad aunque sin demasiado entusiasmo hasta los saludos finales. La sala estaba colmada.
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