España - Galicia
Tres angustias y tres silencios
Alfredo López-Vivié Palencia
A primera vista pudiera parecer que las tres obras del programa de esta noche están elegidas al azar, y sin embargo conforman un cartel tan atractivo como coherente. Es buena idea juntar una obra relativamente nueva, otra que no lo es tanto pero que nunca había sonado aquí, y una tercera que a pesar de su fama es rara de ver en atriles. Además, las tres tienen en común un componente angustioso, ya sea meramente imaginativo (
Aunque se esconda bajo el apellido de su madre, basta saber que Andrea Tarrodi (Estocolmo, 1981) es hija de Christian
No deja de sorprenderme que el género orquestal que inventó Franz Liszt hace casi dos siglos sea el predominante en la música que se compone hoy. Aunque, seguramente por mi escasa imaginación, el programa de las obras se me olvide en cuanto empiezo a escucharlas. Como en este Ascent, cuyo lenguaje no se avergüenza de querer conmover a la audiencia, y a partir de ahí lo que me seduce es el maravilloso empleo de los recursos tímbricos de la orquesta: al comienzo la ondulación de la cuerda y el poderío de la percusión mientras los contrabajos –espléndida, por cierto, esta sección de la OSG- se abren paso; el guirigay explícito pero no estruendoso entre maderas y metales en la sección central; y al final el rumor apenas perceptible de toda la orquesta acompañando al solo de violín en su registro más agudo.
En cambio, en los
El barítono italiano Andrè
No sólo esta noche la OSG tocó por primera vez en su historia la Sinfonía “Litúrgica” de Arthur Honegger, estrenada en 1946. Era la primera vez que un servidor –y apuesto a que el resto del público también- la escuchaba en vivo. Aquí sí el programa de sus tres movimientos es obvio: después de la II Guerra Mundial sólo cabe expresar el dolor, la súplica postrada, y la esperanza de la paz. Qué obra tan impresionante, y qué suerte haber estado presente: la experiencia de la escucha en vivo supuso ese reparto de dividendos emocionales que ninguna grabación puede ofrecer.
González-Monjas no se arredró ante la violencia insoportable del “Dies irae” e hizo sonar grande a su orquesta, con un metal poderoso y una percusión lacerante. En el Salmo 130, el empaste de la cuerda dio sentido a la oración contenida. Y el “Dona nobis pacem” sonó con más exigencia que petición gracias a que el maestro pucelano atinó con el implacable fondo de marcha, de nuevo en percusión y contrabajos, incluso tras la escalofriante disonancia en “fortissimo” de toda la orquesta que precede a la conclusión en calma.
Por eso, esta vez la aprobación del público no sólo se midió en aplausos –que por supuesto-, sino sobre todo en los tres largos silencios al acabar cada una de las tres interpretaciones.
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