Estados Unidos
Un concierto sensorial
Roberto San Juan
El New World
Center, sede en Miami Beach de la New World Symphony, es un moderno edificio diseñado
por el renombrado arquitecto Frank Gehry e inaugurado en 2011. En él se
encuentra la sala de conciertos Michael Tilson Thomas Performance Hall, que
toma su nombre del que fuera cofundador y primer director artístico de la
formación. No es grande, pero destaca por su original distribución de los
espacios y por un colorido interior gracias a su diseño de luminotecnia y a las
proyecciones que se pueden realizar sobre la parte superior de las paredes
alrededor del escenario, que ocupa una posición inferior y ligeramente
excéntrica.
El concierto
de hoy se anunciaba como adaptado a personas con algún tipo de desorden sensorial
y/o del espectro autista, lo que suponía la habilitación de una sala en el
edificio donde los asistentes que lo hubieran solicitado previamente podían
disfrutar del concierto en un ambiente especial, con reducción de niveles de
ruido, modificación de la intensidad lumínica, colchonetas para escuchar
tumbados y un espacio para dibujar, entre otras adaptaciones.
Insisto en
el aspecto sensorial del concierto porque una de las obras del programa -El festín de la araña (1913)- aunó
música y animación. Esta pieza de Albert Roussel (1869-1937) es originalmente
un ballet-pantomima que, cuando se interpreta, se suele hacer en su versión
abreviada como suite orquestal. Sin embargo, en esta ocasión se interpretó la
versión íntegra, de unos 30 minutos de duración. La partitura contiene
numerosas indicaciones textuales explicativas de lo que la música quiere
transmitir, que no es otra cosa que un cuento sobre la vida de un grupo de
insectos un día cualquiera en un jardín.
La New World
Symphony encargó al artista visual francés Grégoire Pont, presente en la sala,
ilustrar la historia con un vídeo que se proyectó en las paredes superiores,
mientras la música sonaba. El cuento en sí puede resultar ingenuo, pero se
presta a una segunda lectura en clave alegórica y política sobre el ciclo de la
vida y la justicia social. En el aspecto estrictamente musical, la obra
comienza y concluye con un acompañamiento de cuerda sobre el que destaca un
solo de flauta, que aparece de manera recurrente dando cohesión a la obra y
cumpliendo una función similar a la idea fija de Héctor Berlioz. La amplia
orquesta liderada por Denève se esforzó en mostrar la riqueza de la partitura
y, más allá de algunos problemas de afinación en las trompas, la versión
ofrecida con el apoyo visual resultó atractiva.
Previamente
a esta obra, el concierto se había iniciado con la Alborada del gracioso, en la versión orquestal que el propio Ravel
realizó en 1918 del movimiento homónimo de su suite para piano solo Miroirs (1904-1905). En esta ocasión el
podio estuvo ocupado por Molly Turner, directora asistente de la New World
Symphony. Se trata de una joven de origen chino que derrochó pasión y
delicadeza a partes iguales, con un rigor y precisión gestual admirables. La
orquesta se sintió cómoda bajo sus indicaciones y la amplia y colorista
orquestación de Ravel brilló con luz propia. Destacó, además, Maggie O´Leary
con sus solos de fagot magníficamente ejecutados.
Tras la
pausa del descanso -cuyo final, por cierto, fue anunciado por la melodía del Epitafio de Seikilos en los altavoces-
se escucharon otras dos piezas orquestales en la segunda parte, ambas con
Denève en el podio. La primera fue Shéhérazade
de M. Ravel, con sus tres canciones con texto del poeta Tristan Klingsor, amigo
del compositor -‘Asia’, ‘La flauta encantada’ y ‘El indiferente’-,
interpretadas por la mezzo Isabel Leonard. Dotada de una voz amplia, rica en
matices y muy bien impostada, Leonard interpretó estas canciones con exquisita
musicalidad y excelente fraseo, con un poderoso instrumento que le permite
cantar agudos brillantes y graves densos sin aparente esfuerzo. La música,
sugerente y expresiva, se presta al deleite reposado y a ser saboreada despacio.
Cantante y orquesta se apoyaron mutuamente y combinaron sus fuerzas con un
magnífico resultado.
El concierto concluyó con la Suite que Florent Schmitt (1870-1958) compuso en 1910 basada en el ballet La Tragédie de Salomé, que había escrito tres años antes. La riqueza rítmica de esta obra llamó la atención del joven Stravinski, hasta el punto de que su Consagración de la Primavera se vio influenciada por ella. La Suite -dedicada, por cierto, a Stravinski- posee una amplia orquestación, mayor que la del ballet original, y el último movimiento, con sus ritmos frenéticos y elevado volumen sonoro, obligó al director a emplearse a fondo, especialmente en la intensa y efectista sección final. No hay duda de que Denève “sudó la camiseta” y al término de la obra los principales de cada sección, así como cada una de ellas de manera individualizada, recibieron los aplausos del público antes de hacerlo la orquesta en pleno.
Para concluir esta reseña, me gustaría destacar el esfuerzo realizado en la elaboración del programa de mano, que recogía todos los conciertos de la orquesta, o miembros de ella, durante el mes de enero. Las notas al programa no eran muy extensas, pero sí suficientemente informativas y contenían los textos de las tres canciones de Shéhérazade, tanto en el idioma francés original como en su traducción al inglés.
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