Francia
Ópera de ParísPrescindible refrito: el sucedaneo pretencioso
Francisco Leonarte
¿Conocen ustedes la sensacional película de
Luis Buñuel con guión de Buñuel y Alcoriza, El ángel exterminador?
¿Han escuchado ustedes música del siglo XX, de Schoenberg a Berstein pasando
por Britten o Penderecki?
Pues entonces no vale la pena que se pasen por
París a ver o a escuchar este Exterminating angel pergeñado en 2016 por Adès/Cairn.
De verdad que no.
Riesgo = 0
Es bien sabido, al dinero no le gusta el
riesgo, prefiere apostar sobre seguro. Cierto es que hubo un tiempo en que las
decisiones de dinero podían ser tomadas por gente muy rica pero un poco loca,
dispuesta a jugarse grandes sumas por algo o por alguien. De ahí mecenazgos
como los del papa Julio II, del rey Ludwig II o del hollywodiense Howard
Hughes, a quienes debemos respectivamente el techo de la Capilla Sixtina,
buena parte de la producción de Wagner, y Lo que el viento se llevó, por
poner tres ejemplos de obras desmesuradas...
Hoy en día, sin embargo, todo mecenazgo pasa
por un CEO, es decir un Jefe de toda la vida, sólo que el CEO no es propietario
de nada y debe dar cuentas periódicas a sus accionistas y a los miembros de un
consejo de administración. Generalmente los CEO son personas que han hecho
estudios en los lugares donde se debe estudiar, se han arrimado a las personas
a las que debían arrimarse y han tomado siempre la decisión más sabia,
aquélla que nunca ha puesto en peligro una empresa, la misma que hubiese tomado
toda persona sensata bien informada...
Es decir, que si al dinero nunca le ha gustado
el riesgo, a los nuevos decisionarios les causa pavor. Todo riesgo ha de ser
controlado, avalado por un gabinete de expertos...
Por eso todos se copian unos a otros («si lo
ha hecho Menganito y Fulanito es que yo también debo/puedo hacerlo»), todos
toman esencialmente las mismas decisiones, todos vuelven a sacar las mismas
viejas recetas.
En la industria del cine, florecen las nuevas
versiones de peliculas viejas («remakes»). En las casas de ópera se barajan
siempre los mismos títulos y sólo se hacen encargos a compositores que muestren
un historial académico sin tacha.
Eso sí, siempre invocando «la innovación». Ya
se sabe, «dime de qué presumes y te diré de lo que careces»...
«Innovar, vaya problemón»
En éstas, entre una Traviata y una Tosca
(cuyas puestas en escena, para «innovar», encargan a los peores mequetrefes con
tal de que creen escándalo) , a los programadores de ópera les llega
desde las instancias estatales la obligación de añadir nuevas obras al
repertorio, no vayan a decir que la ópera está muerta, que no hay nuevos
títulos, etc.
Y hete aquí que un tal Thomas Adès les
presenta una fórmula mágica: algo de post-serialismo (si no «no suena a moderno»),
algo de melodía (pero no muy melódica, que si es muy melódico «no suena
a moderno»), alguna pincelada de instrumentos del siglo XX (una guitarra
eléctrica, unas ondas Martenot, que si no «no suena a moderno»), alguna
pincelada de vanguardia americana (dos o tres compases repetidos por aquí y por
allá, para que «suene a moderno»). Y sobre todo una buena orquestación
bien cuidada y una línea de canto que no sea demasiado dura, pero que también
tenga algo de sprechgesang (que así seguro que «suena a moderno»).
El director de casa de ópera se dice que,
en efecto, aquello «suena a moderno». Pero a moderno del amable, el
moderno blandito y cómodo, no el peleón.
Y ni corto ni perezoso, lo programa: porque
así rellena el hueco.
Buñuel, Alcoriza y Bergamín
La Guerra Civil Española, inmediatamente
seguida de la Segunda Guerra Mundial, echó de España y de Europa en general a
la mayor parte de sus élites intelectuales, que se volvieron a juntar
fundamentalmente en los EEUU, México y Argentina … aunque no sólo.
En México se encontraron el ya experimentado
Luis Buñuel y el joven Luis Alcoriza (autor después en solitario de otras
grandes obras como Mecánica Nacional o la brutal El presagio,
coguionada por Gabriel García Márquez)
Y entre otras barrabasadas, juntos cometieron
una de las grandes obras maestras del cine, El ángel exterminador (el
maravilloso título fue idea de José Bergamín) película sin igual en toda
la historia del cine. Hoy en día, seguramente nadie tendría los arrestos de
financiarla por muy barata que costase ...
Película tan socarrona como seria, tan
evidente como críptica, si una obra maestra admite diez interpretaciones, El
ángel exterminador de Buñuel admite cincuenta.
Yo no sé a quién se le ha ocurrido tomar esta
obra maestra para construir el producto de diseño que nos ofrecen Adès y su
libretista Cairns, pero si El ángel exterminador para mí es y será
siempre la película de Buñuel/Alcoriza, en aras de la claridad propongo se
adopte para la obra de Adès/Cairns el título más adecuado de El refrito
inofensivo o El sucedáneo pretencioso.
Ya sé, no era ésa tal vez la intención de los
autores de El sucedáneo, pero ¿qué se le va a hacer?
Y es que, ahí donde Buñuel/Alcoriza son
socarrones, Adès/Cairns usan la brocha gorda. Ahí donde la película sugiere y
evoca, la óperita ahonda en los perogrullos. La realización de Buñuel es toda
elegancia asesina; la música de Adès es toda patchwork efectista. Allí donde la
obra de 1962 inquieta sin mostrar, la de 2016 aburre mostrando. La primera es
sutileza; su refrito es pura grandilocuencia. En el original, el ritmo
cinematográfico es de maestro, con una progresión magnífica; en el sucedáneo,
se empieza gritando y se termina gritando.
La ejecución
Bieito es un buen director de actores. Y tiene
a su disposición un conjunto sólido (y numeroso) de cantantes de muy buen nivel
(Amina Edris, Jaclyn Stucker, Hilary Summers, ...) que se dan en cuerpo y alma,
tanto actoral como musicalmente.
Eso sí, no le importa a Bieito incurrir en
incongruencias (como que desde el principio los unos y los otros se den
achuchones delante de todo el mundo como si no les viese nadie, anticipando
desde el primer cuarto de hora todo los que nos van a estar sirviendo durante
una hora y tres cuartos más; o como que el niño que en principio sólo debiera
dar unos pasos llegue hasta la mitad de la estancia y se suba a la mesa
acompañado por su preceptor ...). Por otra parte el hecho de no distinguir
entre los tres actos, haciendo de todo un acto único en decorado único
posiblemente perjudique a la coherencia de la obra, puesto que resulta más
difícil expresar el paso del tiempo (maravillosamente gestionado en la película
original). Pero francamente, «chi se ne frega?»
Buena iluminación también. Cuidada y eficaz.
Elegante. Bonito decorado único (lógico), bonitos trajes (mi único consuelo
durante la primera hora fue constatar lo bien cortados que estaban los trajes
confeccionados por los talleres de la Ópera de París).
La orquesta dándolo todo también : al
frente estaba el propio Adès que la dirigía con entusiasmo, aunque ello
implicase cubrir completamente a los cantantes en muchas ocasiones.
Recepción parisina
El público francés (el del día del estreno en
París al menos, aunque no hay que descartar invitados etc., en una sala llena
al 85 %), encantado. Con la impresión de haber visto «algo fuerte», algo «ingenioso».
Conociendo al público parisino, era previsible.
Servidor de ustedes, desde los primeros diez
minutos esperando a que se acabara, aburrido.
Cuando después de la representación salí a la
calle, en la transitada plaza de la Bastille parisina, el sonido lejano de una
ambulancia acompañado del rugir de las motos llamó poderosamente mi atención:
por fin escuchaba música fuerte y sincera, y no la engañifa insulsa servida por
Adès/Cairn.
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