España - Madrid

El arte que purifica el alma

Marianna Prjevalskaya
lunes, 11 de marzo de 2024
Grigory Sokolov © 2019 by Sven Lorenz Grigory Sokolov © 2019 by Sven Lorenz
Madrid, lunes, 26 de febrero de 2024. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. Recital de piano por Grigory Sokolov. Obras de J. S. Bach, F. Chopin y R. Schumann. XXIX ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo
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Los rayos dorados del sol iluminaron el Auditorio Nacional aquella tarde, mientras el público se dirigía a la entrada de la sala de conciertos más destacada de Madrid. Hay que subrayar que es todo un gusto ver que los conciertos de música clásica siguen generando tanto interés en la capital, y la verdad es que no es sorprendente, porque todos los conciertos que ofrece la Fundación Scherzo son de grandísimo nivel y los recitales de Grigory Sokolov siempre son de los más esperados. Mi corazón sonríe al pensar que el público español aprecia y quiere tanto a este artista.

Siendo yo pianista, y con el paso de los años, quise escuchar a Sokolov de otra manera, quizás más analíticamente y con mucha más atención de lo habitual, para observar y descubrir más aspectos de su pianismo y su arte. Sin llevarme por sentimientos y emociones transcendentes, como ocurría con tanta facilidad en los años de mi juventud, esta vez al escucharle nacían observaciones y preguntas que me hubiera gustado compartir con el maestro algún día en una conversación, de músico a músico, de pianista a pianista. Pero de momento prefiero dejar estas preguntas para mí misma, y mientras tanto expondré aquí lo que más me impresionó de este recital.

La primera parte del concierto estaba dedicada exclusivamente a J. S. Bach, en ella una vez más Sokolov demostró increíble precisión tanto en la articulación como en la ejecución de la ornamentación. Anteriormente, después de escuchar su recital en Santander, ya había escrito que para Sokolov el principio y final de cada nota es de inmensa importancia, igual que la intensidad que existe entre cada una de ellas. Me permito imaginar que para algunos músicos y pianistas les parecerá una exageración, pero a mí me gusta así, y es algo a lo que yo siempre aspiro, porque la calidad se convierte en suprema.

Los cuatro Duettos BWV 802-805 que Sokolov interpretó al principio del programa son unas pequeñas joyas originalmente escritas para órgano y que deberían programarse con mucha más frecuencia en los recitales pianísticos. Sokolov brindó una interpretación de impecable claridad, diversidad de carácter, y con una concentración de un oído muy sensible siguiendo cada paso y movimiento del contrapunto a dos voces.

El Grave-adagio de la Sinfonia de la solemne Partita BWV 827 en do menor se presentó con la seriedad y retórica de una obertura francesa, pasando por un delicado pero algo resonante Andante, y culminando en un Allegro de carácter y energía de alto voltaje. El registro superior predominaba en la Allemande, creando un tejido cantado casi transparente con adornos improvisados en las repeticiones. En la Courante, quizás, me hubiera gustado escuchar un poco más de variedad dinámica y flexibilidad rítmica, pero Sarabande impresionó con su discurso sereno e íntimo, en el cual se hubiera apreciado el silencio absoluto por parte del público. El Rondeaux y Capriccio cerraron la partita con pulso y una definición polifónica y rítmica; desde luego su interpretación de la Partita fue muy argumentada y es imposible discutir sobre ella.

Debo señalar que su uso del pedal en Bach es muy refinado, lo utiliza profusamente, pero apenas se nota: la combinación de cambio rápido y frecuente, sin ir demasiado a fondo, pero con una articulación tan definida, crea el efecto que el piano de nuestros días tiene todo el derecho de ser el instrumento perfecto para la música barroca.

Dejando el mundo barroco aparte, el resto del programa se centró en el repertorio más íntimo: dos ciclos de Mazurcas Op.30 y Op.50 de Chopin y Waldszenen (Escenas del bosque) Op.82 de Robert Schumann.

Lo más frecuente es disfrutar de las Mazurcas de Chopin interpretadas por Sokolov como propinas, que él ofrece siempre con inmensa generosidad al final de cada recital. Pero en esta ocasión presentó dos ciclos enteros que nos hipnotizaron con una mezcla de delicadeza, elegancia, un exquisito rubato y un control y transparencia de texturas construyendo un Chopin polifónicamente denso y armónicamente rico. Como siempre, su Chopin es refinado pero profundo, y en él la danza se convierte en un discurso emocional. Siendo un genial perfeccionista, en el buen sentido de la palabra, su claridad de articulación y atención a los más minúsculos detalles que ya hemos observado en la primera parte del concierto también se hicieron notar en cada nota de estas Mazurcas.

Waldszenen es una obra relativamente tardía, compuesta entre 1848-1850 y una de las favoritas del compositor. Aunque se parece en algo a los otros ciclos de Schumann, como Papillons, Carnaval o Kinderszenen, el lenguaje de las Escenas del Bosque tiene otro tipo de madurez: menos virtuosismo y más profundidad emocional. Bajo los dedos de Sokolov esta colección de nueve piezas se convirtió en un ciclo de poemas, desde Eintritt (Entrada), donde la paz y serenidad reinaron a través de un fraseo equilibrado y fino, colores cálidos y cuidado de matices, pasando por Jäger auf der Lauer (Cazadores al acecho), de precisión rítmica, claridad de articulación y de carácter apasionado incluso algo explosivo, típico de Schumann. Einsame Blumen (Flores solitarias) destacaron por suavidad, sensualidad y un bello equilibrio entre las voces, y Verrufene Stelle (Lugar encantado) cautivó con su dolor, un sentimiento hasta algo siniestro, rigurosidad en las semicorcheas y expresión retórica. Freundliche Landschaft (Paisaje acogedor) y Herberge (Posada) inspiraron con su frescura y el Vogel als Prophet (Pájaro como profeta) cantó misteriosamente en soledad, haciendo vibrar los acariciados y delicados arpegios, contrastando con la calidez y plenitud de la parte central como si fuera un dulce recuerdo. Jagdlied (Canción de caza) destacó por estabilidad rítmica y precisión del ataque, mientras el Abschied (Adiós) fue la despedida más poética de este bosque encantado, cerrando así la segunda parte del concierto.

Pero como es de esperar, el recital no terminó con Schumann. Obsequió el público con seis propinas, alternando Les Sauvages y Le tambourin de Jean-Philippe Rameau, y la Chaconne en sol menor ZT 680  de Purcell con Mazurcas Op. 63 No. 2, Op. 68 No. 2 y el Preludio No. 15 en re bemol mayor del Op. 28 de Chopin. No sé si hace falta describir con detalle cómo interpretó cada una de estas piezas, pero tal vez mencionar que como aquellos rayos dorados del sol iluminaron el auditorio antes del recital, Sokolov brindó esta paz y tranquilidad, purificando el alma e iluminando el interior de cada oyente con su arte, dejándonos a todos con muchas ganas de volver a escucharle en muchas más ocasiones en directo. 

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