Francia
La mala suerte de Beatrice
Francisco Leonarte
Beatriz ha tenido mala suerte. Empezando por
su nombre. El retenido por Carlo Tedaldi Fores (y por tanto el retenido por
Bellini y su libretista Romani que en Tedaldi Fores se inspiraron), no es su
verdadero nombre. Estos hablan de Beatrice Lascaris di Tenda, cuando en
realidad la Beatrice de los hechos se llamaba Beatrice Cane, hija del
condottiero Ruggero Cane y mujer en primeras nupcias de su lejano primo el
también condottiero Facino Cane, y en segundas de quien también sería su
asesino Filippo Maria Visconti, duque de Milán (sí, la historia de Italia está
compuesta de mafiosos y asesinos con nombres rimbomantes que supieron sin
embargo patrocinar el maravilloso Renacimiento, tal vez para mejor disimular
sus crímenes ...).
Viuda de un hombre riquísimo (riquísimo
gracias a rapiñas, traiciones y conquistas varias, no lo olvidemos) al parecer
el testamento de su difunto primer marido establecía como condición para
heredar que Beatriz se casara en segundas nupcias con el duque de Milán. Sólo
que éste era veinte años más joven, y que teniendo la viuda unos cuarenta años,
la unión tenía pocas perspectivas de dar herederos legítimos ...
Así que el muy particular (al parecer
raquítico, supersticioso, extremadamente desconfiado, bastante ambicioso)
Filippo Visconti, duque de Milán, una vez que se hizo con el dinero y las
tropas del primer marido, sintiendo que Beatriz era más un estorbo que una
ayuda, decidió acusarla de adulterio (acusación que tiene todos los visos de
haber sido falsa) y, tras arrancar con tortura las oportunas confesiones a
Beatriz, al supuesto amante Michelle Orombelli y a dos criadas que nada habían
hecho (¿para cuando una ópera sobre las pobres gentes que sin comerlo ni
beberlo son víctimas de las luchas entre los poderosos?), decapitó a los cuatro
y aquí paz y después gloria.
Más de medio milenio después, uno de los
grandes nombres de la lírica, el siciliano Vicenzo Bellini, decidió componer
una ópera sobre este asesinato. Y gracias a Bellini hoy estamos hablando de
Beatrice.
Obra maestra fuera del repertorio
Pero Beatrice, como heroína de ópera, tampoco
ha tenido suerte. Desde su estreno, Beatrice di Tenda no ha cosechado
los éxitos que sus autores esperaban. Si al público no le interesó, Bellini
mismo nunca dejó de considerarla como una de sus obras mayores. Y es cierto que
en ella logra combinar las experimentaciones de La straniera con las
líneas melódicas que, presentes en Norma o Sonnambula, hicieron
de él el niño mimado de Europa.
Su escritura orquestal está llena de
hallazgos, con simples pinceladas (una pequeña introducción de trompa por
ejemplo, antes de la escena del jardín) crea ambientes sonoros de gran poder de
evocación. Y logra dar una continuidad y una coherencia a todo el discurso
alternando y superponiendo recitativos, cantilenas, arias, ariosos, cabalettas
que se entrecruzan y se superponen en un todo que está abriendo puertas a
prácticamente todas las obras siguientes del XIX. Algún momento suena
irresistiblemente a Verdi (ese coro de cortesanos sin escrúpulos que tanto se
parecen a los del Rigoletto ...). A juicio de quien esto escribe se
trata indudablemente de una obra maestra.
El libreto, del gran libretista de la época,
Felice Romani, fue motivo de fuertes disensiones entre este y Bellini, tanto es
así que escritor y compositor se enfadaron para siempre. Se le ha acusado de
falta de progresión dramática. También se ha acusado al personaje central de
falta de claridad: ante sus admiradores Beatrice jura defender a su pueblo
contra Filippo, pero en cuanto Filippo tiene pruebas de su traición Beatrice lo
niega todo y jura que siempre ha sido leal a Filippo (una heroína verdiana, por
ejemplo, hubiese en tal caso afirmado con orgullo que defendería siempre a su
pueblo). Al fin y a la postre, no se sabe si a Beatrice le importa su pueblo,
su honor o su vida, porque sus vacilaciones son constantes ...
Sin embargo esta falta de nitidez, que sin
duda en su día impidió que el público pudiera identificarse con el personaje,
impidiendo el triunfo de una obra sin embargo hermosísima, es lo que
precisamente podría hacerla más interesante hoy en día: Beatriz duda entre
altruismo e instinto de supervivencia. Lejos de las heroinas de cartón-piedra,
el personaje de Romani se nos antoja humano, porque duda constantemente.
Y tal vez sea ese el que nos aparece como el
gran mérito de este libreto (y de su autor, Romani) hoy en día: la duda que
habita cada personaje. Beatrice duda, ya lo hemos visto. Pero su supuesto
amante, Orombello, también se retracta a pesar de la tortura -en ninguna otra
obra del repertorio se habla, de hecho tan crudamente de la tortura, otro
mérito sin duda del libreto-, Agnese se retracta, y sobre todo Filippo, el malo
que cínicamente condena a Beatrice, duda también, en una escena absolutamente
memorable que anticipa las dudas por ejemplo de Guy de Montfort en Les
vêpres siciliennes de Verdi.
Y hablando de tortura judicial, tal vez sea
oportuno indicar que sólo paulatinamente fue desapareciendo de los sistemas
legales en los diversos estados italianos: 1814 en los estados de los Saboya,
1827 en Cerdeña, 1831 en los Estados Papales... Beatrice di Tenda se
ocupaba de una cuestión cruda, pero todavía cercana.
La producción parisina de 2024
La Ópera de París ha querido resucitar esta Beatrice
di Tenda llamando a uno de los directores de escena más justamente
renombrados, Peter Sellars, a quien debemos memorables puestas en escena de la
trilogía Mozart-Da Ponte o de Saint-François d'Assise de Messiaen, amén
de una muy interesante aportación cinematográfica al mito de Fausto, por
ejemplo.
Sin embargo, en esta ocasión el trabajo de
Sellars ha sido unánimemente criticado. Empezando por el clásico e insoportable
decorado único (¡Qué manía ! ¿Por qué circunscribir a un solo lugar lo que
la acción pide se desarrolle en lugares distintos?). En este caso, se trata de
un idiota jardín de plástico y hierro que permite en ciertos momentos
transparencias. Dichas transparencias permiten pasar de jardín ordenado a muro
de maquinaria o tecnología. Con los trajes contemporáneos ya habíamos entendido
que también hoy ocurren historias de este tipo ...
No podemos dejar pasar la pésima iluminación,
con errores no ya de principiante sino de absoluto desconocedor de su oficio,
como cantantes no iluminados mientras algunos spots diseminados en el decorado
molestan continuamente al espectador ...
Los trajes, por otra parte, no tienen
imaginación ni gracia, y creo que deben de haber sido alquilados a otras
producciones del mismo tipo, porque producen una constante impresión de déjà
vu (a empezar por los sempiternos geos, policía con kalashnikov o similar):
lo único, lo bien que le sienta la falda a Agnèse, porque Kronthaler tiene muy
buen tipo. Eso, cuando los trajes no son perfectamente torpes (los trajes de
Beatrice fueron sin duda diseñados contra la pobre Tamara Wilson ...).
Ah, y luego las numerosas incongruencias
ridículas como dejar que Pene Pati haga de chulo de pueblo ante los hombres
armados (que no hacen nada por apresarlo) cuando Beatrice clama (en dos
ocasiones) algo así como «no hay aquí ningún hombre para defenderme». Tales
hombres armados parecen más interesados en frenar la ira de Filippo que en
apresar a Orombello, como si se tratase de una pelea de discoteca más que de un
crimen de estado. De suerte que el dramático concertante que cierra el primer
acto se convierte en una escena chusca entre chulitos de pueblo. O los gestos
repetidos y repetitivos entre Orombello y Agnese. O la immensa inutilidad de la
escena inventada por el director de escena supuestamente para ilustrar el
preludio belliniano (¿¿Pero cuándo nos dejarán los directores de escena
escuchar tranquilos los preludios que fueron escritos para ser escuchados a
telón cerrado??).
Eso sin contar la falta de progresión de la
puesta en escena, con el resultado de aburrir (pecado mortal en el teatro y en
la ópera) al público. Uno se pregunta qué le ha pasado al gran Peter Sellars y
cómo ha podido caer tan bajo.
No obstante, fuerza es señalar que quien esto
escribe sintió emoción en la escena del proceso (un acierto aislar mediante las
luces a Pene Pati mientras canta su testimonio), así como durante la gran
escena de Filippo en el segundo acto, y que la intervención del coro desde el
público, representando al pueblo durante la misma escena resulta impactante y
bienvenida.
Musicalmente más que apreciable
Beatrice di Tenda
es ópera de soprano. Todo gira en torno a ella. La encarna Tamara Wilson,
soprano dramática -como se supone que fue la Pasta, que estrenó la obra-, voz
grande, capaz de cantar Turandot con éxito. Sus coloraturas están un
tanto enjabonadas, como dicen los franceses cuando falta limpieza, y se
siente la dificultad para controlar la voz al principio. Pero Wilson va ganando
en enteros a medida que pasa la obra, la voz se va calentando (como a menudo
sucede con las cantantes de su cuerda), y al final lo que llega es mucha
intensidad dramática. Y mucha capacidad de emoción. Vale la pena. (NB: en la
representación del jueves 7 de marzo estuvo sensacional, coloraturas mucho
mejor asumidas, agudos valentísimos y repletos de armónicos, grandísima
intensidad dramática).
Pene Pati no parece totalmente en su salsa
como Orombello en el primer acto. Pero está realmente soberbio en el segundo,
con una hermosa declaración ante el tribunal, con mezza-voce limpia y emoción
auténtica (además de su muy bonito color de voz, no lo olvidemos). Y una
hermosa partipación desde bambalinas en el trío del segundo acto, uno de los
mejores momentos, sin duda ninguna, de toda la producción belliniana, aquí
servido con mucha dulzura por los tres intérpretes, Pati, Kronthaler y Wilson.
En cuanto a Kronthaler, su voz no es bonita, y
más que mezzo podría hablarse de soprano segunda, como en los tiempos en que
Adalgisa era cantada por la Grisi. Eso no es un problema en sí. A pesar de
poseer, como decimos, un timbre menos bonito que el de otras colegas, la
implicación actoral es notable, y la línea buena.
El papel del malo, Filippo Visconti, le
corresponde al barítono Quinn Kelsey, una voz bastante clara pero con mordente.
Su impostación es interesante por lo natural. Aunque sus graves resulten menos
rotundos que los de otros cantantes y sus agudos menos hermosos, más abiertos,
es de destacar su buen fraseo y su buena línea de canto. Y sobre todo su gran
capacidad de emoción. Teatralizando, interiorizando el debate, Kelsey se lleva
el gato al agua, creando una escena de gran intensidad dramática, cuando ha de
decidir la muerte o la vida de Beatrice.
Amitai Pati y Taesung Lee cumplen sobradamente
en sus pequeños papeles, consiguiendo crear en pocas líneas auténticos
personajes.
Los magníficos cuerpos estables de la Ópera
de París
El coro es particularmente
importante en esta ópera. Con un momento inusitado en la historia del belcanto,
aquel en que las voces masculinas cuentan con una crudeza poco habitual en los
libretos de la época la tortura a la que Orombello ha sido sometido. Página de
gran intensidad dramática -un tanto exagerada en los gestos pocos naturales que
impone la puesta en escena, todo sea dicho- que el coro supo cantar con mucha
expresividad sin sin embargo perder la inteligibilidad ni la belleza del
sonido. Bravo.
En cuanto a la orquesta, fuerza es destacar
los magníficos trompa solista y arpa, esenciales en el discurso belliniano. El
conjunto de las cuerdas pocas veces han sonado tan requetebién, con tanta
dulzura. El director, Mark Wigglesworth ha buscado un sonido hermoso, y tanto
que lo ha encontrado. Encara la partitura con un sentido elegíaco que conviene
perfectamente a Bellini, salvo que la puesta en escena no ayuda, con sus
estatismos, sus repeticiones y su decorado único, especialmente en el primer
acto. Sin embargo Wigglesworth sí sabe dar dramatismo y contundencia -cuidando
sin embargo a los cantantes- en las strettas y los finales, de todo punto
notables. Y no creo que se le pueda achacar falta de sentido dramático. (NB: en
la representación del 7 de marzo, Wigglesworth estuvo aún mejor, dando un
sentido trágico y trascendental al discurso belliniano).
La sala estaba razonablemente llena para ser
un día entre semana y una ópera poco conocida. Sin duda han surtido efecto la
sabrosas promociones que la Ópera de París ha ido haciendo.
Servidor de ustedes termina esta crítica casi
una semana después de haber asistido a la representación, pero no ha dejado de
tener en la cabeza las melodías bellinianas.
Mañana, jueves 7 de marzo, vuelvo.
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