Estados Unidos
De nuevo la Academy
Roberto San Juan
La Academy of Saint Martin in the Fields
regresó a Miami un año más con Joshua Bell al frente y un programa similar al
presentado en otras ocasiones: la obertura de una ópera al inicio, seguida de
un concierto para violín y orquesta y, ya en la segunda parte, una sinfonía
clásica o romántica. No por conocido el programa perdió atractivo, ya que es
siempre un verdadero placer disfrutar de unos músicos de tan altísimo nivel.
Parece que a la formación británica le costó engrasar la maquinaria orquestal en los primeros compases de la Obertura de Las bodas de Fígaro mozartiana, pero bastaron unas miradas entre los músicos para coger el rumbo y no perderlo de principio a fin del concierto. Y es que, además de sus excelentes cualidades musicales, una de las causas que explican, a mi juicio, el sonido orquestal tan bien empastado de la formación es la unidad de criterio artístico que los músicos comparten y una escucha mutua constante, lo que se traduce en una perfecta concertación de gestos, ataques, movimientos de arco y fraseo.
En la Obertura, Bell llevó a cabo labores de dirección desde su posición de primer violín, cediendo parcialmente esa responsabilidad a su ayuda de concertino para la obra siguiente. Digo parcialmente porque durante todo el Concierto para violín de Mendelssohn Bell combinó, de pie desde el centro del escenario, las intervenciones solistas con la dirección, girándose hacia al público o hacia la orquesta, según las necesidades. La excelencia de los músicos no precisaba de mucha guía, aunque sí es cierto que, durante el tercer movimiento, en la parte de ‘Allegro molto vivace’, se pudo apreciar un leve desajuste en las intervenciones alternadas en breves células melódico-rítmicas entre el solista -mirando hacia el público- y la madera -a su espalda-.
Por sus gestos y su movimiento sobre el escenario, Bell parece tocar su instrumento con todo el cuerpo. Desconozco si era su Stradivarius Gibson ex-Huberman pero, en todo caso, consiguió unos agudos de una intensidad y calidez maravillosas, con afinación perfecta, así como cuidados portamenti. Su dominio intelectual y técnico de una obra que lleva tocando varias décadas le permite una libertad admirable, hasta el punto de sustituir la cadencia original del primer movimiento por la suya propia -siguiendo, por otra parte, la tradición interpretativa del concierto clásico-. Su cadencia comienza y acaba como la de Mendelssohn y, al igual que aquélla, se desarrolla con mucho despliegue virtuosístico y bivocalidades melódicas, pero también contiene un par de modulaciones un poco más “atrevidas” para el estilo de la pieza.
El segundo movimiento, ‘Andante’, fue un remanso de paz, con una perfecta ejecución técnica y cuidado fraseo, con acompañamiento orquestal perfectamente concertado gracias, de nuevo, a las constantes miradas y escuchas mutuas entre los músicos. El tercer movimiento, de carácter más desenfadado, tuvo un maravilloso pasaje con el tema interpretado por los cellos en legato.
La Segunda Sinfonía de Schumann, que se escuchó tras el descanso, fue escrita en un período particularmente difícil en la vida del compositor, que ya padecía de graves problemas de salud. La brillantez de los metales en el ‘Sostenuto assai’ inicial fue seguida por un enérgico ‘Allegro ma non troppo’. De nuevo Bell combinó la dirección con las funciones de concertino, implicándose plenamente con sus amplios gestos e, incluso, elevándose ligeramente de su asiento para marcar entradas o dar indicaciones de carácter a los instrumentistas de viento. La Sinfonía alterna las posiciones del ‘Scherzo’ -como segundo movimiento- con el ‘Adagio’ -que pasa a ser el tercero- y ambos beben en el contrapunto barroco que Schumann había estudiado profundamente, particularmente el estilo de Bach, a quien el compositor rinde homenaje en diversos pasajes de la obra. La cuidada melodía cantabile del oboe en ese ‘Adagio espressivo’ fue bellamente interpretada y el final del movimiento destacó por el cuidado control de la dinámica en la interpretación en pianissimo. La Sinfonía se cierra con un ‘Allegro molto vivace’ que sonó brillante y asertivo, con una destacada cuerda grave muy bien empastada y un carácter brillante y optimista, que pareciera contrastar con el sentir general imperante en la pieza.
Al igual que había ocurrido al término de la primera parte, la prolongada ovación final hacía presagiar una propina que, finalmente, no se produjo.
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