Francia
Harto de los postizos vacuos
Francisco Leonarte
En el transcurso de los últimos años, Daucé y
su ensemble Correspondances nos han dado dos espectáculos más que notables, la
reconstrucción del Ballet Royal de la Nuit, y Cupid & Death de
Shirley/Lockey y Gibbons. En ambos no sólo brillaba la música, magníficamente
servida, sino también las puestas en escena, inteligentes y respetuosas con la
esencia de la obra.
Por eso esta vez la desilusión ha sido de
talla ...
Para la ocasión, Daucé se ha rodeado de una
orquesta grande, ampliando sin duda el conjunto Correspondances. De manera que
el inicio es particularmente brillante. Y mucha brillantez habrá también en
interludios, danzas y pasajes corales, con bonitos detalles a la tiorba y a la
guitarra, y con percusiones utilizadas atinadamente. En general podemos hablar
de gran pulcritud sonora. Aunque tal vez falte por momentos algo más de
contraste.
Cantantes
La voz de Petr
Nekoranec, que encarna a David, tiene buen
volumen, aunque en voz de cabeza pueda puntualmente perderlo. Domina también el
estilo, está cómodo con las coloraturas, y su inteligibilidad es buena.
Habíamos tenido ya ocasión de apreciar en
numerosas ocasiones a Gwendoline Blondeel pero todavía no en un papel titular.
Características de su canto siguen siendo las mismas, un bonito sonido, dominio
ornamentos, facilidad de emisión, … y muy escasa inteligibilidad. Lástima, es este
un defecto que arrastra desde hace años sin solucionarlo. Y tanto más patente
en la ópera barroca francesa en que la prosodia es esencial.
Alex Rosen se encuentra cómodo en los graves,
tiene buen volumen, bonito color, buena capacidad de ornamentación ... Es un
cantante más que sólido.
Algo menos cómodo con su tesitura, Saúl, a
quien no se le puede negar sin embargo su entrega: tal vez demasiada, perdiendo
por momentos el arte del belcanto al acentuar demasiado.
Hasta aquí los cantantes que no llevaban una
incómoda (no sé si para ellos pero desde luego para los espectadores y
posiblemente para el sonido) máscara hecha sin duda de rejilla. ¿Privilegios
tal vez de cantar los cuatro papeles principales? ¿O privilegios que vienen de
otras causas? Vaya usted a saber.
La Pitonisa tiene una preciosa escena
(musicalmente al menos, porque desde el punto de vista escénico no fue nada del
otro jueves). Es este el tipo de roles que le van como anillo al dedo a Lucille
Richardot por su inteligencia vocal y escénica y por su particularísimo color
de voz. Más que notable
Étienne Bazola
encarnaba a Joabel con buen dominio del estilo y del
fraseo y con una voz más que sólida...
¿Se nota que el estilo de quien esto escribe
es un tanto seco ? Creo que no he podido evitarlo porque, para ser
sinceros, me aburrí.
¿Que por qué? Ahora se lo cuento.
Otro que quiere descubrir la pólvora
De nuevo el director de escena ha buscado
inventar su propia obra dentro de la obra original con el recurso archimanido
del loco que se acuerda de lo que pasó.
En los textos que correspondían a la actriz,
nos infligieron la habitual e insoportable voz amplificada -que hace recaer
sospechas sobre una posible amplificación de los cantantes, sobre todo cuando
les arrean una máscara durante toda la representación o cuando les ponen detrás
de una tela para cantar (como es el caso de la Sombra de Samuel interpretada
por Alex Rosen).
Los diálogos eran vacuos con tendencia a lo
cursi («me gustan los tilos» y otras frases transcendentales) en un claro
ataque contra la guerra y aquéllos que la promueven.
No se le puede negar al texto añadido, eso sí,
las buenas intenciones, porque todos estamos en contra de la guerra,
especialmente cuando hoy se escuchan tantos peligrosísmos rumores de sables
como sin ir más lejos el proviniente del máximo mandatario francés. Pero no
así, no con textos blandos metidos con calzador y amplificación sonora. Máxime
cuando en la obra, si se quiere hablar de los desastres de la guerra, el
libreto ofrece mil y una oportunidades (pastores que cantan que prefieren la
felicidad a la gloria, o el propio David cuya última frase, después de ganar la
guerra es «He perdido todo lo que amaba»).
Los trajes eran simpáticos. Pero, ¿por qué
transformar a Jonathas en una señorita de los años 20? Una de las
particularidades de David et Jonathas es que narra la amistad-pasión
entre dos hombres. Hoy se hablaría de «bromance». En la época en el lenguaje
amistoso podía caber el término de «amor», reiteradamente repetido en el
libreto cuando David habla de Jonathan o viceversa. En una época (el siglo
XVII) en que la homosexualidad era prohibida, este libreto debía de sonar como
agua bendita a los oídos de tantos homosexuales (entonces no se llamaba así,
claro está). No sé si el personaje de Jonathas, ya en la época estaba previsto
lo cantase una mujer (me extrañaría tratándose de una obra prevista para ser
cantada por los alumnos del colegio de los Jesuitas), pero me parece muy bien
que lo cante una mujer. Sólo que en tal caso hubiera valido la pena que traje y
actitudes de la cantante hubieran sido «masculinizados» para dar a entender que
se trata de una relación (de amor, de amistad o de lo que ustedes quieran)
entre dos hombres.
Me acompañaba un amigo que ni es tonto ni es
la primera vez que asiste a una representación operística. Pues bien, mi buen
amigo había entendido que se trataba de una señorita que se iba a casar con un
señor y que David o Jonathas era el padre de la muchacha, pero que tal vez se
oponía, con la consiguiente confusión entre la chica en cuestión, David,
Jonathas, Joabel y el Cristo de los Palotes.
Perdonen ustedes la franqueza, pero una puesta
en escena en que no se entiende lo esencial, me parece una porquería de puesta
en escena, por mucho que cree imágenes bonitas o que tenga buenas
intenciones. Es decir, que lo esencial no estaba.
Notemos que Bellorini es director del Teatro
Nacional Popular de Villeurbaine. Y que casualmente el Teatro Popular de
Villeurbaine coproduce el espectáculo que él mismo pone en escena.
Así van las cosas.
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