Alemania
Bieito internaliza y explica Katia Kabanova
Agustín Blanco Bazán
Calixto Bieito, un director de escena siempre en constante
evolución y cambio, sigue reinventándose en su relación con el género
operístico. Es así que quienes hayan visto sus excesos juveniles en, por
ejemplo, Il Trovatore o el Rapto en el Serrallo, les
costaría reconocerlo en una sobria y perceptiva Katia
Kabanova que después de ser premiada en Praga viajó a la Semperoper en
la cercana Dresde.
Bieito acostumbra a ser extremo, y siempre va por la
yugular. En este caso algunos lamentaron que su excesiva conversión al
abstracto psicológico había privado a la obra de Janáček
del exacerbado apasionamiento de la mayoría de las producciones. Pero este no
es mi caso. Creo que esta regie, actuada contra el fondo de un claustrofóbico
cuadro escénico de muros de concreto, iluminó todos los personajes con una
psicología a la vez implacable y conmovedora.
Ninguno de ellos puede escaparse de esta prisión con dos
escalas de hierro laterales, que sólo Katia y Varvara muestran algún interés en
trepar. Testimonio esto con una foto donde Varvara, una mujer ya jugada por la
liberación y la vida quiere estimular esa Katia condenada a la culpa y el
suicido. El abrigo rojo que Katia alguna vez usó al comienzo de la obra aparece
estampado en la pared con sus mangas aprisionadas por un tape negro, como las alas del ave que, nos confiesa la protagonista
en la más célebre de sus protestas, quisiera ser para escapar de un destino… sí,
implacable, como los destinos de todos los personajes.
Bieito no los juzga, porque no necesita condenarlos como
buenos o malos: todos están condenados desde el principio hasta el final dentro
de este bunker donde los prejuicios y las represiones se han transformado en
muros de un sólido indisoluble.
¡Adiós, aquí, a ese constante barroquismo de sexo y violencia a través de los cuales tanto costaba hacerse paso para confrontarse con algo substancial en las puestas juveniles de Bieito! En esta producción todo es riguroso y sin divagaciones. Ejemplo de ello es el tratamiento de la Kabanicha, una suegra patológicamente posesiva que en otras producciones aparece como una arpía exacerbada. Bieito la muestra como una mujer madura pero aún atractiva, no coqueta, pero si elegante con sus pantalones anchos y su peinado impecable.
Y como cualquier regisseur lo suficientemente despierto para explicar con
contrastes, Bieito sabe que para exhibir la crueldad de la Kabanicha no hay que
subrayar la agresividad de su lenguaje con gestos de bruja de barrio. Mejor es
hacer precisamente lo contrario, esto es, neutralizar este lenguaje con una
apariencia exterior de vecina de buen trato que, en la mejor tradición de
Stanislavky ahorra gesticulaciones ampulosas de teatro acartonado.
De esta manera, es posible aterrar al
público con uno de esos gestos de neurosis extrema que de vez en cuando
traicionan la verdadera naturaleza de gente empeñada en parecer normal para
esconder su monstruo interno. En este caso, por ejemplo: la forma en que
Kabanicha sostiene el índice como un cuchillo cuando advierte a su nuera contra
el adulterio que ansía ver cometido para recuperar a su hijo.
Christa Mayer canta y actúa esta Kabanicha
con antológica capacidad para hacernos ver clara esta antítesis entre
convencionalidad externa y salvajismo interior, que no alcanza a quebrarse ni
siquiera ante el lamentable Dikój interpretado en toda su conmovedora
decadencia por Kurt Rydl, a sus setenta
y seis años fresco como siempre en su energía y su timbre denso y a la vez
claro en fraseo.
Pero vayamos ahora al sexo sin barroquismos. Bieito sólo permite
dos eyaculaciones prematuras, ambas puntualmente indicadas con gestos fugaces.
Dijok actúa la suya desde del suelo, desesperado ante la frialdad de una
Kabanicha que se descubre aquí como una impasible dominatrix. La segunda es
esencial para entender a Tichon, el marido que en su impotencia para independizarse de su madre para
poder amar a Katia como ella espera, eyacula después de haberla pateado
ferozmente. En contraste, el encuentro entre Katia y su amante Boris es de una
ambigua delicadeza, una búsqueda de ternura en medio de esa violencia general
de amores frustrados.
Tanto el Tichon de Simeon Esper como el Boris de Magnus Vigilius supieron cantar convincentemente sus roles de enamorados frente a la
excepcional Katia de Amanda Majeski, una soprano de ágil y expresiva
articulación y voz lírica firme y cálida. Completaron el reparto de principales
Štěpánka Pučálková como una Varvara luminosa vocal y
actoralmente, acompañada por un Váňa de similar convicción y frescura vocal
interpretado por Martin Mitterrutzner
Bajo la
dirección de Alejo Pérez los instrumentistas de la excepcional Staatskapelle
Dresden interpretaron un Janáček de articulación tal vez menos incisiva que las que habitualmente nos
presentan las orquestas y los directores eslavos. Pero nada reprochable en esto,
si se tiene en cuenta que lograron convencer por otros medios, empezando por
una claridad de detalle enfatizada a través de un virtuoso tratamiento
cromático, más un lirismo espontáneamente conmovedor. El balance de dinámicas
demostró la maestría de Pérez como concertador general de esta excelente
versión musical.
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