Francia
Emociones francesas
Francisco Leonarte
Vengo por las dos obras de Lili Boulanger.
Compositora fallecida prematuramente, forma parte de esos artistas que, apenas
con algunas obras, han conseguido pasar a la Historia. A lo cual puede no ser
ajena también la amistad de la familia Boulanger con Gabriel Fauré, o que Lili
Boulanger fuera la primera mujer que obtuvo el famoso Premio de Roma en
Francia, o la fama de Nadia Boulanger como pedagoga, que siempre batalló por
que se reconociera la valía de la obra de su hermana Lili...
El caso es que las dos obras de Lili Boulanger
en el programa se asemejan en su concepción (duración, formación orquestal
amplia, timbres cercanos a los de la escuela de Debussy), pero no en su
espíritu. La primera, D'un matin de printemps, es realmente una ‘música
de la felicidad’. Sigue claramente la estela de Debussy, Ravel, y no tiene nada
que envidiar a otras obras de Chausson, Pierné y otros músicos de su
generación. Música muy evocadora en que, efectivamente, nos parece oír a los
pájaros volar, las hojas nacer o un alegre grupo de jóvenes reír mientras
pasean sobre la hierba fresca.
Pero es en la segunda, sin embargo concluida
el mismo año que la primera, D'un soir triste, donde se revela toda la
personalidad de la joven Lili. Armonías nuevas que sirven bien el propósito
llevándonos más allá de una mera descripción de lugares o ambientes. En eso, la
intuición de Lili la estaba llevando hacia los caminos de liberación de la
tonalidad que otros compositores de la misma época estaban investigando.
Entre una y otra obra, el Concierto para
piano nº 5, egipcio, una de las obras de Saint-Saëns que más se escucha,
sin duda por las posibilidades de lucimiento que ofrece a los
pianistas-estrella. En este caso la estrella era Seong-Jin Cho, y numerosos
fans coreanos habían venido a «sostener» a su compatriota-estrella (perdonen
ustedes que haga un inciso, pero es que si los nacionalismos en general no son
mi fuerte, cuando se trata de nacionalismos en materia de intérpretes musicales
lo entiendo todavía menos. Pero bueno, cada uno tiene sus
cosas, ¿verdad?).
Seong-Jin Cho es técnicamente muy bueno, desde
luego. En el primer movimiento hay como un pequeño desajuste : o Seong-Jin
Cho tendría que tocar con más fuerza (venga, arriesguemos una palabra de moda)
más asertivo, o Macelaru tendría que haber rebajado más el volumen de la
orquesta. Cierto que el piano de Saint-Saëns desciende aquí más de Listz que de
Chopin, pero también es verdad que ese primer movimiento tiene algo de
mozartiano... ¿Falta de ensayos ? Bien podría ser.
En el segundo las cosas se equilibran. Sobre
todo porque es el piano el que manda, tomándose largos momentos de soledad,
desgranando melodías, y la orquesta sigue. Seong-Jin Cho logra hermosos
momentos de introspección bien secundado por la orquesta.
Para terminar, por supuesto, con la
apabullante demostración de virtuosismo del pianista – con una melodía algo
canalla que nos recuerda que Saint-Saëns también escribió opera-comiques de
talante más bien ligero.
Gran éxito -por supuesto- que Seong-Jin Cho
agradece con una propina. La famosa Pavana para una infanta difunta de
Ravel, que el coreano toca con una suerte de candor de niño, sin buscar
demasiados legati ni efectos, con mucha sencillez. Bonita.
En la segunda parte, tras la segunda obra de
Lili Boulanger, El mar, de Debussy, una de esas obras maestras que
siempre funcionan a poco que estén correctamente interpretadas.
Y la ONF, que ya en las obras de Boulanger
había dado una interpretación primorosa y entusiasta (con un maravilloso solo
de violoncelo en la segunda), en la obra de Debussy demuestra que si se llama
Orquesta Nacional de Francia no es por pura casualidad: Qué corno inglés de
aúpa, cómo cambia de color la trompeta según interprete un sonido lejao que
entrecorta el viento o el rayo impetuoso que irrumpe, qué precisión la de las
arpas (cuyo arpegios, más que coqueterías sonoras, en Debussy participan en la
construcción de la frase musical), qué notables solos los del violín de la
concertino Sara Nemtanu. Las cuerdas todas lucen un hermoso sonido que sale
airoso de la prueba de los pizzicati y de los agudos, claros y dulces.
Macelaru realiza un trabajo impecable, atento
a todo, dando los tiempos que la obra requiere, dejando que todo se escuche y
haciendo que todo forme una sola entidad. Hermoso.
Y nos ofrecen una propina. Tratándose de una
orquesta regular en la Casa de la Radio, la propina nos extraña. Pero «a
caballo regalado...». Se trata de la otra pavana, la Pavane de Fauré en
su versión puramente orquestal. La flauta se luce, las cuerdas también,
mientras prácticamente el resto de la orquesta queda de brazos cruzados. Y por
mor de la dulce Pavane, el entusiasmo del público se vuelve más dulce...
«Curiosa elección para una propina», no puedo menos de pensar, pero bueno.
Servidor de ustedes se va de la Casa de la
Radio, a orillas del Sena, enfrente de la Torre Eiffel, con El Mar de
Debussy y D'un soir triste de Boulanger en el recuerdo...
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