España - Madrid

Magyaros Brahms

Maruxa Baliñas
miércoles, 12 de junio de 2024
Iván Fischer © 2022 by Quincena Musical Iván Fischer © 2022 by Quincena Musical
Madrid, jueves, 16 de mayo de 2024. Auditorio Nacional. Johannes Brahms (arreglo orquestal, Antonin Dvorák), Danza húngara nº 21 en mi menor; Doble concierto para violín y violonchelo en la menor op. 102; Danza húngara nº 14 en re menor (arreglo orquestal, Albert Parlow); y Sinfonía nº 4 en mi menor op 98. Veronika Eberle, violín. Steven Isserlis, violonchelo. Budapest Festival Orchestra. Ivan Fischer, director. Ibermúsica, serie Barbieri nº 11.
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Desde 1994, fecha de su primera presentación en Ibermúsica, la Budapest Festival Orchestra y su fundador y director Ivan Fischer, se han presentado en sus ciclos en un total de doce ocasiones, la última en marzo del año pasado en Alicante y Madrid. Para esta ocasión optaron por un programa 'idiosincrático' que podríamos titular Magyaros Brahms, centrándose en un aspecto importante de la música húngara: su difusión como 'estilo musical' por casi toda Europa, aunque obviamente más en Centroeuropa y Viena, la capital del Imperio austrohúngaro. 

No es sencillo encajar en el modelo decimonónico que se ha mantenido hasta bien entrado el siglo XX -y bastantes aún lo defienden en la actualidad- la idea de los 'nacionalismos incluyentes', de hecho leer estas dos palabras juntas suena casi a oxímoron. Cuando se critica a una cantante española de origen africano o a una catalana por cantar flamenco, e incluso se habla de apropiación cultural o colonialismo cultural, cuando se asocia un estilo musical a un determinado origen racial -"el jazz es de negros", "el flamenco es de gitanos"- creo que se comete un error grave y hay una concepción intolerante del nacionalismo que siempre es perjudicial. Lamentablemente la idea de inclusión, mestizaje, apropiación, etc. se está convirtiendo en algo ya no controvertido, sino simplemente extraño. Escribiendo esta reseña me he dado cuenta de que hace muchos años que no oigo una frase habitual en el Madrid de los años 80, la que algunos consideran una de las etapas brillantes de la ciudad: "Gato no naces, gato te haces", o sea, uno mismo elige ser de un sitio y aceptar sus tradiciones1

Acaso se pregunten ustedes qué tiene esto que ver con el concierto de la Budapest Festival Orchestra. Muy sencillo, casi todo el programa se basó en Brahms como compositor 'húngaro' o 'magiar'. No del norte de Alemania, donde Brahms había nacido y se había formado, no del norte de Alemania como Bach o Schumann, dos de sus principales modelos musicales, sino voluntariamente integrado en un estilo musical 'adquirido'. 

¿Es por tanto falso el 'magiarismo' de Brahms? No, es una opción, que además no resulta excluyente, puesto que Brahms hizo otros muchos tipos de música, según las convenciones históricas que conocía muy bien, según el público al que se dirigía cada obra concreta, o sus propios intereses. Lo mismo que se podría decir del españolismo de Ravel, o la profunda integración de Haendel en la ópera italiana, o tantos otros ejemplos. La música no es pura, es más, en la mayoría de las ocasiones cuanto más mestiza es una música, más interesante resulta. 

En este concierto concreto las dos Danzas húngaras de Brahms que se tocaron fueron en cierta medida la armazón del programa, que se abrió en la primera parte con la Danza húngara nº 21 en mi menor (en el arreglo orquestal de Antonin Dvorák), mientras la Danza húngara nº 14 en re menor (en el arreglo orquestal de Albert Parlow) abría la segunda parte. Creo innecesario decir que la interpretación fue impecable, que la versión de Fischer y sus huestes es uno de los principales modelos para estas obras, o si lo prefieren, que son 'clásicos' por antonomasia. 

Y tras estas 'puestas en situación', dos obras contundentes de Brahms. En la primera parte el Doble concierto para violín y violonchelo en la menor op. 102 (1887) con Veronika Eberle al violín y Steven Isserlis al violonchelo, y en la segunda, la Sinfonía nº 4 op 98 (1885). 

Pocas tachas concretas se le pueden poner a la interpretación del Doble concierto para violín y violonchelo y sin embargo la obra no funcionó, o cuando menos no lo hizo al nivel esperado. Tanto Eberle como Isserlis se lucieron en sus solos o cadencias, y a menudo sus dúos funcionaban muy bien. Pero la unión con la orquesta fue tensa, en ocasiones el concepto de Eberle y el de Fischer no encajaban, y faltó casi siempre ese aire de 'música de cámara' que suelen tener este tipo de dobles conciertos. El segundo movimiento fue el que mejor funcionó mientras en el tercero hubo casi divergencias entre solistas y orquesta. El bis que ofrecieron Isserlis y Eberle, una preciosa pieza más sensorial que emocional, contribuyó a reforzar aún más la impresión de perfección fría que ya habían dejado en el Doble concierto de Brahms. 

La decepción terminó inmediatamente con la Cuarta sinfonía, una de las mejores versiones que he escuchado nunca. Aquí el concepto de Fischer no fue discutido, esta es su orquesta, él la fundó en 1983 -junto a Zoltán Kocsis- y a lo largo de estos más de cuarenta años juntos (y varios cientos de conciertos y más de setenta discos) han creado un sonido propio, un modo de hacer Brahms, que ahora ya entremezcla espléndidamente novedad y tradición. Hubo perfección sin duda, pero sobre todo emoción, hasta el punto de que en el comienzo del primer movimiento casi pareció que los músicos se desmandaban cuando en realidad hubo un control férreo, uno de los elementos que caracterizan la música magiar donde a menudo se aparenta la improvisación y el arrebato como un recurso 'escénico', como un truco atractivo para conquistar al público.

 También fue un recurso teatral, un juego de magia, la exageración de los violines machacones contastando con unos metales ruidosos y en general mostrando un sonido burdo, que nuevamente era un elemento buscadísimo y perfectamente ensayado. La soltura de los dos movimientos finales, con un Fischer en estado de gracia, provocó la correspondiente tormenta de aplausos con que terminó esta Cuarta sinfonía, y las numerosas salidas a escena de Fischer, aplaudido una y otra vez. 

El bis de la Budapest Festival Orchestra al final del concierto fue la obra más 'alemana' del programa, Abendständchen, la primera de las tres piezas del op 42. Supongo que alguno de los lectores estará diciendo ... ¡pero si esa es una obra coral! Efectivamente, los profesores de la orquesta, casi sin excepción, abandonaron sus instrumentos para cantar, la tarea musical más básica y genuina pero también la más bella cuando se hace bien, y no es que la Budapest Festival Orchestra sea un gran coro, pero si mostraron una musicalidad que fue sólo el puntal final de un concierto donde hubo mucha y buena música. 

Notas

1. Ante mi asombro al comprobar esta cita en internet, casi todos los resultados que aparecen en las primeras páginas del buscador afirman lo contrario: para ser gato es necesario "Que tú hayas nacido en Madrid, que tus padres hayan nacido en Madrid y que tus abuelos también hayan nacido en la capital". ¡Cómo cambian los tiempos!

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