Francia
Meter la pata pero no mucho
Francisco Leonarte
Aunque bastante olvidada -a pesar de las
sucesivas resurrecciones, de la cantada por Rosa Ponselle a la presente,
pasando por la protagonizada por Callas- La vestale es, simple y
sencillamente, una de las grandes obras maestras de todos los tiempos. Spontini
intuyó en su obra toda la música del siglo XIX, y según los momentos escuchamos
pistas que serán claramente seguidas por Rossini (finale del primer acto del Barbero
de Sevilla), por Wagner (El anillo del nibelungo), por Verdi
(preludio de la escena de Felipe II en Don Carlos) y hasta por
Mussorgski (el llanto del Inocente en Boris Godunov). Por sólo citar los
casos más evidentes. Eso sin contar su fuerza dramática, su cohesión, la
capacidad de evocación de su música...
Ya sabemos que París, y más concretamente la
Opéra National de Paris, es poco generosa con los autores que han hecho su
gloria. No hay más que ver lo poco (y mal) que se representa a Meyerbeer, por
no mentar a Auber o Halévy y no recordar que los títulos representados de
Massenet, Gounod, Bizet y Saint-Saëns son siempre los mismos...
En París hemos tenido la suerte de volver a
escuchar La vestale ya sea escenificada (con Ermonella Jaho, direcciones
escénica de Lacascade y musical de Rohrer), ya sea en versión de concierto (con
Marina Rebeka, dirección musical de Christophe Rousset), en ambos casos en el
Teatro de los Campos Eliseos. Pero hacía 150 años que no había vuelto a la casa
que la vio triunfar, a la Ópera de París (llamada, en el momento de su estreno,
Académie Impériale de Musique).
O sea que había mucha expectación ante esta Vestale...
Hacer las cosas «bien»
Desde un punto de vista musical, es innegable
que la institución (la Gran Tienda, como la llamaba Verdi) ha intentado hacer
las cosas bien. Para el difícil papel protagonista, una soprano a la vez con
fuelle, con volumen y con inteligencia (Elza van der Heever). Para su
enamorado, Licinius, cuya vocalidad es muy particular, entre tenor y barítono,
un especialista perfectamente idoneo (se presenta como baritenor), Michael
Spyres. Como Gran Sacerdotisa, una joven mezzosoprano francesa ya confirmada,
Ève-Maud Hubeaux, y como Gran Pontífice, un sólido bajo Jean Teitgen. Al frente
de la orquesta y coros, alguien que es considerado un especialista en ópera
romántica, Bertrand de Billy.
Y para la puesta en escena... bueno, aquí es
donde la Ópera Nacional de París suele meter la pata. Se suele sentir con la
obligación de llamar a «nombres de la puesta en escena» , y los citados «nombres»
suelen hacer pifias porque lo que les importa es hacerse publicidad a sí mismos
y no darle brillo ni coherencia a la obra en cuestión. Tuvimos el caso con la
completamente fallida puesta en escena de Hamlet de Thomas por
Warlikowski, lo tuvimos con la fallida puesta en escena de Los Hugonotes
de Meyerbeer por No-recuerdo-quién, etc... En este caso llamaron a Lydia
Steier.
La función del director de escena es crear
escándalo
Steier hizo un escándalito, hace poco, con una
puesta en escena de Salomé en que la protagonista hacía ademán de
masturbarse para poco después sufrir una suerte de violación colectiva
(tratándose de Salomé de Strauss, la cosa parece hasta lógica). A la
hora de abordar La vestale sin duda la pregunta fundamental para la
directora de escena estadounidense era «¿Cómo voy a hacer de nuevo un escándalo?».
Bueno, Steier hace todo lo posible para
lograrlo y con los medios más burdos, ésos mismos que vemos en las series de
televisión. Mezclándo imágenes de la Semana Santa sevillana (la aparición de
una suerte de Macarena gigante merece formar parte de la ‘Historia del Humor
Involuntario’, lástima que sea durante uno de los momentos más intensos de la
partitura), falsas torturas en directo, falsas bofetadas en directo (cuantas
más falsas bofetadas veo en una puesta en escena, más torpe me parece), falsos
escupitajos, algún falso coitus interruptus, … Ya ven ustedes, nada que
no esté más visto que la Chelito. Pero así la señora Steier puede pretender
conservar su estatus de «directora de escena escandalosa», que es el estatus
más codiciado entre los directores de escena operísticos... De hecho, la casa
advierte a su público que ciertas imágenes pueden herir la sensibilidad del
espectador blablabla...
En realidad, lo que se crea en el espectador
es la desagradable sensación de estar viendo una película de Tom Cruise en que
todo está mezclado con tal de crear un big show, una acumulación de clichés
en un batiburrillo informe: la Inquisición española, los nazis (esos que no
falten, ¿verdad?), la televisiva El cuento de la criada, Farenheit
451 y unas gotitas de Napoléon, que al fin y al cabo la obra se estrenó en
1807... Da la impresión de tener la cultura de un consumidor de series
históricas de bajo nivel.
Por supuesto, en escena hay cosas escritas y vídeo.
Unas y otro no sirven estrictamente para nada sino para que la directora de
escena pueda considerarse «in», haciendo como hacen absolutamente todos sus
colegas que se consideran «modernos». En el mismo orden de cosas, durante los
ballets previstos por de Jouy/Spontini no se baila (hubiera sido una «vulgaridad»
imperdonable para una directora «in» bailar durante el ballet) sino que Steier
aprovecha para contarnos cosas: que hay un dictador, que el dictador es malo,
que el dictador ha tenido una crisis cardiaca, que la Gran Sacerdotisa es
reemplazada por otra, que otro dictador sucede al antiguo dictador...
Durante la obertura también pasan «cosas»,
pero servidor de ustedes ha tomado la decisión de no mirar lo que los
directores de escena nos quieren contar durante las oberturas. Durante las
oberturas sólo me fijo en la orquesta. Estoy harto de que me fastidien los
fragmentos puramente instrumentales con historias que suelen ser vacuas y
ñoñas. Así que no les puedo contar muy bien lo que pasó en escena durante la
obertura.
Digamos que las intenciones, como a menudo,
son buenas. Doña Lydia pretende hacer un alegato contra el fanatismo. El
problema es la torpeza con que encara el problema. Evidentemente sólo hace
alusión al fanatismo católico, ese que ya no hace víctimas mortales, aludiendo
a la Inquisición e historia pasada. No tiene el cuajo de hablar del fanatismo de
otras religiones. En fin, todas las valentonadas a que nos tienen acostumbrados
los directores de escena. Más postureo que otra cosa1.
Bueno, digamos a favor del trabajo de Steier y
su equipo que el espectador puede seguir más o menos el argumento original (aun
con los añadidos de la propia Steier). Ya con eso podemos darnos con un canto
en los dientes.
Vamos a la música que es lo que nos
interesa
Bertrand de Billy, reputado especialista,
dirige la suntuosa Orquesta de la Ópera de Paris. Sin embargo hay momentos en
que la orquesta suena demasiado fuerte. Momentos en que la solista apiana
y la orquesta no consigue apianar lo suficiente para no cubrir a la
cantante. Se pierde con ello una buena ocasión para poner de relieve la poesía
que subyace en los pasajes intimistas.
Así, el famoso (y maravilloso) instante
suspendido de «Déesse des infortunés» («Nume tutelar» en la versión italiana
popularizada por Ponselle y Callas) pierde su magia. Eso sin contar la primera
escena entre Licinius y Cinna, en que la orquesta suena como si hubiese una
confrontación entre enemigos cuando debiera oírse un canto de amistad.
En favor de De Billy, el ritmo y la variedad
que sabe imprimir a los ballets (que no han sido suprimidos). Aunque de nuevo
sea incapaz, de Billy, de guardar el equilibrio con las arpas, apenas audibles,
en el ballet final...
En cuanto al coro, cuando se le pide potencia,
da potencia. Y suena bien. Eso sí, no se le entiende ni jota. ¿Cuándo tendremos
en la Ópera de París un coro al que se le entienda un mínimo cuando cante en
francés?
Elza van der Heever, enferma, no puede asumir
el papel el día del estreno y es reemplazada a bote pronto (ni siquiera figura
en el pequeño papel que se distribuye con el elenco) por Élodie Hache, joven y
prometedora soprano. Y la verdad es que se las apaña muy (pero que muy)
honorablemente. El caudal de voz no es descomunal pero sí importante. La
valentía, mucha, porque el rol de Julia comprende saltos intempestivos que
expresan la desazón y el desamparo del personaje, y Élodie Hache los asume con
vigor y con convicción. La declamación (fundamental en la ópera francesa) es
bastante buena. La implicación es total. Bravo pues por Élodie Hache.
Decepciona un poco Ève-Maud Hubeaux. Tal vez
no sea el papel que le corresponda. Esta joven mezzo, a quien todos aplaudimos
sin reservas cuando cantó el personaje de Gertrude en el Hamlet de
Thomas, no alcanza a asumir con plenitud su particella, quedando sus
notas más graves vacías, sin fuerza. Tampoco es fácil cuando Steier le obliga a
asumir con continuos movimientos un papel bastante caricaturesco de «lesbiana
sádica» (sí, ya lo hemos dicho, la puesta en escena está llena de torpezas y
tópicos).
Mejor se las apaña Jean Teitgen, cuya voz
noble y caudalosa conviene para el papel de Sumo Pontífice. Cierto, en algunas
notas agudas se le nota un pelín en apuros, pero en total sale airoso.
Airoso sale también Julien Behr como Cinna. El
volumen de la orquesta impuesto por de Billy no ayuda para expresar los
sentimientos de Cinna -tal vez los más convencionales pero también los más
serenos de toda la obra-, quedando un tanto opaco frente a los demás
personajes.
Buena participación la de Florent Mbia como
jefe de arúspices y como cónsul.
Pero el gran triunfador de la noche es sin
duda alguna Michael Spyres. Volumen, inteligencia teatral (aun para plegarse a
las ocurrencias de Steier), estilo impecable, facilidad absoluta con su
tesitura, con graves carnosos y agudos comodísimos, dicción perfecta (el único
para el que nunca es menester leer los sobretítulos), implicación total...
Spyres es un lujo absoluto como Licinius.
«¿Entonces qué? ¿Vamos o no vamos a esta Vestale?»
Sííííííííí. Hay que ir a escuchar esta obra mayor de la Historia de la música.
Por muy tonta que sea la puesta en escena (que las hemos visto mucho peores),
aunque de Billy no siempre esté todo lo cuidado que uno desearía, aunque haya
cositas por aquí o por allá, vale la pena asistir a estar representaciones.
Aunque sólo fuera por escuchar la interpretación de Spyres, por escuchar a la
prometedora Élodie Hache, simplemente por escuchar esa música hermosísima, por
descubrir todas las maravillas que la partitura de Spontini encierra, vale la
pena. Vale realmente la pena.
No todos los días hay ocasión de escuchar esta obra maestra. Por mi parte voy a intentar volver todas las veces que pueda.
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