Francia
Media birria
Francisco Leonarte
Ay qué pena, pero qué pena, ver el dinero y el
talento así malgastados. ¿En aras de qué? Supongo que en aras de alimentar un star-system
operístico que para mí no lleva a ningún sitio...
Pero vayamos por partes. Hay que empezar por
reconocer que la sala estaba casi llena, y que el público parecía regocijado.
Creí distinguir varias categorías entre el
público. Buena parte del público eran fans de Orlinsky. Y estaban encantados de
ver a «su estrella» casi en paños menores. Quienes hubiesen venido a ver chicos
guapos, encantados también, porque el ballet esencialmente masculino estaba
vestido con el mismo traje de gimnasia que dejaba ver o entrever las formas.
Quienes vinieron a pasar un rato y poco les
importan música o teatro porque lo que buscan es un momento de distracción,
véase un momento de fiesta, al parecer contentos. Aquello se movía mucho, y si
no se es muy exigente (o más bien muy poco) con la calidad de los gags, había
gags a mansalva... Insisto, es preciso no ser exigente con el sentido del
humor.
Quienes al asistir buscaban escuchar música
hermosa, no pudieron menos que quedar fastidiados porque durante las arias se
escuchaban los chirridos de las zapatillas de los bailarines, porque los
cantantes estaban más pendientes de hacer acrobacias gimnásticas que de cantar
y así la calidad del canto se resiente, porque para el auditor es imposible
concentrarse en la música cuando hay diez acciones paralelas sobre el
escenario.
Por último, a quienes creemos que la ópera es
la conjunción entre teatro y música, aquello se nos hizo un suplicio. Un
suplicio porque allí no se entendía nada de lo que pasaba, todo el mundo
gesticulaba y nadie articulaba, todos se enfrentaban los unos a los otros pero
no se sabía quién era quién ni cuáles era sus respectivas motivaciones, con lo
cual era imposible una mínima identificación con los personajes; porque no sé
sabía por qué ni qué cantaba cada uno cuando cantaba; porque no había un arco
de acción que tendiese la totalidad de la obra (o más bien dicho arco
desaparece en esta funesta puesta en escena); porque nadie podía entender las
supuestas reacciones de unos u otros (como cuando los bailarines empezaron a
sollozar -bastante mal, dicho sea de paso-); porque cuando el espectador no
entiende, acaba por desentenderse de todo, y entonces aquello se convierte en
algo aburridísimo.
Personalmente hacía bastante tiempo que no me
aburría tantísimo. Fueron innumerables los gags que no cuajaban ni hacían
gracia a nadie.
Si a esto añadimos que a Ana María Labin no se
le oía bien (no me pregunten qué hace su personaje ni cuál es su función en la
trama porque seré incapaz de contestar), que a Delphine Galou se le oía todavía
menos (es una voz pequeña y allí nadie cuidaba nada, y mucho menos las voces),
que a Caterina Piva no se le escuchaba cuando de graves se trata porque al
parecer no tiene los mentados graves o al menos no se encontraron ese día, que
Orlinsky exhibió una voz netamente destemplada y desabrida (nuncá le había
escuchado en tal mal estado), pues...
En tal maremagnum, apenas Marina Viotti,
excelente profesional, y Luigi de Donato , buen cantante también, consiguieron
apañárselas. Cuando podían haber brillado (sobre todo Viotti) como soles.
Lástima.
Eso sí, la orquesta del Ensemble Matheus,
dirigida por Spinosi, suntuosa. Qué nervio, qué tensión interna (una de las
marcas de la casa), qué «suspense» en la música. La obertura fue sin duda lo
mejor que escuchamos, lástima que estuviese lastrada por unas danzas a telón
abierto que no aportaban ab-so-lu-ta-men-te na-da (¿¿Cuándo, pero cuándo, estos
directorcillos de escena nos dejarán escuchar una obertura tranquilos, a telón
cerrado??). En fin.
Les hablo sólo de «media birria» porque servidor de ustedes se marchó en el entreacto, así que sólo puedo hablar de la primera mitad de la memez. Sé que el deber del crítico es aguantar hasta el final, llueve o truene. Pero hay sacrificios que van más allá de lo exigible. Y uno se puede sacrificar por amor al Arte, pero no por odio a la Insensatez.
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