Francia
Povera Butterfly!
Jesús Aguado
¡Pobre Butterfly!,
suspira Suzuki cuando atisba la tragedia que destruirá a su señora. Y debo
decir que ayer, durante la representación de Madama Butterfly en el Théâtre de
l'Archevêché yo también suspiré lo mismo en demasiadas ocasiones. La tragedia
de Cio-Cio-San no es una ópera para hacer a medio gas, y por desgracia hubo
bastantes cosas a medio gas en la función.
Empecemos por los
aspectos positivos: la producción de Andrea Breth con la escenografía de
Raimund Orfeo Voigt era visualmente hermosa. En medio del escenario estaba
construida la casita en la que se desarrolla el drama, muy al estilo japonés,
como un pequeño pabellón de té en un jardín. La estructura de la casa estaba
rodeada por una especie de pasillo por el que los personajes y los figurantes
entraban y salían, y que contaba con una cinta transportadora que se movía muy
lentamente, que dio pie a interesantes movimientos escénicos, tanto de los
personajes que aparecen en el argumento como de otras figuras de tipo
simbólico, vestidas de negro normalmente, que en ocasiones parecían representar
los sentimientos verdaderos de los personajes, y otras veces simplemente
añadían elementos escénicos. El barco de Pinkerton, por ejemplo, apareció así,
como una maqueta en manos de uno de estos figurantes, y también la primera
entrada de Cio-Cio-San se produjo sobre la cinta. Elegante el vestuario de
Ursula Renzenbrink.
Más elementos
positivos: la protagonista. Ermonela Jaho es Madama Butterfly de una forma tan
profunda e intensa que a ella misma le costó, al final de la representación,
desprenderse del drama en la tormenta de aplausos que desató. Su voz es capaz
de pasar del más delicado de los pianissimi
al más absoluto desgarro, y todo ello con un control apabullante. Su gesto es
exquisito y delicado, y conmovió al público hasta lo más hondo. Impactante en
el dúo de amor con Pinkerton, delicadísima en el dúo con Suzuki, y en Un bel dì vedremo más de una lágrima se
vio en el patio de butacas. Impresionante, magnífica, absoluta.
Buen nivel también en la mayoría del resto de cantantes, destacando sobre todo el espléndido Sharpless de Lionel Lhote, pletórico de voz y expresividad. Estupenda también Mihoko Fujimura como Suzuki, con una profundísima voz de contralto, muy bien el Goro de Carlo Bosi y, en general, bien el resto de comprimarios.
Es tiempo ya de
hablar de las cosas que no funcionaron bien. Cuando escribo mis crónicas
intento siempre ser muy cuidadoso a la hora de hablar de los cantantes. Sé
perfectamente la cantidad de horas de esfuerzo, trabajo y ensayo que hay detrás
de una representación, y también sé que la responsabilidad de ponerse en mitad
de un escenario y abrir la boca es algo que a la mayoría de los mortales nos
provocaría la parálisis más completa. Pero también soy consciente de que cuando
un artista acepta un papel, especialmente un protagonista, en un entorno como
es el del Festival d'Aix-en-Provence, asume que va a recibir críticas y debe
estar preparado para ello.
Todo este párrafo
para expresar mi estupor por el hecho de que el tenor Adam Smith fuera
Pinkerton en esta producción. Su currículum habla de una meticulosa carrera y
de una ya extensa trayectoria, y también tengo claro que no es fácil darle la
réplica a una diosa como Ermonela Jaho. Pero su desempeño ayer como el
detestable marino americano fue simplemente inaceptable. La voz sonaba
estentórea, destemplada, y únicamente en el dúo de amor consiguió modularla y
hacer algo mínimamente digno. Una pena.
Y siguiendo con
cosas que no estuvieron a la altura, les llega el turno a orquesta, coro y
director. La orquesta sonó mal, desajustada, desafinada en muchos momentos, sin
empaste, los metales parecían una banda militar que viniese de perder varias
batallas seguidas, la cuerda no conseguía ese sonido arrebatador que pide
Puccini, y Rustioni, al frente de todo ello, gesticulaba mucho pero conseguía
muy poco. Únicamente acompañando a la protagonista se consiguió un sonido
mínimamente aceptable. El interludio tras el célebre coro a boca cerrada
pareció una obertura de Donizetti mal tocada. Demasiados detalles mal
resueltos: la actuación de orquesta y director fue insalvable, hay que pensar
las orquestas y los directores que han actuado en el festival, y el nivel de
ayer fue francamente malo.
Respecto al coro,
su intervención en el primer acto fue un desastre, aunque creo sinceramente que
no se les puede echar toda la culpa. La dirección de escena decidió situarlos a
ambos lados del escenario, voces blancas a la izquierda y graves a la derecha,
con la estructura de la casa de Cio-Cio-San entre ellos, con lo que no se veían
ni veían por supuesto a Rustioni más que por las correspondientes pantallas. El
resultado fue un desbarajuste monumental, un sálvese quien pueda de coro y
orquesta. Por suerte, en el célebre coro a
bocca chiusa las voces agudas se redimieron, y siguiendo fielmente a
Rustioni, consiguieron salvar la cara del conjunto. No es que arrebatasen, pero
hicieron un papel digno.
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