Austria
Haydn, Mozart y Vivaldi en el Musikverein de Viena
Juan Carlos Tellechea
La orquesta de cámara Die SchlossCapelle, dirigida por el primer violinista Fritz Kircher, diseñó un atractivo programa de dos sinfonías y cuatro conciertos para violín y orquesta para esta tarde en la magna sala dorada de la Wiener Musikverein (Asociación Musical de Viena), colmada de público hasta la bandera.
El conjunto tocó la Sinfonía nº 34 en re menor de Joseph Haydn; la Sinfonía nº 29 en la mayor de Wolfgang Amadé Mozart; y el popular ciclo de Antonio Vivaldi, conocido como Las cuatro estaciones, al que se consagró por entero la segunda parte de este recital.
Desde 2023 y hasta 2025 se está celebrando con conciertos y nuevas grabaciones en todo el mundo el 300º aniversario de Las cuatro estaciones de Antonio
El gran compositor veneciano vivió en Viena durante pocos meses en la modesta casa de un guarnicionero que antecedió al opulento edificio que hoy ocupa el tradicional hotel Sacher. Así lo evoca una placa de granito rojo colocada junto a una de las entradas del inmueble por la Asociación de orquestas y profesores de la Universidad Técnica de Viena.
Pobreza y posteridad
Víctima de una infección, Vivaldi falleció en la mayor pobreza en 1741 en un hospital público y fue enterrado en el predio del nosocomio, a poco más de un centenar de metros del edificio de la
Vivaldi legó a la posteridad no menos de 600 conciertos. Entre ellos, Las cuatro estaciones, un conjunto de cuatro conciertos, que entretanto ha cosechado un éxito fantástico en recitales, grabaciones, filmes y hasta en música incidental y ambiental.
No se sabe exactamente cuando los compuso. Solo de uno, el dedicado a la primavera se presume que lo escribió en 1724. Mas todos fueron publicados por el impresor y editor de Amsterdam Michel-Charles Le Cène en 1725.
Al describir con gran agudeza el curso inmutable de las estaciones, con sus alegrías y sus penas, Antonio Vivaldi abrió el camino a numerosos compositores, entre ellos, por supuesto, el Oratorio Las Estaciones del gran Joseph Haydn, quien también celebró genialmente la sucesión de las estaciones a su manera. Haydn tenía en su biblioteca un ejemplar de la partitura de Las cuatro estaciones y era un gran admirador de Vivaldi. En el siglo XX sería el compositor y bandoneonista Astor
Acrobacias
Bajo la égida de Fritz Camillo Camilli de 1742, el grupo Die SchlossCapelle no se limita a los estilos históricos de interpretación anteriores al siglo XVIII, sino que abarca desde el Renacimiento hasta nuestros días, Haydn y Mozart incluidos. El director y su conjunto superan con gran aplomo todas las acrobacias violinísticas acumuladas con gran placer por Vivaldi, quien nunca se negó a ninguna complejidad en la escritura.
La concepción de Kircher y Die SchlossCapelle es rigurosamente clásica y sólida, al seguir con precisión y fidelidad todas las indicaciones del compositor, pero con la gran musicalidad que posee va mucho más allá aún de las versiones más antiguas, a tal punto de que es capaz de desafiar a las producciones italianas actuales, que dominan la discografía, las francesas y hasta a las inglesas (verbigracia las de Trevor Pinnock y Sir Neville Marriner).
El público estaba tan entusiasmado con el concierto que aplaudía no solo entre cada uno de los cuatro conciertos, sino entre los movimientos, pese a todas las advertencias (en alemán y en inglés impresas en el programa de mano) de que no es habitual hacerlo. Pero los músicos, con Fritz Kircher a la cabeza, se lo tomaron con buen humor y tocaron todo el programa sin mencionar el asunto y agradecieron la incontenible efusividad de los espectadores.
Inicio
La velada comenzó con la Sinfonía nº 34 que compuso Haydn en 1765, una obra en cuatro movimientos moldeada según el patrón de la entonces arcaica Sonata da chiesa de desarrollo lento-rápido-lento (minueto) – rápido. Es también una pieza homotonal (en re menor), escrita para dos oboes, fagot, dos trompas, cuerdas y contínuo. contínuo. Como el primer movimiento (Adagio) está en re menor, se hace referencia en general a esa tonalidad para toda la sinfonía.
Se ha sugerido que esta sinfonía es la obra compañera de la Sinfonía nº 49 del propio autor, ya que hay una inscripción en la partitura que reza: ''esta sinfonía sirve de acompañamiento al filósofo inglés (…)''. La nº 34 comparte exactamente el mismo plan de movimientos, y hay similitudes temáticas entre las dos piezas.
La interpretación de Die SchlossCapelle encabezada por Fritz Kircher es elegante, ingeniosa y lograda. La Sinfonía nº 34 tiene una apertura magníficamente amplia y sombría en re menor marcada como Adagio y un final irresistible (Presto assai), que suena extrañamente como una giga irlandesa.
Carácter y claridad
El primer violinista y la orquesta aportan una intensidad de línea noble y clarividente al treno inicial. El final es juguetón, ágil y hábilmente articulado, con un sonido que no deja indiferente a nadie, y una deliciosa cadencia en las danzas rústicas en la conclusión.
El tercer movimiento (Menuetto moderato) tiene un ritmo astuto, robusto y viril. En todo momento la interpretación orquestal es despierta, simpática, a menudo brillante, con un cuerpo de violines pequeño y flexible, así como mucho color y carácter por parte de los oboes y las trompas que suenan bien en los tuttis.
El contrabajo suena ocasionalmente algo pesado y menos sutil, verbigracia en las corcheas repetidas del segundo movimiento (Allegro), que golpea un poco sin remordimiento. En plan puntilloso, quizá se podría objetar la política de repeticiones en el movimiento rápido (Presto assai). Pero en general se trata de una interpretación de Haydn muy agradable, con carácter, clara y vívida.
La voz de Mozart
Al término de la primera parte de este concierto, Fritz Kircher y su orquesta Die SchlossCapelle interpretaron la Sinfonía nº 29 en la mayor que Wolfgang Amadé Mozart escribió en 1774, cuando tenía 18 años de edad, tras sus estancias en Italia y antes de viajar a París. Es cierto que esta obra no cambió el curso de la historia de la música, pero a más de un oyente le debe de haber alterado la vida, porque es una obra que tiene la inmediatez de una epifanía, que se abre a la revelación de un nuevo mundo de sentimientos y del propio ser,
Esta sinfonía muestra a un joven Mozart cristalizando su emergente autoconfianza compositiva, desplegando sus alas en la música sinfónica, tal como ya lo había comenzado a hacer en la ópera y en la música de cámara. En esta obra resume todo lo que había oído y aprendido sobre la forma sinfónica hasta ese momento de su vida.
La influencia de Johann Christian Bach, cuya música había escuchado por primera vez de niño en Londres, seguía siendo crucial para él, Pero es mucho más que la suma de esas influencias, y es algo que solo Mozart podría haber escrito. Por primera vez se escucha aquí de forma fuerte y clara la singular y personal voz sinfónica de Mozart.
Hipnosis
Puede ser que Kircher haya ensayado hasta el hartazgo a su conjunto para que primero toque las notas impecablemente y luego ponga la expresión, mas el resultado final es un Mozart orgánico, vivo, que respira, de sabor clásico pero equilibrado con la cantidad justa de tierna calidez romántica y amor.
El tono de las cuerdas, en particular, es limpio y no está contaminado por el vibrato rutinario, y nunca corre el riesgo de desnutrirse. El primer movimiento (Allegro moderato) de esta Sinfonía nº 29 es un poco más lento de lo habitual, mas no pierde gracia ni ímpetu. Por lo demás, el Andante que le sigue se desenvuelve con serenidad y riqueza de detalles interpretativos, y el Menuetto moderato es audaz, pero boyante. El sonido brillante y claro del Allegro con spirito final muestra ya la vía libre para apreciar lo finamente forjado que estaba Mozart al final de su adolescencia.
En su corta vida, Mozart dejó tras de sí más de 600 composiciones, y probablemente utilizó más de ocho kilómetros de papel para componerlas. Escribió su primera sinfonía a los ocho años, y esta imaginativa sinfonía en la mayor fue compuesta en una época en la que se sumaban nuevas sinfonías casi mensualmente.
Como es bien sabido, la cuenta se detiene en la Sinfonía nº 41 y su sonoro apodo de "Júpiter" tres años antes de su muerte el 5 de diciembre de 1791. Lo que se escuchó esta tarde fue ese testimonio inestimable de los pasos evolutivos que dio Mozart en el camino hacia su estilo inconfundible.
El público, subyugado por la música, la interpretación y esta experiencia única permanecía como hipnotizado en sus asientos hasta que un instante después despertó de la sugestión y volvió aplaudir de forma efusiva por largos y más largos minutos.
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