España - Madrid
Teatro RealButterfly enjaulada
Germán García Tomás
Madama Butterfly es, desde el momento de su accidentado estreno en la Scala milanesa en febrero de 1904, la ópera más naturalista de todo el catálogo pucciniano. Tras pedir la autorización del dramaturgo David Belasco para convertir en ópera su drama oriental sobre la “señora mariposa”, es conocida la exhaustiva labor de documentación sobre la cultura japonesa que emprendió el compositor de Lucca para insertar el color local en la partitura a través de melodías directamente extraídas del folclore nipón.
Es difícil sustraerse a esa característica
ineludible del título quizá más complejo a nivel emocional y leitmotívico de
Puccini. Aun así, directores de escena de nuestros días se resisten a
contentarse con lo que la música y el libreto nos cuentan con todo lujo de
detalles y necesitan extrapolar la acción a nuestros días con el ánimo de
interpelar al espectador.
Es el caso del regista italiano Damiano
De esta forma, por huir del naturalismo entendido por
Michieletto como edulcorado y dulcificado, los quimonos, los abanicos y toda la
gestualidad asociada a la cultura japonesa que definen a la taquillera ópera de
Puccini se rechazan para presentarnos un diseño escenográfico de
Las bondades de un habitáculo -que no una casetta con techo y paredes- que al
comenzar la ópera elogia un retorcido proxeneta, que es en lo que aquí se ha
trasmutado el casamentero Goro, quiere ser un guiño a aquella jaula que alberga
el petirrojo, cuyo retorno migratorio desea conocer tan obsesivamente Butterfly
en el acto segundo por ser la fecha prometida de regreso de su amado.
Como complemento, una pantalla lateral muestra un vídeo con imágenes patrióticas de la Marina norteamericana cuando en el primer acto Pinkerton hace referencia junto al cónsul Sharpless a su libertario vagabundeo yanqui, además de mostrarnos geishas modernas arreglándose mientras Cio Cio San habla de su deshonroso pasado en el acto segundo.
Porque todo acontece y se desarrolla en ese mismo escenario, en plena calle de ese suburbio aparentemente japonés, o por extensión, oriental. Y por ello, hay mínima intimidad conyugal en el dúo de amor, pese a la luz decreciente de Marco coro a bocca chiusa , y sigue siendo en la misma ubicación en el acto central, tres años después, la larga espera, donde al final del mismo, en el , se oscurecen los neones de los carteles.
Las flores con que Cio Cio San y su criada Suzuki decoran un jardín aquí inexistente se sustituyen por pintadas de colorines en los cristales del habitáculo, y se pierde la oportunidad de mostrar un amanecer portuario en el extenso y sensacional intermezzo de la ópera, siendo sustituido por un acoso masivo de los niños vecinos al hijo de Butterfly, que es maltratado por ser diferente y desconocerse quién es su padre, quizá un reflejo del bullying actual.
Frente a la mafiosa actitud de Goro, se halla Yamadori, al que se le ha erradicado todo su esplendor principesco, su entrada en escena en un carro, bajando las escalerillas con su bastón a lo Don Hilarión, es cuanto menos que irrisoria en contraste con el empaque y dignidad con que lo describe Puccini en la orquesta.
El no menos breve personaje de Kate Pinkerton, por su
parte, es el acostumbrado convidado de piedra, pero es presentado con antipatía
mediante una actitud altiva, una fashionable
woman con vestuario de
En conjunto, la propuesta pierde riqueza poética por la frialdad del marco urbano, y a pesar de su contemporaneidad, no es ni por asomo un dechado de verosimilitud, pues se nos antoja ridículo pensar que una chica de compañía que aún se dedica a la prostitución en un escenario de prostitución callejera vaya a casarse al uso americano y se ilusione con convertirse a la religión americana renunciando a sus costumbres e ídolos japoneses.
Ya lo dice
el mismo zio Bonzo, en esta ocasión
un anciano decrépito apareciendo en silla de ruedas: Cio Cio San ha renegado del antiguo culto. ¿Pero en
qué cabeza cabe que una meretriz se enamore de un cliente? El turismo sexual
hoy en día es otra cosa.
Además, no resulta necesario subrayar con un clima sórdido
la tremenda historia que se narra implícitamente y que la poderosa música de
Puccini ya resalta por sí misma. Y es que en la trama de Giacosa e Illica hay
un choque frontal, violento, entre dos culturas, que es lo que provoca la
consumación de la tragedia, y que en esta puesta en escena no parece
comprenderse. Pero es que, una vez más, algunos se siguen confundiendo y no
decodifican el libreto, la historia que escribieron unos señores hace 120 años.
Pese a todo, el aspecto musical es el que sale fortalecido en un capricho escénico que obvia y prescinde voluntariamente del preciosismo de una música de exaltado lirismo, porque ésta no ve su correspondencia sobre el escenario, y el acusado orientalismo de la partitura pucciniana sin su trasunto y correlativo escénico es papel mojado por más carteles y paneles de jovencitas que se nos muestren.
Como nos tiene acostumbrados en este teatro, Nicola
Si bien en su batuta la más lograda melodía infinita
pucciniana mantiene toda su ligereza en los trámites matrimoniales, el
refinamiento poético junto a un evanescente Coro Titular en la llegada de
Butterfly y sus familiares, y la tensión emocional de clímax y contraclímax en
el dúo de amor conclusivo, es en el segundo acto donde el maestro italiano disfruta
remarcando todas las virtudes de la riquísima instrumentación: como ejemplos,
señalamos la frase típicamente japonesa que describe al príncipe Yamadori, el
arrebato lírico y la explosión dramática de instantes como “E questo”, la
melodía que recuerda al aria “Un bel dì vedremo” tras avistar Butterfly la nave
de Pinkerton con los trombones a pleno rendimiento, o la poderosa frase en el tutti orquestal previa al dueto de las
flores con la apasionada melodía del “Vogliatemi bene” -el leitmotiv principal y recurrente- del prodigioso dúo del primer
acto.
Es fácil hacer concesiones a la supremacía orquestal en
obras veristas como Madama Butterfly,
y Luisotti no se sustrae a enfatizar esos arcos melódicos que Puccini destina en
la ópera en momentos como el concertante del tercer acto previo al “Addio,
fiorito asil”, con un violento y desgarrador remate orquestal que acompaña el
mutis del infame personaje masculino.
Y magnífica resulta la creación de ambiente que la batuta administra
a todo el pasaje orquestal previo al coro a boca cerrada y el intermedio
subsiguiente, con contundentes y aceleradas notas finales de la ópera tras el
tiro en la sien de la protagonista, que tiene lugar en el momento posterior al
del sonido del gong, que es cuando debería suicidarse con lo que pretendía
inicialmente, que es la daga para el harakiri.
En el primer reparto, la soprano
Lástima que su partenaire
como Pinkerton, el tenor Matthew
Muy correcto, sin más, el Sharpless del barítono Lucas
Agridulce fin de temporada lírica por tanto en el Teatro
Real, que ha complementado el “año Puccini” con una exposición de algunas de
las pintorescas instantáneas urbanas y rurales del autor de Tosca ubicadas en las escaleras y
plantas superiores que permiten hacernos una idea de su otra faceta de
fotógrafo amateur, así como una muestra de algunos de los trajes de la soprano
barcelonesa Madama
Butterfly , entre ellos un kimono que utilizó en las
célebres funciones para la Royal Opera House de Londres en 1957, contribuyendo
así a conmemorar el centenario del nacimiento el año pasado de una de las más
grandes intérpretes en escena de , dentro y fuera de España.
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