España - Madrid
Desde Cuba con amor (de cisne)
Germán García Tomás
Entre las propuestas de danza de todo género que la capital
española ofrece en sus numerosos teatros a lo largo del año, nos ha llegado
esta nueva visita estival de una compañía de ballet que goza de categoría en
los circuitos internacionales por ser su iniciadora la hija de la excelsa
bailarina cubana Alicia Alonso. Estamos hablando de Laura Alonso y el Ballet
que lleva su nombre, que un verano más ha vuelto a recalar en el polivalente
Teatro EDP Gran Vía de la bulliciosa, comercial y muy artística arteria
madrileña para representar durante varias semanas el ballet romántico por
antonomasia con permiso de Giselle,
por supuesto, no por muchas veces presenciado, menos apreciado: El lago de los cisnes, estrenado en el
Teatro Bolshoi de Moscú en 1877 y que filmes como Billy Elliot o Cisne Negro
ayudó aún más a popularizar. Es más, por más veces que se represente, el
público nunca se cansará de acudir a los teatros que programen este título de
repertorio clásico para deleitarse con la excelsa partitura de Chaikovski y el
cuento de hadas que narra el libreto de Vladímir Petróvich Béguichev y Vasily
Geltserdel, basado en el relato de Johann Karl August Musäus.
El Ballet Clásico de Cuba Laura Alonso -tal es su nombre completo- posee una cantera de bailarines -gran parte de ellos oriundos de la tierra caribeña- que la coreógrafa nacida en Nueva York y solista del Ballet Nacional de Cuba durante 25 años, ha formado siguiendo el testigo de la matriarca -figura legendaria de la danza clásica en todo el mundo-, hasta conseguir una compañía sólida, compacta y de gran personalidad sobre las tablas. La versión ofrecida del ballet, respetando la más popular y divulgada coreografía que elaboró a finales del siglo XIX Marius Petipa, es, cómo no podía ser de otra forma continuando la tradición familiar, la de la iniciadora de la saga, versión elegante y de una fina sensibilidad que consigue engrandecer la música del compositor ruso.
Como viene siendo habitual en la gran mayoría de los teatros que albergan una extensa temporada de espectáculos de todo tipo, la música se ofrece grabada y en este caso los altavoces abusaron de volumen. El sonido se percibía ecualizado para que todas las dinámicas estuvieran en el mismo nivel, y sonara igual de fuerte un solo de flauta o violín que un forte del tutti orquestal. En la grabación ofrecida, que traslucía efectismo orquestal y variopintos tempi, los tijeretazos -no demasiados, no obstante- propinados a la obra en posproducción eran percibidos en todo momento por el abrupto corte de los ecos finales, un registro del cual ignoramos si, en la edición del audio, se varió el orden original de las cuatro danzas de los cisnes del segundo acto.
Pese a la dignidad escénica y buen oficio del cuerpo de baile, destacando el aspecto clown muy cuidado en piruetas del comediante, todo el primer acto con sus números valseados resultó un tanto desangelado y en exceso pomposo y ampuloso, poco natural, muy encorsetado y rígido, con algún que otro despiste en la coordinación, apoyándose todo el cuadro en un decorado palaciego un tanto acartonado, en un recinto el del EDP que solo posee butacas de patio y cuyo escenario se sigue antojando reducido para la expansión del movimiento coreográfico. Las cosas cambiaron a mejor en el segundo, boscoso y sobrenatural, con un excelente e inspirado corps femenino de bailarinas cisne con sus ortodoxos tutús blancos (no menos de 12), rodeando con su simetría, sincronía y alineación bien coordinadas el sensacional trabajo de la Odette de Patricia Hernández, de fuerte impronta a través de sus movimientos decididos y enérgicos. Su rostro adopta una expresión de honda y sensible emoción, y su mirada es aviesa y malévola adoptando la apariencia de Odile, el cisne negro, en el tercer acto.
Junto a ella, su partenaire, el estupendo bailarín Abraham Quiñones, de flexible y fuerte complexión corporal como el príncipe Siegfried, es gallardo, firme y decidido en el salto y apertura de piernas en el aire, aunque alguna caída al suelo no se efectúe con entera pulcritud. Ciertamente, la couple ofrece momentos de enorme belleza, como el pas de deux del segundo acto, de deliciosa y perfectísima definición, y un gran espectáculo de virtuosismo conjunto en el tercero, donde Patricia Hernández en solitario realiza una soberbia exhibición de giros fouetté en tournant. Eso sí, con la pequeña licencia de verse interrumpido el número musical para que se le facilite la tarea a la artista y pueda acometer la exigente parte en dos tomas.
El desfile de las cuatro danzas características (húngara,
rusa, española y napolitana) está servido con encantador esmero y lucimiento de
sus bailarinas principales con vestuario oportuno pero no excesivamente
abigarrado. La versión de Alicia Alonso, fiel a la literalidad narrativa, apuesta
por el final canónico. La iluminación sustenta el espectáculo con precisión. En
suma, es interesante descubrir el talento y el oficio de las compañías de danza
que habitualmente, y en especial en temporada veraniega, visitan Madrid, como ha
sido el caso de estos 32 integrantes del Ballet de Laura Alonso.
Al margen de exportar el son y toda su música popular, Cuba tiene que mucho que decir al mundo occidental en el terreno de la danza clásica alzando la voz con autoridad, como también puso de manifiesto la cuarta gira por España que en las últimas navidades efectuó el no menos afamado Ballet de Camagüey recalando en el Teatro Capitol de la misma calle Gran Vía con Cascanueces, otro clásico ineludible y universal.
Comentarios