España - Madrid
Baile y apoteosis de la zarzuela
Germán García Tomás
Resulta grato encontrarse de nuevo con un espectáculo que en su momento fue llamativo y de gran interés artístico, máxime cuando su objetivo sigue siendo revitalizar y dignificar a nuestro género lírico.
Dentro de la
temporada de Veranos de la Villa, que lamentablemente dedica cada vez menos
espacio, y por ende, interés, al género de la zarzuela, limitándose este año a
una discreta presencia de tres días en el escenario del Patio Central del ahora
renombrado para público esnob Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque del
distrito Centro madrileño, el Ayuntamiento de la capital ha querido rescatar
este montaje de 2019 proveniente del Teatro de la Zarzuela -pero que tuvo su
estreno en 2017 en el auditorio de la Universidad Carlos III- debido a la coreógrafa
y al dramaturgo que pone en interrelación la
riquísima presencia de la danza en la zarzuela.
Una vez más con Zarzuela en Danza hemos tenido la oportunidad de disfrutar de doce bailarines arriba señalados -dos menos que en el teatro- que no solo hacen estupendamente bien su trabajo, sino que además cantan y actúan en un espectáculo ágil, fluido y bien hilvanado que empodera el aspecto bailable del teatro lírico español. Las voces apoyadas en megafonía, como es natural y acostumbrado en este recinto, vuelven a representar esa fantasía onírica del Soñador -en esta ocasión un apasionado y expectante - que en su fascinación obsesión por esa palabra con dos zetas, como se reitera en el espectáculo, ve desfilar delante de sus ojos más de siglo y medio de historia de la zarzuela en una trama versificada de Álvaro Tato que nos asombra de nuevo por su belleza, sincera nostalgia y sobre todo por su frescura tan naturalizada con la idiosincrasia zarzuelera, en ese idiomatismo y conexión léxica con los libretos de género chico costumbrista -madrileño, por supuesto-.
Pero en esta ocasión viendo reducida la duración del viaje, al prescindir -a buen seguro que debido a escasez de presupuesto- de los tres cantantes líricos (soprano, tenor y barítono) que acompañaban al personaje protagonista y que sí formaban parte del espectáculo presenciado en el coliseo de la calle Jovellanos, privándonos por ello de tres títulos (Gigantes y Cabezudos, Emigrantes y La reina mora) que funcionaban espléndidamente por producir un fuerte impacto visual -gracias a la escenografía de e iluminación de , aquí simplificadas- y musical en aquella puesta de 2019.
Pero no importa del todo, porque la propuesta así retocada gana en agilidad y el peso lo llevan en todo momento los propios bailarines, vestidos de forma cuidada y colorista, folclórica y urbana por bailaora , algunos de ellos, como la aflamenca , de gran bravura en escena, quien el carácter de un número vocal bailado como las Guajiras de La revoltosa de Chapí, aquí tan poco ortodoxas por lo nada líricas, carácter ajeno a lo lírico que comparte con esa “tarántula” de La Tempranica de Giménez tan hiperactiva y extrovertida en baile y canto.
Con el pistoletazo de salida del preludio de La verbena de la Paloma de Bretón, los
bailarines vuelven a lanzar al vacío letras de los sainetes de género chico
madrileño como ese “que tiés madre”, antes de que se apodere de la escena la
belleza visual de la medida, precisa y equilibrada coreografía de Nuria
Castejón, hija de insigne dinastía zarzuelera -no nos cansaremos de repetirlo-,
con los mantones de Manila en hermosas evoluciones, y que nos trae a la memoria
la grandeza de
Nos visitan de nuevo el Intermedio y las aludidas Guajiras del señero título de Chapí con un minicuadro flamenco improvisado a ritmo de coplas ideadas por Tato en honor de esa recién llegada Zarzuela que alborota al patio de vecindad y que es un guiño muy original al personaje de Mari Pepa, una primera parte del espectáculo con un texto apologético de nuestra lírica que es para enmarcar. Vienen luego las seguidillas de El bateo de Chueca y sus palmas (sin el tango de Wamba), el fandango de Doña Francisquita de Vives bailado por una integrante en solitario con filmación cinematográfica, y las oscilaciones, inclinaciones y picadas de la escuela bolera hacen acto de presencia con el intermedio de El baile de Luis Alonso de Giménez en una elegante escena con espejos y tres bailarinas, tras una interpretación progresiva del Vito, parte importante del sustrato popular de la pieza orquestal.
En la sagaz y rigurosa inventiva de Álvaro Tato, no falta esa tertulia extraída de la Sociedad Artística Musical con personificaciones de Barbieri y Chueca en lo que es una referencia histórica a la génesis del teatro lírico nacional. Acto seguido nos hallamos con la carroza de gitanos de La leyenda del beso de Soutullo y Vert y el baile de su Intermedio -sin introducción- a la luz de una luna llena gigante en medio del escenario, y posteriormente tres comerciantes venderán su mercancía de distintas épocas: un oriental mercader de alfombras mágicas, un conductor de simones del XIX y una conductora de taxis del XXI.
Con el primero -al que da vida un sensacional La corte de Faraón , quien aparte de grácil bailarín es un estupendísimo actor- viajará el Soñador por todo Oriente –toda una referencia a la opereta española- hasta Egipto (sin pirámides) con de Lleó y su movido Garrotín en un baile a tres exento de chabacanería. Todo un entretenido pasaje repleto de gags cómicos que un traspiés del vehículo-alfombra hace que el Soñador se tope de bruces con el ambiente y la esencia caribeña de Cecilia Valdés de , con palmera en escena incluida, al ritmo de su contradanza orquestal.
La narración de este salteado viaje concluye de forma agridulce, con una retrospectiva del ciclo de vida del género: inicio, expansión, apogeo, declive y desaparición, aunque la fecha que se da de creación de la última zarzuela, a mediados de siglo XX, no es correcta, pues se siguieron componiendo títulos de manera residual hasta bien entrados los años 80; se considera a Fuenteovejuna de Manuel como la última zarzuela que cierra el ciclo de este género de teatro musical, aunque en este tema no podemos hacer aseveraciones ni catalogaciones cerradas, pues por ejemplo y más recientemente músicos de estilos tan dispares como , o han compuesto obras que se pueden denominar zarzuelas.
José Antonio La boda de Luis Alonso , todo un experto en dirección de zarzuela como décadas le avalan en distintos teatros de toda España, condujo a una reducida Orquesta titular de la Compañía Lírica Amadeo Vives, cuyos atriles, con menores efectivos de cuerda de lo habitual y con dos percusionistas acometiendo la siempre compleja labor de ejecutar varios instrumentos a la vez, a lo que hay que añadir los hándicaps de la amplificación, que distorsionan las dinámicas, defendieron muy dignamente y con solvencia todos los números, coronando el espectáculo con el intermedio de , un apoteósico cuadro de baile variado, estilizado, sumamente pulcro y elegante, visualmente impactante. Como lo que merece nuestra zarzuela, como bien lo sabía el gran Tamayo y como nuestra Nuria Castejón suscribe con su sin par arte coreográfico.
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