Opinión

La guerra y la paz en el Festival de Salzburgo

Agustín Blanco Bazán
lunes, 12 de agosto de 2024
Nina Khrushcheva © 2015 by Center for the Study of Europe, Boston Un. Nina Khrushcheva © 2015 by Center for the Study of Europe, Boston Un.
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Jorge Luis Borges apodaba “conferencistas de Jockey Club” a los oradores de renombre que de vez en cuando aceptaban alelar audiencias finolis con grandilocuentes disquisiciones sobre temas de vida o muerte. Sospechoso en este sentido era el título de Idealismo del arte en tiempos de guerra y paz de la conferencia de apertura del Festival de Salzburgo de 2024. 

Pero ocurre que estas conferencias inaugurales se han convertido en un asunto serio gracias a famosos normalmente dispuestos a espetar verdades incómodas en la vida de espectadores que van al Festival a pasarla bien. Es así que junto a nombres familiares en las fichas técnicas de óperas y conciertos como Daniel Barenboim, Nikolaus Harnoncourt o Georgio Strehler, se han agregado otros como los de Salvador de Madariaga, Karl Popper, el Dalai Lama, Václav Havel, Georg Steiner, W.H. Auden o Rudiger Safranski

Y la oradora de este año no se quedó atrás, tanto por su talento analítico como por su historia personal. Después de estudiar en Moscú, su ciudad natal, Nina Khrushcheva (1964) una bisnieta de Nikita Khrushchev, se doctoró en Princeton en literatura comparada y ahora, ya con residencia definitiva en USA, es profesora de asuntos internacionales en la New School de Nueva York.

Muchos seguimos sus artículos en The New Times y otras publicaciones para comprender como criticar a Putin sin terminar alabando a algunos de sus enemigos tan similares a él. En una evocación de la actualidad de 1984 de George Owell, Khrushcheva ha afirmado, con un fervor surrealista digno de Bulgakov que “en la Rusia de Putin, guerra es paz.” Y en Salzburgo su repudio a todo lo que Putin representa fue equilibrado con una crítica a la “Ley anti-Pushkin” de Ucrania cuyo fin es aniquilar las manifestaciones culturales que unen la historia de este país con la de Rusia. En esta “cancelación”, dijo la conferencista, 

numerosas obras de arte, incluidas obras pictóricas, esculturas y libros de autores rusos han sido prohibidos o destruidos. 

Pero, continuó, el problema es que, aparte del totalitarismo reaccionario representado por todo tipo de “cancelación” cultural 

el rechazar confrontarse con la cultura rusa no fuerza a Putin a retirar sus fuerzas de Ucrania, sin que mas bien nos impide comprender sus motivaciones y objetivos. 

Por lo demás, añadió, cualquier manifestación de arte que se busque cancelar en tiempos de guerra, resurge con mayor fuerza cuando más se busca suprimirla. Porque es en medio de este tipo de circunstancias adversas extremas que el arte sobrevive con respuestas proféticas, liberadoras, idealistas, esperanzadas y optimistas.

Para ejemplificar el arte como profecía, Khrushcheva no solo compara al Dr. Insólito y su amor por la bomba atómica con el equipo asesor del presidente Bush hijo sino con la visión de Orwell en su 1984. La conferencista nos cuenta como ese año se sorprendió al ver el libro en un lugar prominente del escaparate de una librería de Moscú. Ello porque, le confesó el librero, se trataba de una obra indispensable para entender la realidad soviética. 

La conferencista también aludió a El día del Operichnic, una novela de Vladimir Sorokin aparecida en 2006 que anticipa la vuelta del zarismo hoy representada por Putin. ¡Pero ocurre que también Putin ve su reinado como resultado de la profecía de una Rusia soberana en su momento anticipada por Dostoyevsky

Mala interpretación de un alumno mediocre, proclamó Khrushcheva. Porque, según ella, es imposible interpretar el nacionalismo de los autores rusos sin ensartarlo en una filosofía que lo acepte solo en tanto y cuanto contribuya a valores universales. Por ello, quienes, en lugar de cancelar la cultura rusa decidan conocerla más a fondo para interpretarla auténticamente, comprobarán que su folklorismo está siempre condicionado por un mensaje frente al cual todos los nacionalismos se relativizan para universalizarse en un mensaje humanista común a todos los pueblos.  

Predeciblemente, el arte como liberación fue presentado dentro de un contexto que los rusos conocen mejor que nadie, a saber, el de la lucha cotidiana contra la adversidad extrema. “El arte importa más cuando no hay libertad” proclamó desafiante esta pensadora sin pelos en la lengua que tan inteligentemente ha sabido criticar a su propio bisabuelo soviético. 

Sin sufrimiento no hay arte genuino, pareciera decirnos la Khrushcheva. Porque sino fuera así, ¿cómo explicar que el arte florece más virulentamente cuando más se empeñan en aplastarlo quienes se ven amenazados por su valor subversivo? En Una voz entre el coro (1974) Andrei Sinyavsky, bajo el seudónimo de Abram Tertz, describe sus años en un gulag durante la década del 60. Escuchar una grabación de Beethoven como ocasional alivio dominical parece haber sido para él una de esas experiencias que los prisioneros pueden vivir mas intensamente que muchos degustadores de espectáculos musicales del Festival de Salzburgo. 

Y Philip Roth definió la diferencia a los dos lados de la cortina de hierro con una frase decididamente emblemática para Khrushcheva: 

En Europa del Este nada es permitido, pero todo importa. Entre nosotros, todo es permitido, pero nada importa…

La conferencista también incluyó como ejemplos de liberación en medio de la adversidad citas conocidas pero nunca redundantes del Idiota y La casa de los muertos de Dostoyevsky, y Un día en la vida de Ivan Denisovich de Solzhenitsyn para terminar con un homenaje un héroe más cercano: una sesión literaria con lectura de las cartas de prisión de Alexey Navalni, recordó, son parte del programa del Festival de Salzburgo de este año. Nuestra rusa menciona a Tolstoi un poco al pasar, pero toda su narrativa de sufrimiento liberador a la rusa conduce como anillo al dedo a las memorables reflexiones de Pierre en La Guerra y la Paz: no hay prisión que alcance a encadenar la consciencia espiritual y ética de cada ser humano.

Es a partir de esta constatación que Khrushcheva define al arte como algo esencialmente idealista, por lo menos para quienes en “el Este”, no podían darse el lujo de ignorarlo, no solo como experiencia liberadora personal sino también como esperanza de una humanidad mejor. Tan ruso es su mensaje que cuesta reconocer en él siquiera una pizca del optimismo que la oradora anticipó al comienzo. 

Pero Khrushcheva trató, al menos con un ejemplo que sabe un poquitín a tragicomedia, cuando cuenta como Vladimir Nabokov, reescribió obras de la literatura rusa tratándoles de darle un aspecto mas positivo que su original. Por ejemplo, la primera frase de Ana Karenina. En lugar de “todas las familias felices son parecidas. Cada familia infeliz lo es según ella misma”, Nabokov escribió en Ada (1969), “todas las familias felices son más o menos diferentes. Y todas las familias infelices son mas o menos parecidas.” 

Y también todas las guerras son parecidas en su despliegue de crueldad e hipocresía, incluida la del Este que ninguno de los bandos quiere superar. En su presentación oral la expositora incluyó un formal pedido de disculpas a la Ucrania anti-Pushkin, antes de definir a Rusia como una nación afectada por la “esquizofrenia geopolítica” de, a la vez, ser y no ser europea: 

su estructura política bizantina es anacrónica y osificada. Pero, culturalmente, Rusia es, en gran parte, una criatura de molde europeo occidental, multiplicada en su espiritualidad, sufrimiento y dimensión física.

Pena que sólo al pasar mencionó Khrushcheva a Nikolai Gogol y sus novelas sarcásticas, porque es de ellas que podemos destilar un mensaje de optimismo universal e intemporal, a saber, la importancia de desbaratar la hipocresía reduciéndola al absurdo, para construir una humanidad inmune al engaño destructivo de cualquier totalitarismo político. 

El arte no puede prevenir la tiranía o la guerra pero siempre logra exponerlos como lo que verdaderamente son

aseguró Khrushcheva, antes de proclamar que el arte ruso nunca es neutral, sino rebelde y desafiante. Cuanto más se trata de cancelarlo con prohibiciones como las impuestas por ley anti-Pushkin en Ucrania y por la dictadura de Putin en Rusia, más categórica termina siendo la conclusión: 

¡Que malos alumnos de historia son los dictadores! ¿Cómo es que no aprenden los del Kremlin cómo terminan este tipo de prohibiciones?

Porque a juicio de Khrushcheva el arte jugó en la caída del imperio soviético un rol tan importante como las circunstancias político-económicas. Según ella, el Kremlin de Putin está librando una guerra más acérrima contra la propia cultura rusa que contra cualquier enemigo exterior. Pero en este caso se trata de una guerra perdida de antemano, si junto a las cartas de Navalny agregamos el Archipielago Gulag de Solzhenitsyn; u obras como Requiem, el profético poema de Anna Akhmatova que tanto enojó a Stalin al comunicarle la decisión de la autora y de sus contemporáneos de sobrevivir al dictador a toda costa. Khrushcheva concluyó preguntando:

Mirando hoy al Kremlin, ¿como es que no se dan cuenta como termina esta historia? El arte, en su trascendencia, nos muestra el camino.

Como en ocasiones anteriores, el elaborado ceremonial sólo permitió una conferencia mas bien corta, entre el homenaje de autoridades diversas, incluido el Presidente de Austria, autoridades regionales y del Festival, y un programa musical que cerró con una Oda a la Alegría convertida por Herbert von Karajan en una escueta fanfarria orquestal. 

En contraste con los agradecimientos de la oradora, recuerdo que Borges comenzó una vez una conferencia sobre Kafka ignorando totalmente las loas del embajador austríaco en Buenos Aires y otros personajones locales. 

Es que para él los presentadores de conferencias son personajes de ficción, 

me explicó Adolfo Bioy Casares para tranquilizar mi asombro protocolar. 

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