España - Cantabria
Festival de SantanderUna diva al piano
Maruxa Baliñas
Hasta llegar al Palacio de Festivales, desconocíamos el programa que Yuja Wang iba a interpretar, porque -según sus declaraciones previas- decidiría el programa definitivo "en su primer ensayo, en el que ajustará el repertorio a la sonoridad del espacio y sus sensaciones" porque "cada programa debe tener vida propia y ser una representación" de cómo la intérprete se siente en ese momento concreto.
En realidad
se mueve dentro de una serie de piezas que tiene en este momento presentes (en su cabeza y en la tablet que le acompaña) y simplemente selecciona cuáles tocará y en qué orden, lo cual es una opción necesaria en un recinto, la Sala Argenta, la sala principal del Palacio de Festivales, que es complicada acústicamente.Como saben los que allí han estado, no hay paredes en el auditorio, sino unas columnas abiertas a los pasillos de entrada y salida, que requieren un gran silencio en la sala y no permiten grandes alardes sonoros.
Y silencio y tranquilidad fue lo que faltó, sobre todo al comienzo del concierto, puesto que España se estaba jugando la medalla de oro de futbol masculino en las Olimpiadas y parte del público debía sentirse dividido en sus lealtades. Alguien comentó que se habían oído en la sala ruido de celebraciones del segundo gol desde la zona de camerinos, yo no percibí nada, pero lo que sí resultaba evidente era la muy abundante presencia de móviles encendidos en toda la sala en la primera parte del concierto, que luego fueron apagándose, de modo que, cuando Wang comenzó su larga tanda de propinas, los móviles encendidos eran ya una proporción 'razonable'.
Inicialmente Wang presentó un programa muy francés, con los Juegos de agua de Ravel, que abrieron un concierto destinado a ser mágico, cinco preludios de Debussy -en dos tandas distintas-, la muy inusual Toccata de Pierre (Mazamet, Francia,1916 - París, 2008), y dos Baladas de Chopin, la 1 y la 4, un compositor no francés de nacimiento, pero sí muy vinculado a Francia. A ellos se añadieron dos compositores de la 'Europa Oriental': el ucraniano Felix Blumenfeld (1863-1931) -el profesor de Horowitz, Yudina, Grinberg, Kitain, y Perelman, entre otros-, y el moscovita (1872-1915), sin apenas vinculación con Francia si nos remitimos a sus datos biográficos, pero muy buen conocedor como de la tradición pianística francesa y de sus compositores.
Creo que sería redundante hablar del virtuosismo de Yuja Wang (como mostró en la Toccata -1943- de Sancan que es pieza casi exclusiva de concursos de piano y ultimamente de pianistas chinos), de su uso impecable del pedal (ejemplificado en la delicadeza que imprimió a las Baladas de Chopin), o de su dominio del peso de los dedos, como demostró sobradamente en el Estudio para la mano izquierda (1905, dedicado a Leopold ) de Felix Blumenfeld. Pero de esta primera parte del concierto, yo destacaría sus Jeaux d'eau de Ravel, que marcaron la tónica de lo que vendría después, una versión propia, por momentos alejada de la tradición, pero al tiempo muy conocedora de ella, y siempre con la capacidad de elegir lo que desea hacer en cada momento.
Pero lo más interesante del concierto estuvo en la 'segunda parte', aunque propiamente no existió un intermedio entre ambas. Simplemente Wang, quien había hecho un concierto relativamente breve, ofreció una propina, seguida de otra, y una tercera, hasta que comprendimos que había otro concierto, menos formal, tras el primero.
Fueron doce propinas, muchas de ellas adaptaciones, fragmentos o versiones propias, pero suficientemente extensas para que nos diera tiempo a disfrutarlas. Por un lado es inevitable rememorar los variados bises de
, quien sin embargo tiende a hacer fragmentos demasiado breves, también porque sus conciertos son bastante extensos; pero en el caso de los bises de Yuja Wang, la referencia es más bien a los recitales de divas operísticas, a lo que contribuyó también el vestido largo y abierto que llevaba, más cercano al de una cantante que al habitual en una pianista.Es difícil destacar unas obras sobre otras en este festival de bises, porque las piezas fueron muy distintas. Me gustaron mucho sus adaptaciones de Chaicovski -Scherzo de la Patética y Danza de los pequeños cisnes- o del Danzón nº 2 de Márquez, pero lo que más disfruté fueron las obras menos habituales, por lo menos en España: la Sonata de (1984) del ucraniano (1937-2020), que además estaban escritas propiamente para el piano y eso siempre marca diferencia.
, el Estudio nº 6 de Philip (muy difícil por cierto, aunque no lo pareciera a primera vista), o la Toccatina, el tercero de los Ocho estudios de concierto op 40El Precipitato de la Sonata para piano nº 7 op 83 (1942) de Prokofiev -creo recordar que la octava de las propinas- pareció una obra muy cercana a los intereses de Wang, quien en ocasiones ha declarado que admira especialmente a este compositor por su libertad y sarcasmo que relaciona con su 'infantilismo' en el buen sentido de la palabra.
Dejo aparte, por tensa y emocionante, la versión del Cuarteto nº 8 de Shostakovich con el que cerró definitivamente el concierto, ya que -aunque Wang no dijo nada- parecía ser una referencia a la destrucción causada por las guerras y una petición de paz.
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