España - Euskadi
Shostakovich en los laberintos
Joseba Lopezortega
El camino que transcurre entre el aparcamiento de Chillida Leku y el interior del caserío en el que tuvo lugar este programa es espacioso, bello e intenso. El diálogo entre el caserío Zabalaga y su entorno inmediato de bosques y campas diáfanas, propone un diálogo libre -y voluntario- con la naturaleza de la materia y el aire; cada una de las piezas dispuestas en el exterior es a su vez una propuesta completa y autónoma, pero relacionada con el entorno de tal manera que su poder se hace plenamente autónomo y se exponencia; y luego está el interior del caserío, en el que tuvo lugar el concierto, un espacio sereno y contemplativo, y al mismo tiempo una gran pizarra sobre la que esbozar los propios pensamientos.
Si superponemos a este espacio la música de Shostakovich estaremos ante una experiencia de una profundidad casi inquietante y algo perturbadora, en un intercambio continuo entre el espacio y las obras que lo habitan y el sonido. Dureza y fragilidad dialogando, contando historias que van más allá de lo que Chillida y Shostakovich podrían expresar por sí solos. Chillida Leku es una poderosa caja de resonancia, un espacio con densidad de implicaciones.
El Cuarteto Gerhard creó en ese encuentro de dos lenguajes un susurro común a los dos creadores directamente implicados, haciendo de la música una transición hacia un estado de quietud e intensos diálogos que obligaba a cerrar los ojos para limitar la complejidad del laberinto; Zabalaga era la casa de Asterión y los cuartetos un territorio para una exploración desnuda y valiente.
Probablemente hará falta tiempo para que el Cuarteto Gerhard alcance a proponer una lectura más íntima y confiada de estos cuartetos, pero su interpretación fue excelente. En unas breves palabras, previas a una propina (Bach) probablemente prescindible (¿para qué, tras el Epílogo del Cuarteto número 15?), el cuarteto explicó que culminaban su interpretación de la integral de los cuartetos de Shostakovich siendo un cuarteto diferente al de la primera entrega. Esa idea del tránsito y del paso del tiempo, inexorable incluso cuando se disfraza de quietud, también encontraba su eco en las obras de Chillida.
He hablado de cerrar los ojos. Quiero aclarar que no lo hacía sólo por sustraerme a la enorme densidad y complejidad de las implicaciones entre Shostakovich y Chillida, sino para prestar al Cuarteto Gerhard toda la atención que precisaba y desde luego merecía. Disfruté al hacerlo. Les hubiera escuchado feliz en la misma tarde, inmediatamente después de terminar, en una estancia completamente oscura, en el vacío (circunstancia ideal para encontrar de nuevo a Chillida, por otra parte). Que todo se siga construyendo, mientras quede tiempo.
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