Reino Unido
ROB Covent GardenFigaro forever
Agustín Blanco Bazán
Nuevo nombre y vieja producción: la Royal Ballet and Opera (RBO, antes ROH-Royal Opera House) acaba de abrir su temporada 2024-25 en el Covent Garden con una enésima reposición de la exitosa Bodas de Figaro escenificada por David McVicar. Se trata de una puesta varias veces reseñada en Mundo Clásico que por su alta calidad rivaliza con la famosa de Jean Pierre Ponelle. Ambas presentan personajes hiperactivos, y es por ello que todavía sigo prefiriendo el más estático pero hondamente perceptivo experimento de Giorgio Strehler para la Ópera de Paris.
Pero esto es el pasado, y también la de Ponelle es el pasado en comparación con la de McVicar que en esta oportunidad decidió él mismo revitalizar su creación. El resultado fue a veces un mayor refinamiento psicológico, por ejemplo en el erotismo de la relación entre la Condesa y Cherubino, que en el segundo acto casi están a punto de entregarse mutuamente, o en el tercero, la gloriosa ambigüedad el dueto de Susana y el Conde.
Pero otras veces esta nueva vuelta de tuerca para lograr algo nuevo en una producción archiconocida llevó a algunos excesos, por ejemplo la bufonería de un Bartolo que durante su aria arroja a Marcellina en la cama de Figaro y Susana o una gesticulación exagerada durante el sublime sexteto “Riconosci in questo amplesso” que provocó intempestivas carcajadas entre quienes no saben escuchar las conmovedoras insinuaciones de la partitura. Ahora bien, ocurre que Las Bodas de Figaro no es una ópera bufa (el Barbero de Rossini sí lo es) y por ello su comicidad tiene siempre un distanciamiento y decoro que Strehler sabía representar mejor.
Pero de cualquier manera, esta añeja producción triunfó no sólo por su frescura sino por una versión musical excepcional. Como directora de orquesta, Julia Jones aseguró tiempos rápidos pero nunca precipitados sino bien marcados y segura gradación de dinámicas. Por ejemplo, en lugar de arrastrar Porgi amor y Dove sono, insufló a ambas arias una urgencia palpitante, algo que la gran figura de la noche, la Condesa de Maria Bengtsson supo aprovechar para frasear modélicamente su voz lírica de color brillante y espontánea emisión de legato.
Y el resto no se quedó atrás, porque pocas veces recuerdo haber presenciado un elenco joven y plurinacional cuyos integrantes, sin excepción, cantaron y frasearon tan bien. Y esto último también aplicable a recitativos que se enrolaron en un estilo homogéneo y vital. Ying Fang fue una Susanna de bellísimo y seguro timbre en Deh Vieni, y Ginger Costa-Jackson cantó un Cherubino de voz algo más oscura a la que estamos acostumbrados, pero gracias a ello de mayor sensualidad.
Huw Montague Rendall actuó y cantó un Conde de Almaviva no brutal sino distinguidamente apasionado, de voz más bien pequeña pero seguramente proyectada y Luca Micheletti actuó con similar convicción un Figaro cálidamente impostado. Adrian Thompson fue Don Basilio de timbre y matices cromáticos que hubieran justificado la inclusión de su aria en el cuarto acto y Isabela Díaz una alumna del excelente programa Jette Parker para cantantes jóvenes cantó una Barbarina de excepcional sensibilidad.
Más rutinarios estuvieron Peter Kálmán (Bartolo) y Rebecca Evans (Marcellina). Pero rutina en este caso no quiere decir mediocridad sino más bien un profesionalismo sólido para convencer, aún a pesar de las bufonerías impuestas por el regisseur. Y también Alasdair Elliott merece ser mencionado porque “Riconosci in questo amplesso” requiere Don Curzio capaz de negociar algunas difíciles líneas de passaggio.
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