España - Asturias
El regalo a todas las Bolenas
Samuel González Casado
Estupendas credenciales las
exhibidas por la Ópera de Oviedo en el primero de los cinco títulos anunciados
para esta temporada. Ana Bolena, una cumbre de bel canto, recibió una
lectura en la que hubo muy pocos elementos discordantes, y cuando aparecieron
solo resultaron nimios respecto a todo lo digno de disfrutar.
En la puesta en escena no se observó nada que no fuera conocido: velo en el proscenio que deja ver la acción y en el que hay proyecciones; figuras geométricas movibles por operarios en el escenario; y otras proyecciones en el fondo. Eso sí, la utilización de esos elementos fue elegante y a veces muy original.
Habitualmente lo proyectado
sobre la tela no molestó y matizó la acción de forma provechosa; por ejemplo,
dio un aire muy onírico al coro Si puo vederla, pero emborronó el
escenario mientras cantaba Puértolas en este acto II (las manos negras que
parecían deslizarse me resultaron agresivas). Me gustó mucho la parte del
bosque, con sus elementos multifuncionales, y no tanto la de la alcoba, algo
pobre por su falta de composición y fondo vacío.
Sin duda, la mejor idea del
aspecto visual fue la identificación de los distintos personajes con figuras de
ajedrez, lo que dio lugar a una compleja red de relaciones simbólicas respecto
al poder que representaba cada cual. Por supuesto, la de la reina cae en la
conclusión, y con toda lógica su cabeza se desprende.
En términos generales, la puesta
en escena de Emilio López fue limpia, sus elementos se aprovecharon con
imaginación para crear un subtexto interesante y nunca dificultó la labor de
los cantantes. Vestuario (también con su dosis simbólica) e iluminación completaron,
discreta pero intencionadamente, una parte visual que en general añadió
significado sin imponerse.
Las virtudes principales de esta
función estuvieron en el reparto. Sabina Puértolas, que ya protagonizó en el
mismo recinto una estupenda Manon, vuelve con un papel durísimo, en el
que lo dramático y lo virtuoso se funden y en el que es complicado que la
balanza no se decante por uno u otro y se rompa así esa entente, de la que
depende conseguir la plenitud en Ana Bolena.
Puértolas es la típica lírico
ligera que quiere más, que necesita más, y resulta admirable cómo su compromiso
con el papel la empuja a dar un 50 % más de lo que debería. Con ella no
funciona aquello de que hay que reservarse para conseguir una carrera larga. No
escondió ni un gramo de voz en toda la representación, y la cabaletta
final fue una auténtica brutalidad. Hubo un momento en que incluso pensé si
realmente nos merecíamos semejante regalo, y lo mezclé con un puntito de
sufrimiento hacia el que puede que esté sacrificando algo importante por una
causa. De hecho, Donizetti hace que el personaje resulte muy moderno, y
Puértolas ahonda en ese punto reivindicativo, que tiene que ver con la rabia
hacia la injusticia y hacia la indefensión. Es un concepto rico (aunque en su
caso arriesgado) que contiene grandes posibilidades para montar el personaje.
Los momentos más entregados,
sobre todo los que requerían agilidad, no fueron vocalmente perfectos:
Puértolas caló ligeramente, o empleó el truco de atacar ortodoxamente y pasar
el sonido hacia la boca para mejorar la continuidad. A veces sacrificó algo la
precisión. Los graves se desimpostaron sin nada que los equilibrara, lo que
pienso que es una decisión acertada. Pero realmente todo ello me dio igual: su
interpretación fue técnicamente notable y dramáticamente soberbia, lo que fue
facilitado por un evidente trabajo de preparación que no pudo ser menos que
exhaustivo. Casi todos los pianos sonaron redondos (algo fundamental en este
tipo de canto), y en los momentos más líricos Puértolas mostró su delicadeza y
una matización fluida acorde con las capacidades técnicas (empleo del color a
partir del texto) que ha logrado a estas alturas.
Lo mejor de lo anterior es que
nadie del reparto supuso un lunar que fastidiara las sensaciones transmitidas
por la protagonista. John Osborn tiene una peculiar pero efectiva emisión:
emplea algo parecido al falsettone, pero más que un refuerzo del falsete
es una mezcla de formas de emisión y presión que a él le funciona muy bien: no
tuvo dificultades para irse al re, y esa solvencia dio mucha tranquilidad para
poder disfrutar de su parte. Una vez que el oído se acostumbra a su estilo, hay
una lógica en el camino elegido para ir resolviendo las dificultades. En el
debe, un par de detalles: los trinos, desconcertantes por su poca efectividad
tras un cambio de posición muy acusado; y que la química con la reina no fue perfecta,
aunque eso de la química siempre fue algo misterioso de definir.
Maite Beaumont no fue una Seymour
precisamente épica, dado que su voz no es muy grande; pero su prestancia fue
total, porque el canto es irreprochable, los registros están muy equilibrados y
es muy difícil encontrarle fisuras en este papel. Destacó especialmente en el
“duelo de reinas” (dúo en el que realmente hay poco duelo y poca reina), uno de
los momentos más redondos de la representación. Nicola Ulivieri me escamó al
principio, porque me dio la sensación de que iba a emplear el único recurso de
su excelente voz e impresionante sonido; afortunadamente hubo matices que
redondearon el canto (parcos, pero oportunos); al fin y al cabo, el papel va
muy bien a sus puntos fuertes y supongo que el público no está muy interesado
en descubrir inesperados matices psicológicos en este villanesco Enrico VIII.
Mari Fe Nogales cumplió con el papel del frágil Smeton, a despecho de que se le
intuyeran ciertas dificultades que condicionaron poco su interpretación. Los
secundarios, estupendos, igual que el coro, afinadísimo, transparente y
equilibrado.
La orquesta estuvo a buen nivel,
y el director, el mexicano Iván López-Reynoso, simplemente sublime. Fue, quizá,
la sorpresa más inesperada de la noche, y un puntal básico para que todo rayara
a nivel altísimo: su precisión, la delicadeza y abundancia en los matices, el
equilibrio entre familias y total transparencia, los perfectamente elegidos
golpes de efecto (percusión en el desenlace, por ejemplo) y la maravillosa
concertación me parecieron algo muy serio, de gran profesional; por tanto, otro
fantástico regalo que contribuyó a una velada que ha dejado el listón muy alto
en la Ópera de Oviedo.
Comentarios