Francia
La belleza del icono
Francisco Leonarte
Dos de los más importantes compositores del
siglo XX, uno sobre todo en la primera mitad, y el segundo sobre todo en la
segunda. Uno y otro con estéticas muy diferentes, pero ambos cultivando una
cierta frialdad , un cierto hieratismo. Un hieratismo que sin
embargo puede ser -y ha de ser- fuente de gran emoción en el espectador. Como
el icono, en principio distante, que por su belleza sin embargo nos conmueve...
Empieza el concierto … bueno, en puridad la
cosa empieza con la explicación del locutor de Radio France que simplemente
dice que va a dejar que sea la directora de orquesta quien presente las obras
porque así lo desea la señora. O sea que Barbara Hannigan nos cuenta que ella trabajó
con Ligeti, que era muy exigente, que le encantó trabajar con él, que la obra
es muy difícil y tres o cuatro banalidades. Al inicio de la segunda parte,
volverá la dama a agarrar el micrófono para volvernos a asestar varias
banalidades más, del tipo «es una obra muy hermosa» o «miren lo que dice el
salmo del segundo movimiento» para leernos a renglón seguido lo que todos hemos
podido leer en las siempre competentes notas al programa que Radio France
distribuye en cada concierto... En fin, que Hannigan debe de sentirse así una
gran pedagoga, qué le vamos a hacer...
El verdadero inicio del concierto es con una obra compuesta a principios de los años 70 por Ligeti, Clocks and Clouds, en que lo estrictamente milimetrado (en una suerte de fuga por microtonos) debe dar lugar a lo gaseoso e impreciso, y viceversa. Tal vez la dirección de Hannigan no resulte lo suficientemente precisa (con gestos tal vez demasiado fluidos, léase amanerados) yéndose bastante rápido hacia la difuminación (también presente en la partitura, como decimos) pero en cualquier caso la obra está ahí, con momentos de gran lirismo, otros humorísticos, en su conjunto perfectamente estructurada...
El trabajo de los solistas de la orquesta y coro
(doce vocalistas femeninas que por fuerza han de recurrir constantemente al
diapasón para no perderse en la intrincada partitura) es más que notable. Y el
público aplaude a rabiar, yo creo que sobre todo para expresar su gozo de
escuchar una obra tan hermosa.
Le sigue la Sinfonía en tres movimientos
de Igor Stravinsky, obra en principio de su periodo neoclásico aunque sean
patentes en ella los dejes y los giros musicales del Stravinky fauvista (el de
la Consagración y Petruchka). Quien esto escribe ha de confesar
que, bastante cansado, se perdió en el primer movimiento, sin que haya podido
elucidar si tal perdida se debió al cansancio del auditor o a la falta de rigor
estructural de la directora. El segundo movimiento, más amable y más corto, y
el tercero, alegre y concentrado, funcionaron mejor.
En cuanto a la segunda parte, tras las
completamente inútiles explicaciones de la directora, escuchamos Lontano.
Y no creo que pueda hallarse en toda la historia de la música momento más
hermoso que ese instante en que clarinete bajo y tuba dialogan mientras suena,
tenue muy tenue, un agudísimo de violín. Momento único tal vez en el repertorio
que de por sí vale todos los conciertos de la temporada. Ojalá hubiera más
ocasiones de escuchar una obra tan bella como Lontano.
Finaliza el concierto con la Sinfonía de los Salmos, obra del periodo neoclásico de Stravinsky. Hannigan hace a menudo gestos para aumentar el pathos de orquesta y coro: ¿puede ser considerado como una contra-indicación, sabiendo la frialdad que parecía querer en este caso el compositor? Lo cierto es que la obra sigue siendo tan hermosa, con o sin pathos. Y el coro se muestra particularmente intenso, y bien empastado y cómodo. Y los profesores de la orquesta particularmente brillantes. De nuevo gran algarabía del público al terminar la obra.
Obras hermosas, solistas de órdago, orquesta y coro de muchos kilates, dirección que cumple su cometido: ¿Qué más se puede pedir? … Que programen más a menudo estas obras.
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