Estados Unidos

Ricardo Muti con el 'Requiem' de Verdi

José A. Tapia Granados
martes, 29 de octubre de 2024
Riccardo Muti © 2019 by Wiener Musikverein Riccardo Muti © 2019 by Wiener Musikverein
Filadelfia, viernes, 25 de octubre de 2024. Marian Anderson Hall. Giuseppe Verdi, Requiem. Angela Meade, soprano. Isabel de Paoli, mezzo-soprano. Giovanni Sala, tenor. Maharram Huseynov, bajo-barítono. Orquesta y Coro Sinfónico de Filadelfia. Ricardo Muti, director.
0,0003265

A sus 83 años, Ricardo Muti continúa deambulando por el mundo dirigiendo orquestas diversas, con su enorme fama a cuestas. El viernes 25 de octubre tuvimos el placer de verlo dirigiendo a la Orquesta y el Coro Sinfónico de Filadelfia en el Marian Anderson Hall, en una interpretación del Requiem de Verdi. El concierto, parte de la programación habitual de la Orquesta de Filadelfia, ya se había interpretado el jueves y se interpretará otra vez hoy sábado. Muti, napolitano como mis sobrinas, alto y delgado (creo que solo lo había visto en persona otra vez, quizá en Leipzig), a juzgar por la agilidad con la que mueve, está en perfectas condiciones físicas.

El Requiem de Verdi no es una obra rara en el repertorio, aunque tampoco su interpretación es frecuente, si la comparamos con el réquiem por antonomasia, el de Mozart. En los cuarenta y tantos años que llevo yendo a conciertos creo haber oído el Requiem de Verdi en directo dos veces, esta sería la tercera. Este Requiem es una de esas obras cuya audición en versión grabada difícilmente puede resistir la comparación con una audición en directo. Aquí, como en muchas de las sinfonías de Mahler o de Bruckner, el poder de la música en vivo es manifiesto y sin par con cualquier grabación oída en el mejor equipo.

Comparado con la mayor parte de los réquiems -podrían citarse por ejemplo los de Fauré o Hindemith- que transmiten sobre todo un recogimiento y una atmósfera de meditación supuestamente ligados a la evocación de la muerte, el de Verdi destaca por la altura que alcanza su volumen sonoro, su presentación con tintas marcadas de la ira de Dios, ese dios en el que Verdi no creía. Verdi dedicó la obra a la memoria del recién fallecido Alessandro Manzoni (1785 - 1873), poeta y narrador italiano, representante del Romanticismo de su país y considerado en su tiempo como líder intelectual del Risorgimento que desembocó en la unificación de Italia.

Según cuentan las notas de Paul J. Horsley en el programa de este concierto de la Orquesta de Filadelfia, puede que Verdi estuviera en realidad escribiendo un réquiem a ese movimiento nacionalista, un movimiento que en la década de 1870 se veía crecientemente debilitado por una descentralización que llevaba a liderazgos regionales corruptos. Y en lo musical a una progresiva germanización por influencia de Wagner, el jefe de filas wagneriano von Bülow, y otros muchos.

Dejando aparte la idea absurda de que las obras artísticas admiten una evaluación objetiva, la categorización de una obra como merecedora en mayor o menor medida de la admiración artística no podrá basarse en otra cosa que en las evaluaciones subjetivas del público y de la opinión especializada. Desde sus estrenos en París y Viena el Requiem de Verdi fue siempre obra favorita del público y a juzgar por la dificultad para conseguir entradas para este concierto de Muti, parece que lo sigue siendo.

En cuanto a la crítica, son ilustrativas las opiniones de músicos famosos. Si mi memoria no me traiciona, en algún sitio leí que, preguntado a la salida de un concierto en el que se había interpretado el Requiem por su opinión al respecto, Richard Wagner contestó que prefería reservársela. Por su parte, según dice el programa del concierto que aquí se reseña, el director Hans von Bülow comentó con sorna que este Requiem era una ópera disfrazada con hábito eclesiástico. A esta ridiculización Brahms contestó que, con ese comentario, von Bülow se había erigido en almirante de los tontos, ya que solo un genio podía haber escrito esta obra. La opinión citada de Wagner no dice nada a favor de la calidad como persona del genio operístico alemán. Dice en cambio mucho en favor de von Bülow que años después se retractó de su comentario peyorativa del Requiem verdiano que, dijo, había sido una opinión irresponsable basada en un vistazo rápido a la partitura.

Ciertamente, en la hora y media del Requiem de Verdi abunda la música que puede considerarse operística, pero la obra, que ilustra a menudo la ira de Dios en toda su fuerza contiene también múltiples pasajes de enorme expresividad, recogimiento y lirismo. En los últimos movimientos de la obra los pasajes il più piano possibile alcanzan una dimensión sobrecogedora que la interpretación de Muti realzó especialmente.

En la interpretación del 25 de octubre que aquí se reseña, de los cuatro solistas destacaron particularmente la soprano Angela Meade y la mezzo-soprano Isabel de Paoli. El tenor Giovanni Sala y el bajo-barítono Maharram Huseynov cantaron muy dignamente, mientras que el coro y la orquesta sonaron a juicio de quien suscribe apabullantemente bien. Tan solo en algún momento aislado se oyó algún desajuste en las cuerdas que quizá no debería haberse oído. El fagot en la secuencia del Dies Irae y sobre todo las flautas en el Lux eterna (qué gran activo de la Orquesta de Filadelfia es su flautista principal, Jeffrey Khaner) fueron quizá lo más destacable en las interpretaciones individuales.

La misa de réquiem que la liturgia católica ofrece para el reposo de las almas de los muertos tuvo su complemento musical en docenas de composiciones entre las cuales las de Mozart y Cherubini son quizá las más famosas. En el siglo XIX, ya muchas veces sin connotación religiosa o litúrgica, se siguieron componiendo réquiems que aluden a la muerte o el duelo por los fallecidos; los de Brahms, Berlioz, Fauré, Dvorak y Verdi son quizá los más notables. Entre las docenas de réquiems compuestos en siglo XX tres ejemplos destacables que vieron la luz ya en la segunda mitad del siglo son los de Paul Hindemith, György Ligeti y Benjamin Britten. Hindemith recibió en 1945 el encargo de escribir una obra conmemorativa de la muerte de Franklin D. Roosevelt y el resultado fue una obra enormemente expresiva, A Requiem for those we love, basado en el poema When Lilacs Last in the Dooryard Bloom'd, que Walt Whitman dedicó a la memoria de Abraham Lincoln y los caídos en la Guerra Civil de EEUU. El Requiem de Ligeti, composición vanguardista en sentido estricto sin referencia explícita a muerte alguna, alcanzó una fama inusitada para una obra de tales características cuando fue usado en 1968 por Stanley Kubrick para su film 2001: Una odisea del espacio. Pocos años antes Benjamín Britten, pacifista, objetor de conciencia y en lo personal gay, compuso su War Requiem dedicado a las víctimas de las dos guerras mundiales, incluidos varios amigos personales. En un ejemplo de lo subjetivas y extremas que pueden llegar a ser las opiniones estéticas, Dmitri Shostakovich consideró que este War Requiem de Britten era mejor que el Requiem de Mozart. Sea como fuere, Britten reconoció la influencia que otros réquiems, entre ellos el de Verdi, habían tenido en su composición.

Los seres humanos hemos demostrado sobradamente en la historia nuestra capacidad de aniquilación masiva y muchos de los réquiems que se han compuesto han conmemorado y lamentado esas muertes. Es de esperar que en el futuro seamos también capaces de respetar y lamentar la muerte y no aniquilarnos. Sea o no el caso, el Requiem de Verdi ocupará un lugar especial entre las obras de arte que dan testimonio de lo mejor que la especie humana ha sido capaz de producir. 

Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.