Estados Unidos
Ricardo Muti con el 'Requiem' de Verdi
José A. Tapia Granados

A sus 83 años, Ricardo Muti continúa deambulando por el mundo dirigiendo
orquestas diversas, con su enorme fama a cuestas. El viernes 25 de octubre tuvimos el placer de verlo dirigiendo a la Orquesta y el Coro Sinfónico de
Filadelfia en el Marian Anderson Hall, en una interpretación del Requiem
de Verdi. El concierto, parte de la programación habitual de la Orquesta de
Filadelfia, ya se había interpretado el jueves y se interpretará otra vez hoy
sábado. Muti, napolitano como mis sobrinas, alto y delgado (creo que solo lo
había visto en persona otra vez, quizá en Leipzig), a juzgar por la agilidad
con la que mueve, está en perfectas condiciones físicas.
El Requiem de Verdi no es una obra rara en el repertorio, aunque
tampoco su interpretación es frecuente, si la comparamos con el réquiem por
antonomasia, el de Mozart. En los cuarenta y tantos años que llevo yendo a
conciertos creo haber oído el Requiem de Verdi en directo dos veces,
esta sería la tercera. Este Requiem es una de esas obras cuya audición en
versión grabada difícilmente puede resistir la comparación con una audición en
directo. Aquí, como en muchas de las sinfonías de Mahler o de Bruckner, el
poder de la música en vivo es manifiesto y sin par con cualquier grabación oída
en el mejor equipo.
Comparado con la mayor parte de los réquiems -podrían citarse por ejemplo los
de Fauré o Hindemith- que transmiten sobre todo un recogimiento y una atmósfera
de meditación supuestamente ligados a la evocación de la muerte, el de Verdi
destaca por la altura que alcanza su volumen sonoro, su presentación con tintas
marcadas de la ira de Dios, ese dios en el que Verdi no creía. Verdi dedicó la
obra a la memoria del recién fallecido Alessandro Manzoni (1785 - 1873), poeta
y narrador italiano, representante del Romanticismo de su país y considerado en
su tiempo como líder intelectual del Risorgimento que desembocó en la unificación
de Italia.
Según cuentan las notas de Paul J. Horsley en el programa de este concierto
de la Orquesta de Filadelfia, puede que Verdi estuviera en realidad escribiendo
un réquiem a ese movimiento nacionalista, un movimiento que en la década de
1870 se veía crecientemente debilitado por una descentralización que llevaba a liderazgos
regionales corruptos. Y en lo musical a una progresiva germanización por
influencia de Wagner, el jefe de filas wagneriano von Bülow, y otros muchos.
Dejando aparte la idea absurda de que las obras artísticas admiten una
evaluación objetiva, la categorización de una obra como merecedora en mayor o
menor medida de la admiración artística no podrá basarse en otra cosa que en las
evaluaciones subjetivas del público y de la opinión especializada. Desde sus
estrenos en París y Viena el Requiem de Verdi fue siempre obra favorita
del público y a juzgar por la dificultad para conseguir entradas para este
concierto de Muti, parece que lo sigue siendo.
En cuanto a la crítica, son ilustrativas las opiniones de músicos famosos.
Si mi memoria no me traiciona, en algún sitio leí que, preguntado a la salida
de un concierto en el que se había interpretado el Requiem por su
opinión al respecto, Richard Wagner contestó que prefería reservársela. Por su
parte, según dice el programa del concierto que aquí se reseña, el director
Hans von Bülow comentó con sorna que este Requiem era una ópera disfrazada con
hábito eclesiástico. A esta ridiculización Brahms contestó que, con ese
comentario, von Bülow se había erigido en almirante de los tontos, ya que solo
un genio podía haber escrito esta obra. La opinión citada de Wagner no dice nada
a favor de la calidad como persona del genio operístico alemán. Dice en cambio mucho
en favor de von Bülow que años después se retractó de su comentario peyorativa
del Requiem verdiano que, dijo, había sido una opinión irresponsable basada en
un vistazo rápido a la partitura.
Ciertamente, en la hora y media del Requiem de Verdi abunda la
música que puede considerarse operística, pero la obra, que ilustra a menudo
la ira de Dios en toda su fuerza contiene también múltiples pasajes de enorme expresividad,
recogimiento y lirismo. En los últimos movimientos de la obra los pasajes il
più piano possibile alcanzan una dimensión sobrecogedora que la
interpretación de Muti realzó especialmente.
En la interpretación del 25 de octubre que aquí se reseña, de los cuatro
solistas destacaron particularmente la soprano Angela Meade y la mezzo-soprano
Isabel de Paoli. El tenor Giovanni Sala y el bajo-barítono Maharram Huseynov cantaron
muy dignamente, mientras que el coro y la orquesta sonaron a juicio de quien
suscribe apabullantemente bien. Tan solo en algún momento aislado se oyó algún
desajuste en las cuerdas que quizá no debería haberse oído. El fagot en la
secuencia del Dies Irae y sobre todo las flautas en el Lux eterna
(qué gran activo de la Orquesta de Filadelfia es su flautista principal,
Jeffrey Khaner) fueron quizá lo más destacable en las interpretaciones
individuales.
La misa de réquiem que la liturgia católica ofrece para el reposo de las
almas de los muertos tuvo su complemento musical en docenas de composiciones
entre las cuales las de Mozart y Cherubini son quizá las más famosas. En el
siglo XIX, ya muchas veces sin connotación religiosa o litúrgica, se siguieron componiendo
réquiems que aluden a la muerte o el duelo por los fallecidos; los de Brahms,
Berlioz, Fauré, Dvorak y Verdi son quizá los más notables. Entre las docenas de
réquiems compuestos en siglo XX tres ejemplos destacables que vieron la luz ya
en la segunda mitad del siglo son los de Paul Hindemith, György Ligeti y Benjamin
Britten. Hindemith recibió en 1945 el encargo de escribir una obra
conmemorativa de la muerte de Franklin D. Roosevelt y el resultado fue una obra
enormemente expresiva, A Requiem for those we love, basado en el poema When
Lilacs Last in the Dooryard Bloom'd, que Walt Whitman dedicó a la memoria
de Abraham Lincoln y los caídos en la Guerra Civil de EEUU. El Requiem
de Ligeti, composición vanguardista en sentido estricto sin referencia explícita
a muerte alguna, alcanzó una fama inusitada para una obra de tales
características cuando fue usado en 1968 por Stanley Kubrick para su film 2001:
Una odisea del espacio. Pocos años antes Benjamín Britten, pacifista, objetor
de conciencia y en lo personal gay, compuso su War Requiem dedicado
a las víctimas de las dos guerras mundiales, incluidos varios amigos
personales. En un ejemplo de lo subjetivas y extremas que pueden llegar a ser
las opiniones estéticas, Dmitri Shostakovich consideró que este War Requiem de
Britten era mejor que el Requiem de Mozart. Sea como fuere, Britten reconoció
la influencia que otros réquiems, entre ellos el de Verdi, habían tenido en su
composición.
Los seres humanos hemos demostrado sobradamente en la historia nuestra
capacidad de aniquilación masiva y muchos de los réquiems que se han compuesto
han conmemorado y lamentado esas muertes. Es de esperar que en el futuro seamos
también capaces de respetar y lamentar la muerte y no aniquilarnos. Sea o no el
caso, el Requiem de Verdi ocupará un lugar especial entre las obras de
arte que dan testimonio de lo mejor que la especie humana ha sido capaz de
producir.
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