Italia
Un nuevo favorito en La Scala
Jorge Binaghi
A ocho años de una reposición que había sido bastante buena o buena, pero sin convocar multitudes ni provocar alharacas, hemos tenido ahora, casi al final de la temporada, la misma producción con dos intérpretes repetidos pero un resultado muy distinto. Localidades agotadas, flores al terminar la representación, aplausos enfervorizados al acabar los actos y, sobre todo, al presentarse en el podio Petrenko.
La verdad, como se decía allá lejos y hace tiempo, ‘toda
ponderación es poca’. Totalmente distinta a los directores que citaré, su
versión me ha parecido igualmente válida que la de Kleiber hijo y ligeramente
superior a la de Thielemann, que son mis dos referencias absolutas de
audiciones en vivo. Analítica, irónica, sofisticada sólo cuando debe, apasionada
o melancólica cuando hace falta, para nada fría ni distante, francamente
divertida en los momentos en que se necesita, no recoge ciertamente la herencia
de la summa de la gran tradición orquestal que ofrecía Kleiber con sus
peculiares giros, pero resulta de una modernidad asombrosa y llegados los
momentos ‘trascendentales’ sabe conmover y hacer pensar.
Concertador envidiable, Petrenko ni por un solo momento perdió de vista a los cantantes ni el equilibrio de estos y el foso (al que no contuvo, pero al que no hizo protagonista absoluta más que cuando debía serlo). La orquesta sonó como nunca, sea en los momentos solísticos como en los conjuntos. Muy bien el coro, aunque aquí no esté particularmente exigido.
Era el debut de Petrenko como director lírico en este teatro (había
antes dirigido un concierto), pero su consagración -al parecer ya desde los
ensayos- fue absoluta, sin ‘opositores’, y tal vez si algo deba criticarse a
los que arrojaban flores sería que en su entusiasmo al final no hicieron casi
(el ‘casi’ es importante) diferencia entre el director y los solistas.
Aquí debo repetirme un poco: “Es verdad que no sólo no
había divos, sino que, con la parcial excepción de Ochs, ninguno de los que
intervinieron -aunque algunos sean cotizados- es carismático y sinceramente no
me parece que vayan a quedar registrados como intérpretes de referencia de sus
partes. Pero en general estuvieron muy bien, o bien, o más que bien. Y la obra
es difícil.”. Inmediatamente debo añadir que esta vez Sophie fue la mejor en
escena por su actuación y su canto: si Devieilhe no es del todo carismática (la
voz es algo reducida en volumen, pero eso no fue un problema por su buena
técnica y la actitud de Petrenko) su personaje lo hace a la perfección, con
tanto de juventud, coquetería, inocencia e impulsividad como hace falta y sus
agudos y messe di voce son sensacionales.
El Ochs de Groissböck era precisamente uno de los
elementos repetidos y si esta vez la forma estaba un tanto por debajo de la
anterior prestación, su familiaridad y dominio de la parte han ido a más y con
ello algunos problemas se disimulan o pierden importancia. Aplaudido a rabiar
También repetía con el mismo triunfo que Groissböck
Stoyanova en la Mariscala. También aquí voy a repetirme: “es una gran
trabajadora, una buena voz y una excelente técnica y estilista: lamento de
veras que en ningún momento me haya movido un pelo. Elegante, con mucha voz (no
especialmente bella) y buena escuela.” He leído alabanzas y comparaciones con
nombres más o menos actuales que me han parecido realmente exageradas, pero es
cierto que, sin mencionar a nadie ‘actual’, parece que no se ha visto o se ha
olvidado lo que hacían -cito los dos nombres que he visto y que me han
provocado no sólo profunda admiración sino incluso gratitud- en esa parte
Régine Crespin y Sena Jurinac. Como diría la práctica marsellesa ‘tant pis’.
No era bueno el Oktavian, y esta vez tampoco hubo
demasiada suerte aunque resultó mejor. Lindsey no se oyó siempre, la voz es
demasiado clara, alguna vez hubo sonidos fijos o metálicos y la actuación, muy
buena, resultó en algunos momentos demasiado femenina. Su dicción tampoco fue
inmejorable.
Óptimos el Faninal de Kraus y tanto el intrigante
Valzecchi de Siegel como el posadero (y otros papeles menores) de Schneider
fueron muy de tener en cuenta. Baumgartner no respondió a su fama como Anina,
sea por la voz opaca y no demasiado audible, sea por una actuación sumamente
genérica. Muy correcta la dueña de Wenborne y de señalar el timbre y presencia
de Kohl (el comisario que doblaba también como notario). Muy en forma y con más
squillo que el que le recordaba el cantante italiano de Pretti (superó
al anterior colega). Correctos los otros secundarios.
Y paso a repetirme sobre una puesta en escena, que muerto
su autor fue óptimamente repuesta por Derek Gimpel. No muestra una arruga en
los ocho años transcurridos.
“La producción de Kupfer tiene no sólo buen gusto sino imaginación, nostalgia, humor algo grueso cuando hace falta, y una capacidad para entender a sus personajes (a partir de Ochs, que no es nunca una caricatura -y cuando lo es, lo es de algo que lo trasciende y se convierte en crítica).
Decorados y vestuarios son memorables (algo menos el decorado del último acto, pero es una cuestión personal). Y en la mente de quien lo ha visto permanecerá mucho tiempo el final del acto primero y sobre todo el del tercero, donde el ‘morito’ es sí de color de piel aceitunado, apuesto, joven y no niño, y claramente tiene sus sentimientos por la señora de la casa, pero a diferencia de la ocasión anterior no he visto su nombre y no creo que sea el mismo (que casualmente sean estos mencionados en último término los momentos musicales más emotivos y ‘profundos’ -perdón por volver a utilizar estos adjetivos tan poco intelectuales y pasados de moda- explica por qué Kupfer es un gran director teatral de ópera: conoce y entiende la música).
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