España - Valencia
La Edad Media golpea de nuevo
Rafael Díaz Gómez

Por Les Arts han pasado varias producciones en las que el agua ha sido un elemento escénico fundamental. Tuvo el destino la cortesía de evitar otra más en la serie de funciones que reanudaron la programación del teatro tras el terrible desastre ocasionado no solo por la dana del 29 de octubre (suspendidas quedaron todas las representaciones de La verbena de la Paloma).
Y es que Il
trovatore, ya se sabe, es más de fuego. Y para Àlex Ollé también de tierra.
Su puesta lleva ya tiempo rodando y ha sido comentada por cualificadas plumas
en estas mismas páginas. A mí, salvo detalles, me gustó. Es ágil, imaginativa y
sugerente. Cuenta con un magistral dominio de la iluminación y con un vestuario
de época (casi de cualquier época) que quizás venga a reforzar una idea
principal: siempre nos hemos matado la mar de bien, cada vez mejor, mientras
que quienes manejan el cotarro se entretienen con lo suyo.
Cierto que
varios rasgos sitúan la acción no en el original territorio ibérico
tardomedieval, sino en un indeterminado lugar europeo durante la Primera Guerra
Mundial. Se suele afirmar que fue este conflicto bélico el que cerró un XIX al
que se le llamó el siglo romántico. Y muy romántico era el drama de García
Gutiérrez que tanto atrapó a Verdi.
Lo que a mi
juicio consigue Ollé es desencorsetar ese romanticismo, librarse de su aspecto
más anecdótico y peregrino y darle un relativo nuevo vuelo sin que las líneas
argumentales del libreto se vean en absoluto afectadas. Ahora bien, no es muy
esperanzador con el género humano lo que se aprecia desde ese vuelo (en su
esencia, pesimista era también el Romanticismo). Lamentablemente, hoy en día,
tantos hechos tan desalentadores no vienen precisamente a contradecir tal
visión.
Lo que no
falla nunca en Les Arts, por fortuna, es la esperanza de que la orquesta y el
coro nos regalen los oídos con su trabajo. Y ambos estuvieron fantásticos. El
segundo afronta una nueva etapa tras la jubilación de su director titular
durante 36 años, Francesc Perales, al que solo cabe darle la enhorabuena por
tan estupenda trayectoria profesional. Jordi Blanch, que ya hacía labores de
asistencia en la formación, asume de manera interina la dirección con una
competencia y solvencia totalmente acreditadas.
Mientras, es
clarividencia lo que deseamos para los organismos culturales correspondientes a
fin de que la transición en la titularidad de la dirección del Cor de la
Generalitat Valenciana sea eficaz y ausente de conflictos.
Exige Il
trovatore suficientes y variadas intervenciones corales (voces masculinas y
femeninas por separado y en unión, y tanto dentro como fuera del escenario)
como para poder valorar el estado de un coro. ¿Qué decir al respecto en este
caso? Pues lo que viene siendo una obviedad por repetitivo, aunque precisamente
por ello, por su constancia, más meritorio (y en especial en una etapa de
transición): una interpretación sobresaliente.
Y no menos
consideración merece el desempeño del conjunto orquestal, soberbio al mando de
un Maurizio Benini que articuló el
entramado discursivo con temple y brillo, dulzura y pasión, apurando los
extremos sin caer en excesos injustificables.
Por su parte, el cuarteto solista vino a demostrar que no se
precisa de un nivel de excelencia estratosférico para sostener con garantías de
satisfacción el desempeño de un Trovador. Olga
Maslova defendió una discreta pero digna Leonora.
Antonio Poli fue un Manrico entregado, de atractivo timbre y buenas maneras
técnicas, aunque algo disminuido en los extremos del registro. Lucas Meachem,
que compaginando su presencia con el Liceu (Sharpless) finalmente cantó más
funciones que el anunciado Artur Rucinski (que solo se presentó en una),
compuso un Conte di Luna al comienzo algo rudimentario, pero poco a poco
convincente por carácter, intención y color. Por fin, Ekaterina Semenchuk
encarnó a una Azucena casi de manual, con pleno dominio canoro y actoral, sin duda
lo mejor de la noche en el apartado vocal.
El teatro estaba prácticamente lleno. La impresión es que el espectáculo gustó sin apenas fisuras. Hay que suponer que entre quienes aplaudían había creacionistas, terraplanistas, tirapresistas y adoradores de la séptima versión de Mazón en El Ventorro. Lo que viene siendo plena Edad Media, vamos. ¡Como para no darle la razón a Ollé!
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