España - Madrid
Duelo de titanes (zarzueleros)
Germán García Tomás

Bajo el título Festejando el porvenir, el Teatro de la Zarzuela, en este primer curso de Isamay Benavente al frente, ha querido variar su tradicional fórmula de celebrar un Concierto de Navidad con páginas de nuestro género lírico en los días finales de año y ha optado en esta temporada por ofrecerlo ya en Año Nuevo, añadiendo el epígrafe “Tanto que celebrar”.
Para estas citas líricas, el coliseo de la calle de Jovellanos suele contar con la presencia de destacadas voces solistas, y en el recién inaugurado 2025 recibía la visita de dos voces ya experimentadas y consolidadas, y con un gran bagaje en la escena lírica española, como son las de la soprano Ángeles Blancas y el tenor Alejandro Roy, que estuvieron acompañados por el conjunto orquestal y coral del teatro al frente de los cuales empuñaba la batuta Álvaro Albiach. Todos ellos desplegaron un atractivo ramillete de romanzas, dúos, coros y páginas orquestales de zarzuela en una velada ofrecida sin descanso. En esta ocasión con el interés añadido de que en el programa se incluían por primera vez dos páginas recuperadas por el Centro de Documentación y Archivo de la SGAE debidas a dos compositoras, la desconocida Magda Serra y Miracle y la más conocida María Rodrigo.
Comenzó el concierto el infrecuente intermedio de La venta de los gatos, la inacabada ópera española de Serrano con título de leyenda becqueriana que vio su estreno en 1943, en lo que adivinamos un guiño del maestro levantino a su tierra, una página de imponente orquestación y de inspiración andaluza que lleva el genuino sello melódico del autor del himno de Valencia. La lectura de Albiach -un director muy versado en ópera a quien no se veía en este coliseo desde la producción de la zarzuela La calesera de 2009- priorizó la opulencia orquestal frente a la ligereza de las arrebatadoras melodías, resultando muy precisa y detallista en la tímbrica pero un tanto pesante por la elección de un tempo lento, desembocando en una coda explosiva en lo percusivo y la presencia de los metales.
Alejandro Roy realizó su primera intervención con una nueva página de Serrano, la inmortal jota “Te quiero, morena” de la zarzuela de género chico El trust de los tenorios, donde pudimos admirar una vez más la potencia y el caudal sonoro de su vigoroso instrumento de tenor spinto que lo emparenta con otros cantantes españoles de similares características vocales como Pedro Lavirgen o Francisco Ortiz, que es una de sus mayores bazas interpretativas y que fue una constante en toda la noche, para bien y para mal, pues a veces se precisaría un mayor empeño para buscar las medias voces.
Por su parte Ángeles Blancas comenzó cantando una romanza bien distinta en carácter, “Sierras de Granada” de La Tempranica de Giménez, título igualmente en un acto. La soprano nacida en Berlín, hija del matrimonio de cantantes formado por el barítono madrileño Antonio Blancas y la soprano gallega Angeles Gulín, volvió a exhibir -y hacía años que no lo hacía en estas tablas- su singularidad interpretativa y parentesco canoro, casi idéntico, tanto en el timbre oscuro de cierta nasalidad y engolamiento, y un fuerte vibrato, como en los imponentes agudos, con su difunta madre. Como cantante de raza que es, infundió mucha vehemencia y garra dramática a la célebre página, pensada para mezzosopranos, aunque con una tesitura aguda complicada, cuyos ataques Blancas acometió con ribetes veristas, tal es el repertorio en el que se mueve como pez en el agua. Hay que reconocer que la dicción no es el fuerte de la soprano -más acostumbrada a papeles en alemán o ruso-, que compensa con una gran variedad de recursos dramáticos usando la media voz y enfatizando ciertas palabras del texto.
El coro intervino en la parte final de la romanza, como pide la obra original, y seguidamente sus integrantes ofrecieron en solitario el coro y alborada “Despierta, niña” de La tempestad de Chapí -una obra grande que pide a gritos ser representada en este teatro-, tras lo que llegó la primera recuperación de la noche, el nocturno de Las enredaderas, obra de 1940 de la compositora catalana Magda Serra y Miracle, una sencilla y recogida página que procura evocar con gran sutileza. Seguía el concierto con una obra ambientada en la tierra de la que es oriundo Alejandro Roy, la ópera Xuanón de Moreno Torroba, cuya canción asturiana entonó a capella con el sostén del coro en pedal.
Blancas siguió con otra página de enjundia melódica, la canción veneciana de El carro del sol de Serrano, a la que dotó de su idiosincrasia vocal, entregada y desgarrada recreación con mejor dicción que la precedente romanza de Giménez, y con delicado canto de oboe y clarinete. Los dos cantantes pusieron toda la carne en el asador en el dúo de una zarzuela que grabaron en disco los progenitores de Blancas, La leyenda del beso de Soutullo y Vert, cuyo dúo “Amor, mi raza sabe conquistar” consiguió en ambos -cómodos en estas expansiones veristas- una alta combustión dramática de la que el maestro valenciano hizo contagiar a la orquesta comunitaria, completamente desbocada en las notas más agudas cantadas al unísono por la pareja artística. Albiach era consciente de que tenía a dos titanes sobre el escenario, pero eso no le daba ningún derecho a descuidar el volumen orquestal.
Con este dúo, que provocó una sonora ovación, llegábamos al
ecuador del concierto, que prosiguió con una excelente versión del preludio del
acto segundo de El caserío de Guridi -y
no preludio a secas como detallaba el programa de mano-, contrastada y con un
certero sentido de la rítmica. De nuevo el coro revivió una página olvidada, la
segunda recuperación femenina de la noche, el coro “Por el alma de nuestro
soberano” precedido de un Miserere de estilemas litúrgicos perteneciente a La reina Amazona de la madrileña María
Rodrigo, interesantísima y variada página de 1919 -época por antonomasia de la
zarzuela grande- con marcha y fanfarria incluida que por música y temática
regia nos recordaba a El rey que rabió
de Chapí, y a cuyos miembros se les pudo entender mejor que en el fragmento del
autor de Villena.
Para confirmar ser el autor con más presencia en este concierto, de nuevo José Serrano hacía acto de presencia en la poderosa y vibrante voz de Roy, brindando el tenor asturiano una de sus más recordadas interpretaciones, la canción húngara de Alma de Dios, que bisó hace años en la producción escenificada en este teatro. En contraste, el temperamental canto de Ángeles Blancas dotó de elegantes hechuras a la Petenera de La marchenera de Moreno Torroba.
Y aún nos acordamos de la excelente producción de De Madrid a París de Chueca y Valverde, cuyo recuerdo revivimos escuchando aquí el pasacalle de la obra, un coro que como otros de sus autores es pura delicia, chispa y ligereza, y que nos hace pensar en la asombrosa facilidad de don Federico para plasmar en las voces corales miniaturas increíblemente pegadizas. Nuevamente la orquesta madrileña pudo lucirse de lo lindo en una cuidada lectura en lo instrumental y rítmico -y es que la batuta de Albiach fue ganando enteros a lo largo de la noche- de la Jota de la ópera La Dolores de Bretón, otro de esos must y hits que no pueden faltar en un concierto de zarzuela que se precie, con un Roy más motivado que nunca.
El concierto concluía oficialmente con dos números de la zarzuela en dos actos Me llaman la presumida de Alonso -prima carnal de La del manojo de rosas- otra de esas grandes obras maestras que desde estas líneas pedimos encarecidamente a la señora Benavente que se represente ya de una vez sobre estas tablas. En primer lugar el brioso chotis y pasacalle “Una mujer madrileña”, que inmortalizó también en el disco Ángeles Gulín de nuevo con su marido en el reparto, y que a través de la voz de Ángeles Blancas Gulín nos parecía que estábamos realmente escuchando a su gloriosa madre, acompañada aquí por varios cantantes del coro en los papeles secundarios. Junto a un Roy entregado emulando a Lavirgen en el mítico registro dirigido por Frühbeck de Burgos, Blancas quiso de nuevo revivir a su madre en el dúo de Gracia y Pepe “Hace tiempo que he leído”, con una orquesta competidora.
Ante los fuertes aplausos, era evidente que el concierto no
podía concluir. Tras unas palabras de Álvaro Albiach felicitando el año nuevo,
quiso recordar muy oportunamente a los afectados por la tragedia de la dana en
su tierra natal con un villancico tradicional valenciano cantado por el tenor y
el coro, y arreglado para orquesta, entrañable melodía que emocionaba el
corazón.
Pero a la hora de los saludos, la inexplicable ausencia de
Ángeles Blancas hacía presagiar que se estaba tramando algo fuera de escena, y
en efecto, la cantante salió a toda mecha ataviada con un penacho al estilo del
cabaret para cantar junto a su compañero el simpático y extrovertido dúo cómico
a ritmo de fox-trot “Yo soy una mujer” -esto sí que era en 1935 una muestra de
feminismo del bueno- de la misma zarzuela madrileña del maestro Francisco
Alonso, toda una exhibición de vis cómica en la que no importaba si no se
entendía todo el texto -el número es todo un trabalenguas- sino lo bien que se
lo pasaban los dos bailando con mucho descaro, sobre todo esa gran artista
sobre el escenario que es Blancas mostrando sus medias con muchísima gracia, y haciendo
partícipe de la diversión al público, que secundaba la actuación a ritmo de
palmas.
A la salida, un ínclito y veterano crítico musical no se resistía a tararear el estribillo de ese fox cuyo garboso texto de Francisco Ramos de Castro y Anselmo Cuadrado Carreño dice: “En el cabaret la gente se disloca / y los pollos rás se bailan la carioca”. Si ya lo había apuntado antes el director levantino: en Viena celebran el año nuevo con su música y nosotros lo hacemos con la nuestra. Que así sea por muchos años.
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