España - Castilla y León

De la transparencia a las brumas

Samuel González Casado
miércoles, 19 de febrero de 2025
Vadim Gluzman © 2024 by Marco Borggreve Vadim Gluzman © 2024 by Marco Borggreve
`Valladolid, viernes, 14 de febrero de 2025. Centro Cultural Miguel Delibes. Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Vadim Gluzman (violín). Hugh Wolff, director. Frank: Escaramuza, para cuerdas, percusión, arpa y piano. Shostakóvich: Concierto para violín n.º 2 en do sostenido menor, op. 129. Sibelius: Sinfonía n.º 2 en re mayor, op. 43. Ocupación: 95 %.
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El concierto de abono n.º 9 de la OSCyL ofreció buen nivel artístico, que se sustentó en la primera parte y sobre todo en la interpretación que Vadim Gluzman hizo del Concierto n.º 2 de Shostakóvich, caracterizada por una calidad técnica que permitió disfrutar de la obra sin el menor sobresalto y maravillarse con ese sonido pleno, transparente, solidísimo del israelí, alcanzado sobre todo hacia la mitad del primer movimiento (se había quedado bajo en algún salto hacia el agudo) y exhibido ya hasta el final de su intervención, incluida una propina donde demostró que la perfección existe.

La obra es realmente complicada, porque hay una exposición permanente del solista (lo que de alguna manera me hace recordar al Concierto para violín de Beethoven, aunque quizá esto sea una excentricidad). En esta interpretación, además, la orquesta quedó en un discretísimo segundo plano en el lírico primer movimiento, con lo cual el protagonismo de Gluzman fue enfatizado más si cabe.

El concierto da pie a la exhibición, tranquila pero completa; y si hay un violinista tranquilo ese es Gluzman: quizá bordeó el hieratismo al principio, aunque una escucha atenta permitió apreciar el dominio del fraseo de este artista. Segundo y tercero fueron excepcionales, un festival de medias voces, de gradaciones dinámicas, de pianos, todo sin exhibicionismo. Las dobles cuerdas sonaron impolutas, y la cadencia de último movimiento, que es un concierto en sí misma, un absoluto prodigio de claridad y direccionalidad. Orquesta y director sonaron correctos y aprovecharon bien sus momentos, con excelentes intervenciones de la trompas, por ejemplo.

Se comenzó la velada con Escaramuza, de Gabriela Lena Frank, basada en la danza kachampa típica de Paucartambo (Perú). A las personas con las que hablé les gustó mucho, pero a mí me pareció que los pequeños desarrollos de la cuerda, que me interesaban, quedaban muy velados ante el despliegue rítmico de la percusión, y que de alguna manera se desaprovechaba la posibilidad de haber creado algo con más enjundia, y también más elaborado respecto a las fuentes.

Tampoco noté algún tipo de tensión en el devenir estructural de la obra, lo que me llevó a escucharla de forma curiosa pero sin sentirme seducido. En cualquier caso, es un tipo de composición que hoy no desagrada al público en general, quizá por sus orígenes folclóricos, y al que se recurre mucho, con bastante fortuna, en los programas de la OSCyL. Creo que se trata de una tendencia musical susceptible de ser modificada, pero que en sí misma no es positiva ni negativa: dependerá de la calidad.

La interpretación de la Sinfonía n.º 2 de Jean Sibelius me pareció irregular, en primer lugar porque los primeros violines no lograron sonar de forma muy definida durante todos los movimientos. A Hugh Wolff, un maestro experto, le interesan sobre todo la grandes frases, los desarrollos hacia el forte y crear una especie de espacialidad sibeliana grandiosa que suene natural, en evoluciones lógicas. No hubo sentimentalismos en la clara herencia chaikovskiana de los magníficos temas líricos, ni dosis exaltadas que dejaran entrever un supuesto sentido patriótico (hasta donde yo sé, inexistente en esta sinfonía). Tampoco detalles de finura tímbrica, aunque las maderas estuvieron muy presentes (no especialmente inspiradas) y eso le dio variedad a la versión.

No se puede hablar en el mismo sentido positivo respecto a cierto ambiente de sonido brumoso, y a veces descoordinado, que provocó que el edificio se posara con dificultad, como si no se hubiera creado un patrón regulador de qué elementos estructurales debían sostener a otros. Eché mucho de menos la claridad que Wigglesworth había lucido la semana anterior, aunque no estoy seguro de que toda la responsabilidad fuera de Wolff.

En cualquier caso, como todas las gradaciones dinámicas fueron satisfactorias, los temas se enunciaron y aglutinaron con intencionalidad y esa espacialidad buscada sonó plenamente conseguida, la impresión general fue de una plenitud apreciable que no dejó malas sensaciones.

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